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Jesús, tu amigo y Señor

Jesús, tu amigo y Señor
Déjate fascinar por el Dios-hombre que muertra la dulzura de su Padre

CAPÍTULO XXXV. MIS TENTACIONES EN EL DESIERTO. Del 11 de septiembre al 18 de Septiembre de 2009

He decidido como Juan, irme al desierto. Creo que a esta edad de 30 años, me siento lleno del Espíritu Santo. Él me conduce en este desierto inclemente, seco, sin vida que ha ido robando espacio a la vegetación, a los animales y al mismo hombre. Como en anteriores oportunidades la decisión es inminente. Me propongo estar durante cuarenta días. ¡Es más!, aunque no soy perseguido como profeta, intento hacer la experiencia de Elías; no he traído nada para comer. Creo que es dura la vida en el desierto y ¡lo se! pero el hambre y la sed me harán sentir en sintonía con Dios, mi Padre. ¿Por qué hago eso me preguntarás? El desierto es lugar privilegiado de encuentro conmigo mismo y con aquél a quien quiero entregar mi vida. Basta de palabras. Hallar la respuesta precisa dentro de mi es la urgencia.
Hay una zona muy baja, calurosa, perteneciente a Galilea pero que se encuentra entre ésta y Samaria. Es una zona desértica buscada por muchos para refugiarse en pequeñas chozas y aislarse del mundo. Desde antiguo, otros han estado haciendo este “retiro” del mundo para encontrar la voluntad de Dios. Muchos otros creyeron obedecer a Dios y encontraron la locura en la soledad; otros tantos sencillamente, no queriendo vivir en el mundo se desencajaron de él y se volvieron asociales, renegando de la condición propia de fraternidad, tal cual como Yahvé hizo al hombre. Allí, en el desierto, confrontar la propia realidad exige un grado de verdad para soportar nuestro yo y dialogar con él hasta purificarlo y concentrar en él, cualidades y defectos y en una síntesis, tener conciencia clara del proyecto que Dios quiere de nosotros. Y es que el desierto no es para quedarse en él; se trata de aprovechar la soledad y los impedimentos de comodidad para apreciar lo mejor de nosotros.
Esta zona es muy calurosa además. El viento lejano del mar contrasta a veces, con la brisa fresca que viene del río Jordán. Es una mezcla rara de calor y humedad, de salitre y arena. Saltamontes, algunas cigarras marrones; lagartijas de diversos tamaños, especialmente las de colores marrones que se mezclan entre la arena o el marrón más intenso de algunos troncos ya muertos e igualmente marrones; escarabajos y hormigas pululan por los alrededores como casi las únicas especies. De vez en cuando aparecen unos zorros a lo lejos, vigilando los pasos de los humanos y si miro al cielo, buitres haciendo círculos en sus vuelos, procurando alguna presa en su radio de acción. Apreciar todo esto me encanta. A pesar de todo, hay vida en medio de la soledad y el desierto. Así que llevo varios días ya experimentando cada movimiento, la temperatura, el clima, etc. Mi piel y mis órganos van registrando cada acontecimiento que le afecta mientras mi conciencia procura estar con Yahvé, mi Padre. Parece como esquizofrenia, pero es un todo acelerado a experimentar cosas: todo esto es provechoso para dar gracias a él y su encuentro conmigo.
Durante estos diez días que aquí llevo, experimento una fuerza distinta de mi. Muchos la radican en un mal distinto de nosotros. Siento que Yahvé mi Padre es el único Señor y sobre él, ni debajo de él, hay otro poder ni otro dios que pueda mover nuestras vidas. Pero esa fuerza está allí.
Es de noche. Las primeras horas del día hacen ver con claridad las estrellas en el cielo. Muchos dicen la media noche, pero en realidad es la noche total. Toda la bóveda está encapotada, estrellada. Recojo mis piernas hacia mi pecho para mantener el calor, puesto que la temperatura del ambiente ha bajado. Desde aquí domino toda la extensión del lugar donde me encuentro. Hasta el momento no he encendido ninguna fogata porque la luz de la luna me acompaña: tenue, tierna, clara. Una reflexión se me atraviesa en el corazón y la mente. Oigo una voz ruda que se dirige a mi; es Satanás que me enfrenta y me interpela: “¡Ey, tú, Jesús! ¿Qué buscas en el desierto cuando todas las cosas se te han dado fáciles?” Me sonrío porque desde siempre, Satán ha acosado a mi Padre y no ha dejado de ser instigador de los hombres ante su trono. Todo lo quiere al revés. El caos para él es la normalidad mientras que mi Padre ha hecho más sencillas las cosas.
Su voz resuena a mi alrededor, amenazante, desafiante: “Si eres el hijo de Dios, di a estas piedras que se conviertan en pan”. Me quedo pensativo ante esas palabras. Ha adivinado mi necesidad primaria de alimentarme. Hago consciente que durante estos días he estado sin comer ni beber nada. Los sonidos de mi estómago se hacen solidarios con esta advertencia. Es una necesidad urgente alimentarme pero doblego esta necesidad y aíslo la sensación. Pienso.
La necesidad de satisfacer, de llenar, de placer. Se me vienen a la mente las cosas que dicen de los romanos en sus grandes banquetes y de cómo los cortesanos de Herodes con él mismo, - emulando esta ´gran hazaña ´ -, vomitan después de comer para volver a saciarse en un deseo de placer sin fin. Las copas de vino sirven para atenuar las arcadas provocadas y para evitar el desagradable sabor de comidas devueltas. ¡Qué necesidad de alimentos Padre! El mundo necesita de pan. Saciarse es la necesidad de muchos, solo así el mundo está en paz. Es una verdad justa desde dos ópticas: la primera, desde la estabilidad emocional al conseguir el pan de cada día pero la segunda, la necesidad de pan para todos, como propio de la justa distribución de bienes que tú, Padre, has dado al hombre. La causa de esta necesidad radica en la apropiación de tierras, de ganados en manos de pocos mientras muchos miran sólo el plato vacío del amo. ¡Esto es una verdad! Encauzarla a la realidad debe ser mi tarea.
Después de esta larga reflexión, hago movimientos de voltearme para encarar a Satán. Siento como si se estuviera moviendo constantemente a mi alrededor, evadiendo enfrentarse a mi cara a cara.
Mi sentencia para ti, Satán, es ésta: "Está escrito; no solo de pan vive el hombre". Pero ante las escrituras, muchos pueblos claman por pan y gritan de hambre. Muchos quisieran rasgar el cielo y encontrar a mi Padre para exigir una igualdad prometida y soñada, pero la tristeza es que todo se lo achacan a Yahvé creador cuando todas las cosas fueron puestas a favor del hombre, tierras y ganados, solo que el egoísmo ha hecho del propio hombre un depredador del hermano. Es necesario algo más que pan, porque después del pan ¡qué? Teniendo el estómago lleno ¿qué? Es necesario que ese pan sea esfuerzo realizado y trabajo compartido. Solo así alcanzará a todos. Todo lo que es dado gratis no se aprecia y todo lo que se recibe sin haber hecho esfuerzo, a la larga se convierte en una necesidad, pero la necesidad mayor es la voluntad de Yahvé, mi Padre. ¡Ese es el pan verdadero! Buscar su Reino y su justicia; lo demás será dado en añadidura. Hacia las cuatro de la mañana, el sueño me vence y me siento arrullado por los brazos de Dios en la arena suave que hace de lugar de descanso.
Van veinticinco días de desierto. En estos días he tenido oportunidad de observar el comportamiento de los animales, en especial el de los zorros. He recorrido una buena extensión del desierto en el que me encuentro y he descubierto madrigueras. En plena tarde he presenciado cómo los machos llevan algunos conejos y otros animales, como grandes lagartijas, para alimentar a sus críos. No me han tenido miedo y me han dejado acercar. La supervivencia es tan necesaria y la ley de la vida no solo en la alimentación sino en el cuidado y la preservación de la especie que forma parte de lo admirable de esta creación en la que todos jugamos una cadena de armonía animal y humana. Cada vez más alabo a mi Padre Yahvé por todo lo que ha dispuesto para el hombre.
Son las siete y media de la tarde. Aún el sol muestra su mejor rostro y aunque es caluroso el desierto, la brisa sopla, aliviando el ardor de la temperatura. Experimento de nuevo la presencia de Satanás. Es persistente e insistente en la forma cómo quiere alejarme de mi Padre. Ataca sin piedad mi humanidad. Experimenta gozo cuando estoy en dificultades de hambre, de sed pero aunque sepa de debilidades, tiene que esperar a su próxima estocada.
Otra vez la sensación de voces por todos lados a mi alrededor. Me siento participando de una especie de visión: siento que estoy junto a él, en una altura, como por encima de todo el orbe de la tierra. Me muestra en un instante todos los reinos de la tierra. Es una sensación de inestabilidad. Estoy entre el todo y la nada. Se divisa ciertamente todos los reinos y en especial parece que sintiera claramente las debilidades y ambiciones de los hombres: deseo de dominio, invasión, lujuria, placer, guerras, pobreza, lujo, divisiones, murallas, etc. Deprimente visión que enferma más allá de lo que la palabra reino significa.
Satán me dice: “te daré todo el poder y la gloria de estos reinos, porque a mi me ha sido entregada y se la doy a quien quiero. Si me adoras y te postras ante mi, toda esta gloria y poder será tuya.”. Inmediatamente me doy cuenta de sus intenciones. "Realmente Satán, eres astuto y seductor del hombre. No te entretienes solo con querer ganar su alma sino que la pierdes en lo que le es más apetitoso a sus deseos".
Me doy cuenta de dos cosas inmediatamente: que Satanás es el señor de la mentira, opuesta a la verdad de Dios. ¿Quién te ha dado el poder y la gloria? ¿Qué gloria y qué poder que no provenga de Yahvé es útil y lleve al bienestar? Eres el dueño de la mentira cuando te apoderas de los reinos y sobre todo cuando infundes en el hombre las ansias de poder y de dominio sobre los demás. Solo reinas en las bajas pasiones de los hombres que niegan la hermandad y sostienen estructuras sociales que oprimen al propio hombre. No te basta con tentarme días atrás con el hambre. También con eso, sujetas al hombre y haces que venda su dignidad por el pan de cada día. ¿De qué te vale reinar sobre la manipulación, la división, el poder y la gloria mal vividas y ejercidas? El hombre mismo se da cuenta que la injusticia que ejerce contra otros, se vuelve contra él y sobe todo, ningún reino se mantiene en pie si no es auxiliado por la sabiduría de Yahvé.
Escucha Satanás porque está escrito: “adorarás al Señor tu Dios y sólo a él darás culto”. ¿Qué buscas de mi si sabes que todo lo que tengo me lo ha dado el Padre? ¿Qué hay aquí abajo en la tierra y arriba en el cielo de lo cual él no tenga dominio? Su gloria eclipsa el cielo y el universo está lleno de ella. Nada se resiste a su voz. Su voz resuena en todos los rincones de la tierra y tú sabes bien que tiemblas cuando Yahvé mi Padre reclama cada elemento por él creado.
Sentí que Satanás se había retirado. El deseo del placer y de poder y gloria han sido dos armas astutas. De nada valen, pero se muy bien dónde golpea Satán. Mi fuerza y mi poder es mi Padre pero mi triunfo y victoria debe ser la del hombre. Aunque sean “valores” de ambición, hay más valores divinos de los cuales el hombre se debe llenar.
Treinta y cinco días. El calor, la sed y el hambre me vencen sobremanera. De noche, las escarchas del frío han hecho una pequeña cantidad de agua cada día en las hojas de palmas que cubren la choza. Aún así, la deshidratación es fuerte y la noto. El diálogo con mi Padre ha sido intenso. Sus hilos de amor me han atraído y clama por mi voz, mis fuerzas y mi vida toda para ser su siervo. Sobre mi está su sabiduría.
Estos días me han hecho ver lo importante que es cumplir la voluntad de Yahvé. Me he convencido de lo que él quiere para mi y de mi. En diálogo, he comprendido la urgencia de su actuar en medio del hombre. Éste ha perdido su rumbo y Yahvé necesita recuperarlo. Es inmensa su necesidad por mostrar al hombre constantemente su amor.
El sopor del calor me envuelve. Una vez más, Satán se hace presente en mi vida. Parece empeñado en estar presente en el desierto junto conmigo. Se ha interpuesto constantemente entre mi Padre y mi yo. Golpea mi conciencia y mi voluntad para no ver con claridad mi vocación. Es el empeño de querer hacerme desentender del mundo. En un intento más por tentarme, me lleva a Jerusalén. Es una visión como la anterior: fugaz, rápida. Golpea de nuevo.
Me pone junto a él sobre el alero del templo, y me dice: “si eres hijo de Yahvé, tírate de aquí a abajo, porque está escrito: a sus ángeles te encomendará para que te guarden. Y en sus manos te llevarán para que no tropiece tu pie en piedra alguna.” Una vez más intento descubrir las intenciones implícitas en estas palabras. ¿Ser hijo de mi Padre? ¡Lo sabes bien! No necesitas decírmelo porque de seguro, no te hubieras acercado a mi. Se que ciertamente no tienes duda de eso y crear esa duda en mi es inútil. Desde hace unos cuantos años mi conciencia ha estado aclarándose. No soy salido de sus manos porque desde siempre he estado junto a él. Soy su Hijo por propio deseo, por su amor en mi, porque es gratuidad. ¡No Satanás! Quien no sabe de paternidad ni filialidad eres tú. Por eso es que infundes en el hombre la capacidad de que se vuelva contra su creador. Y si tan solo el hombre supiera que caminar en la voluntad de Yahvé, ¡cuántas cosas estuvieran funcionando bien!
Aquí, junto a las otras tentaciones, encuentro la clave del desorden humano; aquí, en el orgullo de tentar a mi Padre encuentro el origen del pecado estructural en todos los sentidos. La tentación a ser igual a Dios; ponerse a su nivel, desafiarlo, queriendo teniendo el poder y dominio, hace que más bien viva en la miseria y las bajas pasiones de odio, división, pobreza. ¡Allí! ¡Precisamente allí! Mi Padre urge con su Palabra un cambio.
Por eso te respondo Satanás: "Está dicho: no tentarás al Señor tu Dios". Acabada esta tentación, Satanás se aleja de mi, esperando que esté consciente de su derrota.

CAPÍTULO XXXIV. MI PADRE YAHVÉ Y SU PALABRA. Del 03 de septiembre al 10 de Septiembre de 2009

Hoy me he sentido impulsado, sin que haya celebración, a la sinagoga del pueblo. Me he dirigido al recinto sagrado y he pedido al rabino consultar los textos sagrados. Necesito profundizar en la Palabra de Yahvé, mi Padre. Su Palabra no es sólo dulce para mi, sino que retumba en mi interior, mi corazón.
Años atrás, cuando éramos adolescentes, me atraían pasajes que quiero compartir contigo. Son palabras de reclamo pero muestran esa dulzura de la cual le hablo. Son palabras con una fuerza poética y una visión tan humana, que las plumas de los profetas hacen descubrir a un “Dios humano”, con pasiones y afectos como cualquier mortal pero en el fondo, esas palabras, fuertes, bellas, profundas, dan a entender la fuerza del amor y su profundidad para con el hombre y su pueblo. Es inevitable escapar de lo mistérico de su amor, de su elección. Yahvé ama con amor eterno y no duda en mostrar ese amor y predilección.
Abro el segundo rollo que compone ese escrito. Se trata del profeta Oseas. Ya hacia finales del libro, me consigo lo siguiente:
“Cuando Israel era niño, yo lo amé y de Egipto llamé a mi Hijo.
Cuanto más los llamaba, más se alejaban de mi;
a los baales sacrificaban, y a los ídolos ofrecían incienso.
Yo enseñé a Efraím a caminar, tomándole por los brazos,
pero ellos no conocieron que yo cuidaba de ellos.
Con cuerdas humanas los atraía, con lazos de amor y era para ellos
como los que alzan a un niño contra su mejilla,
me inclinaba hacia él y le daba de comer…”

Lo leo tres veces. Saboreo cada palabra que compone estos versos. Tomo conciencia de cada una de ellas. Inmediatamente he tomado la actitud que hace ya más de trece años atrás tenía, cuando los rabinos me pusieron a leer textos al azar para ver nuestras formas de leer. Una vez más me quedé impresionado, como si una sorpresa muy fuerte me hubiera parado en el tiempo y en el espacio, para luego, como si hubiera algo que me absorbiera, quedé anclado en el mismo espacio, como si hubiera participado de ese momento.
Me encanta la fuerza de las palabras de mi Padre. Sus propias entrañas reclaman la paternidad de su pueblo Israel. Desde siempre ha estado presente en la vida de un pueblo que año tras año, siglos enteros, se ha ido formando, partiendo de una semilla frágil, lejana, radicada a kilómetros de distancia, en los pantanos de Ur de Caldea, al nor este de estas tierras.
¿Has sentido la fuerza de la paternidad desde el hecho de ser Padre? ¿Has sentido la paternidad desde el hecho de ser hijo? Ambas experiencias son no solo hermosas sino con una fuerza devastadora porque lo único que se puede apreciar es la capacidad de cualquiera por salir de ser para donarse. ¡Así lo ha hecho mi Padre! Y más aún cuando pienso que lo ha hecho sin que el hombre fuera de su propia naturaleza sino hechura de sus manos. Cada vez que pienso en esto, la fuerza de su amor en dar vida al hombre; de considerarlo hijo, hijos… me demuestra ese inmenso amor que brota constantemente y que se dona sin pedir nada a cambio.
¿Has visto cómo se queja mi Padre ante un amor no correspondido? Parece egoísta pero no lo es… ¡Calla! Intenta reconocer, intento reconocer más allá de un supuesto egoísmo, un amor que abarca, que inunda, que abrasa. Es un amor que pretende que en su hijo sólo haya el reconocimiento de ese amor donado previamente y gratuito. Es un amor palpable en cada acontecimiento de la historia pero quizá negado por la ceguera del tiempo. Por eso la queja de que el pueblo desconoció que él cuidaba de ellos. ¡qué imagen más bella nos regala Oseas! Un Dios enseñando a caminar, tomándolo de los brazos. ¡Qué bello es sentir cómo podemos agarrar las manos, los dedos de Dios y sentir no sólo su fuerza sino su seguridad! Cada paso, cada traspiés, cada avance es logrado sostenidos por la ayuda y la seguridad de quien dirige y guía. ¡ese es mi Padre! ¡Ese es la presencia firme de un Dios que verdaderamente ama y protege! Quien no ama, quien no demuestra su amor, no es capaz de poner en riesgo su propia vida antes de que le pase algo a su hijo, a sus hijos. Yahvé mi Padre es así.
Si luego lees a continuación, también saborearás cada palabra que redacta el profeta Oseas."Cuerdas humanas"; "lazos de amor"; "estrechar contra las mejillas"… ¡Qué derroche de imágenes paternas! ¡Humanas por demás pero que remiten a la paternidad de Yahvé!.
Leyendo una y otra vez ¿te has preguntado alguna vez por qué todo lo ha hecho Dios? Quiero decir, las razones más internas de mi Padre para hacer todas estas cosas? No creo que haya palabras para expresar sus razones más íntimas. ¡Es más! Creo que es inútil preguntarse por esas razones porque yo creo – y estoy muy convencido – de que lo más importante para el hombre es vivir con intensidad ese amor, esa presencia, ese acompañamiento. Mientras más se viva el amor, menos racionalista se hará; mientras más se experimente, más llenará nuestro corazón y dará plenitud a la inmadurez humana que aún tiene que caminar en la entrega, en la donación.
Después de un largo rato en oración, en la que solo el silencio daba explicación de cada pensamiento mío al Padre, la figura del hijo del rabino me hizo volver en mi. Traía dos lámparas de aceite para las mesas. Aún no era tarde pero se olía ciertamente a tierra húmeda, es decir, que empezaba a lloviznar y el cielo había perdido su brillo y claridad. De igual forma procedió a encender las lámparas de las paredes. Eran hermosas; de bronce, pulidas con cuidado y labradas para darle un toque de belleza a la sala. Volvía la luz; artificial pero suficiente para seguir leyendo.
Cerré con cuidado el rollo que había estado sostenido por pesos de metal. Lo metí en el saco de lino que pertenecía a dicho rollo. Lo dejé al lado derecho. No tardó mucho el encargado en llevárselo a su estante respectivo. Así pues que tomé el que estaba en el lado izquierdo. Mucho más voluminoso. El envoltorio de tela está impecablemente cuidado. Sus cuerdas eran tejidas en oro y tenía adornos de filigranas. Era bello. Las bases de los rollos era de madera y en los extremos, adornos igualmente bañados en oro. Lo saqué con sumo cuidado pero en un pequeño descuido, se deslizó en mi brazo izquierdo y se extendió cerca de un metro a lo largo de la mesa. Al enrollarlo con la mano derecha, quedó abierto en un pasaje largo en el que Ezequiel habla de la historia simbólica de Jerusalén. Decía lo siguiente:
Ezequiel “…Cuando naciste, el día en que viniste al mundo,
no se te cortó el cordón, no se te lavó con agua para limpiarte,
no se te frotó con sal, ni se te envolvió en pañales.
Ningún ojo se apiadó de ti para brindarte alguno de estos menesteres,
por compasión a ti. Quedaste expuesta en pleno campo,
porque dabas repugnancia, el día en que viniste al mundo.
Yo pasé junto a ti y te vi agitándote en tu sangre.
Y te dije, cuando estabas en tu sangre:
"VIVA", y te hice crecer como la hierba de los campos.
Tú creciste, te desarrollaste y llegaste a la edad nubil.
Se formaron tus senos, tu cabellera creció;
pero estabas completamente desnuda.
Entonces pasé yo junto a ti y te vi.
Era tu tiempo, el tiempo de los amores.
Extendí sobre ti el borde de mi manto y cubrí tu desnudez;
me comprometí con juramento, hice alianza contigo y tú fuiste mía.
Te bañe con agua, lavé la sangre que te cubría, te ungí con óleo.
Te puse vestidos recamados, zapatos de cuero fino,
una banda de lino fino y manto de seda.
Te adorné con joyas, puse brazaletes en tus muñecas
y un collar en tu cuello.
Puse un anillo en tu nariz, pendientes en tus orejas
y una espléndida diadema en tu cabeza.
Brillabas así de oro y plata, vestida de lino fino, de seda y recamados.
Flor de harina, miel y aceite era tu alimento.
Te hiciste cada día más hermosa y llegaste al esplendor de una reina.
Tu nombre se difundió entre las naciones,
debido a tu belleza, que era perfecta,
gracias al esplendor de que yo te había revestido.”
Otra vez más lo volví a leer. Me sonreía porque todo lo que te he estado contando en los capítulos anteriores acerca de mi vida, queda reflejado aquí. Este pasaje de Ezequiel es la muestra más palpable del cuidado y elección de Yahvé para con su pueblo.
Es cierto que Oseas lo muestra como un padre bueno y amoroso en extremo. Ezequiel, de acuerdo a su experiencia y para ahondar en la presencia de Dios, lo muestra como el “novio siempre eterno” que ha elegido la mejor parte. ¡Qué hondura! ¡Qué memoria entrañable de Yahvé, mi Padre, al recordar la elección del pueblo de Israel! No creo que hagan falta más palabras y no creo que haya muchas imágenes, que al hablar de Dios, muestren tantas actitudes de piedad, bondad, misericordia, elección hacia “alguien” que no es merecedor de dicha elección.
La belleza de la elección reflejada por Ezequiel no puede ser superada. Sólo quien está enamorado no repara en el pequeño detalle del tiempo que parece ser obviado. Un novio no podría esperar a que creciera tan rápidamente su futura esposa; sin embargo, en el tiempo de Yahvé, todo es perfección, por tanto, él mismo se encarga de escoger a aquella en la cual nadie se fijó. Fue traída a su mano; curada; aseada. Dios la vio crecer y a sus ojos fue bella. Dios se fue enamorando de esa doncella que ante sus ojos, se iba desarrollando y adquiriendo belleza suma. Al llegar el momento, mi Padre habla con las palabras más humanas con su fuerza expresiva al máximo: “Extendí sobre ti el borde de mi manto y cubrí tu desnudez; me comprometí con juramento, hice alianza contigo y tú fuiste mía.” ¡Qué expresión más bella! Lo sublime del amor. La ciudad de Jerusalén, el pueblo de Israel, doncella para Dios, es tomada en brazos; alianza y juramento fueron testigos de la entrega y del abandono en sus brazos. ¡Mi padre la hizo suya! Mezcla de erotismo e intimidad.
¿Es una aberración estas expresiones? ¡No creo! En conceptos humanos, el amor rebasa la capacidad del escándalo y el placer. Mi Padre no se anda con chiquitas ni buscando pasiones desenfrenadas y ocasionales. ¡Lo ha dicho claro!: él se ha comprometido en juramento y ha hecho alianza. Estas palabras no son bromas o simples promesas. Es la señal más palpable de que la vida se va en esta entrega y de que la entrega y la intimidad son sellos indelebles de que no hay falsedad. El pueblo de Israel podrá y será infiel toda la vida, pero mi Padre ha sido fiel y su fidelidad es grande; su fidelidad es incomparable. Nadie como él, Dios y Señor ha mostrado fidelidad por los siglos. ¡Esto me apasiona!
Respiro profundo; hondo. ¡Padre! ¡Abbá! ¡Te amo! En este mismo instante mi corazón se identifica contigo. Mi corazón descubre tu amor profundo y la magnitud de tu compromiso. ¡Padre! Mírame aquí. Aquí estoy para hacer tu voluntad. Tú sólo eres la fuente en donde bebo y me embriago de las repetidas muestras de lo que quisiste, quieres y querrás de nosotros. No hay nada que pueda objetar de tu actuar y todo cuanto devoro de ti, de tu Palabra, de tu presencia en mi, me da la seguridad de que nada es en vano y que cada vez me estás lanzando a dar todo por ti. ¡Envíame Señor! ¡Heme aquí sin reserva! No quieres de mi ofrenda de otro tipo, así que tómame, envíame. Ayudado por ti, la aventura del amor será dulce en medio de tempestades y contrapesos. Lanzado estoy Padre, en tus manos. No he de temer.

CAPÍTULO XXXIII. LA REALIDAD ME INTERPELA. Del 27 de Agosto al 02 de Septiembre de 2009

Ya, en capítulos anteriores te he hablado de los sinsabores de mi pueblo ante las injusticias de los imperios que han pisoteado esta tierra elegida por Yahvé. Ahora es necesario ahondar más en lo que te quiero decir en el título de este capítulo: la realidad me interpela y fuertemente. No es algo querido por mi Padre. Las estructuras de pecado están enmarañadas en todos los estratos y nos están ahogando cada vez más. Necesito desahogarme pero a la vez, situar todas las piezas que molestan el actuar divino en el plan que él ha querido para salvar y recuperar al hombre. Si prestas atención, te hablaré de todo lo que logro apreciar de lo que es mi pueblo, la tierra prometida pero todo lo que la conforma.
Palestina es una sociedad fuertemente polarizada en ricos y pobres. Esto saltará a tu vista porque encontrarás libros que hablan de ello. Las clases más elevadas son minoritarias, mientras que las clases pobres y miserables son legión y están por todos lados; dentro de esta minoría pudiente y rica están los dirigentes religiosos: clero, nobleza laica, escribas y saduceos; detentan además gran parte de las tierras, el tesoro del Templo y el comercio de la ciudad. Hay una aristocracia terrateniente, propietarios de latifundios, no vinculados al Templo, que poseen y controlan el comercio con otras regiones cercanas. También hay grupos desahogados económicamente entre los artesanos medios de Jerusalén, entre los que encontramos a un clero bajo, simples sacerdotes...
Si seguimos bajando la escala social nos topamos con una clase media formada por: artesanos, familias con un negocio y pequeños propietarios que viven de su trabajo. También están en estas clases medias, los funcionarios de la administración Romana y Herodiana, los soldados y los colonos. Entre estos grupos sociales medios hay también bastantes fariseos, con gran influencia religiosa, aunque menos adinerados que los saduceos. También puedes ver grupos sociales como clases medias a los trabajadores colonos, asalariados, que pagan una renta por la explotación de pequeños terrenos, ganan lo suficiente para poder vivir sin mendigar. Estos grupos de clase media tampoco son numerosos. Si yo me tengo que clasificar entre estos grupos, pertenecería a este grupo social, es decir, trabajador independiente, un carpintero artesano al estilo de mi padre José y con mucho orgullo puesto que fue un carpintero con una reputación artesanal reconocida en Nazaret, Egipto y dondequiera que íbamos.
La mayoría de la población es trabajadora y pobre. Los asalariados son muy numerosos, viven de su trabajo diario. Fácilmente se encuentran en paro debido a la falta de labor en el campo, o bien por las pocas cosechas, o bien porque no son contratados ante el exceso de oferta de mano de obra, por enfermedad o por vejez. En estas circunstancias se refugian en la mendicidad. Parte de ellos también son los esclavos. Es cierto que la Ley de Moisés no lo permite, sin embargo, abundan, sobre todo cerca de las clases altas. Ellos no tienen ningún derecho y se consideran una propiedad más de su dueño.
Llama la atención la existencia de muchos mendigos, personas que no trabajan o que no pueden hacerlo. En estos grupos están las mujeres, especialmente las viudas, los niños, los enfermos de cualquier tipo: ciegos, enfermos, cojos, leprosos; también hay grupos de personas con dificultades para trabajar que provisionalmente mendigan. Los jornaleros lo hacen cuando no tienen trabajo.
Fuera de Palestina, la sociedad está también estratificada jurídica y económicamente. En Roma sigue existiendo una aristocracia antigua, considerada, adinerada y minoritaria. Por las facilidades comerciales aparecen pequeños burgueses, comerciantes, una nueva aristocracia enriquecida por negocios. La gran mayoría de la población está dominada por grupos pobres, asalariados o esclavos. La clase media, funcionarios o soldados colonos, tampoco son abundantes, más bien los extremos siempre son relevantes. Todo esto en cuanto a grupos sociales pero, ahora te invito a que prestes atención al plano político. Esto es lo que más pesa a la vista del mundo cuando se mira al pueblo de Israel.
El poder político está compartido entre las autoridades judías y las romanas. Generalmente los romanos no entran en cuestiones de legislación Judía, excepto cuando se trata de sedición, traición o levantamientos contra Roma. Dejan hacer, y permiten la autonomía para el pueblo de Israel. Por otra parte, la legislación Romana, afecta a los Ciudadanos de Roma que se encuentran en estas tierras y también a los colonos. Los judíos mantenemos nuestras autoridades y gobierno interno, normalmente vinculado al poder religioso y económico del Templo.
En la región de Judea, el gobierno político está directamente en manos de Roma, que delega las cuestiones internas menores a la autoridad del Sanedrín. ¿Sabes qué es el Sanedrín? Es una especie de corte de justicia y asamblea gubernativa, mezcla de lo religioso y político. Está constituida por unos 70 miembros, más o menos. Este Sanedrín está presidido por el Sumo Sacerdote y lo componen los grandes sacerdotes-jefes de las familias aristocráticas. Entre ellas está la familia Anás, muy influyente; Caifás pertenece a esta poderosa familia.
Hay otras personalidades: ancianos y la nobleza laica influyente. Muchos de ellos son terratenientes, siendo a su vez saduceos, es decir, forman su propia tendencia religiosa dentro del judaísmo, pero poco a poco han perdido terreno frente a los fariseos, bastante más pobres y menos poderosos.
Además de los fariseos y saduceos, están los Escribas, personas de saber. Es una elite intelectual dentro del Sanedrín. Tienen puestos importantes en el mundo de la administración y derecho, así como la enseñanza. Delante del pueblo gozan de prestigio.
En resumen podríamos decir que Roma garantiza el orden, recauda los impuestos y mantiene una mínima estructura administrativa. El Sanedrín se ocupa de las cuestiones internas, la administración del Templo y las decisiones religioso políticas más importantes.
Si aún no estás cansado, déjame decirte que habían dos grupos más: el grupo llamado de los zelotes. Quizá su nombre te suene a la palabra celo. Tienen un celo exagerado por el cumplimiento de la Ley. Son fanáticos de la Ley, de situación social baja. Políticamente están en contra de los romanos y fomentan frecuentes rebeliones y escaramuzas. Son técnicamente alborotadores.
En el plano religioso también están los Esenios. Su nombre significa "los devotos, los silenciosos" Este grupo es una especie de monjes austeros y sacrificados, que viven en comunidades en una región cerca del Mar Muerto. Rezan y meditan sobre la Torah, y especialmente hacen insistencia en la venida del Mesías. Pero no tienen mucha influencia porque están alejados del mundo y su forma de vida parece que no tiene incidencia en el acontecer de la tierra prometida. Quizá se puede decir que buscan a Yahvé mi Padre a su manera.
Y por último están los Helenistas. Son judíos nacidos fuera de Judea, en las colonias del norte de África y del Mediterráneo oriental. Su lengua es el griego. Tienen su propia sinagoga en Jerusalén y otras ciudades del país, a pesar de que el centro es el lugar de culto obligado y referencial.
Hablando de sinagogas, también me gustaría hablarte de ella y su referencia al templo que hay en la capital, Jerusalén.
El Templo es una plaza en forma de rectángulo irregular de 300 por 480 m. Toda esta plaza está rodeada por arcos o porches. Allí se reune la gente para discutir, enseñar y también para hacer el tráfico bancario correspondiente al pago de tributos al templo u la compra de las víctimas para los sacrificios (vacas, corderos, palomas…) Como puedes ver, es un submundo en el mundo mayor de la promesa: ambigüedades de la religión – mezclada con el comercio y la corrupción -; religión mezclada con política y tráfico de influencias; influencias que traían dinero y poder y un poder que se reflejaba en el pueblo, como una miseria de la casta sacerdotal, al servicio de Dios. ¡Todo un círculo vicioso!
Apartada del templo están las Sinagogas. La sinagoga es el lugar donde nos reunimos los judíos para rezar. Lo hacemos tres veces al día: por la mañana, a primera hora de la tarde y al acabar la jornada. De manera solemne, estas reuniones tienen lugar el sábado. En ellas rezamos la profesión de fe o credo judío; leemos el Decálogo y fragmentos de la Ley; cantamos los salmos y leemos otros textos de la Biblia que son comentados por los rabinos o estudiosos de la Biblia. La sinagoga también sirve de escuela. ¿te acuerdas? Cuando yo estaba pequeño - ¡Ah! ¡Qué tiempos aquellos! -
Pues bien, hermano, hermana. Estos son los datos que te puedo aportar. Quizá sea muy complejo para ti. De hecho, la sociedad, la humanidad, es una realidad compleja pero golpea la individualidad. A mi por lo menos me cuestiona mucho el hecho de tener que lidiar con tantas injusticias y desajustes sociales en los que todos hacen una carrera desenfrenada por alejarse de la voluntad de mi Padre y de alejarse de la referencia común de ser hermanos. Espero que comprendas a partir de esto lo que pienso y lo que haré en años por venir.

CAPÍTULO XXXII. 27 AÑOS ¿MUY TARDE PARA HABLAR DE VOCACIÓN? Del 19 de Agosto al 26 de Agosto de 2009

