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Jesús, tu amigo y Señor

Jesús, tu amigo y Señor
Déjate fascinar por el Dios-hombre que muertra la dulzura de su Padre

CAPÍTULO XXXVI. JUAN, BAUTISMO DE AGUA; YO, BAUTISMO EN EL ESPÍRITU Y FUEGO. Del 19 de Sept al 26 de Sept de 2009

Y ya que les he hablado de mi en el desierto, también quiero, una vez hecha esta experiencia, hablarles más de Juan en el desierto. No en cuanto persona sino su vocación. Intentaré explicártelo de forma sencilla, basado en lo que sabemos de él por sus discípulos.
La primera cosa clara que debes ya saber es que a Juan le fue dirigida la palabra por Yahvé, mi Padre, allá en el desierto. Un largo diálogo en el cual también interiorizó ese llamado y generosamente respondió a ella. Luego de allí, se fue por toda la región del Jordán proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados.
A lo largo de la historia de Israel, muchos profetas han insistido en esta actitud del corazón, de hecho, casi todos los profetas han remarcado al pueblo que de nada valen las ofrendas, holocaustos y sacrificios, si en el corazón hay nada y vacío. Dios no mira aquellas oblaciones sin sentido; prefiere una actitud distinta, que venga de dentro; que produzca realmente frutos más allá que bienestar social. Al revés, el bienestar social debe ser reflejo de esa bondad y concordia de la bondad del hombre con el querer de Yahvé, mi Padre.
Todo de lo que anteriormente te he hablado, te lo dije cuando hablábamos de mesianismo. Dios no busca liberar fuera, con ejércitos y no busca liberar masas; más bien es especialista en romper ataduras en el interior: nutrir la raíz interior de la bondad, verdad y belleza humana, solo así el mismo hombre sentirá la fuerza de un mesianismo interior que restaura con sentido inductivo.
De Juan pudiéramos decir, como está escrito en el libro del profeta Isaías que es la “voz que clama en el desierto: aquella que prepara el camino de Yahvé, mi Padre y que pide enderezar sus sendas” ¡Qué bella imagen profética!. Apreciando el sentido del desierto y la fertilidad, pide a todo hombre que su vida se regenere. Algo así como que “Todo barranco sea rellenado, o todo monte y colina sea rebajado; más aún, que lo tortuoso se haga recto y las asperezas sean caminos llanos para que todos vean la salvación de Dios”
Creo que estás palabras del profeta Isaías, insisto, definen bastante bien la personalidad de Juan, mi primo, es decir, Palabra articulada por Yahvé, mi Padre y pronunciada a todo aquél que quiera oírla y actuar en consecuencia; no sólo se trata de ser pronunciada, sino de fructificar, que sea como lluvia que vuelve al cielo una vez que ha empapado la tierra y le hace producir frutos.
Muchos iban a buscar a Juan en el desierto; otros lo buscaban en cualquier lugar donde predicaba. Aunque sea por curiosidad se acercaban a él y después de sopesar sus palabras y la fuerza de las mismas, se dejaban bautizar por él.
Si tuviéramos que medir la intensidad de sus palabras, diríamos que Juan era duro y rudo; les llamaba “raza de víboras”, expresión dura en todos los tiempos y en cualquier cultura. Algo así como personas rastreras que se ocultan entre los matorrales del pecado y que siempre buscan los más bajos. La gente soportaba estas categorías despectivas. Más aún, continuaba: ¿quién les ha enseñado a huir de la ira inminente? Porque la conciencia de Juan le permitía aseverar un fin cercano donde la mano de Yahvé estaba ya encima; en algunos momentos no distinguía entre el fin inminente y un no retorno, o un fin inminente en el que vendría un después de restauración, pero sí les exigía a los oyentes: “Den frutos dignos de conversión, y no anden diciendo en su interior: tenemos por Padre a Abraham, porque les digo que Yahvé, Dios puede de estas piedras, dar hijos a Abraham”. ¡Sí! ¡Ciertamente duras las palabras! Juan golpea allí donde la elección y el amor de Yahvé se ha hecho más patente, pero les advierte que no pueden disfrutar ni gozar y mucho menos arrogar el privilegio de ser elegidos en Abraham. ¡Él creyó! ¡Y vaya que sí! Y por eso mi Padre le tomó en cuenta su Fe y su entrega, pero cada hombre perteneciente a este pueblo ha de lograr su propio “exilio” y su “propio caminar de fe”. Nada de ñapas, ni nada de privilegios. La conversión no viene por una persona; participamos de ella en la medida que sabemos caminar y estamos conscientes de que lo hacemos, por eso la exigencia de conversión es válida, necesaria e ineludible. Más aún, Juan en muchas ocasiones; muchas de las veces, terminaba parte de sus discursos con esto: “Ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles; y todo árbol que no de fruto será cortado y arrojado al fuego.” No hace falta que te explique el significado de estas palabras ¿verdad?
Si Juan fuera tratado como un loco más del desierto, no tuviera la capacidad de atracción, aunque debo decir que a lo largo de los siglos, aunque sea por curiosidad, muchos de los profetas fueron oídos porque a pesar de ser tratados como locos, algo distinto y hasta lógico, sonaban en las palabras que pronunciaban. Las personas se acercaban a él porque en el fondo, algunas palabras, salpicaban en la conducta de cada individuo. Cada quien oía la dureza, pero el llamado de atención de Yahvé en ese momento preciso y no querían dejarlo pasar.
La gente le preguntaba en sus predicaciones Juan, ¿qué debemos hacer? ¿Cuáles cosas debemos cumplir o dinos cómo comportarnos? Estas preguntas parecen ingenuas puesto que ya la Ley, la Torah fue pronunciada a lo largo de los siglos. Ya cada quien sabía el sentir de Dios en la vida del pueblo elegido, pero cada habitante, cada hombre, tomando una actitud de “falsa ingenuidad” preguntaba para estar seguro.
Juan les respondía: “el que tenga dos túnicas que las reparta con el que no tiene: el que tenga para comer, que haga lo mismo.” Pero… pero… ¿esa no era la exigencia gritada por todos los profetas en tiempos del reinado? Acaso que la justicia social no era una moneda de curso legal en un pueblo que era elegido y, cuyo sistema de gobierno era teocrático? Acaso muchos profetas no fueron apedreados por exigir la igualdad, la solidaridad, el compartir, evitar el robo y la usura? ¡Por favor! Estas palabras de Juan no son nuevas. ¡Son tan antiguas como la ley de mi Padre!
Llegan a él también los publicanos a bautizarse. Saben que el bautismo de Juan es exigente. Aunque muchos creen, otros muchos más se bautizan por miedo. El miedo lleva a creer en Yahvé de una forma distinta. El temor a la muerte y al fuego eterno es distinto al temor de sentirse ante Dios y actuar movido por él. Ellos están seguros de que Dios, mi Padre no miente cuando toma en serio el castigo o el premio; la condenación o la salvación. Le preguntan a Juan: “maestro ¿qué debemos hacer?”. A medida que los estratos sociales se ven involucrados o interpelados por la Palabra de Juan, sienten más miedos y desconciertos. ¿Cómo no saber qué hacer? ¿Cómo no descubrir la voluntad de Yahvé si ha estado allí en las narices? Es evidente pues que más que ignorancia, la ceguera es total, oscura; ¡desconcierta!.
Juan les dice: “no exijan más de lo que está fijado.” ¡Increíble! Juan conoce perfectamente el actuar de este grupo. Sus exigencias son una carga para el pueblo; sus mandatos sobrepasan cualquier norma y reglamento y por supuesto, esto desdice de lo que mi Padre quiere de nosotros.
Los soldados herodianos y algunos cuantos romanos se acercan mucho a la figura de Juan. Éstos últimos, los romanos, no sólo se acercan para mantener el orden sino por el placer de ver dos cosas: en primer lugar, cómo es posible que palabras tan duras expresadas por el “profeta” sean aceptadas con toda normalidad. Por menos que eso, cualquiera hubiera recibido al menos flagelación con veinte azotes. Los romanos se burlan de los judíos diciendo que son masoquistas. Les gusta que le echen en cara las desgracias y sus pecados, pero más se ríen cuando dicen que el pueblo judío escucha palabras necias y tienen a un dios ciego que no sabe guiar.
