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Jesús, tu amigo y Señor

Jesús, tu amigo y Señor
Déjate fascinar por el Dios-hombre que muertra la dulzura de su Padre

CAPÍTULO LXI. EL MIEDO DE PILATOS. Del 14 de Marzo al 20 de Marzo de 2010

El presente capítulo te lo dedico, especialmente para que veas el contraste entre el temor de Dios y el poder de los hombres, detrás de las armas y un contingente de hombres. Con ésto te quiero decir que hay razones del corazón que siempre dejan dudas acerca de la presencia de Dios y sus manifestaciones y la capacidad arrogante de verse manipulado y a la vez, acorralado por el poder, cuando el clamor de las gentes parte desde su rabia y, cuando en realidad, no se es el origen del mismo poder.

Este es el caso de un señor llamado Poncio Pilatos. El beneficio de la duda, su poder y autoridad y la evidente capacidad de descubrir la mentira en los judíos y el sanedrín chocaban justo en su corazón y más allá de la decisión jurídica que debía hacer. De seguro que no durmió después de estos hechos y sobre todo, porque su condenación estuvo en que no fue capaz de velar por los derechos del inocente. Presta atención a ver si a ti te parece lo mismo.

Me llevaron de la casa de Caifás, sumo sacerdote, al tribunal del gobernador romano, es decir, Poncio Pilatos.

Los judíos no entraron para no quedar impuros, pues ése era un lugar pagano, y querían participar en la comida de la Pascua.

Entrar en esa casa ya tornaba impuro a cualquiera y lo imposibilita para ofrendas debidas en estos días en que la ciudad bullía por las fiestas religiosas de Pascua. Poncio Pilatos de seguro ya estaba enterado de todo este proceso que muchos llamaron delictivo, pero en realidad tenía mucho de proceso religioso y judicial civil; de hecho, piquetes de soldados estaban repartidos a lo largo del amurallado jerosolimitano y más, en el sanedrín, así que el resto de las tropas estaban acuarteladas en los recintos romanos destinados al gobernador y las opresoras tropas romanas. Como buen soldado y político romano, el gobernador dejó que los judíos siguieran peleando a las afueras de sus aposentos como esperando alguna reacción oportuna para imponer el orden. Se quejaba con los soldados que hacían de guardia pretoriana, de lo bárbaros que eran los judíos y los maldecía porque siempre redundaban los problemas hacia lo religioso. Decía que ese Dios Yahvé se parecía más al dios de la guerra Marte que un Dios conciliador y vengador.

Entonces Pilatos salió al atrio del palacio destinado para él. Allí estaban ellos, dando gritos confusos y les dijo: " Cállense ya de una buena vez y díganme ¿qué pasa? ¿De qué acusan a este hombre?" Le contestaron: "Si éste no fuera un malhechor, no lo habríamos traído ante ti."

¿Malhechor? ¿No bastaba que le dieran una paliza como suelen hacerlo ustedes en las calles cuando ejecutan su justicia en secreto? Se quedaron callados y le respondieron ¿cómo dices eso de nosotros? Pilatos les replicó: ¡sí, sí! Ya me van a negar que ustedes no se toman la justicia por su cuenta. Ustedes mismos tienen dentro de sus libros un pasaje en el que a ese Moshé en Egipto, mató a otro hombre simplemente por oprimir uno al otro. Volvieron a hacer silencio aunque uno de los sacerdotes gritó: “No eres quién para citar nuestras escrituras pero recurrimos a ti porque tú haz de hacer justicia en este problema. ¡Júzgalo y te dejaremos tranquilos”. Pilatos les dijo con más fuerza: "Tómenlo ustedes y júzguenlo según su ley." Yo permanecía callado porque estaba cansado de las últimas horas y porque estaba realmente aturdido con tantos gritos y golpes recibidos; sin embargo, pude apreciar a Poncio Pilatos que tenía los ojos clavados en mi.

Los judíos le contestaron: "Nosotros no tenemos la facultad para aplicar la pena de muerte." Al oir pena de muerte, Pilatos reaccionó de otra manera y se dio cuenta que la cosa era en serio y no merecía simplemente unos azotes.

“ ¿Pena de muerte? ¿Quiere decir que ustedes ya tienen una condena sin un juicio justo para este hombre? Si ya están hablando de muerte y tienen la decisión ¿Por qué no la ejecutan? ¿A qué temen? Presentí mucho dolor en mi cuerpo, mucho antes de recibir los golpes: eran las palabras de rechazo que entraban en mis oídos como lanzas punzantes. No sólo gritaban sino que me empujaban y golpeaban. Tenía mis ropas un poco desgarradas y sueltas en los hombros; sentía los tobillos de mis pies y las muñecas de mis manos bastante hinchadas; de igual forma la boca y el ojo derecho un poco cerrado por los golpes.

Pilatos entró en su palacio, y por los empujones que me daban para que subiera las escaleras comprendí que me había mandado llamar y, estando ya en su presencia me habló: “Jeshua es tu nombre ¿verdad? Jeshua de Nazareth?” “Sí”, le dije. “¿Por qué siendo de un pueblo relativamente pacífico, viniste aquí a morir? Has caído en manos de esos lobos que conoces bien. Los has estado fastidiando y para estas horas la gente se ha olvidado de ti y tus milagros y ahora forman parte de tus verdugos y quieren tu pellejo. ¿En dónde erraste, eh? Contéstame.

¡No lo hice!. Prosiguió: “He seguido tus pasos, Jeshua, a lo largo de tres años. Han sido duros para mi; no te creas que tus actos no han tenido que ver conmigo. Te he estado monitoreando y sobre todo porque los informes de mis soldados hablan de las idas y venidas del tal Judas para rendirle cuentas a esos dos zorros que se hacen llamar sumos sacerdotes. Los conoces ¿verdad? ¿A Anás y Caifás?” Alcé la mirada y asentí con mi cabeza, diciendo que los conocía.

“Jeshua” me dijo, “tienes un historial limpio; inclusive has servido para nosotros después que tu padre murió, tallando los troncos para las cruces que sirven de patíbulo para tu pueblo”. Muchos te quieren y como del cielo a la tierra, has caído en desgracia delante de estos hombres que en realidad sí son desgraciados. Te preguntó ahora algo de lo que parecen acusarte, o por lo menos es el motivo de la condenación que quieren hacerte: "¿Eres tú el Rey de los judíos?"

Le contesté con una pregunta: "¿Viene de ti esta pregunta o repites lo que te han dicho otros de mí?" Se río durante un buen rato y la última parte sonaba a ironía. “Repetir cosas de otros no es mi fuerte y mucho menos mi error. Mira este anillo Jeshua: es señal de poder y basta con pronunciar, no repetir, consigo lo que quiero y decido sobre vida y muerte de muchos. Tengo a la muerte bajo mi control, lo mismo que la vida y me parece que ahora estás en esta encrucijada. Te hago la pregunta porque te he dicho precisamente que sobre eso te quieren condenar. En realidad no me interesa si eres rey o no; de todas maneras yo obedezco al emperador, cuyo poder brota de las entrañas mismas de Roma, no de Judea y menos de un templo. Además, ¿Acaso soy yo judío? Tu pueblo y los jefes de los sacerdotes te han entregado a mí y por deshacerme de ellos y de ti, pretendo tener ciertas nociones para salir de este enrollo. Se que no has hecho nada, pero dímelo tú ahora y aquí: ¿qué has hecho? ¿En qué líos te has metido? Fíjate que no creo que ni siquiera la aberración que hiciste en el templo de expulsar a los mercaderes tenga que ver con eso. Esto te lo perdonaron pero hay algo más. Dime ya. ¿Qué has hecho?"

Alcancé a oir a los soldados hablar en su lengua latina y en cierto modo expresaban que este diálogo rayaba en discursos filosóficos recientes en la misma Roma. Mirándolos a todos, que en realidad eran una docena recostados a la pared, en posición de descanso, le contesté a Poncio Pilatos:

"Mi realeza no procede de este mundo. Si fuera rey como los de este mundo, mis guardias habrían luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reinado no es de acá."

Pilatos me preguntó: "Entonces, ¿tú eres rey?" y volvió a repetir con ironía: “¿eres rey?” Y a continuación, una carcajada. “¿Rey de qué amigo Jeshua? No veo en torno a ti ningún soldado; ningún guarda espaldas; ni siquiera en el huerto. Dijeron que fue más fácil que engañar a un pequeño cordero con granos de trigo. Pero ¿te das cuenta de que ésto es un juego, Jeshua? Que no tienes armas, ni hombres, ni infantería, ni caballería. Por lo menos me alegra saber que has dicho que lucharían contra los judíos porque muchos imperios y pueblos han caído en manos de Roma y soy yo quien tiene tu vida en las manos, así que no tienes nada, ¡NADA! ¿Entiendes? ¡Nada! Entonces. ¿Tú eres rey?”.

Respondí: "Tú lo has dicho Pilatos: yo soy Rey. No se di entenderás mis palabras o te suenan sin sentido, pero Yo doy testimonio de la verdad, y para ésto he nacido y he venido al mundo. Todo el que está del lado de la verdad escucha mi voz." Pilatos se quedó mudo, como queriendo oir más de “esta verdad” y continué: “Mi Reino dista mucho de tus armas y tus hombres porque son perfectos cumplidores de tus órdenes que por cierto, las haces a tus antojos”. En eso, un soldado se me vino encima queriendo golpearme pero Pilatos alzó su brazo derecho dándole la orden de parar. “Esa es la mejor prueba de lo que te digo. Pero si el hombre entendiera, si realmente el mundo comprendiera la voz de mi Padre y si realmente actuara en consecuencia, las cosas serían distintas sabes porque la verdad radica en el justo obrar. No se puede tener un carácter a medias; no se puede tener una personalidad tan débil para seguir a los “amos” de este mundo. Quien escucha mi voz, reconoce que las cosas marchan por otros caminos y que el mundo se asemeja más a Dios, su creador y Padre que a las estatuas de mármol de tu pueblo, donde se exalta la locura, el delirio de grandeza y por dentro está plagado es de falta de corazón y deseos de división.

Pilatos, llevándose la mano al mentón y en tono pensativo me dijo: "¿Y qué es la verdad, Jeshua?" ¡No entiendo tu verdad!

Dicho ésto, salió de nuevo donde estaban los judíos y les dijo: "Óiganme ustedes judíos hijos de la infamia y de la muerte; yo no encuentro ningún motivo para condenar a este hombre. ¡Están equivocados en su proceder! Sigo sin entender cómo hasta hace pocas horas lo declaran como profeta y ahora quieren su cabeza. No entiendo cómo un hombre deba ser condenado por querer la dignidad de su pueblo y por restaurar las cosas de su Dios Yahvé. ¿Qué pretenden? ¿Hacerlo poner en contra de Roma o quieren su cabeza por subvertir su orden establecido?. No me interesa que me contesten y no quiero saber más de esto aunque les repito, no encuentro ningún motivo para condenar a este hombre.

Aquí es costumbre que en su Pascua yo les devuelva a un prisionero.

En ese momento, a la señal de Pilatos, apareció Barrabás, conocido por todo el pueblo de Jerusalén. Tenía una edad de cuarenta y dos años más o menos; te buena corporeidad aunque panzón; pero se destacaba muy bien por su capacidad de robar y hurtar cosas. Solo los robos eran noticias días después, pero ya sus técnicas lo delataban. Una de sus anécdotas famosas fue desarmar a tres soldados romanos mientras hacían la guardia. No se explican cómo lo hizo y además, se burló de ellos en una persecución en la que rodaron por uno de los callejones cuando el mismo Barrabás había colocado de antemano mecates para cortarles el camino. Desde aquél día Barrabás no era amigo de los romanos y donde quiera que podían agarrarlo, le daban palizas de golpes y unos cuantos azotes.

Se dirigió a la turba de gente, mientras a mi me tenía junto a una columna, custodiado por dos soldados cuyas caras mostraban miedo y cautela ante lo que pudiera suceder: “¿Quieren ustedes que ponga en libertad al Rey de los Judíos, Jeshua de Nazareth o a Barrabás, príncipe de los ladrones y rateros?" Un murmullo creciente se tornó en el nombre de este último, instigado por los sacerdotes. Ellos empezaron a gritar: "¡A ése no! Suelta a Barrabás. Suelta a Barrabás " Pilatos dio la orden de soltarlo y éste en gesto de gratitud intentó dirigirse hacia donde estaba él pero seis soldados hicieron una muralla con sus escudos y como un solo hombre, los movieron de tal forma que Barrabás cayó en retroceso a más de dos metros de distancia. Esto fue motivo de risa para muchos. Barrabás se levantó del piso, se limpió y a empujones se abrió camino buscando las afueras de la ciudad.

Quedé en las manos de los soldados quienes no sabían qué hacer. Estuvieron esperando las órdenes de Pilatos que no se decidía a nada, pues había caído en un estado de shock, viendo a los judíos en el patio riendo como si nada pasara. En su rostro se veía lástima y asco de ellos por esto que sucedía y como en cámara lenta, me miraba buscando en mi la respuesta de lo que debía hacer. Bajé la cabeza y cerré los ojos y desde ese instante, con uno de tantos empujones más, comencé e vivir los momentos de mi Sí a Dios mi Padre.

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