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Jesús, tu amigo y Señor

Jesús, tu amigo y Señor
Déjate fascinar por el Dios-hombre que muertra la dulzura de su Padre

CAPÍTULO XXVI. UNA GRAN NOTICIA (II parte) . Del 03 al 10 de Julio de 2009

Un nuevo día, anunciado por el canto de los pájaros y el movimiento de los animales llegaba a mi vida.
Hoy es la boda de Séfora.
Aún no sale el sol y mi primer acto, como fue enseñado por José y mi madre, fue salir al patio interno y bendecir a Yahvé, no sólo por este nuevo día sino por la vida y porque su misericordia es eterna.
Hacia las cinco de la mañana, me dirigí hacía los toneles de agua para prepararme a un baño en medio del calor que ya despuntaba. Mi madre ya estaba dirigiéndose a la cocina para preparar algo de comer. Estaba pendiente de mis ropas y las toallas, así que mientras me aseaba, de seguro me colocaría la ropa de trabajo para el taller y colgaría una túnica perfumada con un paño en los colgadores que tiempo atrás, José había colgado de las paredes del cuarto.
El trabajo comenzó con el cliente más importante que tenía para ese día: Samuel. Miré su caballo de madera y más que reparar los ejes de las ruedas que estaban partidos, me fijé totalmente en él y desechándolo, tomé unos trozos de madera que ya estaban lijados hace unos cuantos días atrás y con unos cuantos listones, emprendí el diseño de un caballo más alto – puesto que Samuel había crecido -, un asiento más fuerte y un refuerzo en los ejes, al igual que unas ruedas más gruesas, para que no hubiera tanto desgaste. Para las nueve de la mañana estaba listo y justo para ser reclamado por su dueño que entró corriendo al taller, contento de poder encontrarme y seguro de que él, antes que nadie, tendría su trabajo hecho.
Samuel se me quedó mirando, preguntando por el caballo. No lograba divisarlo porque lo había puesto en lo alto, en la mesa. Lo tomé en brazos y al colocarlo sobre la mesa, advertí que la madre estaba fuera, viendo el caballo con gran admiración. De igual forma, Samuel hizo un gesto de impresión y un grito de ¡Guao! Que si no se oyó en todo el sector, no se oyó en ningún lado. Me pidió que lo bajara y bajara el caballo y antes de despedirse, me dio un tremendo abrazo, sin importarle que sus pequeños brazos quedaran confundidos con mi cabellera. El abrazo fue largo y terminó con un beso y un: “Gracias Jeshua”. Como pudo, lo arrastró hasta ver a la madre que lo terminó de ayudar para colocarle una pequeña soga y llevarlo luciendo su hermoso caballo por toda la calle.
Proseguí el trabajo. La mayoría de ellos eran reparaciones de piezas que se habían acumulado en el tiempo en que estuve ausente: reponer patas de escaparates; recambio de piezas en mesas; algunas piezas metálicas en sillas y estantes, etc. Así que para las dos de la tarde tenía todo terminado. Mi madre María, a esa hora, entraba para avisarme si ya estaba dispuesto a almorzar. Me preguntó qué tal había ido el día y le pregunté que la mayor cantidad de dinero había sido el abrazo y el beso de Samuel por su caballo. Ella sonrió y dijo solamente: “Ese dinero lo guardas en la hucha de tu corazón”. Inmediatamente tomó la escoba y me ayudó a ordenar todas las cosas, puesto que me advirtió que el trabajo había llegado a su fin por el día de hoy.
El almuerzo fue sencillo. “Jeshua, hoy comeremos ligero, puesto que a la tarde nos iremos a ayudar en la casa de Séfora. Allí terminaremos de comer algo si te apetece”, sin embargo, mi madre había preparado un delicioso pollo en salsa de cebolla y ajos; un delicioso pan y algunas hierbas de ensalada que devoré al instante. No por ser mi madre, ella cocinaba delicioso. Tenía realmente un gusto por guisar las cosas y yo me volvía loco por comer, así como lo hacía mi padre José. Al terminar, sólo me di cuenta que ella comía despacio, así que la esperé mientras ella, bocado y palabras, hacía que rindiera el tiempo.
“Séfora, luego de la luna de miel, volverá para despedirse. Vivirá en Pel – lá, en la zona de Decápolis. Los padres del futuro esposo poseen allá una casa de tipo romana, pero es la zona más tranquila de nuestra tierra. Se irá a vivir más allá del Jordán, pero de seguro su corazón no se apartará de Nazareth”.
Estas y otras cosas hablaba mi madre mientras en mi se enfrentaban pensamientos referidos a los profetas, especialmente el de Isaías: "No temas, que yo te he rescatado, te he llamado por tu nombre. Tú eres mío. Si pasas por las aguas, yo estoy contigo; si pasa por los ríos, no te anegarán; si andas por el fuego, no te quemarás, ni la llama prenderá en ti. Yo soy Yahvé, tu Dios, el Santo de Israel, tu Salvador". Este tiempo fue interrumpido de nuevo por las palabras de mi madre quien me había dejado solo. Me dijo: “hijo, Jeshua. ¿Estás despierto? Te quedaste absorto en tus pensamientos.” Me pidió que terminara de recoger las cosas para ponernos en camino a casa de Séfora, así que dejamos las cosas arregladas para que los animales la pasaran bien: su comida, el agua, etc. Nada encendido en la cocina ni lámparas en los cuartos.
Fuimos recogiendo cosas que ya mi madre tenía listas y para la hora de vísperas, estábamos saliendo para ayudar a preparar las cosas referentes a la ceremonia y a los alimentos.
