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Jesús, tu amigo y Señor

Jesús, tu amigo y Señor
Déjate fascinar por el Dios-hombre que muertra la dulzura de su Padre

CAPÍTULO XVII. RECREACIÓN DE LAS COSAS. Del 25 al 01 de Mayo de 2009.

¡Es Marzo! Otra vez, un cumpleaños está cerca para mi. Mi madre como loca, una vez más con las muchachas del pueblo, confabulan para hacerme fiesta. No se quedan quietas por nada del mundo, pero aún así faltan días para eso.
Lo cierto es que las celebraciones de cumpleaños, especialmente de nosotros los jóvenes, es todo un acontecimiento en el pueblo. Nazareth parece como una ciudad despampanante. Creo que los jóvenes hemos aprendido de los mayores a celebrar la vida... ¡Sí, la vida!
Ya había dejado atrás la adolescencia. La etapa de los 20 años se presentaba hermosa. Veía a mi madre envejecer pero aún lucía muy bien; risueña y contenta, enamorada de las cosas de la vida. Parece haber dejado atrás el amargo sabor de la muerte en José y se lanzaba a llevar adelante las cosas de la casa y preocuparse de atender a mucha gente necesitada. Las ocupaciones de la casa las tenía cubiertas y de vez en cuando se repartía la labor entre las mujeres recién paridas; las ancianas sobrevivientes de mi abuela Ana; de muchas mujeres que sufrían por las malas situaciones económicas, etc... Realmente me emocionaba su actitud porque el corazón de mi madre era inmaculado, entregado, generoso. ¡Mejor ejemplo no podía tener en casa!
En la mañana de este día y una vez más, después de asearme; muy de madrugada, se presentó mi madre y me tomó de la mano...no necesitaba palabras para saber qué quería hacer...me llevó afuera, al patio...era extraño, pero sentía esta vez como una vergüenza de saber que éramos el centro del mundo...la luz de nuestra casa parecía como un faro en el silencio...sólo el canto de los gallos y el las ovejas despertándose nos acompañaban.
Esa mañana en el patio, ella tomó la posición habitual de cuclillas. Sin soltarme de la mano me fue llevando a hacer lo mismo. Caí de rodillas a pesar de lo blando de la tierra, y fui doblando mis piernas hasta conseguir la posición más cómoda. Estar de rodillas era lo habitual en mi. Puso delicadamente mis manos y me reí intensamente dentro de mi corazón al recordar que eso, ¡eso! lo hacía cuando era pequeño con ella. ¡Tantas veces que lo hacíamos! las primeras veces, me colocaba frente a frente y me unía las manos para posarlas entre mis pequeñas piernas; ya luego lo hacía de forma habitual. Aprendí por imitación....total que una vez que posó mis manos entre mis piernas, me sentí tan relajado...me dejé llevar como tantas veces lo hizo y cerró los ojos. De igual forma, yo lo hice. El reflejo de las velas hacían juego en mis párpados; por un momento abrí los ojos y vi a mi hermosa madre envuelta en un halo extremadamente blanco...volví a sonreir y pensé: "Abbá, Padre, ¡qué grande eres al haberte fijado en esta hermosa criatura!. La has hecho para ti, mi recinto sagrado, el mejor regazo y vientre repleto de ternura y amor. Haces bellas todas las cosas; todo te lo reservas para ti, gracias Padre"...mis pensamientos convertidos en oración fueron inmediatamente seguidos por las palabras de mi madre...
"Yahvé, mi Dios. aquí estamos tus siervos. el fruto de mi vientre, pero el fruto de tu amor por mi. Cómo puedo expresar lo que has hecho por mi? Cómo darte gracias si no es desde la nada de mi corazón? Tómanos una vez más. Estamos en tu presencia".
Estas últimas palabras sonaron con dulzura y se mezclaron con el chispear de las velas que quemaba sus impurezas. "Ve la alegría de mi corazón; ve cómo a tus ojos ha pasado el tiempo. Mira a tu Hijo, nuestro Hijo. Ha pasado a ser joven, maduro y ahora, delante de ti, te damos gracias por su vida".
Estas palabras impactaron mi corazón de tal forma que abrí los ojos como un rayo que cruza el firmamento. Por segundos las palabras "nuestro Hijo" retumbaban en mi mente una y otra vez como un eco...se estremeció mi piel y desde las piernas hasta la nuca, sentí la presencia del buen Dios, mi Padre...me hallaba en el punto inicial en el que Abbá y Mariam se habían unido en la intimidad de su corazón. Es extraño pero ésto lo habíamos hecho tantas veces pero hoy, al cumplir los 22 años, sentía con más fuerza esas palabras...algo me hizo unir en intimidad con ambos, Madre y Padre, que no quedaba duda que ese poder misterioso de su presencia me embargaba...cuando me di cuenta de las palabras de mi madre, siguió diciendo...
"...Sí, mi amor, mi todo, mi Señor. Tu esclava está a tus pies y a los pies de mi Señor, mi hijo, tu hijo".
Otro estremecimiento recorrió mi ser. ¿Yo, señor de mi madre? mi ser de hijo se negó a ser superior a la mujer que me amamantó y cuidó...intenté ponerme de pie, pero sus palabras hacían que me anclaran en esta posición; la fuerza de su alabanza era poderosa arma...
"Como en otros tiempos Yahvé, renuevo delante de ti, mi entrega que solo tú has hecho generosa. Esa entrega en la humildad que has puesto en mi corazón. Soy bienaventurada y lo sabes porque has puesto en mi más alegría, que muchas monedas del oro más fino. Has puesto dentro de mi a este Hijo que plena mi vida toda". Una tercera sensación que me hizo subir la temperatura, invadía mi ser.
¿Permanecer por los siglos junto a Yahvé y yo aquí en la tierra al lado de esta criatura que ha dado lo más mínimo por mi? Sentí además que algo debía indagar delante de él, al salir de este encuentro.
"...cumple tu voluntad en nosotros...sea tu voluntad en la tierra como en el cielo. Aquí estamos a tu disposición para que lleves en Israel tu obra...no apartes tu mano de nosotros Yahvé".
Estas y muchas palabras iban calando en mi y a la vez, invitándome a un diálogo más profundo con Abbá. Mi madre había estado en diálogo con él y era la fuente de donde había brotado la apertura de mi corazón...ella era el pequeño hilo a través del cual yo de seguro, me internaría en la inmensidad de esa fuente. Al final, dos horas, fueron buenas para comenzar nuestra jornada que ya tenía clientes.

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