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Jesús, tu amigo y Señor

Jesús, tu amigo y Señor
Déjate fascinar por el Dios-hombre que muertra la dulzura de su Padre

CAPÍTULO XLII. ¿DE DÓNDE SURGEN LAS TORMENTAS?. Del 01 de Noviembre al 07 de Noviembre de 2009

En esta oportunidad quiero contarte algo que es importante dentro de las vivencias que tuve con mis amigos, mis discípulos. La pregunta que hago de dónde surgen las tormentas es porque a lo largo de estos pocos meses, que hacen ya casi un año, hemos estado compartiendo temas acerca de la realidad de Yahvé mi Padre y además de palpar un grado de ignorancia bastante alto, existen en cada uno de ellos, muchas preguntas que van desde lo existencial – puesto que cada uno quiere responder de forma segura – hasta lo que será de un mundo distinto si el Reino de Dios – como les hablo – llega a irrumpir ya entre nosotros.

Creo que esto nos ha pasado a todos. Tormentas hay por todos lados; especialmente las tormentas de nuestra personalidad. No podemos con ella porque son tantos los miedos y tantos los problemas infundidos, sin contar con las conductas adquiridas de otros ni las hipótesis de un mundo nuevo que arrase con lo que hasta ahora conocemos como “status quo”. Eso es lo que está de fondo.

Pues bien, habíamos estado entre Genesaret y Cafarnaúm. Recorrimos durante varios días estos pueblos acompañando a la gente, conociendo de la situación. De días atrás me he ganado “una fama” un poco fastidiosa porque la gente espera de mi, milagros, pero todo se hace difícil. Son muchas las necesidades y sobre todo, lo que busco es algo que es importante para mi: vivir con intensidad la vida; asumirla en su plenitud. Saber que las enfermedades, la pobreza, la miseria humana están allí; que es deprimente pero que, en medio de eso, convive una esperanza y una luz.

Han sido días intensos y mucha gente nos sigue y cada vez se ve ansiosa de oir buena noticia de parte de Yahvé, así que llega el día de partir e inmediatamente obligo a mis discípulos a que subieran a las barcas y me esperaran en Betsaida, en la otra orilla del lago, mientras yo despacho a la gente.

Una joven se acerca a mi en estas horas antes de partir y me pregunta si Yahvé ha querido este mundo de enfermedades y miserias para el hombre. Después de preguntarle su nombre, le he contestado: “Ana, sabes que Yahvé ha creado un mundo en armonía en que animales, plantas y el hombre conviven y en donde la existencia es una. Dios no crea desequilibrios y si las enfermedades ocurren, es porque en mucho, no somos diligentes con lo que nos rodea. ¡Fíjate! ¿Te acuerdas de aquél niño que viste hace diez minutos en mis manos? Tenía unas manchas rojas extremadamente desagradables en su piel. Le he dicho a la madre que me prestara un pañal y me diera agua. A medida que le hablaba, le enseñaba la forma cómo limpiarlo y mantenerlo aseado. He ido limpiando esas rosetas de su piel y en ese tiempo, ella ha observado cómo la piel de su hijo se ha vuelto sana. Yahvé mi padre la ha curado a ella en su ceguera y a su hijo de una mala higiene que debe tener siempre en la casa, sin importar cuán pobre sea.”

"Jeshua", me dice la joven, " ¿restablecerás el orden que tu Padre ha querido desde siempre?" Se me quedó mirando con una mirada esperanzada. Lo primero que se me ocurrió fue decirle: “¿Me ayudarás a que eso sea así?” Dando una fuerte carcajada me dijo que sí pero no esperaba que le dijera que se fuera a bañar al lago para conseguir la limpieza de su piel, pues estaba leprosa. Solo al quererse ir apresurada me dijo: "Comprendí tu método Jeshua. Sanaré en mi cuerpo porque me has dado la capacidad de sanar por dentro para dejar mis angustias y basarme en mi hermosura. Sanaré porque es la fuerza de tu Palabra la que anima mi corazón".

Como éstas, y tantas otras palabras, mi corazón también se jugaba la vida. Era un compartir intenso de sentimientos y vida. No había espacio para otra cosa. Pero la vida debía continuar. Ya me esperarían otras conversaciones.

Pero como necesitaba irme, despedí, pues, a la gente, y luego, con una necesidad muy fuerte, me fui al cerro a orar.

¿Orar? Es necesidad para mi. Algo me hacía correr a un lugar apartado, solitario, intentando colocar todas estas cosas que vivían con intensidad en las manos de Yahvé mi Padre.

Muchos hacen insistencia en que son los factores internos los que propician la oración, pero creo firmemente que el templo y el lugar de encuentro con Yahvé, es mi yo, mi interior, no importa cuánto ruido haya fuera. De hecho creo que todos los hombres generan “ruidos” fuera y dentro. Los externos son imposibles de borrar o anular. ¡Hasta la vegetación que crece genera sus ruidos necesarios, lo suficiente para hacerse sentir a los otros seres! Pero esto no es lo esencial de la oración ni el factor que obstaculiza la oración.

Ahora me acuerdo, ya que he subido a este cerro, el episodio cuando Moisés se acerca al monte del Señor porque siente curiosidad. No sólo le llamó la atención la zarza, sino la voz de mi Padre. En ese momento todo ruido ocupó su lugar para dejar que el silencio fuera informado por la voz única que en ese momento debía ser pronunciada. A partir de allí, sólo era Moisés y Yahvé; todo los demás, montaña, zarza, vegetación, cielos, había desparecido para entablar esa conversación.

