Si me hicieras un interrogatorio acerca de lo que más me impacta de estar con la gente, te contestaría sin duda que sentir el calor y la miseria humana. Muchos hombres a lo largo de la vida han desarrollado el instinto de diferenciarse y distanciarse del otro, como si fueran totalmente distintos pero en el fondo, son parte de una misma realidad, quiero decir, son parte única de la carne, huesos y sangre que somos. Ninguno de nosotros en cualquier condición o clase, somos distintos en nuestra estructura humana.
Quizá me fuerces a hablar del cómo somos educados, del cómo vivimos en condición socales distintas, etc. pero de eso no te quiero hablar. En realidad, quiero que te sumas en esto que quiero decirte: cuanto más te acercas a observar las arrugas de los abuelos; cuanto más percibes la fragilidad de los huesos en aquellos inválidos; cuanto más ves la necesidad de que tus manos y tus pies pueden ser apoyo para otros, más sientes que hay algo de ti en otros y que el corazón se ensancha al romper la barrera del pudor, de la indiferencia, de la “clase” que te formas, cuando te distancias de los otros. Allí es donde quiero que entres conmigo; no me importa si lo haces de forma racional pero te pido que lo hagas con el corazón y verás que cuanto te digo vale la pena.
En esta ocasión estaba muy al norte, en dirección al mar abierto. Me encontraba muy lejos de casa a más de setenta kilómetros, en las ciudades de Tiro y Sidón que desde siempre han sido dos ciudades casi hermanas.
Estas zonas son fenicias y Tiro en realidad son dos centros urbanos y en una de sus islas cercanas, tenían buena provisión de agua y madera para todos los poblados de alrededor. Me encantaba el “aire” de Tiro porque había mucho movimiento. Todo respiraba a comercio: grandes pescas, movimiento de maderas, conchas marinas de todo tipo; carga y descarga de mercancía proveniente de Grecia, Roma y las zonas del sur de Egipto, especialmente de Alejandría. La gente aquí se mezclaba entre razas y pueblos y parecía una pequeña babilonia con la salvedad de que el dinero y los productos hacían entenderse muy bien a las gentes.
Me sentaba algunas cuantas veces que fuimos por allá con la gente sencilla para oir las historias de los primeros pobladores de estas zonas: los tirios fueron los primeros que se aventuraron a navegar en las aguas del mar para salir a las costas de tantas islas que hay allende estas tierras. Muchos dicen que los griegos, africanos e inclusive los hispanos tienen su sangre. Los tirios se extendieron y extendieron mucho su comercio y en tiempos de los grandes reinados judíos, Jerusalén tenía mucho comercio con ellos.
Además de esto, te tengo que decir que mi madre alguna vez más pensó en venir unas cuantas veces aquí, al norte, para conseguir alguna tela preciosa para sus regalos y sus cuidados en el hogar. Siempre se oyó de los hermosos coloridos de las telas provenientes de Tiro y Sidón y gustaba mucho de la púrpura pues este pueblo trataba muy bien las telas con el tinte que solo aquí se fabricaba: la púrpura tiria. A mi madre le gustaba la compra de estas telas, muy caras por demás pero junto con otras de sus amigas, se preocupaban de hacer algunas piezas hermosas y soñaba con tener entre sus manos algún trozo de púrpura para hacer una hermosa túnica.
Pues, saliendo de las tierras de Tiro, y de paso por Sidón y, dando la vuelta al lago de Galilea, llegué al territorio de
La gente me ha pedido que le impusiera las manos.
Como en otros tiempos, la imposición de manos era señal de bendición pero también de sanación. Mucha gente estaba convencida del poder divino que llega de forma directa al hombre y junto con ello, constato una vez más la fuerte disposición de muchos por ser mediadores de
Inmediatamente me hicieron este pedido, lo aparté, un poco para aislarlo de la gente que en todo momento apretujaba. También era una necesidad mía de llevarle mi brazo por los hombros y sentir su misma necesidad de ser apreciado. Me miraba de reojo intentando explicarse los gestos míos; intentaba oir y entender lo que mis labios le decían. La palabra que mejor entendió fue "Hermano". Lo agarré por los hombros y aunque más bajo que yo, sentí su fuerza y el deseo de ser sanado. Nos quedamos mirándonos uno al otro por un instante, como saboreando entre ambos las palabras que le decía: “Azael, hermano, hoy
Me llevé los pulgares a mi boca e inmediatamente le metí los dedos índices en los oídos y con los pulgares, le toqué la lengua, sujetándosela como pude. A pesar de que hizo un gesto de molestia por los dedos en los oídos y en la boca, quedó quieto. En seguida levanté los ojos al cielo, suspiré profundo y dije: "Effetá", que quiere decir: "Ábrete."
Algunas mujeres se asustaron por el tono de mi voz y gritaron. Otros, como siempre, se quejaron de que pude haber hecho las cosas más fáciles con la imposición de las manos que, en realidad no había hecho; peor aún, otros se quejaron de la falta de higiene que yo tuve al meter mi saliva en su boca y mis dedos en sus oídos. En total que los prejuicios y las normas saltaron como cosa normal en todos mientras que algo distinto se operaba en Azael.
Te digo, a nivel personal, que fue sorprendente porque sentí “al hombre en mi mano”, quiero decir que, palpar al hermano, su corporeidad provoca ciertamente el encuentro con el otro; no es desconocido y su audición se sentía despertar al igual que las ganas de gritar.
En ese instante, cuando le saqué los dedos de los oídos, ya lo sabes, se le abrieron. Al principio se tapó los oídos. Los sonidos le hacían daño y eran como malos espíritus atormentándolo pero luego, se quitó las manos y trató de captar cada vez más lo que sucedía alrededor. Miraba hacia arriba en busca de los pájaros que oía; se volteaba a mirar a la gente que lloraba, estaban admirados o gritaban de alegría…! Todo un espectáculo!
También se le desapareció el defecto de la lengua y comenzó a hablar correctamente. La gente esperaba este momento pues le estaban gritando desde hace rato que hablara pero él guardó silencio durante un rato intentando recuperar lo que el tiempo le había quitado; casi parecía un niño porque debía reconocer palabras nuevas para él, precisamente porque no conocía sus sonidos. Se atrevió y fue todo un espectáculo porque todos repetían sus palabras, mientras él reía y lloraba de la alegría…
De igual forma empezó a dar gracias a Yahvé, mi Padre y me sujetó de la túnica, dándome gracias y besando mis manos. Me sujetaba por la cintura e intentaba alzarme, que casi me caigo, pero me solté rápidamente antes de que cayéramos los dos. Le mandé a él y a los demás que no se lo dijeran a nadie, pero cuanto más insistía, tanto más ellos lo publicaban. Estaban fuera de sí, asombrados de lo que había sucedido. Muchos gritaban: "Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos."
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