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Jesús, tu amigo y Señor

Jesús, tu amigo y Señor
Déjate fascinar por el Dios-hombre que muertra la dulzura de su Padre

CAPÍTULO XXX. HERODES Y JUAN. Del 03 de Agosto al 10 de Agosto de 2009

Dentro de las historias que te he contado, quiero también hablar de figuras que se relacionan con nosotros en el plano político. Aunque forman parte de las estructuras de poder, se hacen inevitables en nuestra conversación porque juegan mucha importancia en todo lo que lees de mi y lo que has de leer.
Por ahora me interesa hablarte de Herodes, el rey. Avanzado ya este momento, mi primo Juan ha estado proclamando la justicia de Yahvé y en mucho, la vida del rey y de su corte se ve comprometida por esta palabra.
Herodes lleva además otro nombre: Antipas. También se le conoce como tetrarca porque gobierna sobre cuatro regiones de nuestra inmensa tierra. Herodes Antipas me lleva casi el doble de la edad. Tiene cincuenta y dos (52) años de edad. Nació en la región de Judea y es hijo de Herodes el Grande y de su madre Malthace quien proviene de la región de Samaria. Herodes tiene un hermano llamado Arquelao y un medio hermano llamado Filipo. Los tres fueron criados en Roma donde recibieron una buena educación pero además, adquirieron la cultura romana y griega imperante hasta ahora. Los extranjeros, especialmente los helenos, han estado ejerciendo influencia en todo, inclusive, nos han intentado imponer el culto pagano y lo que no han logrado, se ha ido “colando” por la adquisición de cultura a través de la imitación, amén de las imposiciones propias de estos reyes e invasores.
Fue precisamente a la muerte de su padre, Herodes el Grande, cuando el emperador César Augusto le otorgó el poder de mando sobre las regiones de Galilea y Perea, la primera en el norte de Israel, frontera con Siria y Fenicia y la segunda, en el centro de nuestro territorio, justo al este de Jerusalén, camino más allá del Jordán
La vida en las cortes reales siempre han sido focos de corrupción moral, política y administrativa. Basta con ver la cantidades de asesinatos y pugnas habidos por ejemplo en Egipto a lo largo de miles de años: hermanos contra hermanos y padres contra hijos; asesinatos, envenenamientos, incendios, etc. Si miras hacia Roma en su historia, verás una inmensa acumulación de asesinatos, intrigas, traiciones que hacen concluir que los reyes, emperadores, etc. no han servido de mucho, ni para crecer como seres humanos, ni para servir al pueblo, aún comprendiendo que son súbditos y ciudadanos y más pongo yo en duda que Dios, mi Padre haya querido una estructura de opresión y crímenes como la monarquía. Allí ciertamente no está su voluntad ni su justicia ni mucho menos el derecho.
Mucho más allá de las necesidades históricas que sufrió nuestro pueblo y más allá de la continua autocrítica de ver cómo el resto de los pueblos poseían rey, e Israel tenía necesidad de uno, es lamentable cómo nuestro pueblo desoyó la voz de mi Padre Yahvé, tal cual como se narra en el libro de Samuel.
En aquel tiempo, todos exigieron a Samuel que les diera un rey, ya que Samuel se hacía viejo y los hijos suyos no tenían un caminar santo. Mi Padre Yahvé ordenó a Samuel elegir y consagrar un hombre de entre el pueblo para rey. Yahvé mismo les habló fuerte al corazón y les expresó lo que sería el “fuero” de un rey cuando éste asumiera el poder.
Es interesante cómo el pueblo, olvidándose de la alianza y de la presencia de Dios en sus vidas, le expresó al mismo Samuel que tendrían un rey como todos los pueblos que los juzgaría, iría al frente de ellos y combatiría contra los enemigos.
De eso hace ya más de mil años y todavía, entre invasiones y deportaciones, hemos tenido un dirigente distinto, algunas veces santos, otras, cobardes; algunas veces débiles, otras veces apóstatas y todo ellos – dice la historia - servidores de Yahvé, mi Padre.
Herodes está felizmente casado pero ya digo, sus debilidades por la carne lo meten en líos por todos lados. En Jerusalén hay muchas molestias por las doncellas del pueblo que han sido llevadas a la fuerza a su palacio, o han sido raptadas para ser llevadas al norte, a sus palacios, para ser vulgarmente violadas por él y por los cortesanos. La gente le tiene desprecio porque sus lujos y gustos, contrastan con la pobreza y las necesidades de muchos, especialmente los pueblos pequeños, que mueren poco a poco de hambre. Lo que no se logra llevar Roma de los impuestos, lo hacen los soldados del rey en su paso arrasador por el territorio que alguna vez fue tierra prometida.
