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Jesús, tu amigo y Señor

Jesús, tu amigo y Señor
Déjate fascinar por el Dios-hombre que muertra la dulzura de su Padre

Capítulo XII. Una vida que mengua (2da parte). del 20 de Marzo al 27 de Marzo de 2009.

Te sigo contando lo de mi padre José...
¡Cuántas veces no me robó el tiempo para mostrarme el camino a mi Padre! "Jeshua", me decía, "te enseñaré un camino de luces y de paz que te conduce a Dios tu Padre". Continuó una historia que yo me presuponía, pero de la cual aún no estaba seguro hasta ahora. Sus palabras, como ahora - de eso hace ya 11 años, cuando yo tenía diez - sonaron como un canto en un pozo profundo. Me dijo lo siguiente: "Jesús, hijo, te contaré una historia de la cual te vas a extrañar mucho pero es la verdad de mi corazón"...en un gesto como de adulto, me monté a una silla y luego encima del mesón que allí había y le extendí los brazos como queriéndole agarrar la barba para hacerle caricias...él, por su parte, agarró una silla y la invirtió para sentarse encima del espaldar y quedar a la misma altura que yo...
"Jesús, antes de que nacieras, yo era un hombre mayor, con los hijos a quienes tú llamas hermanos. Ellos son hijos de otra mujer porque antes de tu madre, hubo otra mujer que ya murió..." Yo lo miraba sin entender pero él me dijo: "Te lo voy a explicar mejor".
"Yo tenía mi casa con mis hijos y mi esposa había muerto años atrás. Un día los sacerdotes del templo me llamaron por medio de los herodianos; además, convocaron a los jóvenes de la ciudad y también a aquellos que aún teniendo su famlia, habían perdido como yo a su mujer. Yo me presenté al templo. Joachim, sacerdote amigo del templo me explicó qué pasaba. Tu madre María tenía 13 años y debido a esa edad - la edad en la que le vino las reglas - debía ser entregada a un hombre para formar un hogar. Se formó un revuelo porque ella apeló ante el sumo sacerdote su voto de virginidad. Ellos le explicaron que no podía permanecer en el templo por más tiempo así que debía ser entregada en compromiso a un hombre justo de Israel.
Pues bien, aquel día nos presentamos muchos y la exigencia era entregar nuestros cayados. Yo lo entregué pero en medio de esa especie de ceremonia, me sentí mal interiormente y sin que nadie notara, me fui casi avergonzado por tener que "competir" por una doncella.
En la tarde me enteré que los sacerdotes esperaban una señal de parte de Yahvé pero nunca llegó. Se enteraron que yo me había ido porque mi cayado aún permanecía en el templo. Al día siguiente me mandaron a llamar y cuando me entregaron mi cayado, resulta que una paloma empezó a revolotear por el atrio del templo y algo verde empezó a brotar de la parte superior de mi cayado. Como hipnotizado, vi que de eso verde a su vez se desarrollaba un color blancuzco que no lograba entender. Mientras me fijaba en eso, Joachim y otros sacerdotes más, me dijeron que yo era el elegido por Dios. Me negué alegando mi edad y mi familia. Joachim me recordó no rechazar la voluntad de Dios.
Pedí tiempo para construir una pequeña casa para ella, alejada de la mía y así poder ella cumplir con su promesa a Dios mientras que yo la atendía. Los sacerdotes accedieron...". Ese cayado lo tengo en el taller y es el que has visto muchas veces con tres lirios en su punta.
Yo, sin decir nada -, ¡Cómo iba a decir algo a los 10 años!, lo oí atentamente y sólo se me ocurrió preguntarle simplemente: "Papá, ¿qué es la voluntad de Yahvé?. Lo dejé aún más pensativo porque pensaba que le iba a hacer más preguntas acerca de lo que pasó pero no. Se quedó pensativo y me respondió:
"¿Qué es la voluntad de Dios? Josh...si logras entender esta otra historia, entenderás qué y cuál es su voluntad...
Habían pasado dos años desde aquello. Tu madre tenía ya quince años. quizá dieciseis. Ese día regresaba del campo. Estaba acompañando a mis amigos y algunos que hoy llamas tíos. Tu madre y yo, según la ley, estábamos comprometidos, pero ese día, al entrar a casa de tu Madre María, había un silencio como un sepulcro. La piel se me erizó toda. Mis pies se hicieron pesados y logré llegar a donde estaba tu madre. Ella, sentada en el piso de su cuarto, recogidas sus piernas hacia atrás y con las manos entre sus vestidos. Tenía una cara como de haber visto algo fuera de este mundo..." ; Yo lo interumpí preguntándole ¿cómo qué José dime? Él siguió: "No sé Hijo. Era diferente: iluminado su rostro pero triste, sombría. Me contó lo sucedido y como cualquier hombre herido, salí corriendo de allí, furioso, confundido..."
Yo no le entendí nada pero busqué su cara, intentando hacerme uno con él. José no lo había notado pero asumió aquellos sentimientos de hace muchos años...le pregunté con mi fina voz: "¿Qué pasó José? ¿qué te pasó?
"Recuerdo que corrí hasta el campo descubierto y la rabia hizo que me sentara debajo de un olivo, aguantando las ganas de llorar".
Aunque mi edad no me permitía razonar mucho, le dije... "José, mira. Las cosas de Abbá las conozco muy bien. Él se fija en todos los corazones y elige de entre ellos a los que pueden resistir una carga y un misterio que ha de perdurar en la eternidad". Se me quedó mirando en aquella oportunidad y sonriendo me dijo: "¿Eres tú Jesús mío? ¿Sabes lo que dices?. Le respondí "Sí. Mi Padre Dios te eligió para ser mi padre aquí en la tierra y aunque tú sentías que todo estaba perdido, él te habló al corazón para mostrarte lo oculto a muchas mujeres y hombres que deseaban ver ésto por lo que tú pasaste"... Se arrimó al mesón donde estaba sentado y me agarró entre sus fuertes brazos y en el silencio, me besó quedándose callado por un momento.

En ese momento, hubo un gritó en la casa...Los Sacerdotes que habían venido a la casa, dieron un grito de dolor y fue cuando el ensimismamiento que tenía llegó a su fin. Supe que José entraba en agonía; me acerqué. Su pecho ya no se expandía y su rostro era pálido. Mi Madre me miró de reojo, llorosa. Hizo un camino para acercarme a la cabecera. Recuerdo que mis lágrimas rodaron por mi cara de forma copiosa, pero mi pecho respiraba tranquilo. Eran sentimientos encontrados como hace rato: tranquilidad y paz, pero dolor de verlo irse...me arrodillé y lo besé en la cara y en la frente...aspiré profundo hasta donde lo permitían mis pulmones y me estremecí como un niño. A la par, José expiraba, ladeando un poco la cabeza hacia mi y dejándonos para irse al lado de mi Padre Yahvé.
Mi último gesto como hijo agradecido fue besarlo una vez más y quedar mi cabeza recostada en su pecho, dándole gracias por todo lo recibido de él. En la casa se sintió una brisa fresca y agradable, signo del paso por la vida.

Capítulo XI. Una vida que mengua. (1ra parte) Del 12 de Marzo al 19 de Marzo de 2009.

Hola..estoy de nuevo contigo...gracias por dejarme entrar en tu vida.
En el capítulo anterior te he contado cosas de mi vida. ¡Por supuesto que hay muchas más! pero supongo que para no aburrirte dejo tantas escenas que llevo aquí guardadas en el corazón y te permito que tú también puedas contarme cosas que de seguro querrás compartir conmigo...
¿Sabes? Cercano a ese cumpleaños que te conté; a mis 21 años, José, mi padre y el mayor de los carpinteros, se sintió mal una mañana del mes de Marzo. La posición en la cama le había hecho enfermar más de los pulmones, amén de que el serrin, como te digo, ya había hecho daño. Se fueron consumiendo sus carnes pero mi madre, que por cierto aún era una hermosa joven de 36 años, lo atendía con desconsuelo y preocupación. Los hijos de José, que eran de la casa, corrían buscando cosas y nos ayudaban en la atención de este hombre que lo había dado todo...recuerdo que ese día había tanto barullo en la casa que yo me quedé absorto, arrinconado. Ustedes en el presente usan una expresión que puede definir lo que me sucedió: "Se me fueron los tiempos"...sin quererlo, se me quedó fija la mirada, justo desde donde yo estaba.
En una sala que el mismo José había construido para estar juntos, distinta del resto de las salas y quizá aislada de la casa, los hechos pasaban por mi mente a pesar de que veía el corre corre por la atención hacia José...
Explicarte qué me sucedió, quizá no pueda, pero me entró una depresión saber que no podía hacer nada por él...que algo me decía que ya era su hora; que no me preocupara por él, puesto que Dios Padre lo reclamaba y otros sentimientos, chocaban fuerte en mi cabeza y en mi corazón, acompañados de fuertes latidos de corazón.
Además de ello, se me amontonaron recuerdos, viviencias...por ejemplo, cuando tenía cuatro años, logró hacer rampas para que yo no tuviera problemas al entrar en algunos lugares de la casa que, tenían desniveles muy alto para mi edad; en esta edad, también gozaba hacer de "caballo humano" paseándome por la casa y durante un buen rato jugaba conmigo...eso me llenaba el corazón de alegría...sin contar las veces que solté risas por sus tantas "morisquetas".
Otro recuerdo bello para mi es ver cómo él, en cierto modo, se peleaba con mi madre, para darme la comida...yo, por supuesto inocente, me identificaba con él porque, mientras mi madre me sentaba en una silla que él mismo José había hecho para mi, él me sentaba a la mesa, del lado izquierdo suyo, y repartía una cucharada para él y otra para mi...¡Claro!, María servía un plato generoso y casi "rabiosa" se daba por vencida e iba a comer en la cocina...
Una vez me llevó casi corriendo a la cocina mientras mi madre estaba asustada. Resulta que en uno de los descuidos de José, yo volteé el plato de comida sobre mi túnica y me ensucié todo...¡menos mal que José enfriaba la comida antes de dármela! pero fui un completo desastre...el almuerzo terminó en limpieza...
José era un buen Padre...al estilo de Dios mi Padre...era hacendoso...nunca faltó a sus compromisos; siempre se levantaba temprano, casi compitiendo con mi madre por ver quién alababa a Abbá ya desde el alba. Nunca vi en el taller desorden de las piezas de madera o de las herramientas, especialmente las que implicaban un peligro para mi; José tenía una voz fuerte pero en la familia, su voz nunca fue la de un hombre altanero...competía también con mi madre en dulzura...aún de manos fuertes, sus caricias eran dulces como las de mi Padre Dios y lo que más me encantaba era cuando me alzaba con una mano que ponía sobre el pecho para hacerme sentir que volaba. ¡Tantas veces que oía los gritos de mi madre!: "José, estás loco? Mira que se te puede caer el muchacho. Bájalo ya de donde lo tienes, no vaya a ser que suceda algo inesperado"; "María por favor"- decía él con toda tranquilidad -, "mientras yo lo sostenga, no pasará nada". Ella volteaba angustiada pero a la final, sonreía porque en el fondo reconocía que su vida se había sentido fuerte en él.
La cantidad de veces que vi a José, porque lo acompañaba, ir a donde las viudas para reparar sus cosas. Cumplía con fidelidad la Torah; Yahvé mi Padre lo escogió entre todos por virtuoso y justo. En él, la fidelidad ha sido una pieza fundamental. Pero no sólo era con las viudas sino con todos...inclusive en dos ocasiones José puso sus anchas espaldas para proteger a un joven que desde el caballo iba a ser azotado por un soldado romano. José tenía un corazón grande, amaba y lo amaban...

CAPITULO X. Mis secretos (3ra parte). del 4 de Marzo al 11 de Marzo de 2009

Pues sí, amigo...Séfora...esa chica robaba el corazón...te diré más...quizá fue el anticipo de lo que me sucedió varias veces y tiempo después...ésto sucedió antes de que se fuera...
En un día caluroso del mes de Agosto, estando yo en la carpintería, Séfora se había acercado, como siempre, en secreto. Yo ya reconocía la forma en que llegaba y dónde se colocaba para mirarme...tenía hábitos predecibles...
Estaba yo realmente cansado, sudoroso...había trabajado sin parar en unas mesas que debía entregar cuanto antes...pero ella, como a las siete de la tarde, llegó al taller con una fuente de agua...sin preguntar, me separó de la mesa de trabajo, me arremangó la túnica - que de hecho tenía arremangada - me descubrió el pecho y se agachó para remojar una pequeña toalla...me limpió el pecho, los brazos, el cuello...se acercaba demasiado y olía su cuerpo...estaba perfumada y los cabellos negros le caían en sus hombros...luego siguió con la cara y los cabellos...me besó en la frente, en la nariz, en la comisura de los labios...tenía un rostro resplandeciente...estaba contenta; su cuerpo respiraba el silencio que solo las mujeres saben guardar...terminada su labor se retiró a casa...y yo, me quedé sin fuerzas, obnubilado por lo sucedido...me senté y respiré hondo pensando qué había pasado y me quedé con la alegre impresión de su cara y su olor...no sólo lo hizo ese día...hubo oportunidad para otras tres veces...
Cambiando de tema, me encantaba los niños. ¡Uf! Eran la bendición de mi Padre Dios en nuestro pueblo. Joachim - como mi abuelo - era uno de los más tremendos; pero había otros: José, Leví, Rubèn, y otros tantos...corrían por todos lados y parecían una amenaza para los abuelos, pero también para todos aquellos que no estaban pendientes de las esquinas ni de las calles del pueblo...salían corriendo o tirando cosas al aire que pronto pegaban en las cabezas de los mercaderes que despotricaban contra ellos...
Los días libres en que no tenía trabajo fuerte, iba haciendo juguetes grandes, como potros para que saltaran sobre ellos...muchos gritaban como sus padres, que esos caballos servirían para luchar contra los paganos romanos que invadían nuestras tierras...me decían: "¿Joshua, podrás hacer para nosotros espadas y escudos?", sonreía y les decía que tenía algo mejor...con ayuda de mis amigos, contruímos a las afueras del pueblo unos pasillos de madera y hierro como túneles y unas especies de planchas altas muy bien pulidas para que se lanzaran y cayeran en una piscina de paja que los mayores se encargaban de renovar...era casi una alegría verlos juntos, pero realmente a la vez, era una descanso porque ya las mujeres se quejaban de los cántaros rotos, producto de sus correrías y empujones...
Tenía 21 años...Era Marzo, comienzo de la primavera...mi madre, para recordar mi cumpleaños preparó unas deliciosas tartas de moras. Sabía que no necesitaba invitar a nadie porque más bien era raro que la casa estuviera sola...si no eran las mujeres que hablaban con mi Madre de costura, bordado o cocina, eran los ancianos de Israel que visitaban a José, mi padre, que además de anciano, estaba muy enfermo...padecía de dolores intensos de huesos...
Ese día como te digo, mi madre se levantó temprano para limpiar atrás, en el solar de la casa...me extrañaba que varias chicas estuvieran con ella sin embargo, después de mi habitual oración a Abbá, me fui al taller...con la claridad del día empecé mi faena mientras pasaban las horas...el día no tuvo mayores misterios hasta llegada la tarde...eran las seis de la tarde y el sol aún brillaba. empezaron a oirse los gritos de mis amigos... distinguía claramente a Benjamín, Santiago y a las muchachas que se acercaban a la casa...los muchachos como siempre me hicieron un asalto y gritaron: "Feliz cumpleaños" y, cargándome en brazos me llevaron hasta los toneles de agua que teníamos para las bestias y allí me tiraron para "restregarme" del sudor del trabajo...
Ya Abigaíl me traía unas toallas para cubrirme y secarme. Esa tarde - noche fue deliciosa, como muchas tantas en las que me sentía amado por mis amigos, por mi familia y en el silencio de mi corazón daba gracias al Padre por experimentar esta humanidad, la amistad y por supuesto, la presencia en la alegría...en esa noche conocimos de unos cuantos compromisos entre mis amigos y amigas...

Capítulo IX. Mis secretos (2da parte). Del 26 Febrero al 03 de Marzo de 2009

Muchos piensan que mi infancia, adolescencia y juventud por ser Hijo de Dios, no tuvo esas travesuras y aventuras que todos tenemos...¡vaya!, de la misma forma que muchos piensan que no lloré o me reía en la vida...¡incontables son los momentos!
Ya te he contado las cosas de mi mamá...las veces que me corté los dedos por meterlos donde no debía; o las veces que venía llorando a donde José, mi padre o María, mi madre para mostrarle mis manos y descubrir que lo que me dolía eran unas cuantas astillas de madera que me había hincado...o las veces que hasta los diez años, corría como loco con tan mala suerte que mis túnicas y mis rodillas se rompían...
Al principio todos se preocupaban, pero ya mis padres ni mis abuelos se preocupaban...era casi seguro que había sangre pero más bien se reían porque siempre me decían que tenía un gusto por el piso...
También estaban las más sorprendentes: cuando mi madre se descuidaba, le quitaba un ánfora, la llenaba con el agua sucia del abrevadero de los animales y me iba escondido al patio. Mezclaba barro con la paja que encontraba y hacía unas hermosas palomas que parecían gallinas y codornices y salía gritando a donde estaba mi madre para regalárselas. Ella, en los primeros momentos se asustaba, pero también, como en otras cosas, me dejó tranquilo - aunque me tenía un ojo puesto -.
Todo ésto va llenando el existir ¿sabes? y me encanta decirlo, porque todos tenemos experiencias que contar...todos nos parecemos, en especial la frase que me gusta mucho decir: "vivimos en un mundo en el que corremos por la vida en presencia de Dios Nuestro Padre"...él mira con ojos de bondad las cosas que le agradan a su corazón pero también mira aquellas que nos apartan de él y con hilos de msericordia, cierra muchas veces sus ojos y otras veces nos mira de reojo para que sepamos que él quiere algo mejor de nosotros...
Llegados ya a los dieciocho años, sentíamos la presión en el pecho porque ya no éramos los chicos de antes. Veía a mis amigos más maduros.
Nos había cambiado la voz de forma total, la barba y bigotes iban saliendo. Los vellos salían en todas partes del cuerpo y la cabellera cada vez más larga. Nuestros cuerpos no eran los mismos, inclusive ya mi madre María no me acariciaba de la misma forma que antes. Su dulzura se tornó de otro estilo. Me acercaba a ella en las tardes... ella me miraba con ojos tiernos y ya no me decía: "ven hijo de mi corazón" sino "Jesús tierno, siéntate a mis pies". Y lo hacía con un gusto enorme...me sentaba en el piso y buscaba sus manos. Ella se zafaba e inmediatamente me acariciaba los cabellos...quedaba callada.
Intentaba buscar dónde se le había perdido aquél niño que corría furioso a sus brazos, que recorría con sus dedos sus cejas, que acariciaba con sus pequeñas manos su rostro que seguía siendo hermoso...casi sin decirlo, ella sentía que me perdía, porque era ya un hombre...debía ser el joven respetable de la familia, ya que José estaba ya anciano. Sentía que reclamaba de mi ese hombre fuerte para acompañarla aunque desde pequeña, mis abuelos la educaron para ser fuerte aún en la soledad.
¡Ah, madre, cuántos beneficios de tu amor! contigo la dulzura humana, los abrazos y los besos se tornaban el cielo de mi Padre Dios...deseaba estar con ella, pero sus actitudes me impulsaban a una vida de adultos...pero eso sí, no perdíamos las tardes para encontrarnos en el silencio del corazón, los tres: mi Padre Dios, mi Madre y yo.
A esta edad ya no me encontraba con mis amigos. Todos estaban ocupados: unos atendiendo animales y bestias; otros en el campo, atendiendo las siembras y los trabajadores; otros se habían hecho al negocio del vino y yo, tal como me lo enseñó José, atendía el taller...doy gracias a Abbá mi Padrecito, porque José fue un ejemplo de bondad, paciencia, humildad y entrega en la familia. Fue bendecido por Yahvé para ser fuerte cayado en nuestra familia. Ahora ya, casi solo, yo tenía que recibir las demandas de trabajo de los vecinos que siempre necesitaban de muebles y piezas de madera, o de otro modo, me buscaban para arreglar a domicilio cualquiera de las cosas que se dañaban por culpa de la polilla...

¿Que si tenía tiempo para el amor me preguntas? Ja, ja, ja ya te cuento...
Me da risa porque ahora que me acuerdo, estando yo en el taller y ante la ausencia de José, que ya estaba postrado en cama, muchas de las muchachas de alrededor venían escondidas hasta las ventanas y en silencio, se ponían a mirarme como si fuera un espectáculo trabajar en la madera...
Me daba cuenta que estaban allí por dos cosas: Mi madre, consintiendo eso, se quedaba mirando, escondida y me hacía señas de que ellas estaban allí...la otra forma es que cuando ya no aguantaban más, una de ella, hermosa como siempre, se reía de forma maliciosa y cuando veía a ellas, me remedaban en el trabajo mostrando que tenía grandes músculos...
¡El amor sí...carnal!...necesario para compartir la vida pero no es todo...mi vida dio un vuelco mayor...y te lo voy a explicar. aunque estas palabras no lo dicen todo...
Por supuesto que la belleza de las mujeres, sobre todo las de Nazareth, era notoria...Mariam, Betzabeth, Iris, Dèbora, Ruth, tantas chicas...amigas todas...cada una tenía una belleza particular. con ella nos intentaban "seducir" si así se puede decir, a los que gozábamos su edad...éramos un grupo bello...Séfora era mi preferida...tan alta como yo, ágil como mucho de nosotros...ella robó mis amores juveniles porque nos retaba a los varones, a espalda de los mayores...nos decía que la historia de Israel, aunque estaba escrita por hombres, la habían hecho las mujeres...nos insistía en aquellas gestas de tiempos antiguos...tantas mujeres que habían apostado por la historia de Israel y por el Mesías de Dios...la esposa de Moisés; unas cuantas jueces de Israel, Ruth, Judith, la madre de los macabeos...¡era cierto! mi Padre Dios había guiado la historia del pueblo entretelones y su actuación estaba vedada a las mujeres de Israel.
Séfora era preciosa, muy bien proporcionada. Inteligente y despierta, tenía además una voz sorprendente...para hacerse notar, entraba cantando a la casa y con el pretexto de hablar con mi madre, se escapaba al taller donde yo estaba.,,preguntaba muchas cosas mientras colocaba flores en un jarrón para adornar el taller de José; decía preguntas como: "Jeshua, eres zurdo? No? Por Yahvé! De seguro que debes ver el mundo de ese lado. (Nunca entendí qué quería decir con eso); "Jeshua"Qué cosas preferidas te gustan en las comidas? dime Jeshua, en qué te consentía y te consiente tu madre?" y otras tantas.
Compartíamos juntos y María mi madre se acercaba al taller y se quedaba callada, aunque era cómplice de Séfora en las cosas que hacía.
La parte triste de la historia fue la siguiente: su hermano y mi amigo Santiago, golpeó a un soldado romano y lo dejó medio muerto en la calle...es raro, porque el soldado estaba ebrio y solo. Santiago lo golpeó muy fuerte y entre gritos, le dijo que se fueran del pueblo escogido por Dios...que ningún soldado debería violar la tierra santa que pertenecía a Yahvé...Santiago huyó...
Al día siguiente, con un piquete de soldados romanos, se supo la noticia de que el soldado había sido encontrado apuñaleado...el papá de Séfora, aquella misma tarde del hecho, por miedo, la mandó con su madre y el resto de sus hijas a las montañas...desde aquella vez no la vi...algunos cuantos de nosotros fuimos golpeados para descubrir la verdad...supimos posteriormente qué había pasado: fueron unos zelotas que estaban de visita en el pueblo y viendo aquella golpiza, aprovecharon para matar al soldado...
tuvimos que presenciar la flagelación que le propinaron a Santiago. Algunos cuantos de nosotros reclamamos, pero inmediatamente, un piquete de soldados, cerraron filas y blandieron las espadas a nivel de su pecho, esperando la orden del decurión de guardia para maltratarnos una vez más.

Capítulo VIII. Mis secretos para ti. Semana del 18 Febrero al 25 febrero 2009


¿Tienes amigos? ¡De seguro los tienes!...te puedo decir que la adolescencia y la juventud me apasionan cuando las recuerdo...!son años intensos de vida!... de seguro muchos te dirán que no hay que desperdiciar esos años que regala la vida. ¡Estoy de acuerdo! Estoy seguro: mi Padre no se equivocó al poner mucha intensidad en la vida del hombre...en este tiempo y más ahora, comprendo la belleza de la criatura creada: el hombre debe reproducir con pasión todo el fuego que lleva dentro de sí...eso que llamamos sentimientos, deben ser expresados en su máxima intensidad...te voy a explicar cosas que suceden ayer y hoy...
Entre los catorce y dieciocho años, la juventud en nuestro pueblo estaba por todos lados...me parece que mi grupo y yo existíamos en este planeta...eran muy pocos a los ancianos que veíamos; hasta a nuestros padres los veíamos como jóvenes y en especial a mi madre María...¡Uff! ¡Tenía 29 años y a pesar de que la respetaban, hasta mis amigos cercanos la miraban, resaltando su belleza y la dulzura con que amaba a José!
En esa adolescencia y juventud competíamos en fuerza...a cada rato nos tirábamos los varones en la calle pretendiendo golpearnos y ver quién era más fuerte; otras veces jugábamos lo que juegan en muchos pueblos: montarnos encima de otros a ver quien soporta "el pilón" y en otros casos, hacíamos carreras largas para ver quién tenía resistencia...
Otro de nuestros juegos favoritos era hacer carreras de carretas humanas. En pareja, nos agarrábamos por los pies y uno de nosotros, con las manos, intentaba llegar lo más rápido posible a donde estaba la meta fijada con anterioridad por otro o por las chicas ¡Qué fuerza respiraba la vida!. ¡Nos matábamos queriendo vivir!.
Todo era sano...te confieso que algunas veces mis amigos me veían fuerte, porque mis músculos se habían desarrollado en el taller. Cargaba madera de aquí para allá y hacía fuerza serruchando o cargando piezas de hierro que iban incrustadas en los muebles de madera que hacía José...eso sin contar con que las madres de nuestro pueblo nos llamaban, previo permiso de nuestras madres, para ayudar a colocar cualquier cosa pesada en su sitio o alzar una carreta para arreglarle las ruedas...
¡Ah! y cuando teníamos que ir al campo a "azotar" los olivos para descargar las aceitunas...nos poníamos muy serios los varones mientras las chicas se movían graciosamente, alzando las cestas y sus vestidos, llevándose toda la carga de aceitunas a las casas o carretas. !Pero eso sí! al terminar nuestro trabajo, no sé por qué nos daba como niños para usar las varas que teníamos y empezar a luchar como si fueran espadas. Caíamos como niños, cuando uno u otro nos "atravesaba" con las armas y nos "hacíamos los muertos". Nuestras madres y las chicas al principio, nos decían "niños" pero ya estaban preparadas para la lucha, al final de la jornada. Total que todo era risa que nos llevaba lentamente a tirarnos todos juntos en el piso para descansar.
El tiempo de almuerzo era una fiesta. ¡Bueno! nuestras madres habían llevado cosas en cantidad para comer. Nos decían que comíamos más que una bestia que había pasado días en el desierto...Fanuel, hijo de Ruth y Absalón, era uno de mis amigos; era grueso como yo y comía en cantidades...se estaba poniendo muy fuerte...yo me le lanzaba al final de la tarde en las espaldas para que me cargara como si fuera "el burrito", mi burrito. algunas veces, cuando intentaba bajarme, me sostenía una pierna y me tumbaba al suelo y después de llenarme de tierra, me hacía cosquillas y me halaba el cabello que ya lo teníamos largo... yo lo agarraba por los brazos e intentando con una llave de lucha, lo tumbaba al suelo y también le hacía unas cuantas maldades que a la final, lo hacía sentir feliz.
Qué otras maldades hacíamos? !Imagínate! en ese gran terreno de olivares había semillas de olivo y a alguno de mis amigos, se le ocurría gritar !Guerra! Al instante, quien no estuviera atento, recibía la mayor cantidad de golpes de aceitunas podridas que después, eran motivo de regaño de nuestras madres. Las manchas, entre verde y grasa, eran muy comunes.
Recuerdo también otro amigo...se llamaba Leví...vivía como a un kilómetro de la casa pero se la pasaba mucho tiempo en la casa de su tía Mariam...a pesar de ser fuerte, algo pasaba con sus pulmones...se cansaba muchas veces y perdía la respiración cuando bajaba la temperatura...Josè mi padre, se apiadaba de él y a escondidas, le preparaba vino caliente y con aceite le daba a tomar, y al terminar Leví, le permitía que le golpeara la espalda en forma de masaje, para calmarle su falta de respiración...eso lo reconfortaba...descubrí que José lo hacía porque tenía un hermano que murió joven. Mi abuelo, me contaba, hacía ésto mismo y lo ayudaba mucho...sobre todo cuando el serrín de la madera le causa estragos al respirar.

