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Jesús, tu amigo y Señor

Jesús, tu amigo y Señor
Déjate fascinar por el Dios-hombre que muertra la dulzura de su Padre

CAPÍTULO XXIII. ENCUENTRO CON JUAN (parte II). Del 10 al 17 de Junio de 2009

Cuando salimos al patio interior, los sirvientes y las mujeres se retiraron del lugar, comprendiendo tal vez, que queríamos estar solos. El silencio a esas horas de la tarde, vísperas, hacía que hasta los animales se fueran recogiendo a sus lugares. Juan tomó la delantera en la palabra y me dijo que tenía algo serio que decir. ¿Serio? Debía ser algo crucial, ya que teníamos una edad en la que debíamos asumir una responsabilidad en la vida. No sabía nada de él hasta ahora y lo único que me quedaba por hacer, era adentrarme en su vida y a la vez, abrir la mía a mi primo, puesto que yo tenía también cosas por hablar. Nuestra inexperiencia hacía que nos desahogáramos y en eso, quizá podríamos conseguir cierta salida a lo que sentíamos.
“Jeshua”, me dijo, “después que nos encontramos la última vez, mi vida ha ido tomando un rumbo totalmente alejado del mundo. Algo he sentido en mi, que me ha hecho apartar de la vida normal; no sé explicártelo pero está ahí dentro de mi corazón. Para colmo, en varias oportunidades, mi madre me repitió lo sucedido hace ya 23 años antes de nacer. En vez de alegría, he sentido un miedo y un estremecimiento que no es normal.
Para empezar, todo ese lío de ser hijo de unos ancianos. De pequeño parecía una persona especial, pero pronto pasé a ser como una cosa rara, un extraño, por ese magnífico hecho de ser hijo de la vejez. Todos me trataban como enfermizo pero ¡mírame! Estoy demasiado bien. He crecido al cuidado de tías y tíos, sin contar con los delicados cuidados de mis padres, pero aún así, tienen para mi un trato como si fuera un santo entre ellos. A veces ni me dejan tocar el suelo.
Otros todavía, después de haber crecido, se extrañan de mi nombre: Juan. ¿Te imaginas Jeshua, que mi padre Zacarías rompe toda la tradición para darme ese nombre? Cierto que la que empezó fue mi madre, pero él cerró toda la discusión escribiendo en la tablilla que ese sería mi nombre, pero ¿por qué todos se extrañan? Están algunos intentando buscar significado hasta en los astros pero ¡bueh! Lo que sí se, es que siento algo distinto en mi que me impulsa a separarme de este mundo y dedicarme solamente a Dios”. Le interrumpí y le pregunté: ¿qué quieres hacer Juan? ¿A dónde crees que te llama Yahvé?. Contestó:
“¡No sé Jeshua! Durante estos tres últimos años, mi vida se ha estado debatiendo entre quedarme al servicio del templo como mi padre, pero algo más dentro me dice que me vaya a la soledad, al encuentro de la oración… allá en las montañas… debes conocer de esos monjes que están allá en la soledad… ¿conoces? ¿los escenios? Yahvé reclama de mi no sé qué, por eso he pensado ir a vivir en el desierto Jeshua. No me produce mucho ánimo pero quiero encontrarme conmigo mismo para no dudar de lo que él quiere de mi. A ti, por casualidad, no te ha sucedido lo mismo?”
Esta pregunta me dejó también un poco confuso. Las cosas de Yahvé son difíciles y hay que entrarle en serio porque si no, estaríamos buscando hasta la muerte su significado y el llamado se haría insoportable y pesado. Le contesté simplemente y para salir del despiste: Juan, ¡parecemos morochos! ¡Claro Que sí me ha pasado eso que dices! No sé cómo explicarlo. ¿Te suena bien la palabra arrobamiento? ¿Crees que Yahvé nuestro padre, nos ha robado el corazón y ahora tuerce nuestra vida para que le sigamos más de cerca?. Él me contesto riéndose: “Ja, ja, ja Jeshua, hermano mío. Tienes idea del lío que formarían los rabinos si le hablas de que Dios intenta arrebatarnos la libertad y no poder decidir por nosotros mismos? ¡Eso me da miedo! Quizá no estemos leyendo bien su voluntad, pero sí creo que pesa sobre nosotros una definición de vida. Cierto que nos está llamando pero, Jeshua, creo que debemos responder nosotros y si lo hacemos, de seguro que seremos felices y consecuentes con lo que quiere su corazón para el nuestro”.
En este punto, aunque me dio risa, le dije seriamente que si así hablaba, debía estar en el templo enseñando la Torah e interpretando con los rabinos, las enseñanzas del Talmud, pero no me hizo caso. Volvió a la carga con esto.
“Jeshua, escucha esto. En las noches, pasada las diez, me retiro a aquellas lomas que ves allá. Algunas veces de niño fuimos allá con los otros primos ¿te acuerdas? Subo; no me dan miedo las serpientes, arañas o alacranes ni los animales que andan por ahí alrededor. Siento tanta seguridad en ellos que parece que me siguieran cuando empiezo a subir y ubicarme en el sitio que he escogido. Allí me siento y aunque algunas veces el cielo está cerrado, que no se ve ninguna estrella, mi pensamiento penetra esta bóveda y vuelo hasta allá lejos, al encuentro de Yahvé. ¡Claro que no me parezco a Moisés en su intimidad con él! Pero siento su presencia tan fuerte, tan cercana…es como si rozara mi piel en esos momentos”. Me estremecí antes sus palabras e intentaba decirle que era todo un poeta, pero oyendo el calibre de su acento, no dije nada. Solo escuchaba.
“Jeshua, ¡su voz es clara!...siento el susurro del viento que dice claramente: ¡Juan! ¡Juan! Y entre la brisa, la baja temperatura, la luz que se filtra hasta mis ojos, parece que me dijera…"profetiza. !mira cuán desierto está el mundo!. !cuánta necesidad hay de riego y de mi Palabra!" al principio me asusté al oír todo eso. Buscaba por todos lados pero estaba solo…en días siguientes he oído esa voz más intensa: "¡Juan! ¿a dónde irás? ¿a dónde quieres ir? Muchas personas se sienten áridas, secas. Ya no sienten mi presencia en el mundo. La gente está dividida, el corazón del hombre está entregado a otras cosas; los valores del mundo están invertidos" Grité muy fuerte: ¿y qué voy a hacer? ¿Acaso que si no te oyen a ti que les hablas, me oirán a mi? Es imposible que no sientan tu presencia y que pretendas que cambien solo porque yo les digo palabras tuyas…La voz calló por un rato, pero luego vino a mi como una caballería: "No te preocupes por el efecto. Lo importante es el golpe que des a la conciencia del hombre. Ocúpate de gritar, de predicar. Es necesario hacerlo; urge hacerlo. Cada quien verá cómo responde y reconocerá cuál palabra es humana y cuál es divina. No te canses. Habla al corazón del hombre. Grita que mi amor vence, que mi alianza sigue viva y permanente para todos aquellos que creen en un mundo distinto, de vida, de auténtica humanidad".

Y Jeshua, así como llegó esa voz, así se fue. Me sentía vacío, con algo que no terminaba de aceptar pero que sí estaba evidente que había que hacer.”
Yo me quedé sin voz. No podía decir nada, primero porque sabía de la intensidad de esa voz, pero también porque era experiencia suya. Cuando nos dimos cuenta de la hora, entre los silencios, las reflexiones y el diálogo, las mujeres habían salido a nuestro encuentro, preocupadas porque no habíamos entrado a la casa a descansar.

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