En segundo lugar, otros soldados se deleitan en estos rituales de bautismo; gestos apocalípticos, señas inquisitivas que atemorizan a cualquiera. Creen en el fondo que, detrás de todo eso, hay una manifestación religiosa distinta de los altares romanos en la ciudad eterna, en la que sólo se ofrendan inciensos y perfumes a los dioses. El Dios proclamado por Juan no mezcla su cuerpo con los mortales, como lo hacen los dioses griegos y romanos. Para ellos, mi Padre es un dios apartado, pero ellos saben que no. Además, es alta mentira que mi Padre no se inmiscuya con el hombre. Cierto que está alejado de cualquier nexo genital o placer – hedónico, pero sí ha estado presente: su presencia en la Creación; su voz en los montes de Sinaí; Su presencia en la liberación de Egipto, etc. Pero las manifestaciones del “Dios de Israel” como ellos lo llaman son narraciones míticas de un pueblo que siempre ha estado marcado por la esclavitud y es una muestra de seguridad en alguien o algo que demuestra más bien las debilidades y las divisiones internas de grupúsculos formados en tribus.
Estos mismos soldados le preguntaron: “¿qué debemos hacer?” Sencillamente les replicó con algo que no necesita explicación: “no hagan extorsión a nadie, no hagan denuncias falsas y conténtense con su soldada…”. Pero de hecho hay que decir que la extorsión nunca cederá pasó a la honradez y que mientras las extorsiones y difamaciones existan, el dinero, la muerte y la reputación del hombre, serán el pan de cada día en la tierra.
El pueblo está a la espera. Está ansioso por verse liberado de tanta carga socio-política. Está cansado de que haya un gobierno real, pero no sea la expresión de una justicia y prosperidad; hay un gobierno religioso cuya bandera es Yahvé pero mi Padre es quien tiene la última palabra en el pueblo. Si tuviera que representarlo ya en una talla de madera, sería un dios con una mordaza en la boca o un dios con la lengua cortada y tirada a sus pies. Los fariseos y los publicanos se han encargado de mutilar a mi Padre: han echado por tierra su corazón y se lo han dado a los cerdos; sus sentimientos están diluidos en el mar muerto, navegando en la nada. ¡Cuánto dolor Padre! Cuando la gente clama cada vez más a ti.
Todos piensan en sus corazones si Juan “el Bautista” no sería el Cristo tan ansiado y urgido. Juan les ha respondido diciendo: No piensen en mi como su salvador ni Mesías. Yo para eso no he nacido. Está claro que los planes de Yahvé no son los nuestros y a quienes necesitan para ser liberados, precisamente no soy yo. Mis palabras a ustedes les conmueve e inclusive les asusta pero ciertamente habrá alguien que moverá sus corazones sin necesidad de que se sientan tentados a convertirse por miedo de un fin inminente.
Por eso les digo: Yo les bautizo con agua pero viene el que es más fuerte que yo, no soy digno de desatarle las correas de sus sandalias. él les bautizará con fuego y Espíritu Santo. en su mano tiene la pala para limpiar su era y recoger el trigo en su granero; pero la paja la quemará con fuego que no se apaga".
Y con otras muchas exhortaciones, anunciaba al pueblo la buena noticia. Esto los desconcertaba porque si no entendía quién era el Mesías, menos entendían el bautizo del fuego y del Espíritu Santo aunque en el Génesis y en los escritos de la ley, la sabiduría y el Espíritu de mi Padre ha reposado en Moisés y sus decisiones. Ha estado presente en Elías y sus seguidores, en los profetas y jueces del pueblo de Israel, pero ya te digo una vez más, todos están ciegos como ovejas sin pastor, porque los pastores de Israel están pensando en sus estómagos y bienestar pero les será arrebatado los rebaños y Yahvé volverá a tomar su protagonismo.
Pero aquí me veo involucrado yo. Ya sabes que anteriormente y en varias oportunidades, mi primo y yo hemos discutido todo esto. Nosotros estamos claros en nuestras voluntades y deseos de servir a Yahvé mi Padre. Si quieres llámalo predestinación, pero de lo que te puedo hablar es de la fuerza de la presencia divina en responderle a él aún a pesar de nuestras vidas. Enfrentarse a la realidad, a pesar de los peligros e intentar instaurar el Reino de mi Padre tiene que ser ya un comienzo que sólo tendrá su fin en sus manos.
Los discípulos de Juan le llevaron noticias de mi persona y de mi actuar incipiente entre el pueblo. Me he enterado que llamó a dos de sus discípulos y los ha enviado a mi para preguntarme: ¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro? Con esta pregunta ya no había vuelta atrás. Juan se encontraba metido en la marea y yo inmediatamente me vi envuelto en ella. Usando términos militares, era como si hubiéramos hecho una incursión invasiva en un pueblo y ya dentro, nos hemos visto al descubierto y algo nuevo y diferente notaba la gente. ¿Qué decir? ¿Explícitamente he de dar una respuesta? Hacerlo, ¿no daba evidencia de una locura, como si se tratara de una loco más, liberador, arrojado foco de disturbio en la paz de los judíos y de los romanos? En cierto modo me asusto ante esta realidad.
Hasta ahora ¿qué hecho? ¿Con qué puedo contar? Solo se me ocurre decir con cierto miedo de orgullo que muchos han sido curado de sus enfermedades y dolencias y otros tantos han sido rescatados de malos espíritus; cientos de personas han recuperado sus movimientos, al igual que otros tantos han recuperado la vista y ven la realidad de Yahvé distinta a la que han padecido hasta ahora. ¡No sé qué más decir! ¡No sé qué más exponer como prueba de un Dios viviente! Solo respondo: vayan y cuenten a Juan todo lo que han visto y oído porque ustedes son testigos de lo que aquí acontece. Ustedes son testigos del actuar de Dios en su pueblo y en el hombre: confirmen que los ciegos ven a un Dios amante de su criatura, que los cojos andan y su caminar es recto, sin miedo a los brazos de mi Padre, que los leprosos quedan limpios, sanados de todo mal; que han recobrado la pureza de su piel, de sus afectos, de sus intenciones; díganle a Juan que los sordos oyen pero con claridad absoluta la Palabra, sin mediaciones de estructuras que distorsionan la misma Palabra; digan que los muertos resucitan y que ya no hay más muerte que valga. Mi Padre está por encima de la muerte y de todos aquellos que la procuran, pero digan también que se anuncia y se anunciará hasta el fin de los tiempos a los pobres la buena nueva; buena nueva escondida en el corazón de un Dios amor y que resuena con más fuerza hoy y digan por último que son dichosos aquéllos que mirando estas cosas, no me sigan por interés o por admiración del milagro sino porque Dios está entre nosotros y no hallen escándalo en mi cuando vayan cayendo las estructuras de poder para dar paso a la gloria de Yahvé en el hombre y su vida.
Cuando los mensajeros de mi primo Juan se alejaron, aunque bastante desconcertados, yo me puse a hablar una vez más de Juan, mi primo. Sé que mis palabras sonaron fuertes y exigentes, pero les he dicho a la gente: ¿Qué salieron ustedes a ver en el desierto o en las calles de Galilea cuando Juan pronunciaba con fuerza las palabras de mi Padre? ¿Qué salieron a ver? ¿Una caña agitada por el viento, cosa que no causa mayor sorpresa en la temporada de vientos? ¿Que salieron a ver pues? ¿A un hombre elegantemente vestido? Si vinieron a ver eso, están totalmente equivocados. No! ¡Super equivocados están! Los que visten magníficamente y viven con molicie, están en los palacios. Hasta allí, en el menor tiempo posible irá a pronunciar la palabra Juan. Allí reclamará un corazón ajustado al corazón de Dios, sin importar que su vida esté en peligro. Entonces ¿qué salieron a ver? ¿A un profeta? Si! Y les digo alguien más que un profeta. A quien le quede duda que no busque en la vida misma de Juan puesto que en él no está la razón de su actuar. Que la busque en la razón más íntima de ser de mi Padre y la molestia que se ha tomado por escoger a un pueblo y anunciar su Salvación a todo hombre de buena voluntad.

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