Regresa a la pagina principal, Haz click sobre la imagen

Regresa a la pagina principal, Haz click sobre la imagen
Haz click sobre la imagen y regresa a la pagina principal

Jesús, tu amigo y Señor

Jesús, tu amigo y Señor
Déjate fascinar por el Dios-hombre que muertra la dulzura de su Padre

CAPÍTULO XXXVIII. MÁS SOBRE LA AMISTAD. Del 04 de Octubre al 10 de Octubre de 2009

Antes de comenzar este capítulo, quiero que entiendas que todo ésto es un compartir de mi vida contigo. Si buscas una rigurosidad histórica, datos fieles o una cronología exacta de los hechos que ahora te cuento, o en los capítulos anteriores te he contado, quizá caerás en la desilusión. Solo pretendo que compartas algo más allá de lo que quizá conozcas de mi. Es por eso, que mis palabras solo resuenan en ti, en la medida en que el conocimiento no implique la relación comparativa con otros libros que conoces. Te insisto, se trata sólo de lo que ahora te expreso y quiero que conozcas.

En este capítulo quiero contarte cómo conocí a los que muchos denominan como doce apóstoles o discípulos míos. A mi, en lo particular, no me gusta llamarlos así. Prefiero más bien llamarlos amigos. El término apóstol tiene un significado importante, al igual que discípulos, pero no expresan del todo lo que quiere decir la palabra “Amigo”. Aquí te confieso que los llamo amigos porque me los he ganado “a pulso”. No se llama amigo a cualquiera. Estarás de acuerdo en que el amigo es alguien importante que comparte mucho de tu vida, que te conoce en la intimidad, que sabe de tus gustos, tus proyectos; aquellos inclusive que hacen de tu familia carnal, su propia familia. En fin, el amigo es alguien que se une contigo en otro campo distinto de la carne: es más bien el que comparte un afecto especial, tu corazón y tu alma. Comprende que eres distinto de él, pero que la afinidad se teje en el espíritu y en él, encuentran significado a un caminar y un compartir.

Empezaré por los dos hermanos que conoces: Simón y Andrés.

Allá en el mar de Galilea, al norte, se encuentran muchos poblados costeros. Viven del lago, de sus frutos. Poseen una vida tranquila y el ritmo de ella es lo que depare la tranquilidad del mar, o la temporada de las especies que allí aparecen, que viajan a través del río o se crían específicamente en el lago. Además de ello, en mucho, es un lugar de descanso, de turismo, de estar en la tranquilidad. La humedad es alta y el calor aprieta un poco más, pero es agradable el ambiente en las primeras horas de la mañana y ya, en las tardes. Así que la gente no es muy agitada como en el resto de las ciudades, quiero decir, que el comercio no es un ajetreo y la vida se lleva con calma.

Pues bien, en el extremo sur – oeste del lago, se encuentra el pueblo de Simón y Andrés, ambos hermanos. Andrés, menor que Simón y éste, casado, vive en su propia casa, pero junto a sus padres.

Los padres de Simón y Andrés poseen buena posición económica. A lo largo de sus vidas se han estado forjando una economía de la pesca. Poco a poco han ido adquiriendo varias barcas y redes para la pesca y este producto, los peces, preparado en sal, es llevado a otros pueblos y ciudades y parte de la carga sirve para alimentar los platos de los cortesanos de Herodes, que habitan en estas zonas, en los palacios que ha construido para veranear, pero también, de otras personas cuya dieta es la pesca, moluscos y mariscos.

Las veces en que he pasado por este pueblo, me he fijado en lo bien que viven. Casas de ladrillos de adobe, con buen friso; algunas de ellas construidas en dos pisos. Poseen sus patios interiores y se distingue muy bien el cuidado que se tiene para separar los espacios de familia e intimidad, de aquellos que están destinados para guardar las redes y los otros implementos de pesca. Al fondo y conectada por un pasillo que conduce al lago y a estas salas, se encuentra la cocina, en la cual se aprecian varas de buena longitud, para secar y salar los pescados y un cúmulo de hojas para envolver los mismos.

Pues bien, bordeando este mar de Galilea, vi a Simón y Andrés, el hermano de Simón, largando las redes en el mar. Pescadores como su padre y el resto de sus hermanos.

Mi encuentro con ellos no ha sido de la noche a la mañana. Muchos piensan que “los encanté” con mi voz, como si fueran serpientes.

