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Jesús, tu amigo y Señor

Jesús, tu amigo y Señor
Déjate fascinar por el Dios-hombre que muertra la dulzura de su Padre

CAPÍTULO XXVIII. 25 AÑOS: JUAN SE VA AL DESIERTO. Del 19 al 26 de Julio de 2009

Hace ya algo más de un año que nos encontramos en las montañas y las casas hermosas que me acogieron para pasar un encuentro conmigo mismo y con él. Fueron días bastante buenos y reconfortantes. Hago memoria de esto porque justo hoy, nos llegan noticias de Ain Karim. Juan desde hace dos semanas no aparece por la casa y lo que se presumía - que se lo llevaran los soldados romanos o las tropas herodianas -, pasó sólo a ser un susto. Más bien lo encontraron, mediante noticias de una caravana, en las faldas desiertas del monte Hebrón.
El monte Hebrón estaba al sur de Ain Karem a más de cuatro horas de camino y perteneciente a la región de Judea. Zona desértica y escabrosa, solo habitada por cabras perdidas en las montañas y muchas alimañas y animales salvajes del desierto. Aún viniendo muy del sur, tenía que ser bordeado para poder llegar a la capital de Judea, de Palestina.
Muchas personas se preguntaban qué se le había perdido a Juan en esa zona deshabitada e inhóspita de la que muchos se alejaban por ser inhabitables y alojamiento de caravanas malintencionadas que robaban a otras provenientes de Egipto. Muchos pensaban que Juan estaba desvariando y en su juventud, había llegado a tal grado de soledad, que se había ido a vivir solo, dependiendo de nadie y al amparo de las bestias y provocando la ira de sus familiares. Otros pensaban que se fue allá, en busca de los escenios, monjes, hombres dedicados a la soledad, a la oración y apartados del mundo pero fuera de la realidad y alejados de las exigencias socio – políticas de Palestina, frente al dominio y poder de las fuerzas circundantes. En total, Juan y ellos eran un auténtico escándalo de cobardía en los actuales momentos.
¿Hombres santos? Para qué hombres santos si ya, a lo largo de la historia de Israel eran suficientes. Muchos opinaban que los santos solo se referían a una porción minúscula de los elegidos de Dios y aunque eran reconocidos por el pueblo, no impulsaban a ningún cambio. Solo pasaban haciendo el bien y ya; lo que Yahvé les diera a hacer, eso bastaba.
Otros seriamente hacían reflexión de los profetas. Verdaderos hombres comprometidos. Muchos, años atrás, fueron arrancados de sus familias y empujados por Dios a denunciar las estructuras sociales dominantes y sobre todo, para poner en su sitio las pretensiones de los reyes, el excesivo abuso del poder y denunciar lo desmedido de su ambición de riquezas, además de las desigualdades sociales que corrompían todo trato, desde los forasteros hasta los nobles de nuestra sociedad.
Son duras sus palabras en el tiempo. Fueron duramente castigados pero el valor de Yahvé y su Palabra transmitida, hizo que este pueblo caminara firme en medio de las tinieblas del error y el pecado.
El profetismo fue una institución en nuestro pueblo. No solo suscitados por Yahvé, sino algunos inclusive, emparentados con el sacerdocio. Elías fue perseguido por la reina y sus falsos profetas, pero el poder de Dios en Elías fue más fuerte e implacable para demostrar quién había hecho la elección del pueblo y cuánto lo quería; otros profetas fueron arrastrados a la muerte, pero no les importó. Estaban convencidos de la fuerza de la Palabra de Yahvé; palabra que retumba hasta nuestros días. Yahvé, mi Padre, no se anda con chiquitas a la hora de reclamar y exigir del pueblo un corazón centrado en su amor y sobre todo exigir la renovación de la alianza que en definitiva era elección y predilección, no por parte del pueblo sino por pura gratuidad, amor derramado, presencia abundante y mano firme en la rectoría del hombre por el tiempo y el espacio.
Y en cuanto a sacerdocio se trata, ya el mismo Juan había dejado en claro que el sacerdocio, a pesar de que formaba parte de su linaje familiar, no tenía que ver nada con su persona y por eso se distanció del servicio al templo, profesando sólo un profundo respeto por la figura de su padre y sus predecesores. Sentía que estar delante de Yahvé en el templo, sin llegar a su presencia, era como visitar a cualquier encarcelado y solo poder hablar con él a través de una cortina que obstaculiza toda capacidad de admiración. Así pues que - en boca de Juan – mientras más rápido se alejara de la vinculación sacerdotal, más ligero podría conseguir servir a Yahvé de forma despreocupada, oyendo su voz en el viento y palpando sus exigencias en los signos que arrojaba la propia vida y la realidad de nuestro pueblo. Sentía que Yahvé estaba allí y que él mismo lo impulsaba a ser como una fiera salvaje, atento a la agresividad del mundo, a las estructuras vencidas, a los modos de opresión, al hombre maleado por la propia religiosidad y poderes socio políticos que lo reducían al polvo; sentía que debía denunciar el status económico que aplastaba las colonias y los reinos dominados por el imperio y en especial, el desorden y la prostitución imperante por el linaje real, que se había heredado junto con la corona en el pueblo escogido por Dios. Allí sí encontró Juan su razón de ser, por tanto y una vez más, imperó en él la huída hacia la nada, al desierto, a la soledad, al silencio, a la reflexión. Después Yahvé diría.
¿Qué digo del desierto? ¡Ya lo sabes! Soledad, ausencia, silencio, sequedad, vacío, esterilidad. Si lo miras así, son elementos que siempre van en contra del propio hombre. Es la lucha contra la nada para volver a construir sobre la inseguridad. Ciertamente es la peor imagen de referencia para la prosperidad y la fertilidad.
Aún así el desierto tiene un atractivo. Precisamente esas características negativas que le achacamos, convierten todo espacio desértico en el lugar más propicio para entrenar el alma. Moisés se encontró consigo mismo y se descubrió delante de Yahvé y ahora Juan intenta hacer lo mismo. Debe encontrar en la soledad, el instrumento más propicio para sentir que hay un hombre dentro de sí que debe ubicarse en su contexto vital. No es mero número o persona sin sentido. Debe ser más bien, el Juan reflejado en su conciencia con un proyecto de vida claro, ajustado a la presencia del que es Yahvé.
La ausencia le dará precisamente ese desapropio de bienes materiales para redescubrir que cuenta con sus manos y su voz. Nada sirve para encontrar la tranquilidad más que la certeza de nuestro yo. La ausencia del propio yo obliga a pensar en otro totalmente distinto que me interpela. Esto deja a la ausencia sin efecto porque hace que un interlocutor, que no es precisamente la conciencia, aparezca en la vida y llene nuestras capacidades y supla lo que nos hace falta interiormente.
El silencio del desierto facilita la agudeza de nuestra audición. El viento sopla fuerte o suave; su presencia está signada por el sonido que rompe las noches y los días pero también sus golpes en el rostro de aquel que se enfrenta a las arenas y quema en los días o acaricia en las noches. Silencio afuera, en el ambiente; ruido, diálogo, preguntas, escenas pasando dentro en nuestro interior. El silencio deja de ser silencio cuando se le experimenta. Bullen nuestros miedos, demonios, recuerdos gratos o tristes. El silencio es el aliado de Yahvé para entrar lentamente desde adentro, buscando nuestros por qués para contestarlos uno a uno, sin que queden respuestas por lograr pero… ¿habrá silencio después? El silencio adquirido para solo “oir” ¿mantendrá su promesa de permanecer así cuando el mundo vuelva a apropiarse de nosotros?
Internado en el desierto, solo se ve florecer pequeña vegetación que pronto es devorada por las arenas en su incontenible caminar, empujadas por el viento libre y galopante. Arenas secas, sequedad. Todo es abrasado por el calor inclemente del sol. La poca lluvia que pueda caer a lo largo del año, inmediatamente es consumida sin remedio por las arenas; se evapora. La sequedad es reflejo de lo que muchas veces sucede en el hombre ante las adversidades de la vida: los problemas van golpeando poco a poco hasta que la vida se seca en un continuo vaciar la alegría, compartir, entregar. Lo consume todo. Sin embargo, la sequedad hará de Juan que sienta la necesidad de Yahvé, Dios que lo inunda todo con su amor, con su fidelidad. Esa sequedad hará que las raíces de la vida, tiendan desesperadamente hacia Dios buscando las fuentes nutrientes y se revitalice cada vez más para, a su vez, dar vida a todo lo que hasta ahora se ha secado por la maldad, la envidia, la lucha, la opresión.
Por último la esterilidad siempre presente en la humanidad. El desierto no se cansa de hacer que las cosas se vuelvan estériles. Sin agua, sin nutrientes, sin nada, toda posibilidad de reproducir se hace nula. Juan asociará la esterilidad con la ancianidad, pero también con la incapacidad de la ausencia de Yahvé en la vida. Yahvé ha de imponerse allí donde se niega la vida; donde nada florece y donde todo parece unicolor. Juan tendrá que clamar que Dios hace nuevas todas las cosas y produce vida donde el hombre se empeña en decir muerte.
Todo esto, unido a lo que el mismo Juan produce a sus veinticinco años es lo que hará de él, el más grande entre los hombres nacido de mujer.

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