Ahora pues, esta pasión por conversar con aquel que me ama es imperante en este momento y lo hago, no solo por la necesidad de estar con mi Padre, sino de informarle de muchas cosas, especialmente el sufrimiento del hombre y su necesidad por buscar su rostro. Los clamores del hombre son muchos, sobre todos los que rayan en lo social: falta de agua, espacios reducidos en las casas, sin posibilidad de construir; falta de alimentos y el creciente número de indigentes en Jerusalén y en el norte de Galilea, donde el comercio y el dinero se movía en mayor cantidad.

Todos los referentes a la dignidad también estaban al descubierto: las prostitutas se acercaban a hablar para clamar a Yahvé perdón porque muchas hacían ese oficio por la necesidad de sus hijos; otras que anteriormente habían sido viudas, expresaban su dolor porque fueron tiradas al abandono por los familiares de sus esposos y la imposibilidad de trabajar en una campo exclusivo de hombres, era totalmente nulas. Aquellos padres que vendían a sus hijas como un comercio “carnal” por no tener alimentos para dar a sus hijos; otros varones, aún a costa del pecado y la ley, eran cedidos en esclavitud por años para saldar deudas. Todas estas cosas, sin contar las necesidades generadas por las enfermedades y las enfermedades que degeneraban al hombre en su mente, las recibía mi Padre con inmensa tristeza y como una subversión al orden por el establecido. Después de un largo compartir, mi corazón y alma han quedado en paz.

Entrada la noche, yo me había quedado en tierra. Aún me quedaba cerca un trozo de pescado ahumado y condimentado y trozos de pan que Judas Tadeo me había dejado envueltos en un paño de lino. Comí mientras marchaba en dirección a la orilla. Allí esperé un poco más. La barca estaba en medio del lago. La orden que les había dado era esperar en la otra orilla mientras yo despedía a la gente. Estaban cansados. Las travesías por los poblados y conversar y atender a la gente, provocaba el cansancio comprensible. Los clamores, los gritos, los jalones de ropa, mucha gente que se agolpaba, eran signos de preocupación y también de dolor de cada uno de ellos. Se les ponía el corazón chiquito. Mateo rompió en ira porque se quejaba de tanta miseria y tanta necesidad y se lamentaba mucho de haber torcido su caminar mientras era recaudador de impuestos: "¡Ojalá me hubiera dado cuenta de estas consecuencias del mal humano y hubiera repartido el dinero a manos llenas, aún en contra del imperio romano!" y se retiraba a cada espacio de momento para no llorar.

Total que mis discípulos iban agotados de tanto remar, pues el viento les era contrario. Se reían en medio del cansancio porque decían que todo en lo que habían emprendido conmigo les era contrario: el viento ahora que les daba en la cara; la pobreza, sus palabras que no eran oídas sino solo las mías; algunas persecuciones de soldados; la impotencia de no tener contactos en las altas esferas para conseguir ayuda, apoyo, etc. Nada mejor que el viento contrario para interpretar toda la experiencia vivida hasta el momento.

Antes de que terminara la noche empecé a caminar desde la orilla sobre el mar. Sabía que desafiaba la gravedad y estaba consciente de hecho de que no me hundía. Para muchos, la densidad del agua significa muchas veces el aspecto propio de la vida: parece navegable, apta para nadar, pero es densa, profunda, oscura que inspira miedo, pero aún así hay que atravesarla y caminar con seguridad. Caminé hasta llegar a ellos como si quisiera pasar de largo. ¡No te creas que soy adivino en la oscuridad! ¡por supuesto que llevaban lámparas de aceite! ¡Cuatro en total! Así que su ubicación era fácil para mi .

Al verme caminar sobre el mar, creyeron que yo era un fantasma y se pusieron a gritar, pues todos estaban asustados al verme así. Les hablé, diciéndole: "Animo, no teman: soy yo." Haciendo reflexión ahora de mi palabras para ellos, recuerdo de nuevo las palabras de mi Padre ante Moisés y el pueblo de Israel: YO SOY. Sentí que la piel, a pesar del viento, se me erizaba porque rememoraba las palabras de mi Padre y me sentí estar en él y él en mi.

“No soy un fantasma”. Si lo fuera, no tendría cuerpo, no tendría ni dirección ni sentido. Estuviera vagando sin ideales propios. ¿fantasma? Me han oído que yo los alcanzaría. Nunca les dije cómo llegaría ni cómo los alcanzaría. Aquí estoy. Soy yo. Como en otros tiempos, las palabras de mi Padre: diles yo soy, los envía en medio de ellos. Así que óiganme: no hay viento fuerte, ni tempestad; no hay problemas que puedan acontecer en nuestra vida que no tengan más que el mero sentido que conseguir y apreciar la fuerza de mi Padre para poder leer más allá de lo que nos sucede. ¡Nada de sustos ¿eh?! La fuerza y el poder es de mi Padre y desde ahora, cada vez más, se hará sentir en cada uno de ustedes.

Y subí a la barca con ellos. Al hacerlo, de inmediato se calmó el viento, con lo cual quedaron muy asombrados.

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