En mi época y mucho antes de ella – así lo he aprendido de los ancianos rabinos -, siempre han existido dos ideas religiosas en el pueblo de Israel: aquellas que tratan las relaciones entre el hombre y el mundo de lo divino y las que se ocupan de las relaciones entre el pueblo judío y Yahvé, mi Padre, es decir, Yahvé ha elegido a una nación como Suya, otorgándole beneficios, y entre ellos su Palabra, la Ley o Toráh. Su cumplimiento parece otorgar un invalorable premio que no sólo se extiende al pueblo, sino a cada persona.
Pero la realidad no arroja maravillosos resultados sino que, por el contrario, se torna dura y conflictiva. La esperanza, que es un elemento clave para poner los ojos en un futuro mejor y pregonada por Yahvé ya desde su sabiduría, se va centrando en una etapa de perfección a lo largo de los años pero surgiría en algún momento de nuestra historia con la llegada de un Mesías quien habría de liberarnos del mal y del pecado.
Mi pueblo observa, o intenta observar, en la medida que se lo permitan las circunstancias históricas, mediante el estudio de la Toráh, y con mucha devoción, la llegada de mundo futuro o Reino en el que mi Padre regresará algún día y gobernará con mando firme. Las generaciones lo han cantado y nuestras fiestas nos recuerdan cuán misericordioso ha sido Dios para con nosotros. Pienso ahora por ejemplo en los acontecimientos de hace menos de dos siglos con los macabeos y sus luchas contra los helenos.
La pregunta que surge es ¿Dónde afincar la fuerza? ¿En Yahvé? ¿En el hombre? ¿Un hombre poderoso pero no ungido, sino con dotes de mando y líder hasta la muerte? ¿Es Dios mismo luchando con su pueblo como lo hizo frente al reino de Egipto o como cantaron tantos reyes que sintieron con pavor su fuerza? ¿Dios que guía suscitando hombres ungidos por él para la batalla como valientes guerreros u hombres santos, llenos de piedad que guíen al pueblo y cada hombre, en el conocimiento de sí mismos y a partir de ello, surja una verdadera liberación en la que se descubra a Dios como Señor y centro de vida? Esto último parece utópico porque a nadie le interesa cambiar su vida y con ello cambiar la sociedad. Es una pérdida de tiempo. Muchos le echan la culpa a las estructuras generadas por el hombre malvado, pero ¿cada uno no propicia que esto se perpetúe? Si intentamos cambiar la sociedad pero no al hombre, entonces estamos arando en el mar y allí mi Padre habrá pronunciado su Palabra en vano.
Si miramos mucho más atrás, en tiempos de los profetas cuando de verdad eran una institución que se enfrentaba a la monarquía y al sacerdocio, conseguimos a hombres aguerridos en la palabra. Guiados y a la vez, empujados por Yahvé a ser como Jeremías, Atalaya, roca fuerte. Unos cuantos expusieron su vida por hacer que el pueblo, en sus diversas estructuras, volviera su vida a Dios, pero sobre todo, a pesar del dolor, la miseria, la opresión, el destierro, hicieron prevalecer la promesa de Restauración de la alianza. Isaías proclama al Siervo, a su siervo.
Llegados aquí, muchas veces me he preguntado por la insistencia de mi Padre, Yahvé por volver a reunir al pueblo de Israel bajo su protección. Me ha fascinado la insistencia de la elección del pueblo de Israel y siempre termina todo en la verdad más última de su corazón: Mi padre ama al hombre; le demuestra su amor. No anda con estupideces o falsedades. Su amor ha sido patente y se puede demostrar a lo largo de los siglos. Su promesa y el cumplimiento de ella, no deja de apreciarse a lo largo del tiempo. ¿Quieres muestras?
Las muestras son fáciles de entender: fíjate en estas palabras que de seguro conocerás a legua.
También fíjate en esto: "No se avergonzará en adelante Jacob ni su rostro palidecerá; porque viendo en sus hijos las obras de mis manos, en medio de él, santificarán mi nombre". Eso lo puedes encontrar en el libro del profeta Isaías.
Yahvé, en boca de Jeremías dice lo siguiente: "vienen días en que sembraré la casa de Israel y de Judá de simiente de hombres y ganados. Entonces, del mismo modo que anduve presto contra ellos para extirpar, destruir, arruinar, perder y dañar, así andaré respecto a ellos para reconstruir y plantar".
Y ¿después de los profetas qué? ¿a dónde fue a parar la confianza? Precisamente en lo que quedó metido en el corazón del pueblo. La esperanza mesiánica. Isaías es el máximo expositor de esto. En uno de sus rollos conseguimos que nos dice: "porque una criatura nos ha nacido, un niño se nos ha dado. Estará el señorío sobre su hombro y se llamará su nombre maravilla de consejero, Dios fuerte, siempre Padre, príncipe de la paz. Grande es su señorío y la paz no tendrá fin sobre el trono de David y sobre su reino para restaurarlo y consolidarlo, por la equidad y la justicia, desde ahora y hasta siempre, el cielo de Yahvé hará eso".
Más adelante nos dirá también "saldrá un vástago del tronco de Jesé y un retoño de sus raíces brotara. reposará sobre él el espíritu de Yahvé, de sabiduría e inteligencia, de consejo y de fortaleza, de ciencia y temor de Yahvé. No juzgará por apariencias ni sentenciará de oídas. Juzgará con justicia a los débiles y sentenciará con rectitud a los pobres de la tierra. Justicia será el ceñidor de su cintura, verdad, el cinturón de sus flancos." Este es el Mesías por esperar.
La esperanza sigue latente en cada israelita pero todo esto parece que queda anclado en una especie de transferencia al mundo ideal-espiritual y no al material-concreto. Y eso por eso que hoy, queriendo llenar un vacío de la presencia de Yahvé, es que han surgido muchos “mesías fracasados”, surgidos precisamente de la política o del campo militar, que pretenden guiar a una “salvación” y falsa liberación de lo estrictamente servil o mejor dicho, del dominio extranjero. Desde los macabeos, ya digo, hasta el presente muchos. Pero vuelvo a insistirte. ¿dónde busca mi Padre Yahvé la liberación? ¿dónde realmente liberar? ¿dónde redimir? Creo que más en el interior del hombre que en su exterior. Ahí está la verdadera lucha.
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