¡Oye! ¡Las cosas no son así!. Con tan solo pensar que Pedro es casado, imagínate el escándalo que hubiera provocado ver a Pedro seguir a un hombre y hubiera dejado todo. ¡Creo que ha sido algo más lento!. Un proceso que, como dije antes, se fue dando en la convicción del corazón y fue haciendo que ellos sopesaran sus vidas de pescadores frente a una vida totalmente distinta, que muchos critican como una vida de errantes vagabundos, que se desplazan de una ciudad a otra, de un pueblo a otro, en vez de estar edificando un hogar e hijos.

¡Convéncete desde ahora que la vocación o la respuesta que damos en la vida no es un salto mortal! y si lo es, debe, sin duda alguna, estar cargado de tanta adrenalina para soportar el golpe violento de la radicalidad y el rompimiento de algo que hasta el presente era para nosotros cotidiano.

Pedro y Andrés me han oído. Ambos han conversado. ¡Sí! Ciertamente también ha habido noches sin dormir y montones de preguntas por resolver. La convicción del corazón mediada por la razón es algo que recalco a profundidad.

El primero de todo ésto fue Andrés. Andrés no es tan apegado a la familia aunque sí, muy comprometido con las responsabilidades, pero es más suelto en su forma de vivir y hacer. Su padre lo quiere mucho porque le recuerda a él mismo en su juventud: a veces rebelde; a veces aventurero. Muchas de las veces lo encontraban a dos kilómetros más allá con sus amigos, bebiendo vino y esperando el amanecer en conversaciones que iban desde mujeres hasta las imposiciones horribles de los romanos y herodianos. En total, una vida como puede llevar cualquier hombre que se recoge en los momentos de responsabilidades y disfruta de la existencia cuando los amigos reclaman su presencia.

Andrés tenía una diferencia con su hermano, además de todo lo que he dicho: gustaba enterarse en las cosas que tenían que ver con la fe, puesto que le atraía mucho la promesa de Yahvé al pueblo de Israel. Su madre y en mucho, el padre, le habían inculcado este temor de Dios; en cambio, Pedro era un poco más testarudo y torpe. Reservado y de poco hablar y las veces que hablaba, era torpe para exponer sus puntos de vista. A veces objetaba el actuar de Yahvé en los presentes tiempos y cuando lo conocí, las primeras veces, renegaba de la situación y culpaba a mi Padre del presente castigo, de la presencia romana en todo el país y la presencia sacrílega sobre todo, en estos poblados del lago. Aborrecía que muchos patricios romanos y nobles extranjeros mancillaran la tierra escogida por Dios y más aún, aborrecía las costumbres extranjeras que se burlaban de Yahvé y éste no hacía nada.

Pues bien, Andrés un día le dice a su hermano Simón:

“Hemos encontrado al Mesías”.

Pedro quedó impactado con esa frase.

¿El mesías? ¿Se te apareció? Dime ¿cómo es? ¿Se parece a lo que dicen las Escrituras? ¿En realidad Andrés? ¡No te creo! De seguro que tendrás una de tus bromas guardadas para fastidiarme. Siempre me fastidias con cosas religiosas y un día de esto Yahvé te dará tu castigo.

Andrés responde a Pedro:

- ¡Eres incrédulo y testarudo! Y ¡qué si Yahvé quiere cumplir hoy y ya su Palabra? ¿No serías afortunado? ¡Vamos Simón! ¡Reacciona! Hablando aquí entre nos, ¿Qué te parece a Jeshua como Mesías? ¿No crees tú que la fuerza de sus palabras, la forma cómo hila las Escrituras y la empatía con la gente, hacen que tenga algo distinto de otros que han sido más bien unos charlatanes?.

Simón le ha contestado lo siguiente:

- Es cierto Andrés todo lo que dices, pero hay algo que no me termina de cuadrar. ¡Mírame a mi! Ves que soy un viejo; estoy casado, lo sabes. Seguir a alguien sin dinero, sin seguridad, sin hogar. ¡Aventurarnos! Sí estoy seguro de sus palabras y sé que hay algo distinto en él, en su mirada, en sus actos. Si lo seguimos ¿Qué? ¿Algo bueno habrá de pasar? ¿A dónde parará todo esto? Y si fracasamos ¿Qué? ¿Si es una ilusión? Sabes que no tenemos miedo, pero no veo tan claro.

A pesar de estas dudas, me les he acercado y en especial a Simón Pedro, después de una larga plática íntima e iluminadora le he dicho: “tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Kefás que quiere decir Piedra.” Se quedó desconcertado, pero no faltará mucho para que entienda. Solo quiero que se vea envuelto en todo lo que le he ofrecido. Me ha contestado que le he ofrecido mucho, pero que no vislumbra nada bueno. Me he sonreído con él y le he dicho que la palabra última es la de mi Padre Yahvé y que él proveerá. A la final les dije: “Vengan conmigo, y los haré pescadores de hombres.” Otra frase desconcertante, pero, al instante han dejado las redes y me siguieron.

Santiago y Juan también eran pescadores. Al igual que los otros, también eran unos cuantos hermanos; a decir verdad, eran cinco varones y tres mujeres. Entre la línea parental de José, mi padre en la carne, la familia de ellos forman parte de este linaje. Hermanos por la sangre, la familia se extendía a lo largo de varios pueblos y éste era uno de ellos.

El comercio de la pesca era un negocio muy floreciente. La carne de cordero era apreciada, igual que las reses, pero la pesca del lago era muy buscada por muchos. Formaba parte de la dieta diaria, sobre todo si llegaba fresca a las mesas. Santiago y Juan pertenecían pues a ese círculo de pescadores y privilegiados mercaderes que dominaban con el tiempo, un buen porcentaje del envío de pescado fresco o en conserva al interior de los reinos. Zebedeo, el padre, ya llevaba en ésto cerca de treinta años. Juan tenía escasos diecinueve años mientras que Santiago era mayor que yo por cuatro años. A ambos los invité a participar de la pesca de hombres, en la colecta de manos para la construcción del Reino de mi Padre.

Caminando un día, uno o dos meses, después que me conseguí a Simón y Andrés, un poco más delante de aquel lugar, vi a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan. Estaban también en la barca arreglando las redes.

Por supuesto que querrán saber cómo eran estos hermanos.

Juan era como un “saltamontes”. No paraba de ir de aquí para allá; se movía de forma nerviosa como queriendo hacer cosas, pero en el fondo buscaba llamar la atención. A la vez era observador, algo así como una persona hiperkinética: está en todo y en nada, pero con una capacidad de atención a todo aquello que podía oir. A cada rato la madre le llamaba la atención porque en momentos del día ponía nervioso a todos e inclusive, nunca paraba en los momentos en que la familia se sentaba junta; más bien se quedaba en una esquina, como escondido, queriendo apreciar la escena y los personajes.

Además de ello, Juan por ser joven, era hábil y aunque no tenía una buena corporeidad, hacía gala de sus pocos músculos cuando había que cargar las cestas de pescados o arrastrar las redes y las barcas hacia la orilla. De todas maneras, ya tendría tiempo de desarrollar su musculatura debido a los oficios que desempeñaba.

Una cosa más acerca de Juan: le encantaban los poemas de literatos extranjeros, de esos que traían los nobles romanos. Algún libro se cuela en los mercados y Juan, además de leerlos, intenta copiarlos en unas pequeñas hojas de pergamino que consigue y de vez en cuando, en la oscuridad y a la luz de un candil, traza poemas de su propia inspiración o deja sentado escritos que sólo él comprende.

Santiago poseía una barba un poco alargada y tupida. Daba la sensación de poco cuidado en el aseo corporal y a decir verdad, muchos de estos pescadores pasaban tanto tiempo en las aguas del lago, que muchas veces descuidaban el aseo con agua limpia y un buen tonificante para el cuerpo.

Santiago además, era alto y un poco obeso. Respiraba además una seriedad y tranquilidad en su forma de ser, que muchos lo apreciaban porque era todo un contraste entre la brusquedad de sus movimientos en el uso de las redes y movimiento en las barcas, mientras que en tierra, dominaba todo y daba seguridad a otros. Muchos alababan la dulzura de sus gestos y el control de su voz grave, que retumbaba a veces.

Pero lo cierto es que ambos, Juan y Santiago, estaban desentendidos de todo lo que era la religión. A diferencia de Andrés, sólo se interesaban en dar a Yahvé lo debido en el shabat y poco más. Cuando se trataba de impuestos debidos a los rabinos o al templo, cada año, lo dejaban en manos de Zebedeo quien tenía a unos encargados de los impuestos. Ya sabían como eran las evasiones y los modos en que, con especies del mar, podían “comprar” a aquellos que venían por dinero. Es más, las formas de engañar a las tropas romanas y herodianas eran “super” conocidas.

Sin embargo, Juan en sus nerviosismos, sí había captado en cierto modo, la profundidad de las conversaciones, las veces que traía a Simón y Andrés para conversar cosas que corresponden a la esfera de la elección y presencia de Yahvé en nuestras vidas. Poco a poco entran en esta dinámica, aunque no todo se entiende de una sola vez. Creo que tomará unos cuantos años para asimilar todo lo que es el Reino y sus manifestaciones.

En fin, lo que te quería decir es que los he llamado y a pesar de las profundas dudas, las negaciones y a pesar de que su padre Zebedeo se ha opuesto porque perdería manos y líderes en el trabajo, ellos han dejado a sus parientes y a los jornaleros y me han seguido en busca de hombres y mujeres para mi Padre.

Me dirás que nunca salí de la misma zona pero tienes la razón.

En otra oportunidad, en la que estaba por allí, Salí de nuevo por la orilla del mar, de este gran lago y el fin fundamental era compartir la vida con los hermanos. Mucha gente acudía a mi para escucharme y yo les enseñaba. La gente tenía mucha necesidad y en cierto modo, muy poco podía hacer yo solo en la atención de esta gente.

Al pasar por estos lugares y pueblo, vi a Leví, a quien pronto conocerás como Mateo. Alguna vez te dije que años atrás lo llegué a ver en mi pueblo como recaudador de impuestos. ¡De hecho lo es!

Leví es el hijo de Alfeo. Te confieso que desde aquella vez, nuestra relación amistosa fue creciendo, porque después de aquel encuentro, necesitó de mis servicios como carpintero. De hecho, cuando nos tocaba pagar los impuestos, ya sabía la historia de muchos de nosotros y como en otros tiempos, los impuestos no solamente se cobraban por el oficio, sino que detrás, estaba el record de cada oficio y las posibilidades de ganancias de dinero, de manera que no hubiera engaño. Demás está decir que este carpintero, o sea, yo, era conocido porque hacía trabajos a los romanos, trabajos forzados quiero decir.

Leví era de mi estatura más o menos. Un metro noventa. Delgado y relativamente joven, tenía cerca de treinta y dos años. Por las pocas palabras que he cruzado con él, antes de elegirlo mi amigo, se ve una persona preparada y muy versada en números. Sus conocimientos provienen de la zona sur, en Egipto y más allá, con los ismaelitas. Además de eso, conoce de literatura griega y romana.

Como recaudador de impuestos, Leví es desechado como ciudadano judío. Ciertamente todos saben que lo es, pero su oficio y su cercanía a los romanos lo hace detestable a los ojos del pueblo. Es lo que se llama un pecador público y por lo tanto, tenido como traidor y “desheredado” de la posesión de Yahvé. El gremio de los recaudadores de impuestos son muy mal vistos y en cierto modo, a entender de los zelotas y sicarios, son blancos ineludibles de muerte: todo aquel que se aleje de la voluntad de Yahvé ha de morir como mueren los perros en el desierto.

Pero si bien es cierto que los hombres miran el actuar y pretenden hacer justicia humana, actuando en nombre de Yahvé mi Padre, decido recuperarlo y recuperar lo mejor de él. Estoy seguro que en el fondo de su corazón y de su alma, hay un arrepentimiento tal, que aún no pudiendo alejarse de eso que se considera sucio – recaudar dinero para el imperio -, su deseo es servir y ser fiel a Dios y cumplir su voluntad siempre. En este caso, recuperar lo bueno y bello de su corazón, es recuperar la gloria de mi Padre que él ha puesto en todo hombre.

Su elección fue sencilla: mientras estaba sentado en el despacho de impuestos, es decir, una tienda preparada para ello, le dije: “sígueme”. Él se levantó y comprendiendo la elección, me siguió.

Felipe es otro hombre de edad madura. Tiene treinta y cuatro años. Es de la ciudad de Betsaida. De Betsaida son también Simón y Andrés, pero Felipe pertenecía al caserío del centro de la ciudad. Muy poco estaba relacionado con los quehaceres de la pesca y lo relativo al lago.

