Regresa a la pagina principal, Haz click sobre la imagen

Regresa a la pagina principal, Haz click sobre la imagen
Haz click sobre la imagen y regresa a la pagina principal

Jesús, tu amigo y Señor

Jesús, tu amigo y Señor
Déjate fascinar por el Dios-hombre que muertra la dulzura de su Padre

CAPÍTULO LXVII. PEDRO: EL AMOR PASA POR LA COMPRENSIÓN. Del 25 de Abril al 01 de Mayo de 2010

Pasar del amor a la traición no requiere mucha distancia, sobre todo cuando no se tienen claras las cosas en la cabeza.

En todos los campos, podemos traicionar o de la misma forma, amar, pero odio y amor, cada uno de ellos tiene su contenido. Lo que sí te digo es que no yerran los valores o antivalores que alguien pueda tener, sino las actitudes que adoptan las personas ante ellos y es cuando existe la oportunidad de crecer o, al contrario, de involucionar.

Madurar es cuestión de profundizar en la intensidad de la vida para aprender a rechazar o aceptar lo que hace crecer, de otro modo, seguiremos siendo atrofiados o inmaduros en lo que compartimos con los demás. Aún cuando tengamos poca o mucha edad, tendemos a equivocarnos una y otra vez. Si somos orgullosos, tiraremos todo a la basura; si somos cínicos, razonaremos todo intentando justificarnos y si somos fríos y sin sentimientos, diremos que nada pasa y borraremos las vivencias como si cortáramos la vida.

Este capítulo lo dedico a Pedro; Simón Pedro a quien algún día llamé: “Kefás”. De él te he hablado muchas veces pero, dejando atrás lo anterior, quiero solo retomar su temor en el momento en que fui apresado allá en el huerto y en la ciudad hasta mi proceso en el sanedrín. Esto con la intención de explicarte lo que quiero decir con el título del “amor pasa por la comprensión”, pues de seguro estoy que comprenderás las razones del corazón de mi amigo Pedro.

Lo que sucedió entre Pedro y yo está enmarcado en ese desayuno a la orilla de la playa.

Los hechos se fueron desenvolviendo de una manera alegre, puesto que se sentían reconfortados por mi presencia. Pero, como puedes deducir, parece que quien se encontraba incómodo era el mismo Pedro. Los muchachos, durante un buen tiempo se burlaron de él con lo de su desnudez en la barca pero también de las tonterías que hacía. Ellos no le querían llamar impertinencias pero quizá, todo se refería a su carácter impetuoso o quizá a la poca visión para analizar los hechos y poder poner así una solución a los problemas que surgían. Aún así, Pedro representaba para el resto de los diez discípulos alguien importante. Su reciedumbre de carácter había hecho que ellos reconocieran la confianza que yo había depositado en él. Quizá amaba más a Juan como ellos me hacían notar, pero la fuerza de su autoridad descansaba en la poca capacidad intelectual suya y en el gran temple de su alma para determinar las cosas.

“Señor ¿Estás enojado conmigo?” me preguntó Pedro y yo le contesté: “¿Por qué habré de estarlo, Pedro? No veo ninguna razón para estar molesto y menos contigo”. Me pidió que lo dejara hablar y le dije que no había problemas; le dije que si se trataba de desahogar su alma, que lo hiciera y yo, con mucho gusto oiría. Me llevó a un lado, en donde no oyera el resto y empezó su discurso:

“Maestro. Van pocos días en que todo terminó contigo. No salimos del asombro de verte con nosotros y estamos alegres; lo has visto. Todos quieren mirarte las heridas y dicen que algo distinto ven en ti”. Esto arrancó una risa en mi pero no quise explicar más. Pedro me acompañó en la risa aunque no entendió el fondo.

Pedro siguió tomando la palabra: “De la misma forma has comido con nosotros y estamos seguros que un muerto no come. Es más, nos has preparado la comida de forma sabrosa y nos has servido como desde el inicio cuando te conocimos pero ahora quiero excusarme contigo porque mi alma está mi perturbada y deseo desahogarme, quitarme esto que llevo por dentro, en estos días. ¿Sabías que Judas se suicidó, colgándose con una cuerda?” Moví la cabeza dándole muestras de que sí sabía. Siguió: “Se sintió asqueado de su propia condición emocional y se lanzó al poder del vacío y las manos de Satanás.” Guardó un poco de silencio y siguió.

“Jeshua, me siento asqueado también. ¿Recuerdas que te dije que nunca te traicionaría; que aunque todos te dejaran, yo no te dejaría? Esa fue mi posición o por lo menos eso reclamaba mi corazón hasta ese momento. Hasta tú viste cómo saqué una espada que me había facilitado Judas Iscariote y herí a uno de los que te sujetaba. Era tanta mi ira en ese momento Jeshua, que no sabes cómo me dejé llevar por el deseo de estar junto a ti y salvarte. Tú me sacaste de ese momento de enfrentamiento hablándome severamente y diciendo que bajara la espada.

Tampoco me explico por qué no me llevaron preso. Alguien me empujó en la oscuridad diciéndome que me quedara tranquilo porque el problema no era conmigo y por eso te seguí hasta donde te llevaron en primer lugar, junto a los sumos sacerdotes, pero cuando vi que cada vez más, la turba iba creciendo, y que cada vez más los soldados romanos llegaban, intentando preservar el orden, me fue entrando un pánico profundo. Me sentí de valiente al peor cobarde. Recordé tus palabras de negación y me preguntaba qué tanto me conocías y si yo sería capaz de lograr el triunfo frente a eso que me había dicho.

Busqué en mi mente las razones de tus palabras y me senté junto a un grupo para tomar calor en las fogatas que había en el patio y a las afueras. Me sentía mirado por todos y cuando llegaron esos tres momentos, salieron tan instintivamente las tres negaciones que, cuando cantó el gallo, no solo me acordé de ti, sino que me reforzaste el miedo, dirigiendo una mirada. Huí, Jeshua. Te dejé. Escapé como quien nunca había tenido un amigo; como quien nunca te había conocido. Esta situación incómoda en la que yo había fallado era tan importable que deambulé llorando hacia el amurallado de la ciudad. La amistad quedó rota; mi entrega a ti había perdido valor; sentí que todo lo que me habías dado, yo lo había destrozado con los pies.

Quiero pedirte perdón Maestro. Quisiera volver atrás todo”

Lo interrumpí diciéndole que no podía y aunque quisiera, había una razón para seguir adelante. Me dijo: “Pero maestro. Quiero restaurar todo. Decirte hoy que eres el Señor, el dueño de la vida y de la historia”. Y lo harás Pedro, le dije.

Sin querer, él se encontraba conmigo de vuelta, en el lugar donde habíamos comenzado y cuando se dio cuenta, estaban el resto de los discípulos y los que faltaban, juntos, oyendo las últimas palabras que él había pronunciado. Se sintió una vez más apenado mientras Leví le hacía un gesto de ánimo, con el puño cerrado.

Desde hace rato la comida se había terminado, pero nada había sido recogido.

Dije a Simón Pedro: "Pedro. Acepto todo lo que has dicho pero ¿sabes qué? Desde siempre, y ahora te lo insisto, el amor de mi Padre ha roto las peores condenas, traiciones y soledades. Desde siempre, el amor de mi Padre ha restaurado heridas y sigue ungiendo al mundo, a cada hombre con el bálsamo de la caridad y de la comprensión.

Para nosotros, Pedro y todos los que me escuchan, no interesa la herida, sino la capacidad de cicatrizar; no importa el golpe sino la capacidad de contenerse; no importa la ofensa, sino la capacidad de abrazar.

Quiero que entiendas que por más mala cosa que pudiera haber con un amigo tuyo en donde él se haya sentido tan ofendido, lo importante es saber valorar e inclusive cerrar los ojos, para seguir adelante; sonreír y seguir amando. ¡No te olvides! ¡Nunca perder a tu amigo si de veras hay amor y perdón!

Pedro bajó la cabeza y dijo: “Lo se, Señor”.

A continuación le dije: ¿Se acuerdan lo que hice al final de la Ultima cena que tuvimos?. Ellos respondieron: “Sí”.

Por tanto, Simón, hijo de Juan, oye bien estas palabras: ¿me amas más que éstos?" Contestó: "Sí, Señor, Sabes de mis angustias y sabes de mis torpezas. Tú sabes que te quiero. "Le dije: "Apacienta mis corderos."

Le pregunté por segunda vez, intentando captar su atención y a la vez, haciendo que pensara profundamente en sus palabras y las intenciones de las mismas:

"Simón, hijo de Juan, ¿me amas?" Pedro volvió a contestar: "Jeshua. Cuando te fijaste en mi, me sentí torpe y dije que esas cosas no eran para mi y sin embargo, me insististes en la fuerza interior que tenía; insististes en la seguridad de mi vida y sobre todo, en que me otorgaría la fuerza de tu Espíritu para lograr cualquier cosa, por tanto te digo: Sí, Señor, tú sabes que te quiero." Le dije: "Cuida de mis ovejas."

Como se sentía nervioso, Pedro se levantó. Todo el mundo lo veía y para colmo, el silencio, salvo el ruido del viento, se había hecho dueño del momento. Juan intentó hacerlo sentar de nuevo pero se resistió.

Así de pie, le insistí por tercera vez: "Simón Pedro, hijo de Juan, ¿me quieres?"

Pedro se puso triste al ver que le preguntaba por tercera vez si me quería y me contestó: "Señor, se me acaban las palabras. No sé qué decirte y aunque te dijera muchas cosas, conoces mi corazón. Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero." Entonces le dije: "Apacienta mis ovejas.

En verdad Pedro, cuando eras joven, tú mismo te ponías el cinturón e ibas a donde querías pero cuando llegues a viejo; cuando veas que el mundo parezca dominarte, abrirás los brazos y otro te amarrará la cintura y te llevará a donde no quieras. En cada lugar servirás y a cada momento habrás de confirmar a tus hermanos. Te insisto de nuevo en que no tengas miedo. Tu fuerza será sostenida y apoyada por el Espíritu Santo. Él te guiará en lo que has de hacer hasta que llegue el momento en que hayas de partir".

Le hablé del futuro para que Pedro comprendiera en qué forma iba a morir y dar gloria a Dios, mi Padre. Les animé a proseguir la aventura del Reino y no temer. Y en especial añadí para Pedro: "Sígueme."

Su vida cambió totalmente y todas sus penas, a pesar de la triple pregunta, desaparecieron y quedaron regadas en las arenas de esta playa que es testigo de este acontecimiento.

No hay comentarios: