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Jesús, tu amigo y Señor

Jesús, tu amigo y Señor
Déjate fascinar por el Dios-hombre que muertra la dulzura de su Padre

CAPÍTULO XV. Facetas de la vida II. Del 11 de Abril al 17 de Abril de 2009

Al día siguiente, me levanté temprano como a las cinco de la mañana.
Adelantarse al sol es un buen reto para hacer tareas y llenar nuestros corazones con cada relación humana que tengamos. Pensaba que mi madre aún dormía, pero vi la luz del candil en la cocina. Estaba allí arreglando las cosas. Esto era una excusa para ella, puesto que mi padre José y ella, compartían una de sus cualidades que era el orden y la limpieza. Repasaba una y otra vez el orden de los pucheros, de los utensilios de la cocina...espantaba los animales que de noche se alojaban en la casa...revisaba el almacén de alimentos; los frascos, los envases, las carnes de cordero, etc. la ocupación de la limpieza y orden corría ya desde temprano desde su cuarto, a la cocina, al bano, a los otros cuartos, a los pasillos, al patio...en cuanto al mío, esperaba que yo estuviera en el taller para asear todo.
alguna que otra vez se quejaba de mi orden y limpieza, pero le decía dulcemente que eran ella y José quienes me habían enseñado. Poco a poco fui dejando cosas desordenadas para que ella sintiera el orgullo de ordenar el cuarto de su hijo amado. "Madre hermosa, madre servicial; madre que se pelea por ser la esclava...Padre mío, realmente te has enamorado de la más dulce criatura que ha salido de tus manos".
A esa hora me dirigí afuera. Agarré el aguamanil y me aseé la cara, la boca, mojé mi cabellera y barba, en fin, me refresqué. Dejé bien ordenado todo para no provocar más trabajo a mi madre y tomé la calle en dirección a aquella loma que era, muchas veces, confidente de mi encuentro con el Padre. Ofrecí alabanza a él con salmos y dándole gracias por nuestro pueblo, me dirigí al taller para comenzar la faena.
Extraño fue el primer trabajo que tuve que resolver desde temprano: entre médico y carpintero, recibí al abuelo Otoniel que vivía a 200 metros al sur de nuestra casa. Atendía a los animales, dándole comida y al pisar una caja de madera, estaba tan podrida que su pie traspasó una pieza y se quedó atascada en su tobillo...llegó como pudo al taller para que lo ayudara...
Otoniel era muy amigo de mi abuelo Joaquín...ambos habían servido en el templo y mchas veces había venido a casa para pasar el día con nosotros...decía que la pasaba muy bien como en su casa. Lo mandé a sentar, miré la pieza y muchas astillas aprisionaban su tobillo. Lo primero que hice fue alejar esas astillas y luego proceder a quebrar la pieza evitando el menor daño para el anciano. Después de verse libre, me agarró la cabeza con sus manos temblorosas y llevó mi frente a su boca para darme un beso..."Yahvé te bendiga siempre. Jeshua". Prosiguió sus palabras y me dijo: "Sabes Jesh? decimos que Dios no tiene rostro y mucho menos un rostro humano, pero las veces que te miro a la cara y más, cuando eras adolescente, algo me palpita en el corazón diciéndome lo especial que eres. ¿Te sabes la historia del anciano Simeón cuando te recibió en el templo?"
Inmediatamente recordé el cuento que mi madre me hacía cuando tuve diez u once años. Aún así, para oir de su boca una vez más la versión, le dije "No, venerable Otoniel", porque le veía el deseo de querer contarme algo...lo dejé hablar.
"Tu madre, María, te llevaba en brazos. Se veía ¡bueno pues!, super feliz contigo. Al momento de entrar, fue José quien te agarró y te pasó a los brazos de Simeón. Te descubrió la cabeza y se impresionó de lo blanco que estabas...pero no era un blanco de piel, ¡no, no, no, no! era un resplandor que había en ti. Era algo distinto. Hasta llegó a oirse el comentario de que sólo dos hombres tenían ese resplandor: Moisés y Elías. Ambos habían sido transformados por Yahvé... pero tú, Jeshua, tú estabas alumbrado por su presencia; hasta alargaste las manos en señal de súplica para unirte a la plegaria de Simeón...¡oh sí! lo recuerdo bien...Hace unos cuantos años y si mal no recuerdo, tienes veintiún años. ¡Hace veintiún años!..."
Mientras él hablaba, algo distinto se operaba en mi interior. Un suspiro profundo que llenaba mis pulmones queriendo absorber toda esa experiencia. ¡Qué distinto es sentir ser Hijo de Abbá a oir el cuento de boca de tantos ancianos y ancianas que esperaban la Gloria de mi Padre en estos tiempos!.
Seguí prestando atención a Otoniel...
"Simeón, elevó una súplica al buen Dios...Ahora Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz...Sí, Jeshua. Simeón era un siervo fiel, ¡un santo! y él fue guiado hacia ti....!suena raro!, Jeshua pero entre tantos ninos que fueron presentados, sólo y sólo a ti fue a buscar...¡fue como un autómata en dirección a ti!...
Luego Simeón prosiguió: "Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos, luz para alumbrar a tu pueblo y gloria de tu pueblo Israel".
¿Sabes Jeshua? Simeón tan viejo, se estremeció. Se puso a llorar porque llegaba la liberación de nuestro pueblo. Muchos se le quedaron mirando porque sabían que él y Ana, e igual que Zacarías, eran visitados por Yahvé. ¡Eran privilegiados, si Señor! José y tu madre se miraron a los ojos y se quedaron mudos. No comprendían nada - lo dice en voz baja - pero nosotros tampoco comprendemos mucho de las cosas de Dios...
dime Jeshua...¿Eres tú el elegido por Dios?
Me levanté bruscamente y me quedé mirando el amanecer puesto que ya salía el sol...fue un silencio largo...detrás de mi oí los pasos lentos de Otoniel, al salir del taller...

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