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Jesús, tu amigo y Señor

Jesús, tu amigo y Señor
Déjate fascinar por el Dios-hombre que muertra la dulzura de su Padre

CAPÍTULO LIV. LOCURA EN EL TEMPLO. Del 24 de Enero al 30 de Enero de 2010

En alguna ocasión me han llamado loco. ¿Te ha sucedido lo mismo? Quizá no porque no has tenido un momento de locura en público; lo malo de todo es que yo era un hombre público”. Todos me conocían, todos me buscaban, todos estaban pendientes de lo que hacia para alabarme y buscarme por mis hazañas o porque pretendía juzgarme y reunir pruebas en mi contra, no se para qué.

Lo que a continuación te contaré, sucedió en la capital de nuestra tierra.

Tiempo después, emprendimos camino a Jerusalén. Llegamos allá y fuimos al Templo. No me parecía desconocido porque muchas veces y más, cuando estaba niño y adolescente, José, mi padre, me traía aquí para bendecir a Yahvé por todo lo recibido. Era una orden dada a Israel orar en el templo. Es ciudad de reposo de la gloria de mi Padre y residencia real desde los tiempos de David y mantenida por su hijo Salomón. Demás está decir que era hermoso y sus bloques de piedras imponentes. El Rey Herodes se ha empeñado en restaurarlo y ha prestado mucha atención a los detalles que aparecen en las escrituras. Si me permites, te contaré algo del templo.

El templo ocupa una buena extensión en la ciudad de Jerusalén. Está situado al este y en nuestro tiempo, ocupa todos los terrenos que eran los palacios de Salomón rey, mas las explanadas que lo circundaban. Posee varias puertas de entrada hacia el atrio de los gentiles – lugar hasta donde pueden llegar quienes no son de nuestro pueblo -. También se le llama pórtico de Salomón.

El templo como tal, tiene la puerta hermosa que hace honor a su nombre. Dicha puerta estuvo tallada en filigranas y hermosos encajes de distintas maderas que hacen de ella una auténtica obra de arte. Está soportada por grandes enclaves de seguridad a los laterales de ella. Todos han de pasar por ella para entrar a dos atrios más: el de las mujeres, acomodado precisamente para ellas y separado por una puerta, el atrio de Israel en el que se congregan los hombres del pueblo. En el camino podrás encontrar mercaderes que dependen de los sacerdotes, dueños de animales y otras mercancías que se ofrecen al pueblo.

De igual forma, sin división, está el atrio de los sacerdotes. Todos saben hasta dónde llegar y saben los espacios destinados para los sacerdotes. En dicho atrio, se congregan los sacerdotes y se ofrecen distintos sacrificios de animales; en otros lugares se ofrecen a los primogénitos y se hacen otras ofrendas. A parte de ello, hay un espacio que se reserva a aquellos consagrados a Dios; aquellos que entregan su vida al servicio del templo. Dentro, está el sancta sanctorum, reservado a la Gloria de mi Padre. Ya sabes que dentro está reservado para los sumos sacerdotes quienes se turnan para ofrecer los máximos sacrificios, especialmente en la Pascua de Yahvé.

A un lateral, afuera, hay un edificio reservado para el sanedrín, donde se reúnen los sacerdotes y debaten sobre la presencia de Yahvé en el pueblo. Desde allí, los sacerdotes legislan y hacen un poder paralelo al romano y al real de Herodes. Tienen mucho poder sobre el pueblo.

Visto así, ese día, decidí entrar en el templo para participar de la oración y presentar a los discípulos a mi Padre. Al entrar, empecé a sentir que algo me ahogaba: había un comercio increíble que hacía de este lugar, un auténtico mercado. Daba náuseas ver la cantidad de animales, sus excrementos; la gente pasar como si nada; malas palabras y comportamiento inusual y más cuando la actitud de los sacerdotes era el deseo de dinero, las ansias de hacer del templo un lugar donde se explota el dinero; hasta cambistas de dinero que hacían usura. Todo esto como te digo, revolvió mis entrañas y mi interior me impulsó a trenzar unas correas que traían varios de los discípulos y comencé a echar fuera a los que se dedicaban a vender y a comprar dentro del recinto mismo. Todo era acto de pecado y la gente se quedaba viendo cómo gritaba. Me llamaban loco y de vez en cuando recibía empujones. Muchas mujeres protegían a sus hijos para no recibir los golpes que yo profería contra esa gente perversa; Volqué las mesas de los que cambiaban dinero y los puestos de los vendedores de palomas, y no permitía a nadie transportar cosas por el Templo.

Los discípulos se quedaron pasmados durante un buen tiempo porque no les di tiempo a reaccionar. Fue poco el tiempo desde que trencé las correas hasta que hice el desastre en el atrio, pero ya luego intentaron agarrarme. Recuerdo a los más corpulentos, Pedro y Santiago, agarrándome fuerte para dominarme pero no pudieron porque evitaban a cada rato los latigazos; lo más curioso era ver a Judas también levantando a lo alto las mesas, destrozar todo y de vez en cuando ayudar a la gente a recoger las monedas del piso.

