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Jesús, tu amigo y Señor

Jesús, tu amigo y Señor
Déjate fascinar por el Dios-hombre que muertra la dulzura de su Padre

Capítulo VI. Mi "pérdida" en Jerusalén. Del 02 de Febrero al 09. 2009


...Recuerdo que en ese tiempo el grupo de adolescentes, teníamos 13 - 14 años. Unos cuantos nos conocíamos porque veníamos del pueblo de Nazareth, otros venían del norte y del sur de Israel...
Jerusalén, a mi edad, era portentosa...los griegos y romaanos han hecho mella en nuestros templos, palacios y en nuestra gente...sus abusos han sido constantes y efectivos para que muchos se desvíen del amor de mi Padre pero muchos por temor a Dios, se han mantenido firmes en la Fe que recibimos de nuestros padres. Es difícil la vida de entrega y santidad donde se ve la opresión, el abuso, la injusticia, el poder ciego...ellos no tienen la autoridad. Israel cree en esa presencia de mi Padre a pesar de los problemas...
Llegado el día, nuestros padres nos llevaban al templo...éramos más de trescientos por lo que oía de los sacerdotes que nos recibían en la entrada...nos iban discriminando por los maestros rabinos que nos habían adoctrinado...las escuelas que ellos habían creado hacía que la enseñanza en la Torah fuera efectiva.
Entramos a la gran sala de celebración de las fiestas. Allí había otros sacerdotes con otros atuendos...tenían un estricto orden y nosotros en ese momento éramos los protagonistas...buscaron los kippás y talit que nuestras madres habían tejido...aunque ya los había visto antes, ahora los coloridos parecían hermosos por demás...estábamos alusinados porque nos iban a dar esas vestimentas que usaríamos en el culto y además, nos darían responsabilidades...me da risa porque nuestras voces en esa edad estaban cambiando...María, mi madre, se burlaba de vez en cuando por mi voz y aprovechaba la ocasión para besarme con dulzura y decirme: "Dios te bendiga mi hombre"...¡Oh María, la mujer que Dios me dio por madre...! no sólo su figura, sino la dulzura que destilaba de sus manos al acariciarme me daba la seguridad de que Abbá, mi Padre, no se había equivocado al escogerla entre todas las mujeres...

Después de una larga ceremonia en la que mi cuerpo se estremecía con cada oración de salmos, de lecturas, de invocaciones, los rabinos y sacerdotes del templo nos recibieron con gran alegría. Ya éramos "adultos" en la fe. Nos llevaron a otra sala del templo para que las mujeres, nuestras madres, nos pudieran felicitar y nuestros padres, pudieran animarnos. En ese día despediríamos los pocos gestos de amor que nos daban "los varones" de nuestro pueblo. Ya tendríamos, no solo capacidad para ser protagonistas de las ceremonias, sino también para sumir los compromisos con las mujeres israelitas...ellas serían las futuras parejas de los matrimonios...
Yo recuerdo que en aquella ocasión me alejé hacia el santuario. Allí estaban varios maestros de la ley. Conversaban de los mismos temas que preocupaban al pueblo de Israel: el imperio romano que se extendía por nuestra tierra y la llegada del Mesías para la liberación defifnitiva. Herodes era fuertemente criticado por alinearse de parte del imperio para recibir los beneficios de la alianza. Se alargó la conversación y yo, aprovechando el hecho de ser adulto, comencé a conversar con ellos acerca de las cosas de mi Padre. Recuerdo que se sentía un gran silencio sin contar nuestras voces.
Perdiendo la noción del tiempo, mis padres se acercaron. Estaban muy preocupados. Caí en la cuenta de que los tenía angustiados por mi ausencia...José invitó a mi madre a hablar conmigo...él se veía muy molesto; quizá por eso no intervino. Me preguntó: "Hijo, ¿por qué nos haces ésto?" "¿Qué madre" le pregunté...ella me respondió un poco molesta..."Te hemos estado buscando todo este tiempo. José y otros cuantos más hemos preguntado por todos lados." La miré con cariño y le dije: "Madre, no sabías que tengo que ocuparme de las cosas de mi Padre"...
ví cómo José bajaba la cabeza comprendiendo que desde ese momento mi relación con él, sin perder el respeto, se iría enfriando un poco más...él comprendió su trabajo conmigo como terminado, pero siguió siendo fiel, entregado, callado y piadoso. María, mi madre, por su parte, hizo silencio, bajó la cabeza, se le salieron unas cuantas lágrimas y me pasó su mano izquierda por mis hombros para animarme a seguirla...me voltee hacia los rabinos y con la mirada, les dije adiós y agradeciendo por compartir aquellas enseñanzas de las cuales yo era el primer interesado porque me acercaba a Dios mi Padre.
Al salir de la ciudad, estaban las bestias esperándonos con los guías y mis otros familiares que también se retrasaron...

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