Felipe tenía una tez blanca. Llamaba la atención porque Betsaida es un pueblo ribereño del lago. El calor y el sol siempre aprieta en verano, pero Felipe posee una ascendencia griega, aunque sus abuelos y padres han permanecido aquí por más de setenta años.

Su tez blanca, corpulento, alto y de cabellera crespa al igual que sus barbas, hacía que reflejara su edad. Preparado igualmente en letras, gustaba mucho de participar en las enseñanzas en la sinagoga. Las tradiciones y enseñanzas de los rabinos, eran para él algo fascinante. Siempre decía que valía la pena ser miembro del pueblo elegido por Yahvé. De la misma forma que tenía esta característica, también tenía un temperamento fuerte. Sus conocimientos hacían que hubiera el menor error posible cada vez que hablaba con alguien, o gustaba corregir a otros cuando erraban en alguna apreciación de orden filosófico, político o religioso. En donde menos se distinguía era en el aspecto de la economía. Vivía el desahogo y las posibilidades de la familia, pero era despreocupado por querer reembolsar lo gastado a la familia.

Pues bien, al querer partir para Galilea, me lo encuentro y le digo: “sígueme”. Se me queda mirando a los ojos. Intenta hacerme recordar cosas pero levanto mis cejas en señal de admiración, como queriendo preguntarle qué quiere decir.

Felipe habla:

- ¡Jeshua, Jeshua!, ¿Estamos en lo correcto? ¿Todo lo que has hablado y las convicciones que tienes, son ciertas? No me digas nada; sólo quiero resolver mis dudas delante de ti, así que no digas nada, sólo óyeme.

La hemos pasado de maravilla y nuestra amistad ha crecido. Hemos crecido como grupo y muchos nos alegramos de compartir algo más sano y profundo que quedarnos tomando vino o ir por las calles de los pueblos, alborotando a las mujeres. Creo que hay algo diferente. No me había pasado antes que aún estando en silencio, estuviéramos pasándola bien. ¡Es más! El silencio me ha servido para matar el gusano de muchas preguntas, pero tengo miedo. ¡Miedo! ¿Entiendes? No se qué pasará ni cómo responderé. No se si me mantendré o se me enfriará el ánimo. Lo que quiero saber Jeshua, es si vamos en el sentido correcto. Me parece que el mundo va por un lado y nosotros, a contra corriente, vamos en medio de él.

Me río de Felipe y le digo:

- Yo tampoco te puedo asegurar nada Felipe. Me miras a mi y me preguntas como si tuviera una bola mágica donde podamos ver todo, pero esto es como un camino largo. Vamos acompañados de alguien que de seguro irá dando pautas de actuación. Yo no soy el dueño del libreto o de la obra. Lo sabes bien. Es mi Padre Yahvé. ¿Te atreverás?

Y él, torciendo un poco los labios me dijo: ¡Vale! ¡En camino! Confío en ti.

Felipe se encuentra con Bartolomé. Tenían mucha afinidad. Eran amigos desde la juventud y hasta de correrías por el mundo. Felipe me contaba de sus peleas con espadas de madera o las guerras con hondas y pepas de frutos que no golpeaban tan duro. También me cuenta que tenían una pandilla que gustaba de hacer peleas. Evitaban los golpes a puño cerrado pero gustaban mucho las artes griegas en la lucha cuerpo a cuerpo, en realidad, buenos recuerdos son los que afloran de esa juventud.

Si me preguntas si me acerqué mucho a Bartolomé te diré que no. Fue Felipe quien medió en esta relación. A donde iba uno, iba el otro y Bartolomé confiaba plenamente en lo que decía Felipe. Tenían una amistad profunda y una capacidad de confianza para creer en la palabra de cada uno.

También por lo que se ve, Felipe y Bartolomé estaban metidos en el mundo de piedad judía. Saben de la Torah y se ven muy respetuosos de la vida y de las cosas de Yahvé. Hablan de sus constantes visitas a los rabinos, a la biblioteca de la sinagoga y sus padres o están emparentados con el mundo sacerdotal o son muy amigos de otros rabinos y fariseos.

Bartolomé se sale de la descripción de los demás. Tiene un metro y setenta de estatura. Es gordo, parece una pera, además de ello tiene una cabeza grande y su mentón es prominente. Su barba disimula esta característica mas sin embargo es simpático verlo junto a Felipe, pues contrasta con él, al no poder evitar la obesidad. Una cosa más: el nombre original de Bartolomé es Natanael, así se le reconoce más.

Felipe le dice a Bartolomé:

- Hemos encontrado a ese del que escribió Moisés en la Torah, y también los profetas; Bartolomé en ese día se ha echado a reir, según me cuenta Felipe.

Bartolomé le contesta:

- ¿A qué te refieres Felipe? ¿Estás loco? ¿Cómo que resucitó alguien de la Torah?

Felipe le dice:

- ¿Qué pasa Bartolomé? ¡Ey! ¡hola! ¡Despierta! ¿estás atento? Te hablo de alguien especial. Todos esos cuentos de Salvación que sabemos; todo lo que con pasión nos explican los rabinos ha llegado a nosotros. Por lo menos tenemos que adentrarnos en esto. Son demasiadas coincidencias en Jeshua a quien tú has visto y del cual te he contado. Te lo repito lentamente y oye: Es Jeshua, el hijo de José, el carpintero de Nazaret.

Me cuenta Felipe que hubo silencio en él pero al rato le contesta:

- ¿De Nazaret puede salir algo bueno? ¿De ese pueblo de nada que, si bien es cierto que creció, no tiene más de dos mil habitantes? Te concedo que tiene un buen comercio y que de allí se traen cueros, leche de cabra y frutos, pero no hay mucha gente prominente como para que de allí salga el Mesías.

Sin decir nada más, Felipe le dice:

- Ven y lo verás.

Me lo trae casi de forma obligada y a los que me acompañaban les he dicho: ahí tienen un israelita de verdad, en quien no hay engaño.

Cuando llega a mi, porque alcanzó a oir, me pregunta:

- ¿De qué me conoces?

Y le respondí sin más: cuando estabas debajo de la higuera, te vi.

Supongo que por tu actitud, has estado pensando en muchas cosas y sobre todo de tu vida y lo que será del futuro. Inmediatamente, frunciendo el ceño me responde:

- “Rabbí, tú eres el hijo de Dios, el rey de Israel”.

Me impresiona que me llames Rabbí. Quizá lo haces porque asemejas mis palabras a las de tus maestros. Hay alguien mayor a mi, a mis palabras y a mi capacidad de enseñar y lo sabes bien: es Yahvé, mi Padre. ¿Crees en mi por decirte que te vi debajo de la higuera? ¿Por eso has creído? ¡No creo! Quizá toma en cuenta la capacidad que tengo o tenemos todos de mirar las intenciones humanas y en mucho, descubrir lo que oprime nuestro corazón. Sé lo que pasa por tu corazón Natanael, pero es problema tuyo si las dudas se van de tu corazón o no. El luchar por una respuesta en la vida y el saber ser fiel a esa respuesta, es algo que necesita de diálogo primero, contigo mismo y luego con Yahvé. No tardarás en comprender esto. Es algo más profundo en lo cual te deberás sumergir. Pero mayores cosas has de ver. Y no se si para confundirte o no, te diré esto: En verdad te digo que verás el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el hijo del hombre.

Tomás es otro de los hombres que he llamado amigo.

Tomás es un hombre rudo, no solo por la corporeidad sino por la forma de hablar y contestar. Quizá es un poco obstinado en sus convicciones pero más que eso, desespera a cualquiera por sus constantes muestras de incredulidad. Yo creo que lo que mueve esa constante falta de fe es precisamente que, desde joven, lo han dejado de lado y precisamente por pensar que no sería exitoso, le han puesto trabas y lo han dejado de lado en su segundo puesto y es por eso que pregunta por seguridad.

No es mala gente; ciertamente es servicial y más aun digo, un poco tosco. A veces cuando pasa por entre el grupo donde estamos, se siente como si un tropel de personas estuvieran a su lado, arrasando con todo. Piensa bien las cosas para decirla y cuando no entiende nada pregunta hasta cerciorarse de qué es lo que se le está hablando.

Tomás además tiene otra particularidad. Suele colocarse en los últimos puestos y más si esos lugares son oscuros para no llamar mucho la atención. Se reserva las conversaciones y mientras menos habla, se siente mejor.

