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Jesús, tu amigo y Señor

Jesús, tu amigo y Señor
Déjate fascinar por el Dios-hombre que muertra la dulzura de su Padre

CAPÍTULO LXV. EMAÚS NO ES TAN LARGO. Del 11de Abril al 17 de Abril de 2010

Los grandes pensadores filósofos, hablaban de las distancias metafísicas en la que un hombre se separa del otro, aún compartiendo su entorno. En la humanidad se generan grandes distancias de pensamientos, afectos, etc. que hacen insoportable un reconocimiento común entre las personas, así, los que por ningún modo quieren saber de otros, se les “aparta” en la cercanía y quedan aislados como objetos inanimados, formando un paisaje irreal.

Te digo esto también, por el motivo de que muchos quisieron no solo verme muerto, sino que también se empeñaron en “dejarme” allí tendido, en la oscuridad del sepulcro. Algunos pensaron: “!Sí, está allí!” pero solo como referencia de un difunto, queriendo solo saber mi sepulcro, su lugar, y quedarse contentos con saber que allí están mis huesos y se ha quedado mi vida toda, anclada en un momento puntual de la historia.

La buena noticia de mi Padre es que nada de cuanto pertenece a su corazón, queda oculto; reducido a la nada. Todo en él recupera la vida y más porque soy SU HIJO. Esta fue la apuesta de mi Padre por el mundo, es decir, que ni la muerte ni el pecado serán los amos de sus criaturas y menos de su creación. Así de este modo, muchos creen separarme de él y no lo lograron; otros pretenden decir que asumir la humanidad simplemente fue un disfraz para mi y no es cierto, porque asumí a plenitud y con intensidad la carne y los huesos de mi madre y mi Padre; disfruté de tantas bellas vivencias, cargadas de amor. Otros tantos, queriendo saber más, dicen que por ser divino, mi humanidad quedó lesionada, que no soy hombre realmente porque me falta el componente que debía aportar un hombre con mi madre y no es verdad porque mi Padre es dueño de lo que el hombre es, así que la competencia de un hombre para ser mi padre no tiene sentido pues él todo lo que quiere lo hace. En él nuestros componentes más mínimos están generados como parte de un todo creacional y ¡te digo más!.

No te mates la cabeza pensando cómo opera esa unión de cuerpo y alma con mi divinidad. Solo te pido que disfrutes la verdad en la que yo soy verdaderamente hombre e Hijo de mi Padre celestial. Y por último, ahora te pido que, aunque sepas y hayas oido que mi cuerpo yacía en el sepulcro, lo he recuperado porque el Padre me ha devuelto a la vida. No estoy ya más en el sepulcro.

¡No me busques allí! Búscame en la creación toda y en especial, muy dentro de ti: mi cuerpo ha cambiado, se ha transformado; sigo siendo yo por la eternidad. Yo era, soy y seré junto a mi Padre y al Espíritu. ¡Deja ya tu percepción de que fui crucificado! Da un paso más y cree que soy el vencedor de la muerte y el pecado y que VIVO para darte vida en abundancia. Soy el testimonio de mi Padre de la vida, en él. Si lo haces, quiero decir, si crees, verás nuevas cosas y las que ves, se tornarán vivas porque asumirán de seguro la convicción de belleza y bondad que solo brota de las manos de mi Padre.

En este capítulo quiero contarte uno de mis contactos, de mi encuentro con los amigos. De antemano te digo que aunque todo les pareció irreal, ahora son testimonio para el mundo de que YO SOY y de que mi permanencia en el mundo es eterna. Presta atención a lo que sucedió.

Aquel mismo día, dos discípulos se dirigían a un pueblecito llamado Emaús. Este pueblo está a unos doce kilómetros de Jerusalén. Ellos iban conversando sobre todo lo que me había ocurrido desde las últimas semanas en Jerusalén y cómo se desencadenaron las cosas hasta que me llevaron a la muerte.

Mientras ellos conversaban y discutían sobre lo extraño de las cosas, en especial cómo yo pasé de ser proclamado rey a ser odiado y aborrecido, yo me presenté, me les acerqué y me puse a caminar con ellos. Ciertamente era uno más como ellos, pero algo impedía que sus ojos me reconocieran. ¿Extraño para ti verdad? Sólo te pido que te reflexiones en que su conocimiento era simplemente de mi rostro y mi cuerpo y de ninguna manera era algo más profundo, más interno.

Les dije: "Hola amigo, ¿De qué discuten por este camino? ¿Qué eso que les causa tanto alboroto que parece que van peleando?". Se detuvieron, y parecían muy desanimados.

Uno de ellos se llamaba Cleofás.

Desde la primera multiplicación de los panes, ayudó en esta empresa y se convenció de que había algo más que la siembra de trigo y otros cereales, en los campos de su padre. Eso le costó bastante disgusto a su padre quien, al verlo seguirme, lo desheredó y no quiso saber más de él. Él, como respuesta le dijo: “Seguirás siendo mi Padre y nunca te dejaré de amar, pero quiero que entiendas, padre, que todas esas cosas que me enseñabas, ahora encuentran sentido en la persona de Jeshua. Te doy gracias porque has sido un padre ejemplar y un guía seguro para yo conseguir la verdad”.

Pues Cleofás me contestó: "¿Cómo? ¿Eres tú el único peregrino en Jerusalén que no está enterado de lo que ha pasado aquí estos días, en las fiestas de Pascua?"

Les dije: “No”, "¿Qué pasó?" les pregunté.

Me contestaron: "¡Pues, todo este asunto de Jeshua Nazareno! Para nosotros era un profeta poderoso en obras y palabras, reconocido por Dios y por todo el pueblo. Pero nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes renegaron de él, lo hicieron condenar a muerte y clavar en la cruz. Nosotros pensábamos que él sería el que debía libertar a Israel. Pero todo se ha terminado, y ya van dos días que sucedieron estas cosas.

En realidad, algunas mujeres de nuestro grupo nos han inquietado, pues fueron muy de mañana al sepulcro y, al no hallar su cuerpo, volvieron hablando de una aparición de ángeles que decían que estaba vivo.

Pedro y Juan; y algunos otros más después, fueron al sepulcro y hallaron todo tal como habían dicho las mujeres, pero a él no lo vieron.

Todas estas cosas han sucedido tan rápido que no hemos tenido tiempo de reaccionar. Los discípulos nos han contado todo esto y vamos presurosos a anunciarle a los hermanos de Emaús para que se alegren de esto que hemos oido".

Realmente eran portadores de estas noticias pero también de la exactitud con que habían sucedido. Me alegraba en el corazón la premura con que intentaban transmitir la noticia.

Entonces les dije: "¡Qué poco entienden ustedes y qué lentos son sus corazones para creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No tenía que ser así y que el Mesías padeciera para entrar en su gloria?". Confieso que se molestaron y se pararon en seco, pretendiendo reprocharme y de hecho lo hicieron: “!Ey amigo ¿qué te crees? ¡Hasta hace un minuto no sabías nada y ahora pretendes saberlo todo y encima de eso nos dices necios y tardos de corazón. No entendemos qué nos quieres decir. ¡Vamos! Si tanto sabes de lo sucedido, habla ya de una buena vez.

¡Así lo hice!

Les interpreté lo que decía de mi en todas las Escrituras, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas. Era un poco difícil el relato porque intentaba hilar con claridad toda la promesa hecha desde antiguo y la confirmación reiterada de los profetas a lo largo de los siglos. A la vez, les eché en cara que el cometido del Mesías no era la liberación del pueblo de Israel por las armas, sino la liberación de toda esclavitud del pecado para tornar todos los corazones a Dios, entre otras cosas. Así, nos tardamos desde las dos de la tarde, en que ellos partieron de Jerusalén, hasta un poco más de las seis y media de la tarde cuando ya empezaba a oscurecer.

Al llegar cerca del pueblo al que iban, hice como que quisiera seguir adelante, pero ellos me insistieron diciéndome: "Quédate con nosotros, forastero; ya está cayendo la tarde y se termina el día."

Entré, pues, para quedarme con ellos. Y mientras estaba en la mesa con ellos, tomé el pan, pronuncié la bendición, lo partí y se lo di. Fue para ellos un gesto impactante; gesto que compartí con mis discípulos más cercanos y se transmitieron en el menor tiempo posible.

En ese preciso momento se les abrieron los ojos y me reconocieron.

Los gestos y los detalles son tan impactantes y dejan honda huella en los corazones. Este era uno de ellos: al partir el pan comprendieron no solo que yo lo hacía, sino que era el llamado a repetirlo hasta la eternidad, a favor de todos los hombres. Además, no era solo un gesto, sino una señal de alianza, de compromiso de entrega mutua en el Reino de mi Padre; alianza que une, ata, da vida.

Producto de esta vivencia, ellos sintieron arder sus corazones cuando les hablaba en el camino y hasta hace poco, les explicaba las Escrituras.

De inmediato se levantaron y volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once y a los de su grupo. No les importó la hora. Habían vivido tantas cosas intensas que su único deseo era compartir.

Al llegar a donde estaban los discípulos, recibieron otra noticia más: ellos les dijeron: " Es verdad: el Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón."

Estos dos hombres, por su parte, contaron lo sucedido. “Venimos de Emaús, pero desde esta tarde, cerca de las dos cuando salimos para allá, un hombre, un forastero, se acercó a nosotros para preguntarnos de qué hablábamos. Fue él quien nos encontró en el camino y al final, cuando lo invitamos a quedarse con nosotros, lo hemos reconocido. Era Jeshua, y lo reconocimos al partir el pan.

Mientras estaban hablando de todo ésto, Me presenté en medio de ellos y les dije: "Shalom. La Paz a ustedes."

Se quedaron atónitos y asustados, pensando que veían algún espíritu, pero yo les dije: "¿Por qué se desconciertan? ¿Cómo se les ocurre pensar eso? Miren mis manos y mis pies: SOY YO.

¡Tóquenme! Fíjense bien que un espíritu no tiene carne ni huesos, como ustedes ven que yo tengo."

Les mostré las manos y los pies. Y como no acababan de creerlo por su gran alegría y seguían maravillados, les dije: "¿Tienen aquí algo qué comer?" Ellos, entonces, me ofrecieron un pedazo de pescado asado y una porción de miel); los tomé y comí delante ellos para que constataran una vez más que era yo.

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