Había mucho movimiento en la casa. Gran parte de las mujeres estaban dedicadas a la vestimenta de la novia mientras que otro grupo, además de sirvientes, estaban muy ocupados en las bandejas de alimentos que se servirían posteriormente en la fiesta. Mi madre por supuesto, me apartó del área donde la novia se estaba preparando y me condujo a la cocina y área de servicio para ayudar allí las cosas que habían de prepararse, por tanto, ayudé en el encendido del fuego para el asado de la carne y en momentos, me movía a la parte posterior de la casa, donde se mataban a los animales. Se necesitaba de fuerza para sostener los corderos y reses y otros animales pequeños. El trabajo era intenso en la matanza de animales puesto que se había calculado trescientas cincuenta personas del pueblo y los que venían de afuera. El olor era intenso y contrastaba con otros olores de perfumes y especies que se mezclaban en el aire.
Al volver cerca de la cocina, terminé de colocar la madera y ajustar las barras de hierro a la altura adecuada para cada animal que iba a ser asado en las brasas; también me vi envuelto en la limpieza de las áreas de encuentro común y terminamos por colocar las mesas para los invitados. Extrañamente oía cómo hablaban de “Jeshua ayudando a la limpieza y el servicio de la cocina”. Me reí e inmediatamente traté de desaparecer en la cocina, esperando que mi ayuda sirviera para algo más.
El tiempo se nos fue hasta que, poco a poco los candiles y las antorchas fueron tomando protagonismo. Había una claridad bastante aceptable en cada sector de la casa, especialmente en los patios en donde se llevaría la celebración principal y la celebración de las fiestas. Aunque era avanzado el día, ya el sol se ocultaba y todo estaba preparado para que el anciano rabino de la comunidad Eliahú, presidiera el matrimonio delante del pueblo congregado y presente. Estaba ya Jadash, el novio, presente con sus padres y junto al rabino para recibir a Séfora.
El venerable Eliahú recordó las maravillas de Yahvé y recordó el pasaje del génesis en el que el hombre fue creado junto a la mujer para ser uno. Hizo prédica de la tarea del hombre para reproducir la especie y de la mujer por someterse al hombre y estar a su servicio. Procedió a recordar los votos de fidelidad y entrega de ambos y puso a la comunidad como testigo de esta unión hasta la muerte. Séfora fue entregada como mujer y lote de la heredad de Jadash y él la tomó como mujer de manos del rabino. Terminado el acto de celebración, después de los simbolismos de compartir los bienes y la hermosa oración de bendición sobre ella, aplaudimos y presenciamos cómo el novio mostraba a la comunidad a su novia, descubriéndole el rostro y besándola delante de todos.
Ambos fueron llevados entre los bailes y gritos de alegría, junto con el rabino, hasta la mesa colocada como presidencia. Allí los padres de ambos, familiares cercanos; el rabino y los novios en el centro, brindaron con vino generoso por la felicidad y la descendencia que Yahvé le había de dispensar a ambos.
¿En dónde estaba yo preguntas? Yo estaba con mi madre en una de las mesas cercanas a la presidencial. Era la cuarta mesa, así que tenía posibilidad de apreciar con bastante claridad las escenas importantes de la boda y a la vez, teníamos la posibilidad de estar disponibles, por si nos necesitaban en el servicio a las mesas. Yo ansiaba hacer esto pero mi madre me sugirió estar quietos y dejar que los acontecimientos hablaran por sí mismos.
Séfora nos ubicó dónde estábamos, pero con un gesto dejó en claro que no podía moverse si el novio no la dejaba. Respetamos el protocolo pero sin embargo, mi madre fue llamada, por ser mujer, a la mesa presidencial y saludó con alegría a la pareja. Fue presentada como madre del mejor amigo de Séfora, quien bien pronto le hizo un gesto a Jadash, su marido, para que pudiera yo acercarme y dar las felicitaciones respectivas.
No sé cómo sucedió pero Séfora, sin advertir de los ritos y normas acerca de matrimonios, me tomó de la mano y me abrazó fuerte delante de su esposo y dijo que se sentía feliz de ese momento. Me agradecía mucho por mi amistad e inmediatamente me presentó a Jadash. Él, en tono de broma, me dijo: “¡Vaya! En plena boda vengo a conocer al que me ha disputado a mi mujer” y se rió. Yo también, con vergüenza, me reí, deduciendo claramente que Séfora le había hablado con franqueza de nuestra juventud.
Música de fondo después del brindis; bailes de los que éramos jóvenes. Estábamos casi todos los jóvenes que éramos contemporáneos, a pesar de que unos cuantos ya estaban casados también; además, estaban las parejas de padres, nuestros padres. Total que éramos la atracción hacia el final del día que ya anunciaban las primeras horas del nuevo día. Entre estos cantos y bailes se fueron moviendo los vasos de vino y bebidas para todos, acompañando los platos de aves sazonadas y guisadas; carnes de res y cordero que iban saliendo acompañadas de ensaladas adobadas; abundantes panes y otras tortas hechas de cereales.
Llegaba el amanecer. El sol dio el aviso de su presencia y a lo lejos se veía la primera claridad del día. Los novios se despedían y todo el mundo estaba pendiente de ellos. Nadie se había ido precisamente esperando que ellos partieran primero. Las madres de ambos, los acompañaron hasta los cuartos posteriores de la casa, para que disfrutaran de su primera noche y ya luego de retirados, el final de la fiesta parecía llegar. A pesar de que mi madre aún estaba cargada de energía, preparó unas cuantas cosas y dándome una señal, partimos a la casa, a cuatro calles de allí. Le acompañaba cargando frutos y comida que en la cocina le habían regalado. Día de felicidad.

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