Una vez hecho esto, subí unos cuantos escalones y me puse a enseñarles, a pesar de que estaban furiosos y les dije: "Oigan todos ustedes que vienen aquí supuestamente a dar culto a mi Padre… ¿No dice Yahvé en la Escritura: Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones? ¿Oración entendieron? ¡no comercio! Ustedes sacerdotes que propician este comercio, ¿Dónde está el recogimiento y la actitud del corazón que debe recoger al hombre cuando se acerca a Yahvé?, ¡Pero ustedes la han convertido en una guarida de ladrones!"

Se hizo un silencio profundo, prolongado. Nadie contestaba; todo estaba aún en el suelo. Muchos niños estaban recogidos en los brazos de sus madres y otros eran sujetados fuertemente previendo que habría represalias contra lo que había hecho.

¿Qué está pasando aquí pues? ¿A qué vienen al templo si no es a encontrarse con mi Padre? Todos los años cumplimos con el deber de venir aquí pero Yahvé es un artículo más de todo este edificio. Su presencia no es temida. ¿A qué venimos pues? ¿A cumplir con una simple norma? ¿Compramos nuestro animal para sacrificio y ya? ¿Con eso cumplimos? ¡No! ¡Abran los ojos! Dios está más dentro de ustedes de lo que creen pero nos aferramos tanto a las normas que no oímos a Yahvé cómo nos reclama un mejor corazón y una mejor vida. Por eso es que nuestro pueblo sufre, es violentado porque quienes son mercaderes de la religión. ¡Basta ya! Recuerden las palabras de Isaías y de otros tantos: “les daré un corazón de carne y haré que caminen según mis preceptos”. “Vuelvan a mis sus pasos y yo los consolaré”.

“¡Cállate! Me dijo uno de los sacerdotes encargados del templo, mientras se dirigía hacia mi. ¡En el nombre de Yahvé nuestro Dios te ordeno que de una buena vez te vayas del templo porque lo has profanado!”. Algunas cuantas personas lo apoyaron pero otros se retiraron hacia la pared.

¿Callarme? Todas las piedras del templo gritan de dolor al ver tanto robo y tanto desprecio hacia Dios. Si hubieran sabido que el templo iba a ser levantado para esto, se hubieran resistido a formar parte de él.

¡He dicho que te calles! Eres muy joven para ser maestro, me dijo el sacerdote, y menos para llamar a Dios, Padre, cuando haces un escándalo en su propia casa. ¿Qué pretendes? Quieres provocar un caos y aprovecharte con eso para tener liderazgo? Si es así, ¡morirás sin remedio a manos de los romanos! Porque redentores es lo que menos necesitamos ahora.

Le contesté con fuerte voz: No te faltaré el respeto delante de esta gente pero has sido testigo durante años de estos robos que se hacen aquí. El profeta Malaquías habla contra ustedes que se apartan de los mandatos del Señor y hieren a las ovejas de Israel. La voz de mi Padre clama por todo esto y él mismo congregará como un solo pastor a todas sus ovejas y el pueblo que él mismo sacó con mano fuerte de Egipto.

Shimon, así se llama el sacerdote, me reclamó: ¿Con qué poder haces todo esto? Yo le contesté: “Con el poder que me da mi Padre Yahvé. Mi corazón arde de celos y este pecado no debe ser callado nunca jamás.” Shimon me replicó: “¿Qué piensas? ¿Destruir todo esto?” yo le contesté: “de ésto que ves aquí no quedará piedra sobre piedra, pero no seré yo quien lo derribe. Mi Padre Yahvé no vive en templos construidos por hombres, sino en los corazones de cada uno de los hombres y allí donde el hombre se abre a su presencia”.

Me volvió a decir: “Mucha gente quiere quitarte de la vida por lo que has hecho”, para lo cual le contesté: “destruye este templo y lo reconstruiré en tres días”, allí verás la gloria del Señor y comprenderán todo cuanto él quiere para nosotros.

Los jefes de los sacerdotes y los maestros de la Ley ya se habían congregado. Eran muchos y pensaron deshacerse de mi, pero me tenían miedo al ver el impacto que mi enseñanza producía sobre el pueblo. Temiendo un mal mayor, vi, que en un acto rápido, subieron en grupo los discípulos y me arrebataron de la vista de todos los presentes, para sacarme a toda prisa del templo pues habían oído que tropas romanas y herodianas estaban enteradas del hecho. Muchas personas de igual modo, hicieron cordones humanos para protegerme y poder salir en dirección desconocida, aunque bien pronto nos encaminamos hacia Betania.

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