El rey Aretas IV, rey de Nabatea le dio a una de sus hijas para que contrajera matrimonio. La zona de Nabatea se encuentra enclavada al sur del gran y extenso territorio de Edom, a ocho horas del extremo sur del mar muerto y su capital está en la ciudad de Petra ó Selá como se le conocía antiguamente. Fue un arreglo de orden político para mantener la paz en la zona, aunque para este tiempo la paz la mantiene Roma y sus legiones. Pero las cosas no funcionan bien. Ha sido el dolor de cabeza de Jerusalén y motivos de diplomacia entre Roma y ambos reinos. Quiero decir que Herodes está enamorado más bien de Herodías, esposa de su hermanastro Filipo. Estos problemas pasionales han hecho que hace poco Aretas IV le haya declarado la guerra a Herodes, mientras que su hermanastro furioso, rompa vínculos con él y tengan enemistad jurada. Hace tres años el gobernador romano en Siria, Vitelio, evitó que ambos reinos mantuvieran una larga guerra e intervino a favor de Herodes Antipas para mantener la paz. Ahora su propia mujer ha marchado a casa de su padre y se habla mucho de las bajas pasiones de Herodes con Herodías y lo débil de su carácter ante ella, quien poco a poco lo ha dominado hasta convertirlo en un sujeto atado a las pasiones de ella.
Herodes ha contribuido al desarrollo arquitectónico de la ciudad de Jerusalén y sus dominios, a pesar de que con ello, haya cargado más y más de impuestos al pueblo; por ejemplo, está claro que es un amante de la labor constructora de su padre Herodes el Grande. Me refiero al intento de reconstrucción y erección del templo de Yahvé. Pero también ha fortificado la ciudad de Séforis (anteriormente Tzippori), en la Galilea, más al norte de Nazaret. Allí ha construido la capital de su reino y para “romanizarla” le dio el nombre de Autocratis; con ello, demuestra la increíble afinidad que quiere tener con los romanos.
También en la región de Perea se ha "lucido", haciendo alzar la fortaleza de Bet – Haram y a las orillas del lago Genesaret, ha creado la ciudad de Tiberiades, en honor al emperador Tiberio a quien admiraba mucho.
Así delineado, en pocas palabras, este es el retrato de lo que conocemos hasta ahora de Herodes, rey. Es un foco de atención en el discurso de Juan puesto que se le ha oído empezar a golpear en la moral del pueblo. Juan está cerca, en la ciudad de Séforis, aquí en Galilea. Hasta ahora sus discursos los ha hecho de forma general.
Juan ha estado hablando del desajuste social de Israel. Sus discursos recuerdan en mucho a varios profetas de la antigüedad mientras habían reyes que no tenían piedad para con el pueblo y dejaban que los ricos hicieran de la economía, cualquiera mal menor en contra de los extranjeros, pobres y esclavos venidos de otras provincias. Su discurso es fuerte; su verbo es agresivo. Muchas veces pensamos que la voz de mi Padre es suave y ciertamente lo es, pero con la fuerza de una tempestad: golpea allí donde las murallas creen ser fuertes y sopla allí donde todo necesita ser arrasado para ser creadas cosas nuevas.
¡No! La Palabra de Yahvé es lacerante como una flecha. Juan ha levantado el hacha y la espada para repeler las situaciones injustas que se han generado. Es impulsado por la ira de Dios porque las diferencias sociales son muy marcadas. La prosperidad no tiene nada que ver con la injusticia, con la opresión, con la esclavitud. Yahvé clama por la promoción de sus hijos más allá de las estructuras sociales. No es posible mantener la pobreza como plataforma de sostén de los ricos. Es necesario recuperar la ley, su Palabra que clama vida para cada hombre. No hay vida donde el hombre sufre; donde la mujer es vendida como objeto y donde todas las riquezas naturales se tornan más bien contra la misma creatura creada por Dios.
Amós proclamó en su tiempo palabras duras en contra de todo Israel, especialmente sus dirigentes: "Seré inflexible, dice Yahvé...porque venden al justo por dinero, y al pobre por un par de sandalias; pisan contra el polvo de la tierra la cabeza de los débiles y el camino de los humildes tuercen; hijo y padre acuden a la misma moza, para profanar mi santonombre; sobre ropas empeñadas se acuestan junto a cualquier altar...No es así, hijos de Israel? Por tanto, yo los estrujaré debajo, como estruja el carro que está lleno de haces".
Así que no basta con darse golpes de pechos y hoy día no basta hacer como en tiempos de Jonás: sayal y cenizas. Hace falta un cambio más radical: el que proclama Juan. Su voz se asemeja a la de Miqueas ante la gran ciudad: "¡Escucha, tribu y gran consejo de la ciudad! ¿He de soportar yo una medida falsa y una arroba menguada, abominable? ¿Tendré por justa la balanza infractora y la bolsa de pesas de fraude? ¡sus ricos están llenos de violencia y sus habitantes hablan falsedad: por eso yo también he comenzado a herirte, a devastarte por tus pecados…"
Llega el tiempo en que Yahvé está por recoger la siembra hecha desde antiguo. Quiere corazones nuevos, mundo con termino, recapitulación. Todo ha de terminar y la maldad ha de ceder. Así lo planteará Juan en su quehacer profético.

CAPÍTULO XXIX. REBELIONES EN ISRAEL. Del 27 de Julio al 02 de Agosto de 2009

Quizá ya estés un poco cansado de oir tantas cosas malas de nuestra situación socio política, pero quiero que sepas que lo que vivimos en nuestro tiempo, es quizá lo mismo que la situación socio – política que tú vives.
Para mi es necesario no perder de vista este elemento porque en este capítulo y más adelante en otro capítulo, te hablaré de los elementos que fueron entretejiendo en mi corazón, una verdad tan clara como su mismo origen: la verdad de mi Padre. En castellano quiere decir, que no te creas que lo tenía todo claro. Mi conciencia ha sido golpeada a lo largo de este tiempo y he tenido que redefinir conceptos de humanidad, de amor, de dolor… muchos afectos han tenido que ser reformulados en constante diálogo con mi Padre Yahvé. Por tanto, por favor, presta atención a estos datos que, ciertamente estarás de acuerdo conmigo, golpean duro y exigen de mi una actitud o por lo menos una posición intelectual sin que me quede en la sola letra.
Palestina, es un mar de turbulencias. Ha sido escenario de riñas dinásticas, luchas encarnizadas y de guerra a gran escala. Doscientos años, antes de que yo naciera, se fundó un reino judaico más o menos unificado, que puedes leer en los libros de los Macabeos. Pero hace como ochenta años atrás, Palestina pasó a manos del ejército de Pompeyo y se convirtió en provincia romana.
Ya lo sabes, Roma era un imperio demasiado extenso, cuyos asuntos la absorbían de modo preocupante; no disponiendo de la tranquilidad oportuna para ejercer el gobierno directo y organizar el aparato administrativo necesario, instaló unos “reyes” manejables en la gobernación: los herodianos. Fue Antipater, quien ocupó el trono de Palestina hace sesenta y tres años, y, al morir hace cincuenta y ocho le sucedió su hijo Herodes el Grande, que gobernó hasta hace treinta y un años, bajo el régimen de un gobierno que mantenía el poder sólo por la fuerza militar.
Como judíos, conservamos nuestras propias costumbres y religión, pero la autoridad residía en Roma de acuerdo al derecho imperante; los soldados que velaban por la observancia de las leyes eran romanos y estaban sus legiones por todo el mundo.
Seis años antes de mi nacimiento, los hechos se precipitaron; el territorio se escindió administrativamente en una provincia y dos tetrarquías. Herodes Antipas gobernó una y Galilea y Judea la capital espiritual y secular quedó sometida al gobierno directo de Roma, administrada por un procurador con residencia en Cesarea. El régimen romano era brutal y autocrático; al asumir el mando exclusivo de Judea, más de tres mil rebeldes fueron crucificados sumariamente. El templo fue saqueado y mancillado. Se nos asfixió con enormes impuestos. Se torturaba con frecuencia y gran cantidad de gentes se suicidaron. Y de seguro que el temor no cesará con Poncio Pilato, de quien oi que asumió como procurador de Judea hace poco. Muchos dicen que es un hombre cruel y corrompido, que será igual en los mismos abusos y aún mayores que los de sus antecesores. Eso estará escrito en la historia. Nadie se siente libre y satisfecho.