Al final de estos veintisiete años mi primo Juan se ha ido por toda Galilea a predicar la Palabra de Yahvé. Ya lo sabes; de aquella conversación que tuvimos en su casa y de la cual ya te conté, a las pocas semanas se ha ido por el mundo, sin estar en el mundo, queriendo ser signo de contradicción. También en mi se ha producido un choque violento de la conciencia que me obliga a redefinir mi vida de cara a Yahvé, mi Padre.
Ya estoy en una edad crítica en la que debo tomar una decisión. Estoy cerca de los treinta años y tengo suficientes elementos, experiencias vividas como para apreciar la vida misma y decidir acerca de mi vocación. Me río porque pienso otras culturas y desde niños ya tienen marcada por los padres, la vida: sus ocupaciones, su pareja, sus tareas, etc. Yo llego casi a los treinta y de acuerdo a nuestra cultura y la occidental, “debemos llegar” a esta edad para poder asentar todas las cosas y arrancar a construir cosas nuevas y distintas.
Vocación, “proyecto de vida” son palabras que suenan interesantes e inquietan el alma para aquellos que toman estas palabritas en serio. Levantar un proyecto; elaborar toda una vida sobre la base de múltiples experiencias y tener que confrontarla con un todo un sistema coherente de valores, internos y externos, que den sentido y dirección, es una tarea para pensársela. En cierto modo, me fijo en muchos hombres y mujeres que viven el día a día, y les resulta más dejarse llevar por los acontecimientos, que estar a cada momento pensando si se tuerce el camino o realmente se responde a la santidad que Dios quiere de nosotros.
Si nos referimos al terreno religioso, la vocación indica la llamada por parte de Yahvé, mi Padre. Es una iniciativa suya; amorosa dirigida al corazón del hombre, pero exige la respuesta de cada persona, en un diálogo amoroso de participación corresponsable. ¿Es una realidad compleja no? Dios y el hombre actuando juntos, mano a mano. Si lo miras desde la perspectiva de Dios, es su iniciativa: Él se da y al darse, llama. ¡Ajá! ¿Y el hombre? Para él, es una invitación, una interpelación a la que hay que dar una respuesta. ¡No se puede quedar vacía! Sería una actitud de sordos o de querer ignorar a Dios en un determinado momento.
¡Uf! Creo que la cosa se está poniendo difícil.
Ahondando más en mi, en mis actos, creo que este proyecto de vida también tiene un nivel personal y comunitario. El hombre ha sido llamado a la existencia para trascender como persona en dialogo de aceptación y cooperación con el resto de los hombres. Es la vocación humana; es convocado a crecer en el amor, superando una serie de antivalores que vamos generando como seres humanos y van incapacitando nuestra forma de apreciar el actuar de Dios en los hombres. Es un círculo en el que lo íntimo se despliega en la humanidad y viceversa. Por tanto, cada hombre debe hacer proceso de maduración en el que se descubre como persona, lleno de posibilidades y potencialidades, con limitaciones y necesidades. ¡Hay que lograrlo!
Dentro de este campo, el hombre descubre además un llamado a la fe, que lo hace aventurarse en Yahvé, que se le revela en su caminar. Yo, cada vez más, lo descubro como Padre y me siento plenamente su hijo. Es mi Abbá, Padre. Cerca de él, descubro SU y MI santidad.
No se qué más decirte. Lo que sí ciertamente siento es que no puedo quedarme quieta la vida, pensando en qué pensar; o dejando que la rutina me lleve a tumbos. Mi Padre reclama algo de mi… he oído en mi interior ¡Ser su voz! ¡Interesante! Voz del que aún teniendo voz, ha perdido audiencia por la falta de fe y la acelerada ignorancia del hombre a sus deseos, a su deseo de santidad. ¿Somos los hombres lo que estamos en situación de minusvalía? Me parece que hablamos demasiado. No sabemos callar. Creo que el mudo o el enmudecido es mi Padre. Una vez más ha sido dejado de lado y cada vez más su reclamo es fuerte en mi: al igual que mi primo Juan, su voz tiene que sonar clara. Aún hay muchas cosas por decir. Su voz y su Palabra es siempre nueva, de eso estoy seguro. Su Palabra genera tal impacto en los hombres que abren su corazón a la escucha, que no hay posibilidad de no actuar en consecuencia. Desde siempre ha sido así. No hay tiempo para irse al desierto u ocultarse. Si se hace, es para tomar clara conciencia de las exigencias de la Palabra pero luego hay que hacer que ella actúe en el mundo, lo transforme. Es urgente su impacto pero ¿quién lo hace?
¿Quién guió a Abraham en la soledad de la Fe? ¿Quién confió a José los sueños, cómo interpretarlos y cómo aplicarlos en provecho del pueblo israelita? ¿Quién fue puesto, sin mayores méritos, a la cabeza de Israel para su liberación? ¿Quién mostró el brazo fuerte y extendido de Yahvé, mi Padre ante el Faraón? ¿Quién abrió sendas por el mar rojo y por el desierto? ¿Quién hizo entrar al pueblo elegido a la tierra prometida? ¿Quién ha luchado contra los reyes de la tierra? ¿Quién ha puesto sus Palabras en los profetas? ¡Tantas preguntas!; ¡tantas reflexiones!.
Proyecto de vida… ¡Sí! He de seguir adelante. No debo parar. Mi padre Yahvé me impulsa a ejercer mi libertad desde su voluntad. Pienso que hay que hacer más allá de las paredes de un taller de carpintería. ¡Por supuesto que no es una rebeldía contra el status social! ¡Por supuesto que no se trata de huir del hogar o dejar a mi madre a la deriva! ¡Qué va! María sabe lo que está planteado en mi vida y lo que desde siempre me ha exigido el Dios que me ha acompañado desde antes de este ser que tengo. Ciertamente es exigencia, pero exigencia para la vida, para dar vida; es exigencia de un Dios que cruza, interviene en la historia para encontrarse con el hombre en diálogo de amor y servicio, pero también de reconciliación y salvación.
No solamente está la cosa en “ser en el mundo” sino “ser para el mundo”. Repica en mi lo que leo muchas veces en Isaías: “He aquí Señor, para hacer tu voluntad”. Voluntad que alcanza a cada criatura; voluntad que envuelve a la creación, le da sentido, la renueva. En el fondo, es la alegría de saber que la vida no está en manos de la muerte; que la construcción y la naturaleza no están en manos de la destrucción despiadada; es saber que todos los seres poseen un lugar, un significado y tienen un cometido de recapitulación en las manos de aquél del cual salió todo.
De todo esto pues, te digo que sí es válida la conversación sobre la vocación. En ella me encuentro lanzado. He de responder, por tanto, también te contaré lo que veo en mi tierra, en mi entorno, lo que me interpela. ¡Sí! La Palabra de mi Padre la tengo que retomar y me siento interpelado, obligado a que la oiga mi pueblo, cada hombre, cada corazón.

CAPÍTULO XXXI. EL MESIANISMO. Del 11 de Agosto al 18 de Agosto de 2009

Vivo en un mundo realmente desorientado. Esto lo digo porque me encuentro sumergido ya desde antes de yo nacer, con todo esto del mesianismo. Israel parece condenado históricamente a sufrir continuas invasiones de los demás pueblos y los tiempos de paz son un recuerdo del pasado. Muchos esperan un libertador y ya sabes, según los cuentos de mis padres, de que el rey Herodes tenía miedo de mi, intentando matar entre muchos niños que perecieron, al rey que lo había de destronar, pero en el fondo, miedo tenía por todos lados porque las situaciones políticas nunca cambian cuando se trata de usurpar el poder, pero ¿qué es lo que dicen las Escrituras? Me he dado a la tarea de reflexionar un poco sobre esto y escribo.
En mi época y mucho antes de ella – así lo he aprendido de los ancianos rabinos -, siempre han existido dos ideas religiosas en el pueblo de Israel: aquellas que tratan las relaciones entre el hombre y el mundo de lo divino y las que se ocupan de las relaciones entre el pueblo judío y Yahvé, mi Padre, es decir, Yahvé ha elegido a una nación como Suya, otorgándole beneficios, y entre ellos su Palabra, la Ley o Toráh. Su cumplimiento parece otorgar un invalorable premio que no sólo se extiende al pueblo, sino a cada persona.
Pero la realidad no arroja maravillosos resultados sino que, por el contrario, se torna dura y conflictiva. La esperanza, que es un elemento clave para poner los ojos en un futuro mejor y pregonada por Yahvé ya desde su sabiduría, se va centrando en una etapa de perfección a lo largo de los años pero surgiría en algún momento de nuestra historia con la llegada de un Mesías quien habría de liberarnos del mal y del pecado.
Mi pueblo observa, o intenta observar, en la medida que se lo permitan las circunstancias históricas, mediante el estudio de la Toráh, y con mucha devoción, la llegada de mundo futuro o Reino en el que mi Padre regresará algún día y gobernará con mando firme. Las generaciones lo han cantado y nuestras fiestas nos recuerdan cuán misericordioso ha sido Dios para con nosotros. Pienso ahora por ejemplo en los acontecimientos de hace menos de dos siglos con los macabeos y sus luchas contra los helenos.
La pregunta que surge es ¿Dónde afincar la fuerza? ¿En Yahvé? ¿En el hombre? ¿Un hombre poderoso pero no ungido, sino con dotes de mando y líder hasta la muerte? ¿Es Dios mismo luchando con su pueblo como lo hizo frente al reino de Egipto o como cantaron tantos reyes que sintieron con pavor su fuerza? ¿Dios que guía suscitando hombres ungidos por él para la batalla como valientes guerreros u hombres santos, llenos de piedad que guíen al pueblo y cada hombre, en el conocimiento de sí mismos y a partir de ello, surja una verdadera liberación en la que se descubra a Dios como Señor y centro de vida? Esto último parece utópico porque a nadie le interesa cambiar su vida y con ello cambiar la sociedad. Es una pérdida de tiempo. Muchos le echan la culpa a las estructuras generadas por el hombre malvado, pero ¿cada uno no propicia que esto se perpetúe? Si intentamos cambiar la sociedad pero no al hombre, entonces estamos arando en el mar y allí mi Padre habrá pronunciado su Palabra en vano.
Si miramos mucho más atrás, en tiempos de los profetas cuando de verdad eran una institución que se enfrentaba a la monarquía y al sacerdocio, conseguimos a hombres aguerridos en la palabra. Guiados y a la vez, empujados por Yahvé a ser como Jeremías, Atalaya, roca fuerte. Unos cuantos expusieron su vida por hacer que el pueblo, en sus diversas estructuras, volviera su vida a Dios, pero sobre todo, a pesar del dolor, la miseria, la opresión, el destierro, hicieron prevalecer la promesa de Restauración de la alianza. Isaías proclama al Siervo, a su siervo.
Llegados aquí, muchas veces me he preguntado por la insistencia de mi Padre, Yahvé por volver a reunir al pueblo de Israel bajo su protección. Me ha fascinado la insistencia de la elección del pueblo de Israel y siempre termina todo en la verdad más última de su corazón: Mi padre ama al hombre; le demuestra su amor. No anda con estupideces o falsedades. Su amor ha sido patente y se puede demostrar a lo largo de los siglos. Su promesa y el cumplimiento de ella, no deja de apreciarse a lo largo del tiempo. ¿Quieres muestras?
Las muestras son fáciles de entender: fíjate en estas palabras que de seguro conocerás a legua.
"Vengan, disputemos dice Yahvé. Así fueran sus pecados como la grana, quedarán como nieve y así fueran rojos como el carmesí, cual la lana quedarán...si aceptan obedecer, lo bueno de la tierra comerán, pero si rehúsan, serán devorados por la espada."
También fíjate en esto: "No se avergonzará en adelante Jacob ni su rostro palidecerá; porque viendo en sus hijos las obras de mis manos, en medio de él, santificarán mi nombre". Eso lo puedes encontrar en el libro del profeta Isaías.
Yahvé, en boca de Jeremías dice lo siguiente: "vienen días en que sembraré la casa de Israel y de Judá de simiente de hombres y ganados. Entonces, del mismo modo que anduve presto contra ellos para extirpar, destruir, arruinar, perder y dañar, así andaré respecto a ellos para reconstruir y plantar".
Y ¿después de los profetas qué? ¿a dónde fue a parar la confianza? Precisamente en lo que quedó metido en el corazón del pueblo. La esperanza mesiánica. Isaías es el máximo expositor de esto. En uno de sus rollos conseguimos que nos dice: "porque una criatura nos ha nacido, un niño se nos ha dado. Estará el señorío sobre su hombro y se llamará su nombre maravilla de consejero, Dios fuerte, siempre Padre, príncipe de la paz. Grande es su señorío y la paz no tendrá fin sobre el trono de David y sobre su reino para restaurarlo y consolidarlo, por la equidad y la justicia, desde ahora y hasta siempre, el cielo de Yahvé hará eso".
Más adelante nos dirá también "saldrá un vástago del tronco de Jesé y un retoño de sus raíces brotara. reposará sobre él el espíritu de Yahvé, de sabiduría e inteligencia, de consejo y de fortaleza, de ciencia y temor de Yahvé. No juzgará por apariencias ni sentenciará de oídas. Juzgará con justicia a los débiles y sentenciará con rectitud a los pobres de la tierra. Justicia será el ceñidor de su cintura, verdad, el cinturón de sus flancos." Este es el Mesías por esperar.
La esperanza sigue latente en cada israelita pero todo esto parece que queda anclado en una especie de transferencia al mundo ideal-espiritual y no al material-concreto. Y eso por eso que hoy, queriendo llenar un vacío de la presencia de Yahvé, es que han surgido muchos “mesías fracasados”, surgidos precisamente de la política o del campo militar, que pretenden guiar a una “salvación” y falsa liberación de lo estrictamente servil o mejor dicho, del dominio extranjero. Desde los macabeos, ya digo, hasta el presente muchos. Pero vuelvo a insistirte. ¿dónde busca mi Padre Yahvé la liberación? ¿dónde realmente liberar? ¿dónde redimir? Creo que más en el interior del hombre que en su exterior. Ahí está la verdadera lucha.

