Regresa a la pagina principal, Haz click sobre la imagen

Regresa a la pagina principal, Haz click sobre la imagen
Haz click sobre la imagen y regresa a la pagina principal

Jesús, tu amigo y Señor

Jesús, tu amigo y Señor
Déjate fascinar por el Dios-hombre que muertra la dulzura de su Padre

CAPÍTULO LIX. CAMINO DEL HUERTO. Del 28 de Febrero al 06 de Marzo de 2010

En este capítulo quiero contarte cosas que quizá te imaginas pero que llenaron aquella subida y la estancia en el huerto de los olivos. ¿Por qué allí? Por varios motivos: en primer lugar porque era un lugar solitario y fresco. Es un recuerdo muy grato para mi, porque aún conservo en mi pecho el recuerdo de la brisa golpear los olivos y hacer un ruido de susurro y lenguaje que permite reencontrarse con el alma y su creador. En segundo lugar, porque la soledad permite que las buenas intenciones fluyan y los malos pensamientos y recuerdos se desaparezcan como fantasmas huyendo de la conciencia y en tercer lugar porque el lugar se confabula con la noche para apreciar el grito de Jerusalén, su violencia, su dolor y todo ello se precipita hacia el cielo clamando justicia. Esa noche, esa oscuridad, ese silencio son mis testigos para poner toda mi existencia en las manos de mi Padre, hoy, precisamente hoy en que el poder del mal me ha de golpear.

¿Te animas a descubrir lo sucedido? Solo lee y te enterarás.

El camino al huerto de los olivos obligaba a salir de la ciudad, pues estábamos en la zona sur – oeste de la misma. En total que entre alcanzar las murallas de la ciudad y dirigirnos al monte de los olivos, nos gastábamos cerca de veinticinco minutos mientras nos sumíamos en los salmos e himnos que nos hacían parar de vez en cuando, mientras se alternaban mis discípulos para dirigir y entonarlos, intentando de igual forma, hacer varias voces. Realmente en ese momento le ponían bastante empeño en cantar y rimar.

Aprecia cómo a esta hora ya hemos subido al huerto de Getsemaní. Aún no llega la media noche…conversan los discípulos muy entretenidos…desde allí miran la ciudad de Jerusalén. Hay ruidos a lo lejos. A pesar de su angustia, trato de distraer a los apóstoles. ¿Lo ves?

Algunos hablan aún de Judas. Se ha ido hace ya más de una hora y no regresa ¿qué pasa?. Otros hablan de las muchas personas que han venido a la ciudad. Yahvé es grande, dicen; sus maravillas se notan por todos lados.

Comentan el poder y el brazo extendido de Yahvé en Egipto. Yo callo, observo. Mi rostro se pone de piedra pero inmediatamente cambia para no perturbar a los discípulos. Es la segunda vez que lo hago. Juan se acerca a mi.

Antes… antes, Juan ha hecho un gesto a Santiago y éste ha mirado a Pedro. Se ha hecho un silencio. Todos me miran. Los salmos se han tornado vacíos. Las palabras no salen. Inmediatamente han recordado el bello gesto del lavatorio. Sienten una sensación extraña. Un escalofrío. Parecía que sus labios dirigían palabras en tono de oración a mi: Oh Jeshua, Señor, que tocas la piel, hazla temblar en tu presencia. Haz que se estremezca con tu aliento; haznos sentir la fuerza de tu caricia, el poder de tu mano sanadora…

Tomo la Palabra. Todos me miran. Se nota angustia pero más es la angustia en los discípulos porque no saben lo que siente su maestro. Es difícil saber qué siento. De repente se aclara todo. Hablo del amor, la caridad, tantas veces golpeada, manipulada, vejada. “No sean como el mundo, que sigue el camino contrario de Dios, mi Padre. Miren a las aves, los gusanos, todo lo que respira bondad, ternura. Allí están los gestos de mi Padre. Pueden palpar más amor que el odio del mundo. Todos ustedes no están exentos de la maldad pero han sido escogidos para ser testigos del amor. Amen como yo los he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos”.

Pero, pero Señor… dice Tomás. ¿Cómo amar cuando todo es un desastre? ¿Cómo mirar al otro con amor cuando todo es odio, competencia, deseo de venganza? ¿Cómo no dejarnos llevar por el mundo que nos puede?

