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Jesús, tu amigo y Señor

Jesús, tu amigo y Señor
Déjate fascinar por el Dios-hombre que muertra la dulzura de su Padre

Capítulo XII. Una vida que mengua (2da parte). del 20 de Marzo al 27 de Marzo de 2009.

Te sigo contando lo de mi padre José...
¡Cuántas veces no me robó el tiempo para mostrarme el camino a mi Padre! "Jeshua", me decía, "te enseñaré un camino de luces y de paz que te conduce a Dios tu Padre". Continuó una historia que yo me presuponía, pero de la cual aún no estaba seguro hasta ahora. Sus palabras, como ahora - de eso hace ya 11 años, cuando yo tenía diez - sonaron como un canto en un pozo profundo. Me dijo lo siguiente: "Jesús, hijo, te contaré una historia de la cual te vas a extrañar mucho pero es la verdad de mi corazón"...en un gesto como de adulto, me monté a una silla y luego encima del mesón que allí había y le extendí los brazos como queriéndole agarrar la barba para hacerle caricias...él, por su parte, agarró una silla y la invirtió para sentarse encima del espaldar y quedar a la misma altura que yo...
"Jesús, antes de que nacieras, yo era un hombre mayor, con los hijos a quienes tú llamas hermanos. Ellos son hijos de otra mujer porque antes de tu madre, hubo otra mujer que ya murió..." Yo lo miraba sin entender pero él me dijo: "Te lo voy a explicar mejor".
"Yo tenía mi casa con mis hijos y mi esposa había muerto años atrás. Un día los sacerdotes del templo me llamaron por medio de los herodianos; además, convocaron a los jóvenes de la ciudad y también a aquellos que aún teniendo su famlia, habían perdido como yo a su mujer. Yo me presenté al templo. Joachim, sacerdote amigo del templo me explicó qué pasaba. Tu madre María tenía 13 años y debido a esa edad - la edad en la que le vino las reglas - debía ser entregada a un hombre para formar un hogar. Se formó un revuelo porque ella apeló ante el sumo sacerdote su voto de virginidad. Ellos le explicaron que no podía permanecer en el templo por más tiempo así que debía ser entregada en compromiso a un hombre justo de Israel.
Pues bien, aquel día nos presentamos muchos y la exigencia era entregar nuestros cayados. Yo lo entregué pero en medio de esa especie de ceremonia, me sentí mal interiormente y sin que nadie notara, me fui casi avergonzado por tener que "competir" por una doncella.
En la tarde me enteré que los sacerdotes esperaban una señal de parte de Yahvé pero nunca llegó. Se enteraron que yo me había ido porque mi cayado aún permanecía en el templo. Al día siguiente me mandaron a llamar y cuando me entregaron mi cayado, resulta que una paloma empezó a revolotear por el atrio del templo y algo verde empezó a brotar de la parte superior de mi cayado. Como hipnotizado, vi que de eso verde a su vez se desarrollaba un color blancuzco que no lograba entender. Mientras me fijaba en eso, Joachim y otros sacerdotes más, me dijeron que yo era el elegido por Dios. Me negué alegando mi edad y mi familia. Joachim me recordó no rechazar la voluntad de Dios.
Pedí tiempo para construir una pequeña casa para ella, alejada de la mía y así poder ella cumplir con su promesa a Dios mientras que yo la atendía. Los sacerdotes accedieron...". Ese cayado lo tengo en el taller y es el que has visto muchas veces con tres lirios en su punta.
Yo, sin decir nada -, ¡Cómo iba a decir algo a los 10 años!, lo oí atentamente y sólo se me ocurrió preguntarle simplemente: "Papá, ¿qué es la voluntad de Yahvé?. Lo dejé aún más pensativo porque pensaba que le iba a hacer más preguntas acerca de lo que pasó pero no. Se quedó pensativo y me respondió:
"¿Qué es la voluntad de Dios? Josh...si logras entender esta otra historia, entenderás qué y cuál es su voluntad...
Habían pasado dos años desde aquello. Tu madre tenía ya quince años. quizá dieciseis. Ese día regresaba del campo. Estaba acompañando a mis amigos y algunos que hoy llamas tíos. Tu madre y yo, según la ley, estábamos comprometidos, pero ese día, al entrar a casa de tu Madre María, había un silencio como un sepulcro. La piel se me erizó toda. Mis pies se hicieron pesados y logré llegar a donde estaba tu madre. Ella, sentada en el piso de su cuarto, recogidas sus piernas hacia atrás y con las manos entre sus vestidos. Tenía una cara como de haber visto algo fuera de este mundo..." ; Yo lo interumpí preguntándole ¿cómo qué José dime? Él siguió: "No sé Hijo. Era diferente: iluminado su rostro pero triste, sombría. Me contó lo sucedido y como cualquier hombre herido, salí corriendo de allí, furioso, confundido..."
Yo no le entendí nada pero busqué su cara, intentando hacerme uno con él. José no lo había notado pero asumió aquellos sentimientos de hace muchos años...le pregunté con mi fina voz: "¿Qué pasó José? ¿qué te pasó?
"Recuerdo que corrí hasta el campo descubierto y la rabia hizo que me sentara debajo de un olivo, aguantando las ganas de llorar".
Aunque mi edad no me permitía razonar mucho, le dije... "José, mira. Las cosas de Abbá las conozco muy bien. Él se fija en todos los corazones y elige de entre ellos a los que pueden resistir una carga y un misterio que ha de perdurar en la eternidad". Se me quedó mirando en aquella oportunidad y sonriendo me dijo: "¿Eres tú Jesús mío? ¿Sabes lo que dices?. Le respondí "Sí. Mi Padre Dios te eligió para ser mi padre aquí en la tierra y aunque tú sentías que todo estaba perdido, él te habló al corazón para mostrarte lo oculto a muchas mujeres y hombres que deseaban ver ésto por lo que tú pasaste"... Se arrimó al mesón donde estaba sentado y me agarró entre sus fuertes brazos y en el silencio, me besó quedándose callado por un momento.

En ese momento, hubo un gritó en la casa...Los Sacerdotes que habían venido a la casa, dieron un grito de dolor y fue cuando el ensimismamiento que tenía llegó a su fin. Supe que José entraba en agonía; me acerqué. Su pecho ya no se expandía y su rostro era pálido. Mi Madre me miró de reojo, llorosa. Hizo un camino para acercarme a la cabecera. Recuerdo que mis lágrimas rodaron por mi cara de forma copiosa, pero mi pecho respiraba tranquilo. Eran sentimientos encontrados como hace rato: tranquilidad y paz, pero dolor de verlo irse...me arrodillé y lo besé en la cara y en la frente...aspiré profundo hasta donde lo permitían mis pulmones y me estremecí como un niño. A la par, José expiraba, ladeando un poco la cabeza hacia mi y dejándonos para irse al lado de mi Padre Yahvé.
Mi último gesto como hijo agradecido fue besarlo una vez más y quedar mi cabeza recostada en su pecho, dándole gracias por todo lo recibido de él. En la casa se sintió una brisa fresca y agradable, signo del paso por la vida.

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