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Jesús, tu amigo y Señor

Jesús, tu amigo y Señor
Déjate fascinar por el Dios-hombre que muertra la dulzura de su Padre

CAPÍTULO XXXIX. MATEO: EXCLUÍDO Y PECADOR. Del 11 de Octubre al 17 de Octubre de 2009

Al sur de Betsaida se encuentra un pueblo a las orillas del lago llamado Dorsia. Allí vivían los padres de Leví, Eliezer e Iris. Sus padres eran mayores y habían engendrado a Leví un poco más allá de los cuarenta años. Fue un parto de riesgo doble, porque la madre de Leví, Iris, se había caído cuando estaba en el octavo mes de embarazo. Botaba un hilo de sangre y se temía por la criatura y a parte de ello, la edad no la ayudaba. Se mantuvo durante los cinco semanas siguientes en cama, atendida por su esposo y sus hijas mayores que en realidad tenían doce y once años respectivamente: Iris y Lia.

Pero eso fue hace mucho tiempo. Leví está sano pero a sus treinta y tres casi, porque los cumple en el mes de Tamuz, siente cómo mucha gente se fija que sus padres parecen más abuelos que mismos padres, aún los ama y los cuida, aunque económicamente son muy independientes.

Unos cuantos días atrás, después que le he dicho que me siga, Leví me pidió hablar. Fue una noche en que la luna era llena. Me dirigió en sentido al lago, para pasear por alli. Así que desde su casa, fuimos en dirección oriente, hasta alcanzar a divisar el lago, en el cual se reflejaba la luz de la luna y empezamos a bajar, consiguiendo el nivel de la orilla.

“Jeshua, has pronunciado mi nombre delante de todos. Te lo agradezco. Durante muchos días me he estado preguntando por qué lo has hecho. Muy poco me conoces y sabes que muy poco te conozco. ¡Es más! Yo creo, por los reportes que he recibido de los oficiales romanos, que te conozco más a ti, que lo que puedes saber de mi, sin embargo, me has llamado. Ciertamente me pregunto por qué te gusta meterte en líos. Sabes que el grupo del cual formo parte es rechazado por todos. Sabes que no puedo presentarme tan abiertamente sin que salga de algún lado una piedra que lancen contra mi, o una ponchera de agua sucia que caiga de arriba para que sienta el desprecio por lo que hago, pero tú no has hecho lo mismo”.

Hago que pare su caminar y le digo:

Leví, ¡mírame!. No soy como las demás personas. Ciertamente sé de tú situación y no me puedo contentar, pero creo que a estas alturas, comprendes que la invitación que te he hecho no es para que continúes en esa situación. ¿Qué esperabas? ¿Qué tuviera la misma actitud que tienen todos? ¿Eso te contestaría? ¿Te sentirías bien y reforzaría tu desprecio, si te trato mal como los demás?. ¡No! ¡No es mi estilo! Quédate tranquilo que no lo voy a hacer.

Una vez más me dice Leví:

Jeshua… entre todos los oficios que hay, me tuvo que tocar a mi este. No puedo deshacerme. Sabes que es impuesto y si no lo hago; si no lo hubiera hecho mi padre, hubiera sufrido mucho mi familia. Entre buenas y malas me he tenido que mover entre el odio de mis hermanos israelitas y el aprecio de los romanos, o al revés, cuando unos me odian, otros me desprecian. No te creas que esto es fácil. A veces me imagino a la gente levantándose en odio contra mi familia. Hasta los he visto muertos. Otras veces he soñado que las tropas romanas entran a mi casa con antorchas, incendiando todo y apresando a mi familia, a la burla de todos. ¡Menos mal que son sueños!

Mis palabras fueron de ánimo:

Leví, no hay infierno más temible que el que se hace el propio hombre dentro de sí. ¡Levanta el corazón! No dejes que los problemas te amarguen. No creo que las cosas sean tan horribles como para soportar la libertad. Es un don amigo, no son cadenas. Piensa bien y verás que los temores no son tan horribles como los sueñas. Creo que te debes a algo más. Creo firmemente que la formación que tienes, sirve para enriquecer a otros hombres e inclusive con tus artes en la economía, puedes dar luz a muchos, pero ¡ojo!, para eso no te quiero yo. Quiero que estés consciente de que Yahvé, mi Padre te quiere para su Reino e instrumento para captar a otros al rebaño de Dios.

Por último, Leví me dice: Has tocado muchos puntos que son vitales para mi. Dejaré mi casa, mis padres y primero, he de dejar todo en orden para que el imperio quede en paz con sus intereses. ¡Gracias Jeshua! Has llenado mi corazón.

Días más tarde, después de esta conversación, Leví me ha invitado a su casa. Es una casa grande. Su fachada y los laterales están hermosamente adornados de palmeras medianas y grandes que invitan a estar en la antesala o corredor que conduce a la casa. Ventanas y defensas de la casa, están adornadas de rejas de hierro forjado que hacen ver una inversión bastante grande. Nada más entrar, otro gran patio hermoso que hace descubrir una balconada de madera y a la mitad del lado derecho, la escalera que conduce a la parte superior donde están las habitaciones. Este patio es rectangular y en sus pasillos hay unas cuantas poltronas romanas cubiertas con almohadones de terciopelo en rojo carmesí y algunas otras en azul intenso. Inmediatamente soy recibido por Leví y también por sus padres a quienes saludo efusivamente con el saludo de Shalom. Detrás de ellos vienen los sirvientes quienes con gestos delicados de la cabeza, me conducen hacia las poltronas, junto a mis amigos, para que me sean lavados los pies y poderme perfumar antes de pasar a la casa.