“Tomás, hermano, puede el mundo más que tú pero no más que el que lo creó. Mi Padre es creador de lo bueno, de lo bello, de lo verdadero. Busca en tu corazón. Busquen en sus corazones. Sacarán en abundancia de la bondad de aquél que todo lo puede. Tomás, en donde crees que está el poder, realmente no es poder sino vacío de amor. El mundo odia porque teme ser auténtico y porque pretende poseer al otro. Cuando no se aprende a amar, se destruye al otro y se le somete. Ustedes no sean así”.

Cierto maestro, dice Judas Tadeo, pero ya ves que desde que estamos aquí han intentado matarte; te odian. No reconocen ni lo bueno que has hecho con ellos.

Lo miro dulcemente. “Judas, amigo. ¿De qué valen los conocimientos? No los busquen. Vayan tras la gloria del bien que no se note. Hagan el bien y sólo regocíjense en Abbá, mi Padre.”

Haciendo un momento de silencio les dije unas palabras que sonaron para ellos más desconcertantes pero que iban en la misma dirección de las que les había dicho antes: "Todos ustedes caerán esta noche, pues dice la Escritura: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas. Pero cuando resucite, iré delante de ustedes a Galilea". Entonces Pedro, me dijo: "Aunque todos tropiecen y caigan, yo no." Le contesté: "En verdad te digo que hoy, esta misma noche, antes de que el gallo cante por segunda vez, me habrás negado tres veces." Pero Pedro me insistía: "Aunque tenga que morir contigo, no te negaré, Señor." Todos se unieron al pensar de Pedro y decían lo mismo.

“Pedro y todos ustedes. El momento está cerca y les hablo del odio del mundo porque hasta el final de los tiempos muchos los odiarán y muchos intentarán deshacerse de ustedes como lo hacen conmigo. Sabes que a pesar de tu carácter, eres débil en tu proceder y en tus convicciones y necesito que sucedan cosas para que pongas en prueba tus convicciones. No lo haré yo sino tu capacidad de fe, de confianza.

De igual forma todos ustedes serán probados en su confianza. Sentirán cuánto vale esto que hemos vivido juntos y estarán en crisis cuando llegue el momento, pero el Espíritu de la Verdad los sostendrá por sobre todo, así que anímense y velen para que esa fuerza del interior no se apague ni en este momento ni más adelante.

Se miraron una vez más, aunque la oscuridad reinaba, y decidieron hacer un alto en toda esta conversación como queriendo hacerse los fuertes.

Todos callaron y llenándose de alegría, me invitaron a alabar a mi Padre con salmos y cánticos…

Aunque yo sentía angustia, no había llegado mi hora. Terminados los salmos, les hablo esta vez de la amistad. Primero pregunto a Felipe si eran amigos. Éste se cortó y no sabía qué decir. No había pensado nunca si eran amigos o no. Contestó torpemente que sí eran amigos, porque yo los había reunido. En medio de una tenue luz de una fogata, me sonreí pensando que quizá había perdido el tiempo, sin embargo, seguí diciendo…

“Ya les he hablado del amor. Romper todo obstáculo es necesario para llegar al otro, pero cuando me vaya, sentirán, Felipe, que ya no seré yo quien los una. Son ustedes quienes se deben animar hasta la muerte. Ser testigos de algo nuevo y distinto que ha nacido en ustedes. Sientan mi llama en el corazón. Sientan que la elección sobre ustedes viene de lo alto. Que ya no son un grupo desconocido sino hermanos por la elección y el amor que les tengo. Ámense con amor entrañable. Que el mundo sienta esa intensidad. En eso serán distintos; en eso sentirán que el mundo cobra sentido. Mi Padre restaura ahora todo cuanto creó. El mundo no tiene poder. La muerte y el demonio están a punto de ser vencidos…

Otro silencio profundo. El demonio no había hecho presencia en mi vida de forma directa, desde aquella vez que me encontró en el desierto. Después, de forma indirecta, se manifestó en sordos, mudos, endemoniados. No era fácil lidiar con él porque ya estaba cerca. Tendría que enfrentarlo en dos campos: el primero, intentando recuperar a Judas Iscariote; el segundo, su presencia inminente en este huerto. El demonio intentaría quebrarme la voluntad negando al Padre…

Llegamos a un lugar llamado Getsemaní, y dije a mis discípulos: "Siéntense aquí mientras voy a orar."

Y llevé conmigo a Pedro, a Santiago y a Juan. Comencé a llenarme de temor y angustia, y les dije: "Siento en mi alma una tristeza de muerte. Quédense aquí y permanezcan despiertos."

Me adelanté un poco, y caí en tierra suplicando que, si era posible, no tuviera que pasar por aquella hora. Decía: "Abbá, Padre, si para ti todo es posible, aparta de mí esta copa. Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú."

Los discípulos entran en un estado de cansancio. Poco a poco se van relajando. Pedro, el primero, hizo intento de abandonar el grupo apartándose para dormir. Otros lo vieron pero por no quedar mal, se quedaron conversando un poco más. Me retiré de nuevo aparte, aprovechando el descuido de ellos.

Volví a donde estaban los discípulos y los encontré dormidos.

Dije a Pedro: "Simón, ¿Duermes? ¿De modo que no pudiste permanecer despierto una hora? Estén despiertos y oren para no caer en la tentación; pues el espíritu es animoso, pero la carne es débil."

La luz de la luna me sirvió de guía para subir más allá hasta desaparecer entre los cedros. Conocía el lugar. Pasé la primera hilera de cedros, la segunda, la tercera. Es imposible que me divisen por la falta de luz si no se acercan. Alzo las piernas para evitar las raíces de los árboles. De repente caigo de rodillas y echo mi cuerpo atrás. He quedado clavado en la tierra. Parece que me atara e intento orar. Más que orar, lloro. Es inevitable porque mi alma está triste por todo el rechazo recibido de la gente.

Detrás, veo una sombra además de mi. Su cuerpo alto, delgado, ágil. Es Juan. Seguía mi sombra. Él observaba todo, quería saber todo, poseerlo todo, y entonces vino a mi memoria esa escena suya de recostar la cabeza sobre mi pecho. Me expresó allá en la cena, que quería sentir mi corazón, las veces que fuera necesario pues sólo en él, encontraría sentido a todo esto que parecía confuso.

Empecé a temblar. La temperatura ha bajado; la brisa de la noche sopla hiriendo mi rostro. Tiemblo de miedo y de frío. La luz de la luna hace contraste entre claridad y oscuridad por los cedros que allí se encontraban. Permanecí en oración con la cabeza abajo; mi respiración se torna rápida y el calor de mi cuerpo choca con el frío del ambiente. Mi voz sale como un susurro en la noche: ¡Abba! ¡Papá! y de repente, un grito fuerte, espontáneo me sale de muy adentro: “PADRE ¿DÓNDE ESTÁS? Te siento como ausente en medio de esta soledad. ¡Padre! … ¿Por qué el mundo me odia? ¿Por qué también a ti?. Los has escogido como pueblo precioso a tus ojos. Han sido las niñas de tus ojos; los has desposado pero se han divorciado de ti. ¿Por qué Padre?

Se estremece mi cuerpo. El escalofrío me recorre a millón Mi cerebro se queda inmóvil, sin poder reaccionar. Mis palabras atraviesan no solo el corazón del mundo sino el alma de todo hombre.

¿Por qué Padre? ¿Por qué todo esto?

Mis pensamientos quedan rotos pero mis palabras siguen. ¿Por qué Abbá, Padre? ¿Por qué los que me has dado sólo se han quedado en los milagros y sus necesidades? ¿Por qué al llenarse de lo que necesitan se olvidan de ti, Padre? No entiendo, Padre, pero en ti confío.

Tú me los has dado ¿Cuántas veces los he querido reunir, como la gallina reúne a sus polluelos, pero se han vuelto egoístas, alejados de tu amor?

Muchos se han aferrado a las normas pero no han entendido nada de tu corazón.

Y ahora mírame, Padre… mira mi angustia ¡Mírame Abbá!

Siento dolor y profunda tristeza. ¿Qué hacer sin ti?

Mi alma desfallece de tristeza y algo dentro de mi se quiebra. Aparta de mi este cáliz, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya, porque para eso he venido. ¡Padre!, ¡Qué dura esta opción por los hermanos cuando no oyen!. ¡Qué difícil es que el grano germine! El amor debe sufrir hasta la muerte para que realmente nos demos cuenta de que vale la pena.

Se oyó un silencio que quemaba. Me movía de un lado a otro como buscando a alguien. El temor se hizo más fuerte porque sentí la presencia del maligno queriendo lograr de mi, maldecir a mi Padre.

¡No lo haré! ¡Nunca jamás!. ¡No me quebraré Padre!. Te necesito. Son tantas las cobardías. ¡no me dejes, Padre! ¡No me sueltes!. ¡No te alejes!.

Regresé por tercera vez, y les dije: "Ahora ya pueden dormir y descansar. ¡Está hecho; llegó la hora!. El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levántense, vámonos! Miren que el que me va a entregar está cerca.

No hay comentarios: