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Jesús, tu amigo y Señor

Jesús, tu amigo y Señor
Déjate fascinar por el Dios-hombre que muertra la dulzura de su Padre

CAPÍTULO LIII. EL CORAZÓN DE ZAQUEO. Del 17 de Enero al 23 de Enero de 2010

Dime una cosa tú que eres joven… ¿Qué es lo más valioso que tiene el hombre? Si piensas en cosas materiales, estarás equivocado todo el tiempo porque nada de cuanto hay fuera del hombre es valioso a los ojos de Dios. La respuesta más válida para mi es: EL CORAZÓN DEL HOMBRE.

Se que te preguntarás ¿por qué? Y quizá pienses que la memoria, la inteligencia pudieran ser lo más valioso pero no es así, aunque tiene gran importancia. El corazón es el “lugar” donde se anidan todos los sentimientos y en dónde se encuentra el retrato más perfecto de Dios en cada uno de nosotros. Si somos “cordiales” seremos más parecidos o no a nuestro Padre Dios.

Todo esto me sirve para hablarte de un hecho que me sucedió también en Jericó. ¡Por supuesto que muchas veces he estado allí y muchas cosas han sucedido allí! Quizá sea una historia más pero pretendo que sea una lección más para ti.

Entramos en Jericó, y atravesábamos la ciudad. Más que grande, Jericó era alargada y un poco más allá del centro de ésta, allí sucedió el encuentro con un hombre especial. ¡Ya verás por qué!.

Había allí un hombre llamado Zaqueo. Era jefe de los cobradores del impuesto que se debía a Roma – y parte de él al reinado de Herodes – pero además era muy rico. Aquellos que eran recaudadores de impuestos tenían fama de “sacar bien las cuentas” de manera que algo de lo mucho, quedara en sus bolsas pecuniarias. Pues, ¡Zaqueo me quería ver!. Quería conocerme, porque como muchos, había oido hablar de mi pero en realidad no había tenido oportunidad de encontrarse conmigo. Según sus palabras, yo era un profeta más, de esos revoltosos que siempre surgen a cada cierto tiempo en Israel pero que no traen nada bueno. Además de ello, Zaqueo, como otros, sólo se dejó fascinar porque los comentarios que a él llegaban, hablaban más de los milagros que de otra cosa. Intentó varias veces encontrarse conmigo, ya sea en esta ciudad o en otras a donde también fue a recaudar dinero pero múltiples circunstancias hicieron que no fuera posible. ¡Esta vez sí! Pero, al principio no lo conseguía en medio de tanta gente, por una simple razón: era de baja estatura.

Entonces se adelantó corriendo y se subió a un árbol para verme cuando yo pasara por allí. De hecho, noté que entre el grupo de gente que estaba delante de mi, solo se notaba un bulto escondido entre muchos que se escurrió hasta ciertamente ese árbol frondoso que estaba a un lado del camino. Era tiempo de sequía y la falta de follaje le favoreció.

¡Si! De baja estatura. Aunque muchos promediaban cerca de un metro setenta, Zaqueo estaba cerca de quince centímetros por debajo del normal y por supuesto, hay que decir que su ocurrencia le valió el hecho de que me fijara en él, así que cuando llegué al lugar, miré hacia arriba y le dije: "Zaqueo, baja en seguida, pues hoy tengo que quedarme en tu casa". Zaqueo no se esperaba ésto y casi soy culpable de una aparatosa caída porque se asustó de las tantas miradas de muchos y de la risa de tantos otros, al ver que un hombre de una buena edad, estaba sentado encima de una rama. Se diría que además de que es rechazado como pecador, también él mismo se separó de la gente.

Zaqueo bajó rápidamente y con una agilidad no propia de su edad y abriéndose paso entre la gente esta vez, me recibió con alegría. Lo vi y me sonreí porque parecía un sapo hinchado del orgullo que tenía de haber sido pronunciado su nombre, de haber sido valorado por encima de muchos y por haber sido escogido entre tantos. Es más, muchos de forma egoísta se preguntaban por qué yo le había dicho tales palabras. Otros deducían que yo era su familiar porque me alojaría en su casa; otros criticaban, diciendo que me gustaba pasarla bien en casa de los ricos donde había más y mejor comida, pero ya sabes que no soy así y verás qué sucedió a continuación.

Eran ya como las siete de la tarde y nos adentramos en la ciudad en busca de la casa de Zaqueo. Parece que fuimos llevados por el torbellino de gente. ¿Quién no conocía su casa? ¡Todos la conocían y por eso, sin querer, llegamos tan fácil, que él mismo no necesitó de ningún esfuerzo para conducirnos.

Ciertamente era una casa grande, al igual que la de Leví, custodiada por sirvientes y por algunos herodianos. Hermosos árboles en el jardín de entrada que de igual forma, era grande y muy bien cuidado. La casa espaciosa y muy bien cuidada. La primera sensación, los distintos olores y perfumes que agradaban el ambiente. La sala de entrada que nos acogió estaba impregnada de rosas, cosa extraña porque era sequía y no se conseguían rosas, salvo en lugares específico de la ciudad donde había viveros para la venta.

Allí, como siempre, un grupo de sirvientes, cuatro mujeres y dos hombres, nos cerraron el paso para dirigirnos hacia unas butacas de cedro, incrustaciones romanas y con cojines aterciopelados. Nos recostamos mientras ellos hacían el trabajo de limpieza de nuestros pies para terminar echándonos perfumes en las piernas y dirigirnos a continuación a otra sala más amplia. Realmente estábamos cansados y aunque las casas de los ricos están para enfrentar las improvisaciones, pedí al dueño de la casa preparar un sitio apartado, habitaciones para mis discípulos donde pudiéramos estar juntos, a solas con la familia. Fue en realidad una cena sencilla en donde estaba la mujer de Zaqueo, sus tres hijos adolescentes; cerca de la madre, estaban además, dos hijas de diez y once años y también estaban otros familiares de Zaqueo: hermanos, sobrinos mayores. Allí Zaqueo y la familia, abrieron su intimidad familiar a nosotros, mientras que nosotros le dispensamos diálogo y cercanía, a la vez que bendiciones de parte de mi Padre para ellos. Zaqueo y su esposa a veces se quedaban callados y en el fondo se sentían avergonzados de ser “pecadores” como todos los llamaban y por sentirse así, bajaron la cabeza muchas veces mientras duró la cena. Aunque leí el gesto, hice caso omiso y les mostré los mejores gestos de parte de un Dios amor y perdón.

Terminada la cena cerca de las once de la noche, fuimos conducidos a sendos cuartos, pero a mi me condujeron a otros cuartos reservados a la familia. Creo que mis pensamientos fueron leídos porque el cuarto gozaba de una pequeña terraza y ésta conducía a un jardín interior, poblado de árboles.

Esto me favoreció para la oración que la aproveché inmediatamente cerraron las puertas, cerca de las doce de la noche. Salí a dicho jardín y allí estuve con mi Padre hasta las cuatro de la madrugada. Era mi necesidad y el motivo esencial por el cual respiro. Una vez más en la soledad, le cuento los momentos felices y sobre todo, coloco en sus manos, las tristezas de los hombres y en especial sus orgullos y egoísmos. Ciertamente mi Padre no los creó así, pero muchos se sienten menos delante de otros y muchos otros se sienten más, que quieren, no solo sobresalir sino imponerse. Los candeleros fueron discretamente mantenidos encendidos para que me alumbraran la vigilia mientras que en la oscuridad, se apreciaban las sombras de dos sirvientes que velaban mis pasos por si acaso yo expresaba alguna necesidad.

A las cinco de la mañana ya toda la servidumbre estaba en pie y se oían los leves pasos por toda la casa. Se olía la preparación de infusiones de té y entre ellos, un suave olor como de café. Algunos ricos los importaban de Arabia, de donde los mercaderes los traían a un alto precio. De la misma forma se sentían las luces de los candeleros al pasar y algunos ruidos de limpieza por toda la casa. Había descansado solo una hora pero no me sentía cansado. Fui a las salas de aseo que el día anterior me habían señalado y dos sirvientes se asustaron al verme deambular a esas horas por la casa. Los saludé amablemente mientras ellos me abrían paso para que yo usara las instalaciones.

