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Jesús, tu amigo y Señor

Jesús, tu amigo y Señor
Déjate fascinar por el Dios-hombre que muertra la dulzura de su Padre

CAPÍTULO LVII. EL VERDADERO ERROR DE JUDAS. Del 14 de Febrero al 20 de Febrero de 2010

En varias oportunidades te he hablado de la amistad. En esta ocasión me gustaría hablarte de una amistad que provoca en mi una amargura en el corazón. Ha sido un profundo dolor e impotencia no haber recuperado a mi amigo, a pesar de que todo se lo di. Se trata de Judas. Espero que comprendas lo que pasó, pero de seguro sabrás más de él, si tan solo recuerdas momentos en los que la amistad ha fallado y ese amigo se ha alejado de ti, por propia iniciativa, botando todo a la basura.

Yo tenía cerca de treinta y siete años; mi último año de vida. Judas tendría uno o dos años más que yo. Creo que alguna vez te lo he descrito: de un metro setenta y tres de estatura. Era delgado pero, era como esas personas que le dicen “cuerpo de pera”: pecho aplanado y abdomen abultado con acumulación de grasas en cintura debido al poco ejercicio. Tenía cabello y barbas rojas. Los romanos a este tipo de personas le llamaban: “rubicundum”, debido precisamente a que su cara también transparentaba un rostro rojizo en sus mejillas, pero en realidad tendía a ser moreno claro en su tez. Además de ello, de Judas se sabía abiertamente que tenía mal carácter y pertenecía al grupo de los zelotas y para colmo de males, fue adiestrado como sicario. El resto de los discípulos le echaban bromas con eso y aunque se ponía furioso, sabía que en ellos podía confiar.

¿Quién cortaba las carnes o preparaba las frutas en ensaladas? ¿Quién escogía y picaba las hierbas amargas de las ensaladas? ¿Quién ataba y hacía nudos para animales o cortaba con destreza los ligamentos y los tendones de los animales cuando se nos pedía ayuda? ¡Ese era Judas! ¡Más diestro que él con el puñal no había persona alrededor, a menos que fuera otro sicario! Que dicho sea de paso, se les reconocía no porque fueran diestros sino porque al principio se la daban de torpes no sabiendo manejar un cuchillo. Tengo que decir con orgullo que en este pueblo de ganaderos, ningún hombre por más tonto que fuera, dejaba de usar diestramente el cuchillo para las labores del hogar.

Leo en tu mente que quieres preguntarme ¿por qué escogí a Judas? Si sabía de su traición o de su persona ¿por qué lo hice?

Ciertamente tienes razón en lo anterior pero no en la respuesta. Tú me recriminas que lo escogí sabiendo todo de él, pero ciertamente tú que me lees, no sabías nada de él y es por eso que me haces esa pregunta y ese juicio pero ¿sabes qué? Si bien es cierto que sabía de él, no puedes dejar de tomar en cuenta unos cuantos elementos y quiero que prestes atención a ésto porque es puntal de la amistad y de la aceptación de otra persona en tu vida.

¿Te acuerdas que te empecé hablando de la amistad?

En primer lugar, la aceptación de una persona u otra la haces tú. Allí tienes un punto ganado; pero permíteme decirte que fui yo quien lo escogí. No se escogen los amigos por lo exterior sino por el interior. Aún en el peor de los casos en que descubras que es malo, lo has escogido porque así lo ha dictado tu corazón. En segundo lugar, escogido para ser amigo, la amistad la mantienes tú. Si valoras el concepto de amistad, si lo tienes claro, sabrás vencer muchos aspectos negativos que ves en el caminar y sabes ¿por qué? Porque la amistad la ofreces y la vives tú y esto te da un tercer elemento para que pienses. Como le has dado entrada a tu vida, esperas que tu amigo cambie. No pienses que te lo sabes todo y que él debe aprender de ti ¡qué va! Lo bello de la amistad es que ambos aprenden a caminar, a salir de errores, a mirar con certeza el camino por donde se pisa y el uno está para ayudar al otro. Se trata es de aprender en el camino y no de abandonar. Si abandonas la amistad es porque te aprovechaste del otro para lograr algo o realmente no lo valoraste en su ser.

Esto es claro para mi, porque los mejores diamantes vienen envueltos en barro y muchos lo tienen bien pegado. ¿Entiendes eso? Así que sí escogí a Judas pero fue porque esperé hasta el último momento en él y confié en él hasta el último momento y confiar es amor. No hice ni haré, como muchos, que se cansan y están todo el tiempo “probando” a su amigo, y menos soy como aquellos que ante los problemas o las experiencias amargas, dejan a su amigo como si nada hubiera pasado entre ellos y como si el compartir la vida, sentimientos, afectos, abrazos, no hubieran existido. El amor reduce todos los problemas y las malas “pasadas” a cenizas para hacer nacer algo nuevo. Esa es mi razón y no tengo otra. ¿Que él me haya traicionado? Fue su libertad pero no la mía. ¿Que me haya vendido? Fue él, no yo. Yo lo amé hasta mi muerte mientras que él optó por la propia muerte. ¡Y yo lo respeté! ¡Fue su elección y allí Yahvé respeta la libertad! Si interviene y cambia la libertad, lo doblega y con ello lo determina en la vida y ya basta de que muchos digan que mi Padre “predestina”.

En ese atardecer de aquél jueves, cuando toda Jerusalén disfrutaba de la Pascua, llegué con los doce, inclusive Judas estaba allí. Ya había mandado preparar el lugar que muchos conocieron como cenáculo, pero en realidad era una sala en el segundo piso en casa de un amigo. Él generosamente lo había preparado para mi y había dispuesto a sus sirvientes para que me sintiera cómodo celebrando esta cena. Todos disfrutaban de este momento a pesar de los sustos que habíamos pasado en estas últimas semanas y de los rumores de muerte y persecución que tenían en mi contra. Nadie presentía nada salvo Judas, que en estos últimos tiempos había conspirado contra mi y estaba dispuesto a llevar a cabo mi entrega a los sacerdotes del templo.

Aquí me preguntarás la segunda parte de tu pregunta: ¿Por qué me traicionó? ¿Por qué si había estado tan cerca de mi y de mi había aprendido mucho, no asimiló las enseñanzas? Déjame mostrarte una sonrisa de sorpresa porque muchos me lo han preguntado.

Sabes de todos los movimientos libertarios del pueblo de Israel contra Roma. Pero esto no es de ahora; desde siempre ha estado presente esa resistencia a las invasiones e imperios enemigos. Todo el pueblo de Israel se ha resistido a ser oprimido en Egipto, en Babilonia, bajo Siria y contra el pueblo heleno. Cada hombre ha sido preparado para la guerra y ha defendido su tierra, su Dios y su herencia. ¡Judas no escapaba de esta convicción!

Durante mucho tiempo el pueblo de Israel esperó a su Salvador. En anteriores oportunidades te he explicado que ese salvador pasó de ser el redentor de nuestra interioridad, de nuestras miserias, al mesías, Dios – hombre guerrero que sacaría de la miseria y de la opresión al pueblo. Todos lo esperaban con ejército y grandes armas para echar de la tierra a todos los que herían el linaje de Israel, pero no fue así.

Al principio Judas creyó que yo era ese Mesías, pero ese Judas guerrero se equivocó. Creía además, que siendo yo el sanador del pueblo, el que obraba milagros, restauraría las heridas de muchos hombres para formar un ejército. Más aún, creía que mis Palabras tenían tal fuerza de mando para ordenar al pueblo que se organizase para que en cada pueblo donde pasáramos, se fueran creando grupos de choques y de ataques, que en poco tiempo el ejército romano no se daría cuenta cómo fue diezmado y tendría que huir con los pocos soldados que le quedarían. Eso pensó tristemente él.

Cuando vio que mis actos no iban a favor de un status de guerra o de violencia; cuando me oyó hablando de paz, de revolución del alma, de amar a los enemigos y de cambiar corazones para volver a Dios, empezó a dudar de todo y de todos y tantas preguntas se revolvieron en su estómago, que en estos últimos días, llora en solitario y se recrimina cómo se ha equivocado tan fácilmente. Gritó algunas veces en la soledad, la vanidad de haber matado a unos cuantos soldados en esos ataques furtivos que ha habido en varios pueblos, y juró que nada se quedaría así porque la gloria de Yahvé estaba en reinar con vara de hierro y en contra de cualquier dominio extranjero.

¡Esta es la razón o las intenciones internas de Judas! ¿Entiendes? Y creo que muchos piensan como Judas: que es inútil el creer que el mundo y su transformación, empiezan por el interior del hombre. ¿Ahora entiendes el problema? ¿Que no es fácil porque son las razones de su corazón?

Pero quiero seguir contándote cosas: mientras estábamos a la mesa comiendo, les dije: " Les aseguro que uno de ustedes me va a entregar; uno que comparte mi pan y lo moja en mi plato." Ellos se entristecieron mucho al oírme, y empezaron a preguntarme uno a uno: "¿Seré yo maestro?"

La palabra “entregar” sonaba perfectamente a traición. Estábamos en perfecta sintonía porque hasta ahora habían estado muy juntos, pero había desconcierto. La impresión venía precisamente por eso: porque todos se conocían y todos habían vivido las mismas experiencias, así que nadie tuvo tiempo de maquinar nada. Lo cierto es que para una persona, sí hubo tiempo, pero todos ellos se preguntaban quién sería.

En la amistad es difícil entregar a alguien, traicionarlo. Cierto que hay posibilidades para hacerlo cuando el hombre se vuelve sin escrúpulos y echa a la basura todo, pero en ellos se había creado tal cohesión e identificación, que hacía imposible que esto sucediera. ¡Aún así, sucedió!

Yo les respondí y les repetí: "Uno de ustedes, uno que moja su pan en el plato conmigo”. “El Hijo del Hombre se va, conforme dijeron de él las Escrituras, pero ¡pobre de aquel que entrega al Hijo del Hombre! Sería mejor para él no haber nacido."

Algunos cuantos se pararon de la sorpresa, casi la mayoría, pero Judas casualmente estaba cerca de mi y el gesto del resto, de pararse, sincronizó perfectamente con el gesto de Judas de acercarse a mi plato para mojarlo en la salsa que allí estaba. Él se dio cuenta del mal ambiente que se había creado y retiró las manos de la comida e instintivamente se limpió las manos con su túnica y de igual forma se levantó. Se puso molesto y viendo a todos con rabia, salió de la sala, no sin antes haber empujado a dos sirvientes que estaban en el camino y por último lanzó la puerta al salir.

Todos se sentaron lentamente en silencio y se miraban haciendo gestos con las manos para preguntar qué quería decir todo eso.

Así fue como mi amigo consumó su rechazo a mi y por supuesto, se perdió. Insisto que mi Padre nunca lo condenó, sino que él mismo se forjó la condena y la traición.

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