CAPÍTULO XXX. HERODES Y JUAN. Del 03 de Agosto al 10 de Agosto de 2009

Dentro de las historias que te he contado, quiero también hablar de figuras que se relacionan con nosotros en el plano político. Aunque forman parte de las estructuras de poder, se hacen inevitables en nuestra conversación porque juegan mucha importancia en todo lo que lees de mi y lo que has de leer.
Por ahora me interesa hablarte de Herodes, el rey. Avanzado ya este momento, mi primo Juan ha estado proclamando la justicia de Yahvé y en mucho, la vida del rey y de su corte se ve comprometida por esta palabra.
Herodes lleva además otro nombre: Antipas. También se le conoce como tetrarca porque gobierna sobre cuatro regiones de nuestra inmensa tierra. Herodes Antipas me lleva casi el doble de la edad. Tiene cincuenta y dos (52) años de edad. Nació en la región de Judea y es hijo de Herodes el Grande y de su madre Malthace quien proviene de la región de Samaria. Herodes tiene un hermano llamado Arquelao y un medio hermano llamado Filipo. Los tres fueron criados en Roma donde recibieron una buena educación pero además, adquirieron la cultura romana y griega imperante hasta ahora. Los extranjeros, especialmente los helenos, han estado ejerciendo influencia en todo, inclusive, nos han intentado imponer el culto pagano y lo que no han logrado, se ha ido “colando” por la adquisición de cultura a través de la imitación, amén de las imposiciones propias de estos reyes e invasores.
Fue precisamente a la muerte de su padre, Herodes el Grande, cuando el emperador César Augusto le otorgó el poder de mando sobre las regiones de Galilea y Perea, la primera en el norte de Israel, frontera con Siria y Fenicia y la segunda, en el centro de nuestro territorio, justo al este de Jerusalén, camino más allá del Jordán
La vida en las cortes reales siempre han sido focos de corrupción moral, política y administrativa. Basta con ver la cantidades de asesinatos y pugnas habidos por ejemplo en Egipto a lo largo de miles de años: hermanos contra hermanos y padres contra hijos; asesinatos, envenenamientos, incendios, etc. Si miras hacia Roma en su historia, verás una inmensa acumulación de asesinatos, intrigas, traiciones que hacen concluir que los reyes, emperadores, etc. no han servido de mucho, ni para crecer como seres humanos, ni para servir al pueblo, aún comprendiendo que son súbditos y ciudadanos y más pongo yo en duda que Dios, mi Padre haya querido una estructura de opresión y crímenes como la monarquía. Allí ciertamente no está su voluntad ni su justicia ni mucho menos el derecho.
Mucho más allá de las necesidades históricas que sufrió nuestro pueblo y más allá de la continua autocrítica de ver cómo el resto de los pueblos poseían rey, e Israel tenía necesidad de uno, es lamentable cómo nuestro pueblo desoyó la voz de mi Padre Yahvé, tal cual como se narra en el libro de Samuel.
En aquel tiempo, todos exigieron a Samuel que les diera un rey, ya que Samuel se hacía viejo y los hijos suyos no tenían un caminar santo. Mi Padre Yahvé ordenó a Samuel elegir y consagrar un hombre de entre el pueblo para rey. Yahvé mismo les habló fuerte al corazón y les expresó lo que sería el “fuero” de un rey cuando éste asumiera el poder.
Es interesante cómo el pueblo, olvidándose de la alianza y de la presencia de Dios en sus vidas, le expresó al mismo Samuel que tendrían un rey como todos los pueblos que los juzgaría, iría al frente de ellos y combatiría contra los enemigos.
De eso hace ya más de mil años y todavía, entre invasiones y deportaciones, hemos tenido un dirigente distinto, algunas veces santos, otras, cobardes; algunas veces débiles, otras veces apóstatas y todo ellos – dice la historia - servidores de Yahvé, mi Padre.
Herodes está felizmente casado pero ya digo, sus debilidades por la carne lo meten en líos por todos lados. En Jerusalén hay muchas molestias por las doncellas del pueblo que han sido llevadas a la fuerza a su palacio, o han sido raptadas para ser llevadas al norte, a sus palacios, para ser vulgarmente violadas por él y por los cortesanos. La gente le tiene desprecio porque sus lujos y gustos, contrastan con la pobreza y las necesidades de muchos, especialmente los pueblos pequeños, que mueren poco a poco de hambre. Lo que no se logra llevar Roma de los impuestos, lo hacen los soldados del rey en su paso arrasador por el territorio que alguna vez fue tierra prometida.
El rey Aretas IV, rey de Nabatea le dio a una de sus hijas para que contrajera matrimonio. La zona de Nabatea se encuentra enclavada al sur del gran y extenso territorio de Edom, a ocho horas del extremo sur del mar muerto y su capital está en la ciudad de Petra ó Selá como se le conocía antiguamente. Fue un arreglo de orden político para mantener la paz en la zona, aunque para este tiempo la paz la mantiene Roma y sus legiones. Pero las cosas no funcionan bien. Ha sido el dolor de cabeza de Jerusalén y motivos de diplomacia entre Roma y ambos reinos. Quiero decir que Herodes está enamorado más bien de Herodías, esposa de su hermanastro Filipo. Estos problemas pasionales han hecho que hace poco Aretas IV le haya declarado la guerra a Herodes, mientras que su hermanastro furioso, rompa vínculos con él y tengan enemistad jurada. Hace tres años el gobernador romano en Siria, Vitelio, evitó que ambos reinos mantuvieran una larga guerra e intervino a favor de Herodes Antipas para mantener la paz. Ahora su propia mujer ha marchado a casa de su padre y se habla mucho de las bajas pasiones de Herodes con Herodías y lo débil de su carácter ante ella, quien poco a poco lo ha dominado hasta convertirlo en un sujeto atado a las pasiones de ella.
Herodes ha contribuido al desarrollo arquitectónico de la ciudad de Jerusalén y sus dominios, a pesar de que con ello, haya cargado más y más de impuestos al pueblo; por ejemplo, está claro que es un amante de la labor constructora de su padre Herodes el Grande. Me refiero al intento de reconstrucción y erección del templo de Yahvé. Pero también ha fortificado la ciudad de Séforis (anteriormente Tzippori), en la Galilea, más al norte de Nazaret. Allí ha construido la capital de su reino y para “romanizarla” le dio el nombre de Autocratis; con ello, demuestra la increíble afinidad que quiere tener con los romanos.
También en la región de Perea se ha "lucido", haciendo alzar la fortaleza de Bet – Haram y a las orillas del lago Genesaret, ha creado la ciudad de Tiberiades, en honor al emperador Tiberio a quien admiraba mucho.
Así delineado, en pocas palabras, este es el retrato de lo que conocemos hasta ahora de Herodes, rey. Es un foco de atención en el discurso de Juan puesto que se le ha oído empezar a golpear en la moral del pueblo. Juan está cerca, en la ciudad de Séforis, aquí en Galilea. Hasta ahora sus discursos los ha hecho de forma general.
Juan ha estado hablando del desajuste social de Israel. Sus discursos recuerdan en mucho a varios profetas de la antigüedad mientras habían reyes que no tenían piedad para con el pueblo y dejaban que los ricos hicieran de la economía, cualquiera mal menor en contra de los extranjeros, pobres y esclavos venidos de otras provincias. Su discurso es fuerte; su verbo es agresivo. Muchas veces pensamos que la voz de mi Padre es suave y ciertamente lo es, pero con la fuerza de una tempestad: golpea allí donde las murallas creen ser fuertes y sopla allí donde todo necesita ser arrasado para ser creadas cosas nuevas.
¡No! La Palabra de Yahvé es lacerante como una flecha. Juan ha levantado el hacha y la espada para repeler las situaciones injustas que se han generado. Es impulsado por la ira de Dios porque las diferencias sociales son muy marcadas. La prosperidad no tiene nada que ver con la injusticia, con la opresión, con la esclavitud. Yahvé clama por la promoción de sus hijos más allá de las estructuras sociales. No es posible mantener la pobreza como plataforma de sostén de los ricos. Es necesario recuperar la ley, su Palabra que clama vida para cada hombre. No hay vida donde el hombre sufre; donde la mujer es vendida como objeto y donde todas las riquezas naturales se tornan más bien contra la misma creatura creada por Dios.
Amós proclamó en su tiempo palabras duras en contra de todo Israel, especialmente sus dirigentes: "Seré inflexible, dice Yahvé...porque venden al justo por dinero, y al pobre por un par de sandalias; pisan contra el polvo de la tierra la cabeza de los débiles y el camino de los humildes tuercen; hijo y padre acuden a la misma moza, para profanar mi santonombre; sobre ropas empeñadas se acuestan junto a cualquier altar...No es así, hijos de Israel? Por tanto, yo los estrujaré debajo, como estruja el carro que está lleno de haces".
Así que no basta con darse golpes de pechos y hoy día no basta hacer como en tiempos de Jonás: sayal y cenizas. Hace falta un cambio más radical: el que proclama Juan. Su voz se asemeja a la de Miqueas ante la gran ciudad: "¡Escucha, tribu y gran consejo de la ciudad! ¿He de soportar yo una medida falsa y una arroba menguada, abominable? ¿Tendré por justa la balanza infractora y la bolsa de pesas de fraude? ¡sus ricos están llenos de violencia y sus habitantes hablan falsedad: por eso yo también he comenzado a herirte, a devastarte por tus pecados…"
Llega el tiempo en que Yahvé está por recoger la siembra hecha desde antiguo. Quiere corazones nuevos, mundo con termino, recapitulación. Todo ha de terminar y la maldad ha de ceder. Así lo planteará Juan en su quehacer profético.

CAPÍTULO XXIX. REBELIONES EN ISRAEL. Del 27 de Julio al 02 de Agosto de 2009

Quizá ya estés un poco cansado de oir tantas cosas malas de nuestra situación socio política, pero quiero que sepas que lo que vivimos en nuestro tiempo, es quizá lo mismo que la situación socio – política que tú vives.
Para mi es necesario no perder de vista este elemento porque en este capítulo y más adelante en otro capítulo, te hablaré de los elementos que fueron entretejiendo en mi corazón, una verdad tan clara como su mismo origen: la verdad de mi Padre. En castellano quiere decir, que no te creas que lo tenía todo claro. Mi conciencia ha sido golpeada a lo largo de este tiempo y he tenido que redefinir conceptos de humanidad, de amor, de dolor… muchos afectos han tenido que ser reformulados en constante diálogo con mi Padre Yahvé. Por tanto, por favor, presta atención a estos datos que, ciertamente estarás de acuerdo conmigo, golpean duro y exigen de mi una actitud o por lo menos una posición intelectual sin que me quede en la sola letra.
Palestina, es un mar de turbulencias. Ha sido escenario de riñas dinásticas, luchas encarnizadas y de guerra a gran escala. Doscientos años, antes de que yo naciera, se fundó un reino judaico más o menos unificado, que puedes leer en los libros de los Macabeos. Pero hace como ochenta años atrás, Palestina pasó a manos del ejército de Pompeyo y se convirtió en provincia romana.
Ya lo sabes, Roma era un imperio demasiado extenso, cuyos asuntos la absorbían de modo preocupante; no disponiendo de la tranquilidad oportuna para ejercer el gobierno directo y organizar el aparato administrativo necesario, instaló unos “reyes” manejables en la gobernación: los herodianos. Fue Antipater, quien ocupó el trono de Palestina hace sesenta y tres años, y, al morir hace cincuenta y ocho le sucedió su hijo Herodes el Grande, que gobernó hasta hace treinta y un años, bajo el régimen de un gobierno que mantenía el poder sólo por la fuerza militar.
Como judíos, conservamos nuestras propias costumbres y religión, pero la autoridad residía en Roma de acuerdo al derecho imperante; los soldados que velaban por la observancia de las leyes eran romanos y estaban sus legiones por todo el mundo.
Seis años antes de mi nacimiento, los hechos se precipitaron; el territorio se escindió administrativamente en una provincia y dos tetrarquías. Herodes Antipas gobernó una y Galilea y Judea la capital espiritual y secular quedó sometida al gobierno directo de Roma, administrada por un procurador con residencia en Cesarea. El régimen romano era brutal y autocrático; al asumir el mando exclusivo de Judea, más de tres mil rebeldes fueron crucificados sumariamente. El templo fue saqueado y mancillado. Se nos asfixió con enormes impuestos. Se torturaba con frecuencia y gran cantidad de gentes se suicidaron. Y de seguro que el temor no cesará con Poncio Pilato, de quien oi que asumió como procurador de Judea hace poco. Muchos dicen que es un hombre cruel y corrompido, que será igual en los mismos abusos y aún mayores que los de sus antecesores. Eso estará escrito en la historia. Nadie se siente libre y satisfecho.
Cuando yo tenía seis años, Roma asume el control directo de Judea, pero un hombre a quien llaman Judas de Galilea, un rabino fariseo, reunió un grupo revolucionario de fariseos y esenios, movido, parece ser, por su gran fervor fanático. Al grupo que formó se les llamó « zelotes »; más que una secta, era una facción activista de miembros reclutados entre los adeptos de varias sectas. Los zelotes se han destacado ya significativamente en los asuntos palestinos. Su actuación en el trasfondo político resulta de gran importancia en estos días por toda nuestra tierra. La actividad de los zelotes continúa vigente, sin señal de agotamiento y por lo menos eso es lo que veo. Ha sido una constante historia de ataque y repliegue.
Al morir el famoso “Herodes Antipater” le suceden sus tres hijos, que repartieron el territorio según el testamento legado por su progenitor. A Herodes Arquelao le correspondió Gobernar Judea y Samaria. A Herodes Antipas, Galilea y Perea, y a Herodes Filipo la Gaulanitis, Traconítides, Batanea y Panias. Por supuesto con el visto bueno de los Romanos, que tampoco permitió todo. Herodes Arquelao gobernó, durante no mucho tiempo, con mucha crueldad. Ésto disparó las quejas de judíos y Samaritanos, que escuchados por el Emperador Augusto, hizo que lo depusieran y lo desterraran. Desde entonces Judea y Samaria son gobernadas directamente por Roma con sus instituciones políticas y militares: un procurador al frente en Cesarea, junto al Mar Mediterráneo, y unos pocos soldados en Jerusalén. Preferirá apoyarse según conveniencia en el Sanedrín. Por su parte, Herodes Antipas gobierna Galilea y Perea hasta el presente. Es el Herodes que tú y yo conocemos y al cual Juan el Bautista le reclama debido a sus pecados.
El tercer Herodes, Herodes Filipos, parece que fue una excepción. De él sabemos que hizo importantes obras de arquitectura civil, no gobernó especialmente mal.
Judea, ya lo he señalado, es gobernada, primero por un prefecto, y más tarde por un procurador. Las funciones que tenían los procuradores eran triples: mando de las tropas; disponían de potestad judicial, - interviniendo en crímenes de carácter político, para los demás casos la justicia, siempre que no fuera entre ciudadanos romanos, se ejercía por los tribunales judíos-, y finalmente regían la administración financiera y tributaria. Los romanos nos cobraban impuestos por los productos agrícolas y una especie de impuesto personal. Tenían también derechos de aduana, impuestos sobre exportación e importación, cosa que era todo un gran método de ahogo para nuestro pueblo.
Ya sabemos por los capítulos anteriores, que los romanos no recaudaban directamente, sino que se valían de los llamados "publicanos", que fiscalizaban el dinero convenido y lo entregaban a las autoridades romanas. Habitualmente sacaban un dinero extra para su bolsillo, y eran protegidos de los romanos en su trabajo. Eran despreciados por el pueblo por ser amigos de los romanos y traidores a Yahvé. Alguno de ellos ya te lo he nombrado: Leví, a quien delegaron para cobrar impuestos en mi pueblo.
¿Sabes una cosa buena de los romanos? no atacaron nuestro culto judío. En muchos casos, defendieron, sin llegar a comprender, nuestras prácticas judías y el Templo. Los procuradores trataron de no ofendernos ni herir nuestra sensibilidad, aunque no siempre lo consiguieron, por ejemplo, hicieron un censo para poder recaudar impuestos, y gran parte de la población se manifestó descontenta cosa que produjo levantamientos populares. Si quieres más datos, hace cincuenta años antes de nacer yo, surgió una tal Judas Galileo, que levantó al pueblo a la insurrección. Todo ésto hizo que Roma considerara a Palestina, una provincia difícil de gobernar y poco sumisa al poder Romano.

CAPÍTULO XXVIII. 25 AÑOS: JUAN SE VA AL DESIERTO. Del 19 al 26 de Julio de 2009

Hace ya algo más de un año que nos encontramos en las montañas y las casas hermosas que me acogieron para pasar un encuentro conmigo mismo y con él. Fueron días bastante buenos y reconfortantes. Hago memoria de esto porque justo hoy, nos llegan noticias de Ain Karim. Juan desde hace dos semanas no aparece por la casa y lo que se presumía - que se lo llevaran los soldados romanos o las tropas herodianas -, pasó sólo a ser un susto. Más bien lo encontraron, mediante noticias de una caravana, en las faldas desiertas del monte Hebrón.
El monte Hebrón estaba al sur de Ain Karem a más de cuatro horas de camino y perteneciente a la región de Judea. Zona desértica y escabrosa, solo habitada por cabras perdidas en las montañas y muchas alimañas y animales salvajes del desierto. Aún viniendo muy del sur, tenía que ser bordeado para poder llegar a la capital de Judea, de Palestina.
Muchas personas se preguntaban qué se le había perdido a Juan en esa zona deshabitada e inhóspita de la que muchos se alejaban por ser inhabitables y alojamiento de caravanas malintencionadas que robaban a otras provenientes de Egipto. Muchos pensaban que Juan estaba desvariando y en su juventud, había llegado a tal grado de soledad, que se había ido a vivir solo, dependiendo de nadie y al amparo de las bestias y provocando la ira de sus familiares. Otros pensaban que se fue allá, en busca de los escenios, monjes, hombres dedicados a la soledad, a la oración y apartados del mundo pero fuera de la realidad y alejados de las exigencias socio – políticas de Palestina, frente al dominio y poder de las fuerzas circundantes. En total, Juan y ellos eran un auténtico escándalo de cobardía en los actuales momentos.
¿Hombres santos? Para qué hombres santos si ya, a lo largo de la historia de Israel eran suficientes. Muchos opinaban que los santos solo se referían a una porción minúscula de los elegidos de Dios y aunque eran reconocidos por el pueblo, no impulsaban a ningún cambio. Solo pasaban haciendo el bien y ya; lo que Yahvé les diera a hacer, eso bastaba.
Otros seriamente hacían reflexión de los profetas. Verdaderos hombres comprometidos. Muchos, años atrás, fueron arrancados de sus familias y empujados por Dios a denunciar las estructuras sociales dominantes y sobre todo, para poner en su sitio las pretensiones de los reyes, el excesivo abuso del poder y denunciar lo desmedido de su ambición de riquezas, además de las desigualdades sociales que corrompían todo trato, desde los forasteros hasta los nobles de nuestra sociedad.
Son duras sus palabras en el tiempo. Fueron duramente castigados pero el valor de Yahvé y su Palabra transmitida, hizo que este pueblo caminara firme en medio de las tinieblas del error y el pecado.
El profetismo fue una institución en nuestro pueblo. No solo suscitados por Yahvé, sino algunos inclusive, emparentados con el sacerdocio. Elías fue perseguido por la reina y sus falsos profetas, pero el poder de Dios en Elías fue más fuerte e implacable para demostrar quién había hecho la elección del pueblo y cuánto lo quería; otros profetas fueron arrastrados a la muerte, pero no les importó. Estaban convencidos de la fuerza de la Palabra de Yahvé; palabra que retumba hasta nuestros días. Yahvé, mi Padre, no se anda con chiquitas a la hora de reclamar y exigir del pueblo un corazón centrado en su amor y sobre todo exigir la renovación de la alianza que en definitiva era elección y predilección, no por parte del pueblo sino por pura gratuidad, amor derramado, presencia abundante y mano firme en la rectoría del hombre por el tiempo y el espacio.
Y en cuanto a sacerdocio se trata, ya el mismo Juan había dejado en claro que el sacerdocio, a pesar de que formaba parte de su linaje familiar, no tenía que ver nada con su persona y por eso se distanció del servicio al templo, profesando sólo un profundo respeto por la figura de su padre y sus predecesores. Sentía que estar delante de Yahvé en el templo, sin llegar a su presencia, era como visitar a cualquier encarcelado y solo poder hablar con él a través de una cortina que obstaculiza toda capacidad de admiración. Así pues que - en boca de Juan – mientras más rápido se alejara de la vinculación sacerdotal, más ligero podría conseguir servir a Yahvé de forma despreocupada, oyendo su voz en el viento y palpando sus exigencias en los signos que arrojaba la propia vida y la realidad de nuestro pueblo. Sentía que Yahvé estaba allí y que él mismo lo impulsaba a ser como una fiera salvaje, atento a la agresividad del mundo, a las estructuras vencidas, a los modos de opresión, al hombre maleado por la propia religiosidad y poderes socio políticos que lo reducían al polvo; sentía que debía denunciar el status económico que aplastaba las colonias y los reinos dominados por el imperio y en especial, el desorden y la prostitución imperante por el linaje real, que se había heredado junto con la corona en el pueblo escogido por Dios. Allí sí encontró Juan su razón de ser, por tanto y una vez más, imperó en él la huída hacia la nada, al desierto, a la soledad, al silencio, a la reflexión. Después Yahvé diría.
¿Qué digo del desierto? ¡Ya lo sabes! Soledad, ausencia, silencio, sequedad, vacío, esterilidad. Si lo miras así, son elementos que siempre van en contra del propio hombre. Es la lucha contra la nada para volver a construir sobre la inseguridad. Ciertamente es la peor imagen de referencia para la prosperidad y la fertilidad.
Aún así el desierto tiene un atractivo. Precisamente esas características negativas que le achacamos, convierten todo espacio desértico en el lugar más propicio para entrenar el alma. Moisés se encontró consigo mismo y se descubrió delante de Yahvé y ahora Juan intenta hacer lo mismo. Debe encontrar en la soledad, el instrumento más propicio para sentir que hay un hombre dentro de sí que debe ubicarse en su contexto vital. No es mero número o persona sin sentido. Debe ser más bien, el Juan reflejado en su conciencia con un proyecto de vida claro, ajustado a la presencia del que es Yahvé.
La ausencia le dará precisamente ese desapropio de bienes materiales para redescubrir que cuenta con sus manos y su voz. Nada sirve para encontrar la tranquilidad más que la certeza de nuestro yo. La ausencia del propio yo obliga a pensar en otro totalmente distinto que me interpela. Esto deja a la ausencia sin efecto porque hace que un interlocutor, que no es precisamente la conciencia, aparezca en la vida y llene nuestras capacidades y supla lo que nos hace falta interiormente.
El silencio del desierto facilita la agudeza de nuestra audición. El viento sopla fuerte o suave; su presencia está signada por el sonido que rompe las noches y los días pero también sus golpes en el rostro de aquel que se enfrenta a las arenas y quema en los días o acaricia en las noches. Silencio afuera, en el ambiente; ruido, diálogo, preguntas, escenas pasando dentro en nuestro interior. El silencio deja de ser silencio cuando se le experimenta. Bullen nuestros miedos, demonios, recuerdos gratos o tristes. El silencio es el aliado de Yahvé para entrar lentamente desde adentro, buscando nuestros por qués para contestarlos uno a uno, sin que queden respuestas por lograr pero… ¿habrá silencio después? El silencio adquirido para solo “oir” ¿mantendrá su promesa de permanecer así cuando el mundo vuelva a apropiarse de nosotros?
Internado en el desierto, solo se ve florecer pequeña vegetación que pronto es devorada por las arenas en su incontenible caminar, empujadas por el viento libre y galopante. Arenas secas, sequedad. Todo es abrasado por el calor inclemente del sol. La poca lluvia que pueda caer a lo largo del año, inmediatamente es consumida sin remedio por las arenas; se evapora. La sequedad es reflejo de lo que muchas veces sucede en el hombre ante las adversidades de la vida: los problemas van golpeando poco a poco hasta que la vida se seca en un continuo vaciar la alegría, compartir, entregar. Lo consume todo. Sin embargo, la sequedad hará de Juan que sienta la necesidad de Yahvé, Dios que lo inunda todo con su amor, con su fidelidad. Esa sequedad hará que las raíces de la vida, tiendan desesperadamente hacia Dios buscando las fuentes nutrientes y se revitalice cada vez más para, a su vez, dar vida a todo lo que hasta ahora se ha secado por la maldad, la envidia, la lucha, la opresión.
Por último la esterilidad siempre presente en la humanidad. El desierto no se cansa de hacer que las cosas se vuelvan estériles. Sin agua, sin nutrientes, sin nada, toda posibilidad de reproducir se hace nula. Juan asociará la esterilidad con la ancianidad, pero también con la incapacidad de la ausencia de Yahvé en la vida. Yahvé ha de imponerse allí donde se niega la vida; donde nada florece y donde todo parece unicolor. Juan tendrá que clamar que Dios hace nuevas todas las cosas y produce vida donde el hombre se empeña en decir muerte.
Todo esto, unido a lo que el mismo Juan produce a sus veinticinco años es lo que hará de él, el más grande entre los hombres nacido de mujer.

