En este capítulo quiero contarte cosas que quizá te imaginas pero que llenaron aquella subida y la estancia en el huerto de los olivos. ¿Por qué allí? Por varios motivos: en primer lugar porque era un lugar solitario y fresco. Es un recuerdo muy grato para mi, porque aún conservo en mi pecho el recuerdo de la brisa golpear los olivos y hacer un ruido de susurro y lenguaje que permite reencontrarse con el alma y su creador. En segundo lugar, porque la soledad permite que las buenas intenciones fluyan y los malos pensamientos y recuerdos se desaparezcan como fantasmas huyendo de la conciencia y en tercer lugar porque el lugar se confabula con la noche para apreciar el grito de Jerusalén, su violencia, su dolor y todo ello se precipita hacia el cielo clamando justicia. Esa noche, esa oscuridad, ese silencio son mis testigos para poner toda mi existencia en las manos de mi Padre, hoy, precisamente hoy en que el poder del mal me ha de golpear.
¿Te animas a descubrir lo sucedido? Solo lee y te enterarás.
El camino al huerto de los olivos obligaba a salir de la ciudad, pues estábamos en la zona sur – oeste de
Aprecia cómo a esta hora ya hemos subido al huerto de Getsemaní. Aún no llega la media noche…conversan los discípulos muy entretenidos…desde allí miran la ciudad de Jerusalén. Hay ruidos a lo lejos. A pesar de su angustia, trato de distraer a los apóstoles. ¿Lo ves?
Algunos hablan aún de Judas. Se ha ido hace ya más de una hora y no regresa ¿qué pasa?. Otros hablan de las muchas personas que han venido a
Comentan el poder y el brazo extendido de Yahvé en Egipto. Yo callo, observo. Mi rostro se pone de piedra pero inmediatamente cambia para no perturbar a los discípulos. Es la segunda vez que lo hago. Juan se acerca a mi.
Antes… antes, Juan ha hecho un gesto a Santiago y éste ha mirado a Pedro. Se ha hecho un silencio. Todos me miran. Los salmos se han tornado vacíos. Las palabras no salen. Inmediatamente han recordado el bello gesto del lavatorio. Sienten una sensación extraña. Un escalofrío. Parecía que sus labios dirigían palabras en tono de oración a mi: Oh Jeshua, Señor, que tocas la piel, hazla temblar en tu presencia. Haz que se estremezca con tu aliento; haznos sentir la fuerza de tu caricia, el poder de tu mano sanadora…
Tomo
Pero, pero Señor… dice Tomás. ¿Cómo amar cuando todo es un desastre? ¿Cómo mirar al otro con amor cuando todo es odio, competencia, deseo de venganza? ¿Cómo no dejarnos llevar por el mundo que nos puede?
“Tomás, hermano, puede el mundo más que tú pero no más que el que lo creó. Mi Padre es creador de lo bueno, de lo bello, de lo verdadero. Busca en tu corazón. Busquen en sus corazones. Sacarán en abundancia de la bondad de aquél que todo lo puede. Tomás, en donde crees que está el poder, realmente no es poder sino vacío de amor. El mundo odia porque teme ser auténtico y porque pretende poseer al otro. Cuando no se aprende a amar, se destruye al otro y se le somete. Ustedes no sean así”.
Cierto maestro, dice Judas Tadeo, pero ya ves que desde que estamos aquí han intentado matarte; te odian. No reconocen ni lo bueno que has hecho con ellos.
Lo miro dulcemente. “Judas, amigo. ¿De qué valen los conocimientos? No los busquen. Vayan tras la gloria del bien que no se note. Hagan el bien y sólo regocíjense en Abbá, mi Padre.”
Haciendo un momento de silencio les dije unas palabras que sonaron para ellos más desconcertantes pero que iban en la misma dirección de las que les había dicho antes: "Todos ustedes caerán esta noche, pues dice
“Pedro y todos ustedes. El momento está cerca y les hablo del odio del mundo porque hasta el final de los tiempos muchos los odiarán y muchos intentarán deshacerse de ustedes como lo hacen conmigo. Sabes que a pesar de tu carácter, eres débil en tu proceder y en tus convicciones y necesito que sucedan cosas para que pongas en prueba tus convicciones. No lo haré yo sino tu capacidad de fe, de confianza.
De igual forma todos ustedes serán probados en su confianza. Sentirán cuánto vale esto que hemos vivido juntos y estarán en crisis cuando llegue el momento, pero el Espíritu de la Verdad los sostendrá por sobre todo, así que anímense y velen para que esa fuerza del interior no se apague ni en este momento ni más adelante.
Se miraron una vez más, aunque la oscuridad reinaba, y decidieron hacer un alto en toda esta conversación como queriendo hacerse los fuertes.
