Regresa a la pagina principal, Haz click sobre la imagen

Regresa a la pagina principal, Haz click sobre la imagen
Haz click sobre la imagen y regresa a la pagina principal

Jesús, tu amigo y Señor

Jesús, tu amigo y Señor
Déjate fascinar por el Dios-hombre que muertra la dulzura de su Padre

CAPÍTULO XX. RECORDANDO A MIS ABUELOS MATERNOS. DEL 18 AL 25 DE MAYO DE 2009.

Exactamente hoy pero hace quince años, se fueron mis abuelos Joaquín y Ana. Por supuesto que se fueron con meses de diferencias pero mi madre y yo, los recordamos en el día en el abuelo Joaquín partió al seno de Abraham, a la tierra de los justos.
Me gustaría presentarlos puesto que ambos, no solo influyeron en la familia y en el pueblo, sino que influyeron en mucho, a acercarme a Yahvé, mi Padre y en esto, ambos eran muy especiales. Para empezar quisiera hablar de Ana, mi madre-abuela.
Para cuando murió tenía 78 años y yo sólo 7 años. Para cuando dio a luz a mi madre María, ella estaba rondando los sesenta casi. Como unas cuantas mujeres en Israel, se quejaba de que Dios le hubiera secado su vientre pues hasta esa edad no pudo tener hijos. Mi madre fue fruto de una promesa de Yahvé para ella; al igual que esas mujeres, mi abuela Ana lloró y oró al Señor para tener descendencia. Le preocupaba mucho, sobre todo por mi abuelo, el no haberle dado hijos, pero él la consolaba muchas veces diciendo que Yahvé lo había querido así.
Mi madre me cuenta – oido a su vez de mi abuela – que ella era una experta compañera de partos y se preocupaba del cuidado de los hijos de Israel en el vecindario de Aimn – Karem y muchas la admiraban por su voz, al arrullar a los bebés para que las madres pudieran hacer el trabajo del día. Gustaba de los niños y se desvivía por cuidar a los niños de las familias, lo cual agradecían mucho.
¿Qué hay de interesante en ello? En primer lugar, que en medio de esa atención pedía a Yahvé por su paz espiritual pero a la vez, el don de la maternidad; de hecho, Dios la premió aunque tarde, pero lo otro interesante es que sus cantos eran religiosos, dirigidos a Dios, con una melodía celestial. Los niños pequeños, como dije, quedaban arrullados por ella, pero los que tenían cuatro o cinco quedaban tan fascinados con las canciones que casi como magia, adoptaban la posición que ella tomaba y que exactamente era la que yo siempre he descrito de mi madre: bajar hasta posición de cuclillas y apoyar las rodillas en el piso y, vestido recogido, posar sus manos en el regazo para orar…varones y niñas caían hipnotizados por mi abuela para emprender un momento de silencio y de oración, hasta que los niños, apoyándose en la pared o el piso, caían posteriormente rendidos del sueño. ¡Je! ¡Qué arte más fino para entretener! Para cuando los niños se levantan, queriendo jugar, tenían encima a sus padres que poco a poco se los iban llevando hasta quedar – a su tiempo – solamente aquél que les cuenta estas historias.
Otro detalle más de mi abuela era la cocina y el hogar.
Mi abuela era una perfecta ama de casa. Se distinguía por el orden, la limpieza y el servicio, sin contar con la hospitalidad que reinaba en la casa. Sin duda alguna, son dones que le transmitió a mi madre y que ella los vivió como un tesoro mientras vivía con mi padre José y más allá de él, conmigo a su lado.
Nunca una mala palabra salió de su boca, antes bien, todo era alabanza para Yahvé. Cada tejido era “hilado” con un canto de alabanza a Dios. El tema que más resaltaba en las letras era las alabanzas que hizo Miriam, la hermana de Moisés, ante las grandes hazañas del Señor en la liberación del país de Egipto, pero además había otra letra que oía con atención: exaltaba la grandeza, la gratuidad, el amor y la justicia de Dios a través de los siglos; presencia duradera y reconfortante, palpable en la creación…Se que estas palabras les sonarán muy comunes pero desde pequeño, la respuesta en mi pequeña cabeza era: “Nos hiciste Yahvé para ti y nuestro ser entero brota de tu amor infinito”.