CAPÍTULO XXVII. UN SUSTO INESPERADO . Del 11 al 18 de Julio de 2009

A mediados del mes de Jeshván, todo parecía transcurrir con la más absoluta tranquilidad. Nuestro pueblo de Nazareth era próspero dentro de lo que cabía, pero poco a poco había perdido la belleza que tenía antes. Muchos ancianos habían muerto. Esos ancianos que mantenían el orden moral que se necesitaba. Algunos jóvenes habían desviado el camino y todo producto de aquellas incursiones que hacían los romanos por los pueblos cercanos y el nuestro; ellos se agruparon en el movimiento de sicarios que ya era temido en toda Palestina. Era una situación intensa y molesta.
Una vez más hubo revueltas en la zona norte de la Decápolis, ya que los impuestos se habían hecho un peso grande para la gente, especialmente para los pescadores y los mercaderes. Tanto los recaudadores de impuestos como los oficiales romanos eran despiadados al cobrar un dinero indebido al pueblo y muchos, al no tenerlo, iban a parar a las cárceles de las cuales, algunos cuantos no salían vivos, especialmente aquellos hombres que pasaban de sesenta años de edad.
Al cuarto día después del descanso del shabbat, un centurión y sus hombres, entraron en el pueblo y se ubicaron cerca de la casa de la comunidad. Los ancianos del templo se le enfrentaron y exigieron respetar dicha casa. Dejaron en claro que todo edificio judío no podía ser manchado por las plantas de pies extranjeros; todo estaba dedicado a Yahvé. Después de tanta manifestación, el centurión, comprendiendo bastante bien la realidad judía y después de un discurso sobre la “pax romana”, ordenó a los soldados el levantamiento de un campamento militar justo a la izquierda de la casa, con la finalidad del cobro de impuestos mientras que a la tropa, ordenó salir del pueblo para evitar posibles revueltas y de esta forma, defenderse con mayor ventaja sobre cualquiera que quisiera hacerlo.
A pesar de este inconveniente, todos los hombres del pueblo estaban inquietos. No sabíamos la forma cómo se iba a llevar a cabo la recolección de impuestos y los métodos de que se valdrían para hacer que el dinero llegara a las arcas del imperio. Todas las veces se obraba de este modo en todos nuestros pueblos, así que el miedo y la preocupación no estaba de más; además de ello, es conocido por todos, que un campamento militar en cualquier pueblo, traía los consabidos problemas de rapto y violación de mujeres jóvenes, doncellas y hasta de niños. La depravación moral e inhumana era una de las características de la milicia que imponía su poder por las espadas y las lanzas.
Todo era calma en el día quinto. La gente veía cómo los soldados acompañaban a los recaudadores que ya de por sí, eran rechazados por el pueblo. Esta vez, trajeron del norte a dos recaudadores. Uno parecía joven, bastante joven, llamado Leví. Lo apostaron en la puerta sur del pueblo. El centurión, llamado Lucius, ordenó a un decurión llamado Flavio con sus hombres, a servir de custodia de dicho hombre y los bienes que a él llegaran, mientras que el otro recaudador llamado Ananías, proveniente de Sicar, se quedaría en la tienda cerca de la casa de la comunidad, custodiado igualmente por un decurión llamado Severus con sus diez hombres.
Los hombres, empezando por los mayores, fueron llegando a las tiendas. Previamente estos dos hombres, judíos, sabían de los bienes de cada familia y tenían un censo de la población. Los bienes eran mayormente producción de ganado y de los productos del campo, especialmente olivo y cereales, como trigo. Debíamos pagar impuestos sobre las producciones hechas en el año, aunque insisto, los romanos cobraban lo que les daba las ganas y más, si estaban en tiempo de guerra.
Ciclos, denarios, dracmas, talentos, etc… todo tipo de moneda se movía, cuando de impuestos se trataba, pero también se veían carretas y bestias de carga que llevaban continuamente medios sacos, cuartos de sacos o buenas arrobas de granos o pieles de animales. ¡Todo se lo llevaban! Y lo más deprimente, usurpaban los recaudadores todo lo que sirviera para su beneficio. Como les digo, ya el quinto día y el sexto día, se veían muchas caras largas que iban y venían, señal de la profunda pobreza que se acentuaba cuando este tipo de cosas sucedía.
El susto inesperado llegó el siguiente día del Shabbat. Los soldados llegaron a la tienda y encontraron a los dos centinelas muertos y la tienda destrozada. En las paredes un letrero: “Malditos romanos. La ira de Dios está sobre ustedes. Yahvé es nuestro Dios y nuestro dueño”. Se oyeron gritos y órdenes que a pesar del latin, daban muestra de alarma, miedo y rabia. Los soldados hicieron formación y a paso de marcha, se les veía cómo corrían por las calles y callejones del pueblo, buscando alguna evidencia de los asesinos. Una vez más supusimos que los jóvenes pagarían el castigo, aún no siendo culpables. Gritos de soldados en lengua extranjera; ruidos de las gladdius y lanzas que golpeaban en las puertas; ruidos de maderas rotas, desastre a lo largo de las calles; mujeres gritando y hombres arrastrados, eran las escenas que se empezaban a ver.
Una columna de humo en la zona sur, a la salida del pueblo se hacía notoria. Por la dirección del humo, parecía ser el granero mayor comunitario que habíamos creado hace menos de diez años para ahorrar espacios y mantener ciertos depósitos de cereales para todos. A pesar de ser día de descanso, corrimos muchos hacia esa dirección esperando salvar algo. Hubo, como digo, mucha confusión, porque los soldados pensaban que era una revuelta, pero al ver que su formación de combate quedaba sin contrincantes y al vernos correr en otra dirección, prestaron atención a la alarma reinante en el pueblo y corrieron detrás de nosotros y aunque no ayudaron, estuvieron atentos a controlar el orden y la seguridad, previendo que sucediera una revuelta posterior. Encontramos a Abimael, dueño y encargado de cuidar el granero, tendido en el piso, con la cabeza rota y un gran charco de sangre. Además, tenía heridas en el cuello.
Mientras apagábamos el incendio, oíamos – los que entendíamos el latín – que las órdenes habían cambiado y que el centurión ordenaba a veinte de sus soldados ir en dirección a Naím, a apresar a cuatro hombres que habían huído en caballos y eran los causantes de esta nueva incursión de sicarios. El incendio sirvió para lamentarnos y clamar a Yahvé por el descanso de nuestro hermano Abimael y gritar, reclamando una vez más, por la invasión sobre nuestro pueblo. Los más ancianos en su clamor presagiaban la venganza de los romanos por la muerte de los dos soldados y cobrarían mucho más, ya no con bienes materiales, sino con vidas, los daños hechos al imperio.
Mientras nos asegurábamos de que no quedaran rastros del incendio y evaluábamos el daño a la estructura del granero – en realidad no fue mucho, salvo unos cuantos metros de pared y techo – nos dimos cuenta cómo de nuevo los soldados cerraban formación para volverse al campamento y recomenzar la tarea del cobro de impuestos. El centurión, intentando hacer la proclama en hebreo, nos ordenó volver a las casas para rendir cuentas ante el imperio. En su avance, mostrando el poderío de sus armas, nos empujaron a los laterales, dejando en nosotros un odio cada vez más creciente hacia el extranjero dominante. Alguno de nosotros gritó las palabras que se habían escrito en las paredes de la tienda y el centurión, desde su caballo volteó de forma intempestiva para lograr descubrir al culpable, pero ya era tarde: a pesar de que tenían espadas, escudos y lanzas, se dieron cuenta de que su número era menor delante de la cantidad de hombres que estábamos para ese momento. Dan otro fuerte grito, prosiguió la marcha en retirada.
Ese día, que se hizo más bien tarde, no se cumplió la palabra del centurión de seguir cobrando los impuestos. Y más aún, la decisión del impuesto se pospuso en virtud de que hacia las vísperas de ese día, fueron atrapados los cuatro hombres que, tampoco eran de aquí del pueblo. Tres horas después de su arresto, a la luz de las antorchas y en descampado para evitar una revuelta, fueron torturados y procesados, mientras que algunos cuantos jóvenes de Nazareth fueron obligados a levantar cuatro estacas en las afueras del pueblo para dar muerte por empalamiento a los asesinos. Los que fuimos testigos, oimos el proceso y juicio que según la justicia romana les fue hecho para luego dictarles condena de muerte.
La escena cruda de ver cómo alzaban a los hombres, uno por uno, para enterrarlos en cada estaca y los gritos que cortaban la oscuridad que ya iba cayendo, además de los gritos del centurión lanzando maldiciones contra nosotros los judíos y advirtiéndonos que le diéramos gracias a nuestro Dios porque eran forasteros esos hombres; aclaró que nos salvamos de la matanza de veinte de nosotros por los soldados que perdieron la vida. Yo recordé la cara de esos soldados. En realidad eran jóvenes; nos más allá de mi edad – veinticinco años -. Nos miramos todos a la cara y una vez más, con la rabia contenida, nos fuimos a nuestras casas. Allí nos esperaban las mujeres y nuestras madres, quienes tampoco ocultaban la angustia y el miedo del día. Hacia las primeras horas de la mañana, los soldados marchaban en sus caballos mientras la infantería hacía sentir su paso en la marcha.