Cuando yo tenía seis años, Roma asume el control directo de Judea, pero un hombre a quien llaman Judas de Galilea, un rabino fariseo, reunió un grupo revolucionario de fariseos y esenios, movido, parece ser, por su gran fervor fanático. Al grupo que formó se les llamó « zelotes »; más que una secta, era una facción activista de miembros reclutados entre los adeptos de varias sectas. Los zelotes se han destacado ya significativamente en los asuntos palestinos. Su actuación en el trasfondo político resulta de gran importancia en estos días por toda nuestra tierra. La actividad de los zelotes continúa vigente, sin señal de agotamiento y por lo menos eso es lo que veo. Ha sido una constante historia de ataque y repliegue.
Al morir el famoso “Herodes Antipater” le suceden sus tres hijos, que repartieron el territorio según el testamento legado por su progenitor. A Herodes Arquelao le correspondió Gobernar Judea y Samaria. A Herodes Antipas, Galilea y Perea, y a Herodes Filipo la Gaulanitis, Traconítides, Batanea y Panias. Por supuesto con el visto bueno de los Romanos, que tampoco permitió todo. Herodes Arquelao gobernó, durante no mucho tiempo, con mucha crueldad. Ésto disparó las quejas de judíos y Samaritanos, que escuchados por el Emperador Augusto, hizo que lo depusieran y lo desterraran. Desde entonces Judea y Samaria son gobernadas directamente por Roma con sus instituciones políticas y militares: un procurador al frente en Cesarea, junto al Mar Mediterráneo, y unos pocos soldados en Jerusalén. Preferirá apoyarse según conveniencia en el Sanedrín. Por su parte, Herodes Antipas gobierna Galilea y Perea hasta el presente. Es el Herodes que tú y yo conocemos y al cual Juan el Bautista le reclama debido a sus pecados.
El tercer Herodes, Herodes Filipos, parece que fue una excepción. De él sabemos que hizo importantes obras de arquitectura civil, no gobernó especialmente mal.
Judea, ya lo he señalado, es gobernada, primero por un prefecto, y más tarde por un procurador. Las funciones que tenían los procuradores eran triples: mando de las tropas; disponían de potestad judicial, - interviniendo en crímenes de carácter político, para los demás casos la justicia, siempre que no fuera entre ciudadanos romanos, se ejercía por los tribunales judíos-, y finalmente regían la administración financiera y tributaria. Los romanos nos cobraban impuestos por los productos agrícolas y una especie de impuesto personal. Tenían también derechos de aduana, impuestos sobre exportación e importación, cosa que era todo un gran método de ahogo para nuestro pueblo.
Ya sabemos por los capítulos anteriores, que los romanos no recaudaban directamente, sino que se valían de los llamados "publicanos", que fiscalizaban el dinero convenido y lo entregaban a las autoridades romanas. Habitualmente sacaban un dinero extra para su bolsillo, y eran protegidos de los romanos en su trabajo. Eran despreciados por el pueblo por ser amigos de los romanos y traidores a Yahvé. Alguno de ellos ya te lo he nombrado: Leví, a quien delegaron para cobrar impuestos en mi pueblo.
¿Sabes una cosa buena de los romanos? no atacaron nuestro culto judío. En muchos casos, defendieron, sin llegar a comprender, nuestras prácticas judías y el Templo. Los procuradores trataron de no ofendernos ni herir nuestra sensibilidad, aunque no siempre lo consiguieron, por ejemplo, hicieron un censo para poder recaudar impuestos, y gran parte de la población se manifestó descontenta cosa que produjo levantamientos populares. Si quieres más datos, hace cincuenta años antes de nacer yo, surgió una tal Judas Galileo, que levantó al pueblo a la insurrección. Todo ésto hizo que Roma considerara a Palestina, una provincia difícil de gobernar y poco sumisa al poder Romano.

CAPÍTULO XXVIII. 25 AÑOS: JUAN SE VA AL DESIERTO. Del 19 al 26 de Julio de 2009

Hace ya algo más de un año que nos encontramos en las montañas y las casas hermosas que me acogieron para pasar un encuentro conmigo mismo y con él. Fueron días bastante buenos y reconfortantes. Hago memoria de esto porque justo hoy, nos llegan noticias de Ain Karim. Juan desde hace dos semanas no aparece por la casa y lo que se presumía - que se lo llevaran los soldados romanos o las tropas herodianas -, pasó sólo a ser un susto. Más bien lo encontraron, mediante noticias de una caravana, en las faldas desiertas del monte Hebrón.