¡Ja! Pero si eso era en cada momento en que ella retomaba la costura, también lo hacía con los guisos en la cocina, o dirigiendo los animales por el patio o a través del campo, cuando yo la acompañaba y en el fondo era para que yo aprendiera…¡Ja, ja ja! Recuerdo que me seguían a mi, pero ella cantaba.
En resumen era un templo de dedicación para Yahvé y más cuando hace tiempo atrás se preparó para ser madre. Casi cronometrado, mi abuela y mi abuelo Joaquín oyeron la promesa del Señor y, poniendo de su parte, esperaron que la promesa fuera real, así que un día y a pesar de estar entrada en años, todos se admiraron cuando encontraron a mi abuela Ana con síntomas de embarazo…entre risas y miedo, varias mujeres se acercaron a auxiliarla y constataron que estaba embarazada…¡Ja, ja, ja! No se necesitaba de más noticia que vinieran de Jerusalén ni de otro sitio, en menos que canta un gallo, se ocurrió la noticia por todo el llano y montañas: “Ana estaba embarazada”.
Nueve meses transcurrieron y las mujeres del pueblo, contentas con ella y mi abuelo, no dejaron que él se acercara…”Joaquín, tú perteneces al templo; ni se te ocurra acercarte a tu mujer. Sabemos que esta es tu casa pero en cuestiones de mujeres, mandamos nosotras” y él, sumiso – pero en el fondo, muy nervioso – se abandonó en confianza a las mujeres vecinas que ayudaron a que el parto llegara a feliz término con igual resultado: una niña para el Señor.
Mi abuelo no quedó muy conforme pero, una vez regresado del templo, acordó con mi abuela Ana que ese fruto quedaría especialmente dedicado al templo del Señor porque de Yahvé habían recibido esa gracia y a él la devolvían.
¿Qué decirte de mi abuelo? Ya todos saben su nombre: Joaquín. Desde joven fue preparado para ser servidor del templo. Es algo tan hereditario que es ineludible no estar en el altar de Yahvé.
Me cuenta mi abuela que aunque de joven respetaba mucho a sus padres, de vez en cuando quería “zafarse” de los “esquemas y normas”, hoy en día se conserva el término de “status quo” que se escapaba a fiestas de bodas y compromisos de amigos y volvía a los días para recibir una reprimenda. El tema que tenía metido en la cabeza era el castigo de Yahvé al faltar en sus deberes. Como todo joven cedió a la vida “desajustada” pero pronto cogió los carriles.
Conoció a mi abuela Ana desde joven – como a los 15 – porque mi abuela era hija de una reconocida familia. Sus padres se oponían a esos encuentros, primero por ser jóvenes y segundo, porque mis bisabuelos querían que Ana se dedicara al matrimonio con uno de los primos del Rey Herodes, cosa que a la final no prosperó debido a que el acceso a los nobles, que en principio parecía fácil, se tornó un poco difícil debido al nerviosismo contra los sacerdotes del templo y el fuerte rumor de la presencia del Mesías entre el pueblo.
Ambos se comprometieron a los 16 años de edad. Ambas familias estuvieron de acuerdo en presentarlos a la comunidad y lograr así la aprobación. Cumplidos los 18 años, se procedió a la unión. No hacía falta tanta preparación porque mis bisabuelos, padres de Joaquín, habían preparado todo y se llevó a cabo la unión religiosa en la presencia de Yahvé. Vivieron hasta la muerte, aquí en nuestra casa y vivieron en santa paz, siendo de mucho, ejemplo para nosotros.
Algo importante en la vida de mi abuelo Joaquín fue siempre la inquietud de asegurarse que la profecía del Mesías ya estaba dada en el pueblo. Su obsesión venía porque el templo era asediado por la actuación del rey Herodes y también por parte del imperio romano. En mucho, estaba cansado de tanta opresión y quería que la llegada del Mesías se realizara pronto, pero a pesar de las opresiones su vida nunca fue reaccionario sino que mantuvo bien abierta su mente, para conseguir la presencia de Yahvé en cada acontecimiento que vivía el pueblo de Israel.
En resumen, esos fueron mis abuelos a quienes debo mucho.