Todos callaron y llenándose de alegría, me invitaron a alabar a mi Padre con salmos y cánticos…
Aunque yo sentía angustia, no había llegado mi hora. Terminados los salmos, les hablo esta vez de
“Ya les he hablado del amor. Romper todo obstáculo es necesario para llegar al otro, pero cuando me vaya, sentirán, Felipe, que ya no seré yo quien los una. Son ustedes quienes se deben animar hasta
Otro silencio profundo. El demonio no había hecho presencia en mi vida de forma directa, desde aquella vez que me encontró en el desierto. Después, de forma indirecta, se manifestó en sordos, mudos, endemoniados. No era fácil lidiar con él porque ya estaba cerca. Tendría que enfrentarlo en dos campos: el primero, intentando recuperar a Judas Iscariote; el segundo, su presencia inminente en este huerto. El demonio intentaría quebrarme la voluntad negando al Padre…
Llegamos a un lugar llamado Getsemaní, y dije a mis discípulos: "Siéntense aquí mientras voy a orar."
Y llevé conmigo a Pedro, a Santiago y a Juan. Comencé a llenarme de temor y angustia, y les dije: "Siento en mi alma una tristeza de muerte. Quédense aquí y permanezcan despiertos."
Me adelanté un poco, y caí en tierra suplicando que, si era posible, no tuviera que pasar por aquella hora. Decía: "Abbá, Padre, si para ti todo es posible, aparta de mí esta copa. Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú."
Los discípulos entran en un estado de cansancio. Poco a poco se van relajando. Pedro, el primero, hizo intento de abandonar el grupo apartándose para dormir. Otros lo vieron pero por no quedar mal, se quedaron conversando un poco más. Me retiré de nuevo aparte, aprovechando el descuido de ellos.
Volví a donde estaban los discípulos y los encontré dormidos.
Dije a Pedro: "Simón, ¿Duermes? ¿De modo que no pudiste permanecer despierto una hora? Estén despiertos y oren para no caer en la tentación; pues el espíritu es animoso, pero la carne es débil."
La luz de la luna me sirvió de guía para subir más allá hasta desaparecer entre los cedros. Conocía el lugar. Pasé la primera hilera de cedros, la segunda,
Detrás, veo una sombra además de mi. Su cuerpo alto, delgado, ágil. Es Juan. Seguía mi sombra. Él observaba todo, quería saber todo, poseerlo todo, y entonces vino a mi memoria esa escena suya de recostar la cabeza sobre mi pecho. Me expresó allá en la cena, que quería sentir mi corazón, las veces que fuera necesario pues sólo en él, encontraría sentido a todo esto que parecía confuso.
Empecé a temblar. La temperatura ha bajado; la brisa de la noche sopla hiriendo mi rostro. Tiemblo de miedo y de frío. La luz de la luna hace contraste entre claridad y oscuridad por los cedros que allí se encontraban. Permanecí en oración con la cabeza abajo; mi respiración se torna rápida y el calor de mi cuerpo choca con el frío del ambiente. Mi voz sale como un susurro en la noche: ¡Abba! ¡Papá! y de repente, un grito fuerte, espontáneo me sale de muy adentro: “PADRE ¿DÓNDE ESTÁS? Te siento como ausente en medio de esta soledad. ¡Padre! … ¿Por qué el mundo me odia? ¿Por qué también a ti?. Los has escogido como pueblo precioso a tus ojos. Han sido las niñas de tus ojos; los has desposado pero se han divorciado de ti. ¿Por qué Padre?
Se estremece mi cuerpo. El escalofrío me recorre a millón Mi cerebro se queda inmóvil, sin poder reaccionar. Mis palabras atraviesan no solo el corazón del mundo sino el alma de todo hombre.
¿Por qué Padre? ¿Por qué todo esto?
Mis pensamientos quedan rotos pero mis palabras siguen. ¿Por qué Abbá, Padre? ¿Por qué los que me has dado sólo se han quedado en los milagros y sus necesidades? ¿Por qué al llenarse de lo que necesitan se olvidan de ti, Padre? No entiendo, Padre, pero en ti confío.
Tú me los has dado ¿Cuántas veces los he querido reunir, como la gallina reúne a sus polluelos, pero se han vuelto egoístas, alejados de tu amor?
Muchos se han aferrado a las normas pero no han entendido nada de tu corazón.
Y ahora mírame, Padre… mira mi angustia ¡Mírame Abbá!
Siento dolor y profunda tristeza. ¿Qué hacer sin ti?
Mi alma desfallece de tristeza y algo dentro de mi se quiebra. Aparta de mi este cáliz, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya, porque para eso he venido. ¡Padre!, ¡Qué dura esta opción por los hermanos cuando no oyen!. ¡Qué difícil es que el grano germine! El amor debe sufrir hasta la muerte para que realmente nos demos cuenta de que vale la pena.
Se oyó un silencio que quemaba. Me movía de un lado a otro como buscando a alguien. El temor se hizo más fuerte porque sentí la presencia del maligno queriendo lograr de mi, maldecir a mi Padre.
¡No lo haré! ¡Nunca jamás!. ¡No me quebraré Padre!. Te necesito. Son tantas las cobardías. ¡no me dejes, Padre! ¡No me sueltes!. ¡No te alejes!.
Regresé por tercera vez, y les dije: "Ahora ya pueden dormir y descansar. ¡Está hecho; llegó la hora!. El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levántense, vámonos! Miren que el que me va a entregar está cerca.
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