El monte Hebrón estaba al sur de Ain Karem a más de cuatro horas de camino y perteneciente a la región de Judea. Zona desértica y escabrosa, solo habitada por cabras perdidas en las montañas y muchas alimañas y animales salvajes del desierto. Aún viniendo muy del sur, tenía que ser bordeado para poder llegar a la capital de Judea, de Palestina.
Muchas personas se preguntaban qué se le había perdido a Juan en esa zona deshabitada e inhóspita de la que muchos se alejaban por ser inhabitables y alojamiento de caravanas malintencionadas que robaban a otras provenientes de Egipto. Muchos pensaban que Juan estaba desvariando y en su juventud, había llegado a tal grado de soledad, que se había ido a vivir solo, dependiendo de nadie y al amparo de las bestias y provocando la ira de sus familiares. Otros pensaban que se fue allá, en busca de los escenios, monjes, hombres dedicados a la soledad, a la oración y apartados del mundo pero fuera de la realidad y alejados de las exigencias socio – políticas de Palestina, frente al dominio y poder de las fuerzas circundantes. En total, Juan y ellos eran un auténtico escándalo de cobardía en los actuales momentos.
¿Hombres santos? Para qué hombres santos si ya, a lo largo de la historia de Israel eran suficientes. Muchos opinaban que los santos solo se referían a una porción minúscula de los elegidos de Dios y aunque eran reconocidos por el pueblo, no impulsaban a ningún cambio. Solo pasaban haciendo el bien y ya; lo que Yahvé les diera a hacer, eso bastaba.
Otros seriamente hacían reflexión de los profetas. Verdaderos hombres comprometidos. Muchos, años atrás, fueron arrancados de sus familias y empujados por Dios a denunciar las estructuras sociales dominantes y sobre todo, para poner en su sitio las pretensiones de los reyes, el excesivo abuso del poder y denunciar lo desmedido de su ambición de riquezas, además de las desigualdades sociales que corrompían todo trato, desde los forasteros hasta los nobles de nuestra sociedad.
Son duras sus palabras en el tiempo. Fueron duramente castigados pero el valor de Yahvé y su Palabra transmitida, hizo que este pueblo caminara firme en medio de las tinieblas del error y el pecado.
El profetismo fue una institución en nuestro pueblo. No solo suscitados por Yahvé, sino algunos inclusive, emparentados con el sacerdocio. Elías fue perseguido por la reina y sus falsos profetas, pero el poder de Dios en Elías fue más fuerte e implacable para demostrar quién había hecho la elección del pueblo y cuánto lo quería; otros profetas fueron arrastrados a la muerte, pero no les importó. Estaban convencidos de la fuerza de la Palabra de Yahvé; palabra que retumba hasta nuestros días. Yahvé, mi Padre, no se anda con chiquitas a la hora de reclamar y exigir del pueblo un corazón centrado en su amor y sobre todo exigir la renovación de la alianza que en definitiva era elección y predilección, no por parte del pueblo sino por pura gratuidad, amor derramado, presencia abundante y mano firme en la rectoría del hombre por el tiempo y el espacio.
Y en cuanto a sacerdocio se trata, ya el mismo Juan había dejado en claro que el sacerdocio, a pesar de que formaba parte de su linaje familiar, no tenía que ver nada con su persona y por eso se distanció del servicio al templo, profesando sólo un profundo respeto por la figura de su padre y sus predecesores. Sentía que estar delante de Yahvé en el templo, sin llegar a su presencia, era como visitar a cualquier encarcelado y solo poder hablar con él a través de una cortina que obstaculiza toda capacidad de admiración. Así pues que - en boca de Juan – mientras más rápido se alejara de la vinculación sacerdotal, más ligero podría conseguir servir a Yahvé de forma despreocupada, oyendo su voz en el viento y palpando sus exigencias en los signos que arrojaba la propia vida y la realidad de nuestro pueblo. Sentía que Yahvé estaba allí y que él mismo lo impulsaba a ser como una fiera salvaje, atento a la agresividad del mundo, a las estructuras vencidas, a los modos de opresión, al hombre maleado por la propia religiosidad y poderes socio políticos que lo reducían al polvo; sentía que debía denunciar el status económico que aplastaba las colonias y los reinos dominados por el imperio y en especial, el desorden y la prostitución imperante por el linaje real, que se había heredado junto con la corona en el pueblo escogido por Dios. Allí sí encontró Juan su razón de ser, por tanto y una vez más, imperó en él la huída hacia la nada, al desierto, a la soledad, al silencio, a la reflexión. Después Yahvé diría.