¿Travesuras? ¡Claro que hacíamos! déjame contarte...

Me acuerdo de una vez que estábamos haciendo competencia de pesas...la pesa era una de las carretas que se iba cargando con aceitunas...Gerson, Benjamin, Leví, Santiago, Judas, Fanuel, José, Neftalí y mi persona, nos colocábamos en los transversales de donde se ataba la carreta a las bestias. Todos íbamos pasando uno a uno y una de las chicas, Raquel, que siempre se la pasaba con nosotros - siempre que no la veían sus padres - medía la altura...pero !no faltó mi amigo Fanuel! se paró delante de los transversales, echó un grito y alzó hasta donde pudo, con la mala suerte que la carga se fue para atrás y se cayó todo al piso...!Salimos corriendo!
Otra vez, haciendo el juego de lo que hoy llaman "cero contra pulsero", estábamos saltando. Tocaba mi turno y cuando salto, lo hago con tanta fuerza que me llevé por delante a una de la chica...Isabel...le caí encima y quedamos cara a cara en el suelo...!Claro! el peso mío era de unos cuantos kilos. Ella se puso roja, avergonzada...los muchachos al verme, se rieron y me empezaron a silbar como queriendo decir que estábamos enamorados. yo salté del susto, porque en primer lugar pensé que le había hecho daño; habían piedras en el suelo. Pero también pensé en su papá que tenía buena contextura y podía darme una tunda, pero la cosa no pasó de un susto.

Tengo otras historias pero lo dejamos para el próximo capítulo...