CAPÍTULO XXVI. UNA GRAN NOTICIA (II parte) . Del 03 al 10 de Julio de 2009

Un nuevo día, anunciado por el canto de los pájaros y el movimiento de los animales llegaba a mi vida.
Hoy es la boda de Séfora.
Aún no sale el sol y mi primer acto, como fue enseñado por José y mi madre, fue salir al patio interno y bendecir a Yahvé, no sólo por este nuevo día sino por la vida y porque su misericordia es eterna.
Hacia las cinco de la mañana, me dirigí hacía los toneles de agua para prepararme a un baño en medio del calor que ya despuntaba. Mi madre ya estaba dirigiéndose a la cocina para preparar algo de comer. Estaba pendiente de mis ropas y las toallas, así que mientras me aseaba, de seguro me colocaría la ropa de trabajo para el taller y colgaría una túnica perfumada con un paño en los colgadores que tiempo atrás, José había colgado de las paredes del cuarto.
El trabajo comenzó con el cliente más importante que tenía para ese día: Samuel. Miré su caballo de madera y más que reparar los ejes de las ruedas que estaban partidos, me fijé totalmente en él y desechándolo, tomé unos trozos de madera que ya estaban lijados hace unos cuantos días atrás y con unos cuantos listones, emprendí el diseño de un caballo más alto – puesto que Samuel había crecido -, un asiento más fuerte y un refuerzo en los ejes, al igual que unas ruedas más gruesas, para que no hubiera tanto desgaste. Para las nueve de la mañana estaba listo y justo para ser reclamado por su dueño que entró corriendo al taller, contento de poder encontrarme y seguro de que él, antes que nadie, tendría su trabajo hecho.
Samuel se me quedó mirando, preguntando por el caballo. No lograba divisarlo porque lo había puesto en lo alto, en la mesa. Lo tomé en brazos y al colocarlo sobre la mesa, advertí que la madre estaba fuera, viendo el caballo con gran admiración. De igual forma, Samuel hizo un gesto de impresión y un grito de ¡Guao! Que si no se oyó en todo el sector, no se oyó en ningún lado. Me pidió que lo bajara y bajara el caballo y antes de despedirse, me dio un tremendo abrazo, sin importarle que sus pequeños brazos quedaran confundidos con mi cabellera. El abrazo fue largo y terminó con un beso y un: “Gracias Jeshua”. Como pudo, lo arrastró hasta ver a la madre que lo terminó de ayudar para colocarle una pequeña soga y llevarlo luciendo su hermoso caballo por toda la calle.
Proseguí el trabajo. La mayoría de ellos eran reparaciones de piezas que se habían acumulado en el tiempo en que estuve ausente: reponer patas de escaparates; recambio de piezas en mesas; algunas piezas metálicas en sillas y estantes, etc. Así que para las dos de la tarde tenía todo terminado. Mi madre María, a esa hora, entraba para avisarme si ya estaba dispuesto a almorzar. Me preguntó qué tal había ido el día y le pregunté que la mayor cantidad de dinero había sido el abrazo y el beso de Samuel por su caballo. Ella sonrió y dijo solamente: “Ese dinero lo guardas en la hucha de tu corazón”. Inmediatamente tomó la escoba y me ayudó a ordenar todas las cosas, puesto que me advirtió que el trabajo había llegado a su fin por el día de hoy.
El almuerzo fue sencillo. “Jeshua, hoy comeremos ligero, puesto que a la tarde nos iremos a ayudar en la casa de Séfora. Allí terminaremos de comer algo si te apetece”, sin embargo, mi madre había preparado un delicioso pollo en salsa de cebolla y ajos; un delicioso pan y algunas hierbas de ensalada que devoré al instante. No por ser mi madre, ella cocinaba delicioso. Tenía realmente un gusto por guisar las cosas y yo me volvía loco por comer, así como lo hacía mi padre José. Al terminar, sólo me di cuenta que ella comía despacio, así que la esperé mientras ella, bocado y palabras, hacía que rindiera el tiempo.
“Séfora, luego de la luna de miel, volverá para despedirse. Vivirá en Pel – lá, en la zona de Decápolis. Los padres del futuro esposo poseen allá una casa de tipo romana, pero es la zona más tranquila de nuestra tierra. Se irá a vivir más allá del Jordán, pero de seguro su corazón no se apartará de Nazareth”.
Estas y otras cosas hablaba mi madre mientras en mi se enfrentaban pensamientos referidos a los profetas, especialmente el de Isaías: "No temas, que yo te he rescatado, te he llamado por tu nombre. Tú eres mío. Si pasas por las aguas, yo estoy contigo; si pasa por los ríos, no te anegarán; si andas por el fuego, no te quemarás, ni la llama prenderá en ti. Yo soy Yahvé, tu Dios, el Santo de Israel, tu Salvador". Este tiempo fue interrumpido de nuevo por las palabras de mi madre quien me había dejado solo. Me dijo: “hijo, Jeshua. ¿Estás despierto? Te quedaste absorto en tus pensamientos.” Me pidió que terminara de recoger las cosas para ponernos en camino a casa de Séfora, así que dejamos las cosas arregladas para que los animales la pasaran bien: su comida, el agua, etc. Nada encendido en la cocina ni lámparas en los cuartos.
Fuimos recogiendo cosas que ya mi madre tenía listas y para la hora de vísperas, estábamos saliendo para ayudar a preparar las cosas referentes a la ceremonia y a los alimentos.
Había mucho movimiento en la casa. Gran parte de las mujeres estaban dedicadas a la vestimenta de la novia mientras que otro grupo, además de sirvientes, estaban muy ocupados en las bandejas de alimentos que se servirían posteriormente en la fiesta. Mi madre por supuesto, me apartó del área donde la novia se estaba preparando y me condujo a la cocina y área de servicio para ayudar allí las cosas que habían de prepararse, por tanto, ayudé en el encendido del fuego para el asado de la carne y en momentos, me movía a la parte posterior de la casa, donde se mataban a los animales. Se necesitaba de fuerza para sostener los corderos y reses y otros animales pequeños. El trabajo era intenso en la matanza de animales puesto que se había calculado trescientas cincuenta personas del pueblo y los que venían de afuera. El olor era intenso y contrastaba con otros olores de perfumes y especies que se mezclaban en el aire.
Al volver cerca de la cocina, terminé de colocar la madera y ajustar las barras de hierro a la altura adecuada para cada animal que iba a ser asado en las brasas; también me vi envuelto en la limpieza de las áreas de encuentro común y terminamos por colocar las mesas para los invitados. Extrañamente oía cómo hablaban de “Jeshua ayudando a la limpieza y el servicio de la cocina”. Me reí e inmediatamente traté de desaparecer en la cocina, esperando que mi ayuda sirviera para algo más.
El tiempo se nos fue hasta que, poco a poco los candiles y las antorchas fueron tomando protagonismo. Había una claridad bastante aceptable en cada sector de la casa, especialmente en los patios en donde se llevaría la celebración principal y la celebración de las fiestas. Aunque era avanzado el día, ya el sol se ocultaba y todo estaba preparado para que el anciano rabino de la comunidad Eliahú, presidiera el matrimonio delante del pueblo congregado y presente. Estaba ya Jadash, el novio, presente con sus padres y junto al rabino para recibir a Séfora.
El venerable Eliahú recordó las maravillas de Yahvé y recordó el pasaje del génesis en el que el hombre fue creado junto a la mujer para ser uno. Hizo prédica de la tarea del hombre para reproducir la especie y de la mujer por someterse al hombre y estar a su servicio. Procedió a recordar los votos de fidelidad y entrega de ambos y puso a la comunidad como testigo de esta unión hasta la muerte. Séfora fue entregada como mujer y lote de la heredad de Jadash y él la tomó como mujer de manos del rabino. Terminado el acto de celebración, después de los simbolismos de compartir los bienes y la hermosa oración de bendición sobre ella, aplaudimos y presenciamos cómo el novio mostraba a la comunidad a su novia, descubriéndole el rostro y besándola delante de todos.
Ambos fueron llevados entre los bailes y gritos de alegría, junto con el rabino, hasta la mesa colocada como presidencia. Allí los padres de ambos, familiares cercanos; el rabino y los novios en el centro, brindaron con vino generoso por la felicidad y la descendencia que Yahvé le había de dispensar a ambos.
¿En dónde estaba yo preguntas? Yo estaba con mi madre en una de las mesas cercanas a la presidencial. Era la cuarta mesa, así que tenía posibilidad de apreciar con bastante claridad las escenas importantes de la boda y a la vez, teníamos la posibilidad de estar disponibles, por si nos necesitaban en el servicio a las mesas. Yo ansiaba hacer esto pero mi madre me sugirió estar quietos y dejar que los acontecimientos hablaran por sí mismos.
Séfora nos ubicó dónde estábamos, pero con un gesto dejó en claro que no podía moverse si el novio no la dejaba. Respetamos el protocolo pero sin embargo, mi madre fue llamada, por ser mujer, a la mesa presidencial y saludó con alegría a la pareja. Fue presentada como madre del mejor amigo de Séfora, quien bien pronto le hizo un gesto a Jadash, su marido, para que pudiera yo acercarme y dar las felicitaciones respectivas.
No sé cómo sucedió pero Séfora, sin advertir de los ritos y normas acerca de matrimonios, me tomó de la mano y me abrazó fuerte delante de su esposo y dijo que se sentía feliz de ese momento. Me agradecía mucho por mi amistad e inmediatamente me presentó a Jadash. Él, en tono de broma, me dijo: “¡Vaya! En plena boda vengo a conocer al que me ha disputado a mi mujer” y se rió. Yo también, con vergüenza, me reí, deduciendo claramente que Séfora le había hablado con franqueza de nuestra juventud.
Música de fondo después del brindis; bailes de los que éramos jóvenes. Estábamos casi todos los jóvenes que éramos contemporáneos, a pesar de que unos cuantos ya estaban casados también; además, estaban las parejas de padres, nuestros padres. Total que éramos la atracción hacia el final del día que ya anunciaban las primeras horas del nuevo día. Entre estos cantos y bailes se fueron moviendo los vasos de vino y bebidas para todos, acompañando los platos de aves sazonadas y guisadas; carnes de res y cordero que iban saliendo acompañadas de ensaladas adobadas; abundantes panes y otras tortas hechas de cereales.
Llegaba el amanecer. El sol dio el aviso de su presencia y a lo lejos se veía la primera claridad del día. Los novios se despedían y todo el mundo estaba pendiente de ellos. Nadie se había ido precisamente esperando que ellos partieran primero. Las madres de ambos, los acompañaron hasta los cuartos posteriores de la casa, para que disfrutaran de su primera noche y ya luego de retirados, el final de la fiesta parecía llegar. A pesar de que mi madre aún estaba cargada de energía, preparó unas cuantas cosas y dándome una señal, partimos a la casa, a cuatro calles de allí. Le acompañaba cargando frutos y comida que en la cocina le habían regalado. Día de felicidad.

CAPÍTULO XXV. UNA GRAN NOTICIA (I parte). Del 26 de Junio al 02 de Julio de 2009

Vuelto a la Nazareth de mi infancia, fui recibido como si fuera alguien importante. Todos, desde la calle principal del pueblo, se lanzaron a saludarme. Me sentía alguien grande y no dudé en decir que sí, que era importante. No se necesita tener títulos o grandes puestos para sentirse importante entre los propios: me amaban y eso lo mostraban con sus besos y abrazos. Hasta el pequeño Samuel de seis años, que casi era atropellado por los adultos, salió a recibirme, pero su preocupación era su caballo de madera: estaba roto. Me lo mostró con toda la ternura, que logró congelar la escena de la bienvenida. Todos al principio se rieron, pero comprendieron la necesidad que tenía Samuel de Jeshua, el carpintero. Solo yo podía solucionar sus problemas para devolverle la alegría que tenía cuando se montaba en su corcel. Tomándolo con mis brazos, me lo cargué en el hombro mientras su madre tomaba el juguete y me seguía. Este grupo de gente sirvió como un río para llegar ante la presencia de mi madre, María. Bajé a Samuel de mis hombros y le otorgué un gran y fuerte abrazo a la mujer que me ha dispensado el amor y la ternura, que me ha hecho ser el hombre que soy.
Tomándome una vez más de un brazo, María me condujo dentro a la casa. Me sentí feliz de estar en el dulce hogar bendito que Yahvé me había dispensado. Algunos niños me dejaron las cosas que traía, así que en un instinto por evitar el silencio del encuentro, saqué unos dulces y panes que mandaban las primas; algunas frutas secas en pequeñas bandejas y con mucho cuidado, desembolsé un hermoso tapiz de múltiples colores y con trazos de aves volando y posando en un lago. Además de ello, le entregué otro paquete que también desenvolvió con sumo cuidado: había telas suaves y delicadas y algunas piezas tejidas para adornar los estantes de la casa. Se quedó extasiada de tantos regalos recibidos y su rostro pasó una vez más de la absoluta alegría, a una sonrisa entretejida en tristeza. Al momento no comprendí, pero sus palabras fueron: “las piezas que pertenecían a la abuela ahora vuelven a mi”. Callé y me retiré para poder darme un baño afuera, en el patio de la casa.
Quince minutos después, con túnica limpia y mi cabello y barba aún húmedos, mi madre me tenía una deliciosa merienda: de todo un poco. Se sentó a mi lado y me preguntó muchas cosas de los primos. Le hablé de la cantidad de niños que habían nacido en este tiempo. Eran unos cuantos los que habían hecho crecer a la familia. Todos estaban felices y tenían prosperidad económica y los productos que han logrado como economía, los venden a clientes seguros en Jerusalén y otros pueblos de alrededor.
María se quedó muy contenta con las noticias que había recibido, pero yo me quedé en silencio esperando que preguntara por Juan. En menos de dos minutos hizo la pregunta y empecé a contarle lo que habíamos hablado y vivido. Le conté que me sentí como si hubiera estado con mi gemelo. “Realmente, me dijo, no se llevan sino solo meses”. Lo se madre, e inmediatamente le plantee las inquietudes de Juan y su necesidad de responder a Yahvé. Me escuchó en silencio y no planteó ninguna otra pregunta. Tan sólo expresó al final: “Es la voluntad de Yahvé. Su vida está marcada por él y de seguro lo usará como instrumento”.
Mi madre se levantó de mi lado y desde el fogón, como intentando hacer algo en el fogón, me miró tiernamente y me preguntó sin previo aviso: “Jeshua, hijo de mi corazón, tú ¿qué piensas hacer con tu vida? Tienes casi 24 años y debes definir también las inquietudes de tu vocación.
Te tengo una noticia que no se si será buena o mala para ti, pero ha vuelto Séfora”. El corazón me empezó a palpitar fuerte. Sin querer, me puse en pie como esperando esta noticia, pero me contuve. María siguió: “vino con un grupo de familiares y además, ha venido la familia de un joven apuesto con el que se ha prometido en matrimonio”. Mi rostro pasaba de la sonrisa a la tristeza, a la desilusión, a los recuerdos… mi madre se acercó y me tomó de las manos. Sintió mis nervios y se llevó sus manos con las mías a su pecho. Me dijo: “Somos invitados de honor Jesh… Se escapó antier de su casa para venir especialmente a decirme que te convenciera de que debías estar allá. La unión será mañana y me dijo que por nada en el mundo dejaras de ir conmigo. Me dijo además que aunque te sintieras triste, ella tenía la convicción de que compartirías su pleno gozo de entregarse a ese joven en matrimonio. Ella sabe que la amabas, pero también aseguró que la relación entre ustedes era tan madura, que la apoyarías en todo momento.
Mis recuerdos se comprimieron en mi mente. Séfora, mi chica especial con la cual se me erizaba la piel cada vez que me visitaba en el taller y se hacía pasar como aquella que me admiraba en el trabajo mientras en realidad, escudriñaba mi musculatura y mi cuerpo; aquella que se adelantaba para intentar arreglar el taller y colocar flores de nardos que perfumaban el ambiente y me recordaban mucho a ella; aquella que algunas veces, con anuencia de mi madre, me ofrecía lavarme los brazos y el pecho, aunque dos veces me echó el agua encima para ver mis reacciones, pero yo la sujetaba y sacudía mi cabellera como hacen los perros para también mojarla toda a ella; aquella que se dejaba entrenar por mi madre, en las delicadezas de la atención…Todo esto se aglomeraba en mi, mientras su cara se dibujaba clara y nítida en mis ojos.
Me solté suavemente de mi madre y dando una pequeña vuelta, ciertamente mis latidos se tornaron de alegría. Séfora me había dispensado mucha alegría, pero me había hecho comprender el lado maduro del amor que se dona al otro. Eso fue traducido para mi, en una pequeña libertad de sentimientos en los que solo interpretaba una respuesta a lo que había pedido a Yahvé en las montañas. Allí debía encontrar la clave. Reencontrar otra experiencia con otra amiga y mujer, me tomaría un buen tiempo y ahora estaba sólo dispuesto a ahondar en lo que me había propuesto, mientras estuve con mi primo Juan.
Esa noche la pasé intranquilo, más bien incómodo. La razón no la encontraba; de seguro, no era tanto el matrimonio de Séfora sino algo más. Algo que se iba afianzando en mi con seguridad. Algo me estaba indicando que debía partir, iniciar otros rumbos. Algo reclamaba en mi una exigencia mayor. Estaba claro ya que esa etapa de opción por el matrimonio había acabado en este momento.
No negaré que estoy abierto al encuentro amoroso “carnal”, pero ¿hay un amor más allá de los recintos de un hogar, de una mujer y de unos hijos? Es una tarea a descubrir. ¡Ninguna estabilidad emocional como la compañía de una mujer!
Pero, Yahvé, Padre mío, el amor que me has dispensado a lo largo de este casi cuarto de siglo, rebasa todo amor limitado, al igual que el amor mezclado de la fuerte dosis de gratuidad que has dispensado en todo lo que es obra de tus manos. Entonces, ¿a qué atender? Me suena Padre tu entrega, absoluta, constante y fiel… ¿es en eso a lo que me llamas a ahondar? ¿Es allí mi campo de batalla?
Con estos pensamientos, mis ojos se cerraron para abrirlos a un nuevo día, anunciado por el canto de los pájaros y el movimiento de los animales.