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Jesús, tu amigo y Señor

Jesús, tu amigo y Señor
Déjate fascinar por el Dios-hombre que muertra la dulzura de su Padre

Capítulo III. LA ORACIÓN FUE MI CALDO DE CULTIVO. del 18 Dic al 25 Dic 2008


...La oración...fue mi caldo de cultivo...

¡Pues sí! Mi madre y José, muchas veces se quedaban agradeciendo a Dios por tantas maravillas, aunque algunas veces, María lo calmaba cuando él llegaba molesto al oir que los soldados romanos habían entrado con violencia en algún pueblo, habían matado o hecho cosas malas.
Los romanos habían implantado la "pax romana" en todas las provincias que habían dominado. Desde Hispania hasta Persia; casi todo el territorio dejado por alejandro Magno unos cuantos años atrás, era su dominio, pero su paz no era tal, porque a pesar de que dejaban que cada provincia tuviera sus jefes y estructuras políticas y religiosas, nosotros éramos sus esclavos y sometidos y debíamos pagar impuestos tanto a ellos como a los propios jefes de nuestro pueblo. el atropello era feroz.
Recuerdo muchas de sus quejas que eran silenciadas en la oración.
Hablando después de todo, ¿quién dijo que eran los hombres que sabían más del amor de Dios? como en todas las culturas, las mujeres son mujeres especiales, sufridas, las que llevan el peso de la casa y el cuidado de todos los hombres...muchas veces pensé que Dios, mi padre, las había creado para consuelo del hombre...calman todas las tempestadesque hay en el hombre. Parece como si neutralizaran todas las dificultades cuando el hombre se encuentra en angustia, pero este mundo loco, desenfrenado, ha hecho de ellas un objeto de uso...la genitalidad hastía toda forma de relación...
José era un caballero...realmente un Padre...María era su complemento, fuente de diálogo, capacidad de consejo y quizá, un toque de visión clara para aplacar la rabia que lleva el hombre por dentro. En las mujeres, el diálogo y la escucha son dos armas potentes para seguir luchando adelante en la vida y mirarla con más equilibrio.
¡Ah! ¡Los viajes! me encantaba cuando de madrugada teníamos que partir hacia Jerusalén. Nuestro hogar en Nazareth quedaba muy, pero muy lejos de Jerusalén. Estábamos al sur de Galilea. Llegar a la gran capital de nuestras tierras implicaba recorrer toda Samaria y un buen trecho de Judea. Mucho territorio, mucho calor...pero partíamos alegres con buena provisión de pan, de agua y frutos secos. Partíamos por lo general un buen grupo de la familia y conocidos; eso nos alegraba más porque yo corría por todos lados con mis amigos, amigas y mis primos. Cuando teníamos mucho calor, buscábamos la sombra de las bestias al caminar. Eramos pequeños y acercarnos a ellos nos bastaba para que la sombra nos cobijara, pero otras veces nos adelantábamos mucho y en las pequeñas dunas que se formaban, armábamos tal revuelo, tirándonos entre la arena que, para cuando llegaba la caravana, nuestras madres nos llamaban a subirnos a las bestias y sacudirnos para que permaneciéramos limpios. María, mi madre, me decía: : "Evita hacer eso Jeshua. Estás sudando todo y la arena se mete por los oídos, ojos y...!mira cómo tienes el cabello! en el próximo oasis que encontremos, te vsa dar un chapuzón para que te saques toda esa arena". siempre terminaba sus molestias diciendo: "está visto que un muchacho no es gente". José, mi padre, se reía para sí, porque mi madre se preocupaba por todo.
en otra oportunidad, recuerdo que, en el camino, Mi madre María me mandó subir a la bestia con ella y me hablaba de cosas que habían sucedido no hace mucho. Yo tenía solo 11 años.
Me habló de cosas terribles que sucedieron en Belén. Dice que José la llevó con él a este pueblo, porque al emperador se le ocurrió hacer un edicto. Se leyó en todos los pueblos y se proclamó en cada plaza...todos tenían que ir a su sitio natal para ser censados. José se puso nervioso porque años atrás, a nuestros padres los contaron como ovejas y se los llevaron a otras tierras. Muchos de los nuestros no volvieron. Se llevaron lo mejor de la sociedad: a todos los que eran útiles y tenían profesiones en el pueblo; ebanistas, herreros, fundidores, escribanos, príncipes, cortesanos, sacerdotes, etc. . Muchas naciones poderosas hacían con nuestro pueblo lo que querían. no sólo eran los persas; fueronlos griegos, los egipcios y ahora los romanos.
Eran días muy oscuros , fríos...aún así, nosotros fuimos allá...yo me le quedé mirando.
Esa noche, decía ella, no encontraron ninguna posada. Todo estaba lleno, ocupado, y nosotros llegamos al final del día. Nadie, en ningún lugar daba un lugar de reposo para estas dos personas...
José nervioso, tomó las riendas del burro, y bajó por un pequeño cerro y, viendo a un hombre con la lámpara encendida, le preguntó si conocía algún lugar para guarecerse. Sus palabras no fueron muy positivas pero le ofreció una esperanza en medio de esa noche oscura y fría: un establo: lleno de animales, no muy aseado pero era lo único. José, temiendo que el frío arreciara, optó por no buscar más...
María calló por un buen momento...luego siguió: " Naciste tú Jeshua, un parto sin dolor, pero hermoso. No necesité de más luz. Tú eres mi luz...Algunas mujeres que oían, mientras bajábamos, fueron en busca de unas parteras pero llegaron tarde. Tú te le adelantaste.
José, tu padre, se comportó como todo un hombre. Muy asustado, se dejaba guiar por mi cuando le decía que calentara agua y metiera unos trozos de lino y como pudiera, los sacara para limpiarte"...
Unas lágrimas corrieron por su cara mientras yo se las limpiaba con las mangas de mi túnica.
"Para cuando llegaron las parteras, tú ya estabas envuelto en las mantas que yo cargaba y junto a mi pecho... !Oh, Jeshua! eres lo más grande que Yahvé me ha dado". Yo la oía con suma atención pero en un acto inconsciente, ella me abrazó y me atrajo hacia su regazo y sin darse cuenta, hizo que con su calor maternal, yo me durmiera entre sus brazos. No sé si hablaría más, pero lo cierto es que ya habíamos llegado a la gran ciudad.