Ya sabes que es una costumbre el descalzar y lavar los pies. Mis sandalias son quitadas con delicadeza y mientras me lavan los pies, veo sin querer cómo le echan manteca de cabra a mi calzado para proceder a pulirlo. De último, los perfumes que nos dispensan, animan el ambiente de toda la casa y da la sensación de limpieza agradable en todos los espacios.

Pasamos más adentro en la casa. Siguiendo por el pasillo, un poco más al fondo y girando a la derecha, entramos en una hermosa sala, amplia, espaciosa cuya claridad provenía de unos tragaluces hermosamente construidos en el techo y que también ayudaban a la ventilación de la sala. A la entrada mesas preparadas para la comida. Más adelante, otras poltronas y sillas compuestas de cojines de tela muy suave, de coloridos ocres y rojizos y borlas en los extremos. Me dejé llevar de Leví y sus padres mientras mis amigos eran acomodados en las otras poltronas.

No estábamos solos. En la sala había muchos publicanos y pecadores a la mesa conmigo y mis discípulos. Más que comida, podíamos decir que era un banquete. Te preguntarás si esto era normal pero,¡Por supuesto que no era peculiar!; eso lo podían hacer los ricos y cortesanos, pero Leví quiso dispensarme una comida producto de su generosidad de corazón.

Además de estos publicanos, afuera en los pasillos y mirando a través de las ventanas, había muchos más, pues nos habían seguido hasta aquí. Estando yo a la mesa en casa de Leví, sucedió una escena desagradable y que es el pan diario de cualquier reunión: Un grupo de escribas vieron a varios, unos cuantos fariseos que comían conmigo, con los publicanos y pecadores, y le empezaron a reclamar a mis amigos, haciéndoles preguntas en tono de amenaza. Decían:

- ¿Cómo es posible esto? ¿Por qué el maestro de ustedes come con los pecadores y publicanos?

Estas preguntas no fueron hechas en un tono suave no en secreto; se oyó el reproche en toda la sala a pesar de la gran cantidad de personas que estábamos. Rememoré muchas cosas.

Todos se habían dado cuenta que estábamos en casa de un cobrador de impuestos y eso era tenido por pecado; pero lo más risible es que ello también están dentro. Me da una muestra de la envidia que tienen. De seguro que los hubieran invitado a la mesa, se hubieran quedado calladitos como si nada pasara.

Es cierto que me encuentro entre pecadores y personas que si, las analizamos una a una, poseen inmensos problemas pero, cuando miramos al corazón del hombre, quién no tiene problemas. Todos están en la misma situación de deterioro moral y todos están llamados a la conversión. El echar en cara los reclamos con esta pregunta, los convierte en jueces pero me da la impresión de que no son jueces calificados. Hubiera preferido que se quedaran fuera y empezaran a lanzar piedras en señal de protesta en vez de estar levantando un tribunal ambulante cada vez que nos movemos a participar en la vida, de la vida de cada hombre que se arrepiente.

En tercer lugar y mirando a la cantidad de gente que tengo alrededor. ¿Están conscientes de que son pecadores? ¡Sí! ¡Sí lo están! Y de seguro que todos ellos no levantan la cabeza porque saben de su condición. Pero seguro estoy, de que no están aquí por lo sabroso de las carnes y las ensaladas que están pasando de mesa en mesa, acompañadas de otras raíces. ¡De seguro que no! Creo que son dos cosas y una tiene que ver con la otra:

La primera es que ellos saben que he venido a la casa de Leví. ¡Lo saben bien! Y ¿quién es Leví? ¡Un recaudador de impuestos!, pecador de cierto. Todos lo sabemos…ha estado robando dinero de forma sucia y ha estado sirviendo al imperio romano que extorsiona a nuestro pueblo. Han visto cómo a lo largo de los años, muchas de estas cosas que adornan esta casa han sido producto de una cuenta mal habida y de gozar de los favores de los oficiales de Roma. ¡Sí! ¡Es cierto! Leví ha estado lejos de Yahvé y sus obras son abominables, pero hoy – y creo que antes, desde que lo he elegido – se ha operado en él un cambio; una conversión deseada por mi Padre y por mi. ¡Esto es admirable!

Y precisamente a raíz de ésto, sucede la segunda cosa: todos han visto el camino andado por Leví. Saben que le ha costado deshacerse de ese oficio y del deseo desenfrenado de tomar dinero de donde no debe. Están enterados del proceso interno que se ha operado en su corazón y cómo éste ha girado el rumbo a ciento ochenta grados para alinear su corazón al de mi Padre Yahvé y es por eso, oye bien, es por eso que muchos se sienten identificados con él y han buscado inconscientemente la oportunidad para sentirse acobijados por el perdón de alguien quien los entiende. Han venido aquí porque se sienten acogidos por esta comida que muchos ahora tachan de pecadores, pero es una fiesta del perdón y del amor de Dios. Así lo sienten todos los que están sentados aquí. Sienten una libertad y una paz y no les importa lo que ahora están diciendo; a ellos les resbala lo que diga el hombre que se considera justo porque saben que ellos no tienen la justicia sino la que da Yahvé.

Pero, al escuchar yo estos reproches, les he dicho a todos ellos y cuantos me pudieron oir: “no necesitan de médico los que están sanos, sino los que están débiles; no he venido a llamar a los justos sino a los pecadores”. Al oir esto, han callado y se han ido poco a poco, cosa que ha facilitado que las liras y arpas se oigan con mayor nitidez.

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