Cerca de las seis, mientras yo paseaba por el patio interior de la casa, se fueron acercando a mi los discípulos: Juan, aún bostezando un poco y con la túnica medio arreglada; Pedro se aceraba igualmente bostezando, mientas se acomodaba la barba con los dedos de su mano derecha. Santiago y Bartolomé venían riendo en voz baja mientras que los demás parecían aún cansados y llegaron en silencio. Los saludé a todos y los bendije en nombre de nuestro Padre Yahvé. No tardó mucho tiempo en la conversación para que se nos dirigiera a una sala trasera, cerca de la cocina, para el desayuno a base de quesos y cuajadas, con panes y una polenta recién hecha. Todos los movimientos de los sirvientes volvían a su furor, dando señal de que el día comenzaba y se ponía en marcha.

Al terminar nos hemos encontrado a Zaqueo quien nos dispensó una sonrisa y unos buenos días, acompañados del saludo de paz de parte de Yahvé. Nos dijo que a pesar de que teníamos trabajo de atención a la gente – de hecho ya a las ocho de la mañana había gente agolpada a las puertas de la casa -, nos esperaba al mediodía para el almuerzo. Sería a la una y media de la tarde. Le dimos las gracias por la acogida mientras salíamos al encuentro de la gente. Había mucha gente en catres, parihuelas, muchos cojos y ciegos, en fin, mucha gente necesitada de la misericordia de Dios. Una vez más fuimos llevados en torbellino a descampado donde empezamos a hablar del Reino y de la presencia de mi Padre entre ellos.

Llegamos de vuelta a la casa de Zaqueo cerca de la una y media. Ya nos esperaba con su familia y ellos mismos nos dirigieron por un corredor lateral, hacia una sala – comedor amplia en donde estaban muchos amigos de Zaqueo. Fuimos presentados a los invitados aunque ya había visto a algunos que de vez en cuando asistían con la gente en las correrías que hacíamos o en la cena que dispensó Mateo y algunos más y que eran amigos comunes.

El almuerzo comenzó y cada quien se enfocó en la comida hasta la hora de la sobre mesa. Zaqueo, dueño de la casa, me dispensó la palabra y yo tomé el tema del perdón y la recta conciencia en el obrar, de manera que diéramos gloria al Padre. En algunos momentos, los asistentes no estaban de acuerdo pero se contenían de hablar para no hacer un mal papel. Muchos creían tener la conciencia clara pero a la vista de todos, no podían ocultar sus errores.

En un momento determinado de mis palabras, Zaqueo pidió la palabra y me dijo resueltamente: "Señor, daré la mitad de mis bienes a los pobres, y a quien le haya exigido algo injustamente le devolveré cuatro veces más". Quizá estas palabras fueron el mejor ejemplo de lo que había estado diciendo anteriormente. Algunos que se colaron como perturbadores de turno, le gritaron que por qué no todos los bienes si habían sido usurpados al pueblo. Se comprendió perfectamente el odio sin pensar en su familia, en sus hijos y sobre todo porque de seguro Zaqueo levantó una fortuna más allá de ser recaudador. De la misma forma, se notó un fuerte sentido de enmienda en él que hizo la promesa de devolver bienes a quienes haya exigido de más. Muchos recaudadores estuvieran en aprietos si ésto realmente sucediera, sin embargo, las intenciones y el corazón afloran inmediatamente. Vi que Zaqueo tenía deseos de un cambio radical de vida y un deseo profundo de responder a Dios en justicia. Mirándolo, dije a todos, con respecto a él: "Hoy ha llegado la salvación a esta casa, pues también este hombre es un hijo de Abrahán. El Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido". No somos nosotros quienes condenamos o no, sino nosotros mismos. Zaqueo reconoce sus errores y los está reconociendo en público, cosa que muy pocos hacen. Nuestro problema mayor no está en confesar los pecados sino en el propósito de no volver a cometerlos. Allí tienen que caminar todos. Reconocerán que Yahvé da la fuerza y la sostiene.

Algunos se sintieron incómodos y salieron de la sala, pero de igual forma, nosotros también debíamos partir al encuentro de mi madre María, que me esperaba en un pueblo cercano. Había prometido que estaríamos juntos para compartir el recuerdo de José, mi padre, en su partida al cielo.

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