CAPÍTULO II. HOLA...¿TE ACUERDAS DE MI? SEMANA DEL 10 DIC AL 17 DIC 2008



Hola...¿Te acuerdas de mi?
Te he dejado unos cuantos días para que "rumiaras" mis historias de cuando niño.
Antes, me quedé en las veces que mi madre, por mi "sana torpeza" me echaba de la casa. ¡No podía con tanto! Je, je...las cobijas pesaban mucho para mi y las cosas de mi abuelo...por lo tanto, iba a parar al taller de mi papá José...como te decía, le tenía que gritar para captar su atención...sudado, me veía...
Primero, se aseguraba que yo no iba a agarrar cualquier cosa cortante y segundo, que no fuera a tumbar las maderas que tenía cerca, luego se sacudía el mantel, se sacudía el aserrín de los brazos y me preguntaba qué quería. Mamá decía que muchas veces se me quedaba mirando con dulces ojos y repetía muchas veces la frase "Qué quiere mi Señor que viene a mi humilde taller?"
Con mi habitual ¿ah? de infante inocente que no comprendía sus palabras de adulto, le daba a entender que me sentía aburrido y me colocaba en una silla especial para mi, en la que yo permanecía parado, viendo todo lo que él hacía, pero eso sí, no podía alcanzar nada de lo que tenía en la mesa de trabajo.
¡Era fuerte mi padre!. el vaiven de los brazos, el torso y sus hombres al cargar las pesadas maderas...inclusive cuando los soldados romanos venían a ordenarle un trabajo, se quedaban alejados de él. Siempre me extrañó eso porque mi padre era no sólo popular, sino que era muy amable y cercano para con todos. Era mi ejemplo para ser "popular". No habia nadie que no lo saludara. Hasta mis amigos, cuando se acercaban al taller, llegaban corriendo para buscarme a jugar, pero se dejaban seducir por el trabajo y la destreza con que mi padre hacía de la madera, una hermosa pieza.
Con un !Hola, maestro José! se paraban de golpe para entrar más lentamente y acercarse a su mesa de trabajo y ver con qué destreza sacaba tacos de madera para ser empatados en otras piezas, hasta lograr una mesa o cualquier otro mueble. Muy pocas piezas de hierro incrustaba josé en sus obras de arte.
Total que entre mi padre y mi madre, sin contar mis abuelos, estaba orgulloso.
Hay otra cosa que tengo que contarte: las veces que José, cansado, se tiraba a los brazos de mi madre. La abrazaba; se abrazaban...sus miradas eran dulces. !Se amaban! No necesitaban más que alejarse un poco de mi y hablar en voz baja...¿hablaban de amor? ¡Sí, ya lo creo! porque al rato, mi madre metía sus manos en su propio regazo en señal de oración y José se tiraba al piso y recostaba su cabeza entre las piernas de mi mamá. Se quedaban un rato en silencio, aunque ella, María, siempre proclamaba lo grande que era Dios con ellos y con nosotros...
¡Yahvé! resonaba como algo que me hacía temblar...me gutaban esas palabras que decían - y me recuerdo con mucho cariño -: "Señor, Dios de nuestros padres, que te has dignado bendecirnos con una familia, mirando nuestra debilidad. Te damos gracias por generaciones sin fin, porque has fijado tus ojos en estos humildes siervos...gracias por el fruto de mi vientre...obra tuya es. Alabado seas Yahvé, nuestro Dios. Gracias por nuestro ser. Tú sabes por qué nos has escogido en esta empresa de amar, cuidar y enseñar a tu Hijo. Gracias por José, Yahvé."- y le acariciaba el cabello, sudado del trabajo del día; su pecho, fuerte y con calma respiración. - "Guíalo con tu mano fuerte como Padre, porque tú eres Padre, maestro, guía, protector. Dale de tu sabiduría para enseñar lo que quieres a Jeshua y a mi, Yahvé, tu humilde sierva y esclava, consérvame en tu fidelidad y servicio. Que mis manos muestren siempre tu ternura y tu bondad a la hermosa criatura que has puesto en nuestros brazos...cumple Yahvé; cumple tu voluntad en nosotros siempre, sin apartarte jamás. Amén.
¡Qué llenura! mi alma se iba identificando con el Padre en el cielo...

En el próximo capítulo hablaremos más...Abbá te bendiga...