¿Qué digo del desierto? ¡Ya lo sabes! Soledad, ausencia, silencio, sequedad, vacío, esterilidad. Si lo miras así, son elementos que siempre van en contra del propio hombre. Es la lucha contra la nada para volver a construir sobre la inseguridad. Ciertamente es la peor imagen de referencia para la prosperidad y la fertilidad.
Aún así el desierto tiene un atractivo. Precisamente esas características negativas que le achacamos, convierten todo espacio desértico en el lugar más propicio para entrenar el alma. Moisés se encontró consigo mismo y se descubrió delante de Yahvé y ahora Juan intenta hacer lo mismo. Debe encontrar en la soledad, el instrumento más propicio para sentir que hay un hombre dentro de sí que debe ubicarse en su contexto vital. No es mero número o persona sin sentido. Debe ser más bien, el Juan reflejado en su conciencia con un proyecto de vida claro, ajustado a la presencia del que es Yahvé.
La ausencia le dará precisamente ese desapropio de bienes materiales para redescubrir que cuenta con sus manos y su voz. Nada sirve para encontrar la tranquilidad más que la certeza de nuestro yo. La ausencia del propio yo obliga a pensar en otro totalmente distinto que me interpela. Esto deja a la ausencia sin efecto porque hace que un interlocutor, que no es precisamente la conciencia, aparezca en la vida y llene nuestras capacidades y supla lo que nos hace falta interiormente.
El silencio del desierto facilita la agudeza de nuestra audición. El viento sopla fuerte o suave; su presencia está signada por el sonido que rompe las noches y los días pero también sus golpes en el rostro de aquel que se enfrenta a las arenas y quema en los días o acaricia en las noches. Silencio afuera, en el ambiente; ruido, diálogo, preguntas, escenas pasando dentro en nuestro interior. El silencio deja de ser silencio cuando se le experimenta. Bullen nuestros miedos, demonios, recuerdos gratos o tristes. El silencio es el aliado de Yahvé para entrar lentamente desde adentro, buscando nuestros por qués para contestarlos uno a uno, sin que queden respuestas por lograr pero… ¿habrá silencio después? El silencio adquirido para solo “oir” ¿mantendrá su promesa de permanecer así cuando el mundo vuelva a apropiarse de nosotros?
Internado en el desierto, solo se ve florecer pequeña vegetación que pronto es devorada por las arenas en su incontenible caminar, empujadas por el viento libre y galopante. Arenas secas, sequedad. Todo es abrasado por el calor inclemente del sol. La poca lluvia que pueda caer a lo largo del año, inmediatamente es consumida sin remedio por las arenas; se evapora. La sequedad es reflejo de lo que muchas veces sucede en el hombre ante las adversidades de la vida: los problemas van golpeando poco a poco hasta que la vida se seca en un continuo vaciar la alegría, compartir, entregar. Lo consume todo. Sin embargo, la sequedad hará de Juan que sienta la necesidad de Yahvé, Dios que lo inunda todo con su amor, con su fidelidad. Esa sequedad hará que las raíces de la vida, tiendan desesperadamente hacia Dios buscando las fuentes nutrientes y se revitalice cada vez más para, a su vez, dar vida a todo lo que hasta ahora se ha secado por la maldad, la envidia, la lucha, la opresión.
Por último la esterilidad siempre presente en la humanidad. El desierto no se cansa de hacer que las cosas se vuelvan estériles. Sin agua, sin nutrientes, sin nada, toda posibilidad de reproducir se hace nula. Juan asociará la esterilidad con la ancianidad, pero también con la incapacidad de la ausencia de Yahvé en la vida. Yahvé ha de imponerse allí donde se niega la vida; donde nada florece y donde todo parece unicolor. Juan tendrá que clamar que Dios hace nuevas todas las cosas y produce vida donde el hombre se empeña en decir muerte.
Todo esto, unido a lo que el mismo Juan produce a sus veinticinco años es lo que hará de él, el más grande entre los hombres nacido de mujer.

CAPÍTULO XXVII. UN SUSTO INESPERADO . Del 11 al 18 de Julio de 2009

A mediados del mes de Jeshván, todo parecía transcurrir con la más absoluta tranquilidad. Nuestro pueblo de Nazareth era próspero dentro de lo que cabía, pero poco a poco había perdido la belleza que tenía antes. Muchos ancianos habían muerto. Esos ancianos que mantenían el orden moral que se necesitaba. Algunos jóvenes habían desviado el camino y todo producto de aquellas incursiones que hacían los romanos por los pueblos cercanos y el nuestro; ellos se agruparon en el movimiento de sicarios que ya era temido en toda Palestina. Era una situación intensa y molesta.
Una vez más hubo revueltas en la zona norte de la Decápolis, ya que los impuestos se habían hecho un peso grande para la gente, especialmente para los pescadores y los mercaderes. Tanto los recaudadores de impuestos como los oficiales romanos eran despiadados al cobrar un dinero indebido al pueblo y muchos, al no tenerlo, iban a parar a las cárceles de las cuales, algunos cuantos no salían vivos, especialmente aquellos hombres que pasaban de sesenta años de edad.
Al cuarto día después del descanso del shabbat, un centurión y sus hombres, entraron en el pueblo y se ubicaron cerca de la casa de la comunidad. Los ancianos del templo se le enfrentaron y exigieron respetar dicha casa. Dejaron en claro que todo edificio judío no podía ser manchado por las plantas de pies extranjeros; todo estaba dedicado a Yahvé. Después de tanta manifestación, el centurión, comprendiendo bastante bien la realidad judía y después de un discurso sobre la “pax romana”, ordenó a los soldados el levantamiento de un campamento militar justo a la izquierda de la casa, con la finalidad del cobro de impuestos mientras que a la tropa, ordenó salir del pueblo para evitar posibles revueltas y de esta forma, defenderse con mayor ventaja sobre cualquiera que quisiera hacerlo.
A pesar de este inconveniente, todos los hombres del pueblo estaban inquietos. No sabíamos la forma cómo se iba a llevar a cabo la recolección de impuestos y los métodos de que se valdrían para hacer que el dinero llegara a las arcas del imperio. Todas las veces se obraba de este modo en todos nuestros pueblos, así que el miedo y la preocupación no estaba de más; además de ello, es conocido por todos, que un campamento militar en cualquier pueblo, traía los consabidos problemas de rapto y violación de mujeres jóvenes, doncellas y hasta de niños. La depravación moral e inhumana era una de las características de la milicia que imponía su poder por las espadas y las lanzas.
Todo era calma en el día quinto. La gente veía cómo los soldados acompañaban a los recaudadores que ya de por sí, eran rechazados por el pueblo. Esta vez, trajeron del norte a dos recaudadores. Uno parecía joven, bastante joven, llamado Leví. Lo apostaron en la puerta sur del pueblo. El centurión, llamado Lucius, ordenó a un decurión llamado Flavio con sus hombres, a servir de custodia de dicho hombre y los bienes que a él llegaran, mientras que el otro recaudador llamado Ananías, proveniente de Sicar, se quedaría en la tienda cerca de la casa de la comunidad, custodiado igualmente por un decurión llamado Severus con sus diez hombres.
Los hombres, empezando por los mayores, fueron llegando a las tiendas. Previamente estos dos hombres, judíos, sabían de los bienes de cada familia y tenían un censo de la población. Los bienes eran mayormente producción de ganado y de los productos del campo, especialmente olivo y cereales, como trigo. Debíamos pagar impuestos sobre las producciones hechas en el año, aunque insisto, los romanos cobraban lo que les daba las ganas y más, si estaban en tiempo de guerra.
Ciclos, denarios, dracmas, talentos, etc… todo tipo de moneda se movía, cuando de impuestos se trataba, pero también se veían carretas y bestias de carga que llevaban continuamente medios sacos, cuartos de sacos o buenas arrobas de granos o pieles de animales. ¡Todo se lo llevaban! Y lo más deprimente, usurpaban los recaudadores todo lo que sirviera para su beneficio. Como les digo, ya el quinto día y el sexto día, se veían muchas caras largas que iban y venían, señal de la profunda pobreza que se acentuaba cuando este tipo de cosas sucedía.
El susto inesperado llegó el siguiente día del Shabbat. Los soldados llegaron a la tienda y encontraron a los dos centinelas muertos y la tienda destrozada. En las paredes un letrero: “Malditos romanos. La ira de Dios está sobre ustedes. Yahvé es nuestro Dios y nuestro dueño”. Se oyeron gritos y órdenes que a pesar del latin, daban muestra de alarma, miedo y rabia. Los soldados hicieron formación y a paso de marcha, se les veía cómo corrían por las calles y callejones del pueblo, buscando alguna evidencia de los asesinos. Una vez más supusimos que los jóvenes pagarían el castigo, aún no siendo culpables. Gritos de soldados en lengua extranjera; ruidos de las gladdius y lanzas que golpeaban en las puertas; ruidos de maderas rotas, desastre a lo largo de las calles; mujeres gritando y hombres arrastrados, eran las escenas que se empezaban a ver.