Un parecido a él, lo tiene Judas el Iscariote. Es enigmático y misterioso. Suele hablar poco, pero se desenvuelve muy bien con el dinero. Cuando me lo encontré y luego, cuando hablamos más a fondo, contaba que era mercader y solía hacer negocios de compra y venta, para ganar en esa mediación un poco de dinero. Elevaba los precios y recargaba un poco el precio de los transportes en bestias o carretas, en total, conocía el arte de moverse entre ser aprovechado y a la vez, ubicar las necesidades de mercancías que pudieran hacerle ganar más dinero. Quizá es por eso que sus misterios redundaban siempre en su cabeza, como si estuviera contando dinero y a la vez, desconfiando de todos en la riqueza que iba amasando.

Además de eso, Judas compartía con Simón el cananeo y con Simón Pedro, las luchas nacionalistas contra el imperio romano. Judas de cierto y el cananeo, eran sicarios en tiempos pasados mientras que Simón Pedro era un zelota. Como muchos, se dejan arrastrar por los ardores de la ira y la venganza que es producto del mal entendimiento de la ley del talión. No tengo constancia de que alguno de ellos haya estado involucrado en asesinatos, pero sí han militado en células o escuadras de hombres que han hecho revueltas nocturnas a lo largo de los pueblos para desestabilizar el supuesto orden que tienen los romanos y los soldados de Herodes. En el fondo, en todos los pueblos hay indignación porque en las cantinas y después en las calles y casas, algunas mujeres de Israel son violadas y algunas otras golpeadas, con gran vergüenza para sus hijos, sobre todo los varones.

Juan y Judas el cananeo pueden servir al reino. Mi mayor preocupación y mi temor es el ideal de mesianismo y liberación del pueblo elegido. Creen mucho en las armas y en la liberación por medio de ellas. Sus corazones tienen que ser purificados y eso costará una larga tarea y lucha para alcanzarlo. Encuentro en ellos tres un poco de resistencia cuando hablo de la misericordia y del perdón – cosa que es normal en personas heridas – y en momentos me da miedo porque es mucho lo que hay que hablar acerca de las sagradas Escrituras y su cumplimiento y a ellos, se les hará un poco cuesta arriba el camino.

Santiago de Alfeo y Judas Tadeo, de la misma forma, tienen la misma particularidad. No es que sean introvertidos. Más bien son muy receptivos a escuchar todo el tiempo. Son como aquellas personas que están todo el tiempo atentos de las conversaciones, queriendo aprender, pero en todo momento dan la impresión de que sus mentes están vagando por el infinito, en busca de una musa que les indique el camino del conocimiento. No pretendo decir que son lentos de pensamiento pero más bien, reaccionan tarde y con seguridad a las enseñanzas o a cualquier tema que se ha platicado en anteriores momentos.

Ambos además poseen una particularidad que llama la atención: también parece que en los momentos en que están en grupos y ante las miradas de los otros, o de mi persona; ante los gestos que hago como queriendo alcanzar o hacer algo, ellos parecen adivinar y se anticipan en el servicio, o anticipan cualquier escenario para tenerlo preparado o conseguir las cosas sin mayores dificultad.

Pues bien, en resumen, en primer lugar, todos son muy diferentes unos de otros aunque tengan cualidades similares. En segundo lugar, les insisto que a todos los he llamado por su nombre; no por elección de preferencia o por su situación económica. Detrás de sus nombres hay no solo una historia hacia el pasado, sino una gran tarea hacia delante, hacia el futuro, que ellos deben llenar conmigo. En tercer lugar, ciertamente es una elección, pero no les he puesto una lanza ni una daga en sus cuellos para que me sigan. Ha sido una propuesta de vida en la que el actor principal desaparece en cada una de nuestras fibras. Yahvé ha escrito nuestra historia y él se encargará de empujarla, de tejerla, de darle sentido. Lo comprenderán y comprenderán a qué están llamados.

Una cosa más. Les insisto que esta elección no sella una predestinación. Habrá muchos diálogos más en el futuro. No se trata de engullir sino de digerir y las cosas de mi Padre Yahvé, son para digerirlas poco a poco, no solo porque el hombre es tardo en comprender, sino porque la voluntad de Yahvé no se manifiesta a nuestra vida de un solo golpe y con la claridad que esperamos. Es tarea del día a día y con una lámpara para querer ver con mayor claridad.

No hay comentarios: