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Jesús, tu amigo y Señor

Jesús, tu amigo y Señor
Déjate fascinar por el Dios-hombre que muertra la dulzura de su Padre

CAPÍTULO XXXIV. MI PADRE YAHVÉ Y SU PALABRA. Del 03 de septiembre al 10 de Septiembre de 2009

Hoy me he sentido impulsado, sin que haya celebración, a la sinagoga del pueblo. Me he dirigido al recinto sagrado y he pedido al rabino consultar los textos sagrados. Necesito profundizar en la Palabra de Yahvé, mi Padre. Su Palabra no es sólo dulce para mi, sino que retumba en mi interior, mi corazón.
Años atrás, cuando éramos adolescentes, me atraían pasajes que quiero compartir contigo. Son palabras de reclamo pero muestran esa dulzura de la cual le hablo. Son palabras con una fuerza poética y una visión tan humana, que las plumas de los profetas hacen descubrir a un “Dios humano”, con pasiones y afectos como cualquier mortal pero en el fondo, esas palabras, fuertes, bellas, profundas, dan a entender la fuerza del amor y su profundidad para con el hombre y su pueblo. Es inevitable escapar de lo mistérico de su amor, de su elección. Yahvé ama con amor eterno y no duda en mostrar ese amor y predilección.
Abro el segundo rollo que compone ese escrito. Se trata del profeta Oseas. Ya hacia finales del libro, me consigo lo siguiente:
“Cuando Israel era niño, yo lo amé y de Egipto llamé a mi Hijo.
Cuanto más los llamaba, más se alejaban de mi;
a los baales sacrificaban, y a los ídolos ofrecían incienso.
Yo enseñé a Efraím a caminar, tomándole por los brazos,
pero ellos no conocieron que yo cuidaba de ellos.
Con cuerdas humanas los atraía, con lazos de amor y era para ellos
como los que alzan a un niño contra su mejilla,
me inclinaba hacia él y le daba de comer…”

Lo leo tres veces. Saboreo cada palabra que compone estos versos. Tomo conciencia de cada una de ellas. Inmediatamente he tomado la actitud que hace ya más de trece años atrás tenía, cuando los rabinos me pusieron a leer textos al azar para ver nuestras formas de leer. Una vez más me quedé impresionado, como si una sorpresa muy fuerte me hubiera parado en el tiempo y en el espacio, para luego, como si hubiera algo que me absorbiera, quedé anclado en el mismo espacio, como si hubiera participado de ese momento.
Me encanta la fuerza de las palabras de mi Padre. Sus propias entrañas reclaman la paternidad de su pueblo Israel. Desde siempre ha estado presente en la vida de un pueblo que año tras año, siglos enteros, se ha ido formando, partiendo de una semilla frágil, lejana, radicada a kilómetros de distancia, en los pantanos de Ur de Caldea, al nor este de estas tierras.
¿Has sentido la fuerza de la paternidad desde el hecho de ser Padre? ¿Has sentido la paternidad desde el hecho de ser hijo? Ambas experiencias son no solo hermosas sino con una fuerza devastadora porque lo único que se puede apreciar es la capacidad de cualquiera por salir de ser para donarse. ¡Así lo ha hecho mi Padre! Y más aún cuando pienso que lo ha hecho sin que el hombre fuera de su propia naturaleza sino hechura de sus manos. Cada vez que pienso en esto, la fuerza de su amor en dar vida al hombre; de considerarlo hijo, hijos… me demuestra ese inmenso amor que brota constantemente y que se dona sin pedir nada a cambio.
¿Has visto cómo se queja mi Padre ante un amor no correspondido? Parece egoísta pero no lo es… ¡Calla! Intenta reconocer, intento reconocer más allá de un supuesto egoísmo, un amor que abarca, que inunda, que abrasa. Es un amor que pretende que en su hijo sólo haya el reconocimiento de ese amor donado previamente y gratuito. Es un amor palpable en cada acontecimiento de la historia pero quizá negado por la ceguera del tiempo. Por eso la queja de que el pueblo desconoció que él cuidaba de ellos. ¡qué imagen más bella nos regala Oseas! Un Dios enseñando a caminar, tomándolo de los brazos. ¡Qué bello es sentir cómo podemos agarrar las manos, los dedos de Dios y sentir no sólo su fuerza sino su seguridad! Cada paso, cada traspiés, cada avance es logrado sostenidos por la ayuda y la seguridad de quien dirige y guía. ¡ese es mi Padre! ¡Ese es la presencia firme de un Dios que verdaderamente ama y protege! Quien no ama, quien no demuestra su amor, no es capaz de poner en riesgo su propia vida antes de que le pase algo a su hijo, a sus hijos. Yahvé mi Padre es así.
Si luego lees a continuación, también saborearás cada palabra que redacta el profeta Oseas."Cuerdas humanas"; "lazos de amor"; "estrechar contra las mejillas"… ¡Qué derroche de imágenes paternas! ¡Humanas por demás pero que remiten a la paternidad de Yahvé!.
Leyendo una y otra vez ¿te has preguntado alguna vez por qué todo lo ha hecho Dios? Quiero decir, las razones más internas de mi Padre para hacer todas estas cosas? No creo que haya palabras para expresar sus razones más íntimas. ¡Es más! Creo que es inútil preguntarse por esas razones porque yo creo – y estoy muy convencido – de que lo más importante para el hombre es vivir con intensidad ese amor, esa presencia, ese acompañamiento. Mientras más se viva el amor, menos racionalista se hará; mientras más se experimente, más llenará nuestro corazón y dará plenitud a la inmadurez humana que aún tiene que caminar en la entrega, en la donación.
Después de un largo rato en oración, en la que solo el silencio daba explicación de cada pensamiento mío al Padre, la figura del hijo del rabino me hizo volver en mi. Traía dos lámparas de aceite para las mesas. Aún no era tarde pero se olía ciertamente a tierra húmeda, es decir, que empezaba a lloviznar y el cielo había perdido su brillo y claridad. De igual forma procedió a encender las lámparas de las paredes. Eran hermosas; de bronce, pulidas con cuidado y labradas para darle un toque de belleza a la sala. Volvía la luz; artificial pero suficiente para seguir leyendo.
Cerré con cuidado el rollo que había estado sostenido por pesos de metal. Lo metí en el saco de lino que pertenecía a dicho rollo. Lo dejé al lado derecho. No tardó mucho el encargado en llevárselo a su estante respectivo. Así pues que tomé el que estaba en el lado izquierdo. Mucho más voluminoso. El envoltorio de tela está impecablemente cuidado. Sus cuerdas eran tejidas en oro y tenía adornos de filigranas. Era bello. Las bases de los rollos era de madera y en los extremos, adornos igualmente bañados en oro. Lo saqué con sumo cuidado pero en un pequeño descuido, se deslizó en mi brazo izquierdo y se extendió cerca de un metro a lo largo de la mesa. Al enrollarlo con la mano derecha, quedó abierto en un pasaje largo en el que Ezequiel habla de la historia simbólica de Jerusalén. Decía lo siguiente:
Ezequiel “…Cuando naciste, el día en que viniste al mundo,
no se te cortó el cordón, no se te lavó con agua para limpiarte,
no se te frotó con sal, ni se te envolvió en pañales.
Ningún ojo se apiadó de ti para brindarte alguno de estos menesteres,
por compasión a ti. Quedaste expuesta en pleno campo,
porque dabas repugnancia, el día en que viniste al mundo.
Yo pasé junto a ti y te vi agitándote en tu sangre.
Y te dije, cuando estabas en tu sangre:
"VIVA", y te hice crecer como la hierba de los campos.
Tú creciste, te desarrollaste y llegaste a la edad nubil.
Se formaron tus senos, tu cabellera creció;
pero estabas completamente desnuda.
Entonces pasé yo junto a ti y te vi.
Era tu tiempo, el tiempo de los amores.
Extendí sobre ti el borde de mi manto y cubrí tu desnudez;
me comprometí con juramento, hice alianza contigo y tú fuiste mía.
Te bañe con agua, lavé la sangre que te cubría, te ungí con óleo.
Te puse vestidos recamados, zapatos de cuero fino,
una banda de lino fino y manto de seda.
Te adorné con joyas, puse brazaletes en tus muñecas
y un collar en tu cuello.
Puse un anillo en tu nariz, pendientes en tus orejas
y una espléndida diadema en tu cabeza.
Brillabas así de oro y plata, vestida de lino fino, de seda y recamados.
Flor de harina, miel y aceite era tu alimento.
Te hiciste cada día más hermosa y llegaste al esplendor de una reina.
Tu nombre se difundió entre las naciones,
debido a tu belleza, que era perfecta,
gracias al esplendor de que yo te había revestido.”
Otra vez más lo volví a leer. Me sonreía porque todo lo que te he estado contando en los capítulos anteriores acerca de mi vida, queda reflejado aquí. Este pasaje de Ezequiel es la muestra más palpable del cuidado y elección de Yahvé para con su pueblo.
Es cierto que Oseas lo muestra como un padre bueno y amoroso en extremo. Ezequiel, de acuerdo a su experiencia y para ahondar en la presencia de Dios, lo muestra como el “novio siempre eterno” que ha elegido la mejor parte. ¡Qué hondura! ¡Qué memoria entrañable de Yahvé, mi Padre, al recordar la elección del pueblo de Israel! No creo que hagan falta más palabras y no creo que haya muchas imágenes, que al hablar de Dios, muestren tantas actitudes de piedad, bondad, misericordia, elección hacia “alguien” que no es merecedor de dicha elección.
La belleza de la elección reflejada por Ezequiel no puede ser superada. Sólo quien está enamorado no repara en el pequeño detalle del tiempo que parece ser obviado. Un novio no podría esperar a que creciera tan rápidamente su futura esposa; sin embargo, en el tiempo de Yahvé, todo es perfección, por tanto, él mismo se encarga de escoger a aquella en la cual nadie se fijó. Fue traída a su mano; curada; aseada. Dios la vio crecer y a sus ojos fue bella. Dios se fue enamorando de esa doncella que ante sus ojos, se iba desarrollando y adquiriendo belleza suma. Al llegar el momento, mi Padre habla con las palabras más humanas con su fuerza expresiva al máximo: “Extendí sobre ti el borde de mi manto y cubrí tu desnudez; me comprometí con juramento, hice alianza contigo y tú fuiste mía.” ¡Qué expresión más bella! Lo sublime del amor. La ciudad de Jerusalén, el pueblo de Israel, doncella para Dios, es tomada en brazos; alianza y juramento fueron testigos de la entrega y del abandono en sus brazos. ¡Mi padre la hizo suya! Mezcla de erotismo e intimidad.
¿Es una aberración estas expresiones? ¡No creo! En conceptos humanos, el amor rebasa la capacidad del escándalo y el placer. Mi Padre no se anda con chiquitas ni buscando pasiones desenfrenadas y ocasionales. ¡Lo ha dicho claro!: él se ha comprometido en juramento y ha hecho alianza. Estas palabras no son bromas o simples promesas. Es la señal más palpable de que la vida se va en esta entrega y de que la entrega y la intimidad son sellos indelebles de que no hay falsedad. El pueblo de Israel podrá y será infiel toda la vida, pero mi Padre ha sido fiel y su fidelidad es grande; su fidelidad es incomparable. Nadie como él, Dios y Señor ha mostrado fidelidad por los siglos. ¡Esto me apasiona!
Respiro profundo; hondo. ¡Padre! ¡Abbá! ¡Te amo! En este mismo instante mi corazón se identifica contigo. Mi corazón descubre tu amor profundo y la magnitud de tu compromiso. ¡Padre! Mírame aquí. Aquí estoy para hacer tu voluntad. Tú sólo eres la fuente en donde bebo y me embriago de las repetidas muestras de lo que quisiste, quieres y querrás de nosotros. No hay nada que pueda objetar de tu actuar y todo cuanto devoro de ti, de tu Palabra, de tu presencia en mi, me da la seguridad de que nada es en vano y que cada vez me estás lanzando a dar todo por ti. ¡Envíame Señor! ¡Heme aquí sin reserva! No quieres de mi ofrenda de otro tipo, así que tómame, envíame. Ayudado por ti, la aventura del amor será dulce en medio de tempestades y contrapesos. Lanzado estoy Padre, en tus manos. No he de temer.

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