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Jesús, tu amigo y Señor

Jesús, tu amigo y Señor
Déjate fascinar por el Dios-hombre que muertra la dulzura de su Padre

Capítulo IV. Más recuerdos de mi infancia. Del 18 Ene al 25 Ene 2009

Hola...¿Cómo estás?

Quisiera contarte en estos días otros recuerdos de mi infancia. Creo definitivamente, como te he dicho en mis historias anteriores, que esos recuerdos han marcado mi vida. María, mi madre, como muchos de mi pueblo, ha guardado con cariño y con fidelidad muchos hechos familiares, históricos de nuestros pueblos y han alimentado en nosotros muchas esperanzas y nos han dado claridad en la vida.

¡Fíjate! algo que está presente, muy presente en nuestra vida como pueblo, es la presencia de Abbá, mi Padre. A pesar del dolor, la guerra, la dispersión, hemos mantenido una respuesta a él y a la vez, él ha sido fiel. Desde mi juventud, puedo dar testimonio de eso...

La fiesta de Pascoa, Rosh Hashaná, Yom Kippur, Sukot, shmini Azeret, Simjat Torá, Januca, tu' b' shvat, etc son fiestas de gran significación para el pueblo judío.

En el pueblo estaba muy metida la presencia de un Dios vivo. La torah en Deuteronomio, nos mandaba a guardar su ley y cuando preguntáramos qué y por qué había sucedido todo ésto, debíamos recordar que nuestro padre era un arameo errante y que Yahvé nos había rescatado con mano fuerte y brazo extendido.

Pero también, como te dije antes, cuando nuestros padres fueron desterrados, muchos hombres poderosos quisieron hacerle daño al pueblo y Yahvé suscitó hombres y mujeres para rescatar su heredad: no sólo Moisés y Josué, sino Débora, jueza y profetisa. Ester quien, convirtiéndose en Reina por misericordia del Rey Asuero, intercedió a favor de la vida del pueblo judío en contra de Amán, quien odiaba la prosperidad del pueblo.

También Judit se consagró a Yahvé para luchar contra Holofernes y sus huestes y después de una oración, logró deshacer el poder del enemigo.

Menos de 100 años atrás el pueblo luchó valeroso contra los griegos y seléucidas para no dejar que el pueblo se corrompiera en la idolatría y en el pecado, comiendo carne prohibida y otras prácticas opuestas a nuestro pueblo.

De todo ésto, ¿Sabes quiénes éramos los favorecidos? ¡Los niños!. Aunque eran fiestas que celebraban con solemnidad los adultos, los niños aguardábamos con seriedad que nuestros padres terminaran los ritos para romper en alegría y disfrutar de las comidas, aunque en algunas probábamos el significado de lo amargo, sobretodo en la Pascua: las hierbas amargas de Israel pero habían otros signos externos que daban muestra del dolor sufrido a través de los siglos por nuestro pueblo; de todas maneras, todas esas cosas tenían un “algo” que fue marcando mi vida.

Te lo cuento.


María, mi madre y José, mi padre, vivían con mis abuelos las fiestas. Algo serio y vivo se respiraba: yo, pequeño, sentía la presencia de Yahvé, mi Padre y me estremecía, porque esa presencia me llamaba a descubrir su amor; me lo hacía sentir. Poco a poco, sentía que los hilos de mi vida se hinchaban sobremanera porque la intensidad de su presencia era fuerte en mi...de vez en cuando mi madre María, me miraba porque yo me retiraba a un rincón. Al principio creía que estaba enfermo y después comprendía que algo bello pasaba en mi corazón. Cuando controlé el estar apartado, solo, mi cuerpo empezaba a transpirar y parece que hacía las cosas inconscientemente, como si alguien me llevara flotando de aquí para allá. ¡sensación extraña!

María, mi madre, sentía todas estas cosas conmigo. Estaba muy compenetrada conmigo ¿Sabes una cosa? Descubrir esta experiencia me llenaba cada vez más. Mi madre callaba...es lo que siempre oíste de los nuevos escritores: "guardaba esas cosas en su corazón". Se sentía tranquila porque no era enfermedad. Sabía que mi cuerpo bullía en esta necesidad de encontrarme con él, Mi Padre. Esto irá creciendo a lo largo de los años.

De todas maneras, los adultos nos miraban a los varones como el centro y la esperanza del pueblo. Muchos hoy, ven esta cultura un tanto extraña, machista – dicen - porque la mujer quedaba relegada en esto de ser protagonistas de los ritos, pero la comprensión de nuestra raza viene dada por la elección en el varón, desde el primer hombre en la fe, Abraham. Su descendencia pasa de padres a hijos en el varón que asienta la casa. Las mujeres entienden que esta elección alcanza de generación en generación y ellas participan de ésto. Es impensable que la promesa se dé, si en la mujer no descansa esa bendición, puesto que ella es la residencia materna de todo cuanto al hombre es prometido. Es cuestión de enfoque y conceptos.

Como te seguía diciendo, nos invitaban poco a poco a prestar atención a los ritos porque, llegado el momento, nosotros seríamos protagonistas de todo eso y por lo tanto, nos convertiríamos en repetidores de ese memorial ancestral de la presencia divina en Israel. ¡Qué grande era esa verdad!...