Una columna de humo en la zona sur, a la salida del pueblo se hacía notoria. Por la dirección del humo, parecía ser el granero mayor comunitario que habíamos creado hace menos de diez años para ahorrar espacios y mantener ciertos depósitos de cereales para todos. A pesar de ser día de descanso, corrimos muchos hacia esa dirección esperando salvar algo. Hubo, como digo, mucha confusión, porque los soldados pensaban que era una revuelta, pero al ver que su formación de combate quedaba sin contrincantes y al vernos correr en otra dirección, prestaron atención a la alarma reinante en el pueblo y corrieron detrás de nosotros y aunque no ayudaron, estuvieron atentos a controlar el orden y la seguridad, previendo que sucediera una revuelta posterior. Encontramos a Abimael, dueño y encargado de cuidar el granero, tendido en el piso, con la cabeza rota y un gran charco de sangre. Además, tenía heridas en el cuello.
Mientras apagábamos el incendio, oíamos – los que entendíamos el latín – que las órdenes habían cambiado y que el centurión ordenaba a veinte de sus soldados ir en dirección a Naím, a apresar a cuatro hombres que habían huído en caballos y eran los causantes de esta nueva incursión de sicarios. El incendio sirvió para lamentarnos y clamar a Yahvé por el descanso de nuestro hermano Abimael y gritar, reclamando una vez más, por la invasión sobre nuestro pueblo. Los más ancianos en su clamor presagiaban la venganza de los romanos por la muerte de los dos soldados y cobrarían mucho más, ya no con bienes materiales, sino con vidas, los daños hechos al imperio.
Mientras nos asegurábamos de que no quedaran rastros del incendio y evaluábamos el daño a la estructura del granero – en realidad no fue mucho, salvo unos cuantos metros de pared y techo – nos dimos cuenta cómo de nuevo los soldados cerraban formación para volverse al campamento y recomenzar la tarea del cobro de impuestos. El centurión, intentando hacer la proclama en hebreo, nos ordenó volver a las casas para rendir cuentas ante el imperio. En su avance, mostrando el poderío de sus armas, nos empujaron a los laterales, dejando en nosotros un odio cada vez más creciente hacia el extranjero dominante. Alguno de nosotros gritó las palabras que se habían escrito en las paredes de la tienda y el centurión, desde su caballo volteó de forma intempestiva para lograr descubrir al culpable, pero ya era tarde: a pesar de que tenían espadas, escudos y lanzas, se dieron cuenta de que su número era menor delante de la cantidad de hombres que estábamos para ese momento. Dan otro fuerte grito, prosiguió la marcha en retirada.
Ese día, que se hizo más bien tarde, no se cumplió la palabra del centurión de seguir cobrando los impuestos. Y más aún, la decisión del impuesto se pospuso en virtud de que hacia las vísperas de ese día, fueron atrapados los cuatro hombres que, tampoco eran de aquí del pueblo. Tres horas después de su arresto, a la luz de las antorchas y en descampado para evitar una revuelta, fueron torturados y procesados, mientras que algunos cuantos jóvenes de Nazareth fueron obligados a levantar cuatro estacas en las afueras del pueblo para dar muerte por empalamiento a los asesinos. Los que fuimos testigos, oimos el proceso y juicio que según la justicia romana les fue hecho para luego dictarles condena de muerte.
La escena cruda de ver cómo alzaban a los hombres, uno por uno, para enterrarlos en cada estaca y los gritos que cortaban la oscuridad que ya iba cayendo, además de los gritos del centurión lanzando maldiciones contra nosotros los judíos y advirtiéndonos que le diéramos gracias a nuestro Dios porque eran forasteros esos hombres; aclaró que nos salvamos de la matanza de veinte de nosotros por los soldados que perdieron la vida. Yo recordé la cara de esos soldados. En realidad eran jóvenes; nos más allá de mi edad – veinticinco años -. Nos miramos todos a la cara y una vez más, con la rabia contenida, nos fuimos a nuestras casas. Allí nos esperaban las mujeres y nuestras madres, quienes tampoco ocultaban la angustia y el miedo del día. Hacia las primeras horas de la mañana, los soldados marchaban en sus caballos mientras la infantería hacía sentir su paso en la marcha.