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Jesús, tu amigo y Señor

Jesús, tu amigo y Señor
Déjate fascinar por el Dios-hombre que muertra la dulzura de su Padre

CAPÍTULO LVIII. UNA CENA ESPECIAL. Del 21 de Febrero al 27 de Febrero de 2009

Los bonches, las cenas, las discotecas y muchos momentos y lugares de diversión, son propicios para compartir la vida, nuestras vidas, con las de los amigos. En ellas, ritmo, baile, bebidas, cuerpos, etc, se mezclan de forma vertiginosa haciendo que estas experiencias, queden fijas en nuestra mente como parte de la intensidad de la vida. De ésto quiero hablarte: ¡De la intensidad de la vida! Verás que tiene otra óptica desde mi persona y de seguro comprenderás.

Esta fiesta, en específico esta cena, la he llamado siempre la cena de la entrega y la vida. Me preguntarás ¿por qué? Pues, precisamente por eso que te digo de la intensidad de la vida. En esta cena, presintiendo mi partida de este mundo, he querido entregar todo lo que tengo a mis discípulos y todo aquél que acepte libremente esta verdad que ofrezco de parte de mi Padre Yahvé.

¡No! ¡No he inventado nada! ¡No! ¡No pienso deshacer ni suplantar la cena pascual arcana de mi pueblo Israel! ¡Tampoco es una representación o teatro de lo vivido! Simplemente quiero dejar en la cena una marca tan honda en su significado, pero sencilla en sus elementos y en los gestos.

Somos humanos ¿sabes? Y necesitamos de signos, de gestos que marquen la experiencia vital de todos los que en ella participen. Nuestra cercanía, nuestras palabras; todo cuanto podamos transmitir, hasta el calor de nuestros cuerpos, olores, emociones intensas, quedan marcadas en el alma, en el corazón. Es difícil evitarlas y es por eso que algunas personas expertas, manipulan hasta el cansancio y dominan a otras o por el contrario, otras pretenden negar la intensidad de la vida como si los sentimientos y las emociones no fueran parte de la vida misma.

Es cierto que algunas experiencias son negativas y amargas pero esas experiencias deben servir para crecer y no para rechazar; las vivencias sirven para alimentarse y aprender que siempre hay un más allá y una intensidad mayor, pero más aún, todo eso que experimentamos con los nuestros es una marca para afianzar la amistad, retomarla y es trampolín para lanzarnos al futuro con seguridad. Allí radica el significado de lo vivido. Si lo negamos, nuestra mente, la memoria se encargará de aflorarlo y si lo suprimimos, tendremos un recuerdo molesto de por vida.

Antes, como ya sabes, he pedido a un amigo el gran salón de su casa. Es un salón amplio, para albergar cerca de cincuenta personas, pero ciertamente nosotros éramos trece. Tenía bellas cortinas aterciopeladas, con pliegues semicirculares en el centro. Los candeleros de bronce estaban bien dispuestos y repartidos por la sala, a una altura de dos metros para alumbrar con mayor intensidad. La sala estaba pintada de cal y reflejaba la humedad propia de las casas; de igual forma las butacas ya eran conocidas: poltronas con cojines para reclinarse, al estilo romano y mesas bien modeladas con escasos soportes de hierro junto a las patas que las sostenían.

A cada cierta distancia de la puerta, había cuatro aguamaniles de alabastro con grandes envases de bronce para abluciones y la limpieza de los comensales. A sus lado, colgaderos para las toallas que hermosamente hacían juego con las incrustaciones de mármol en los estantes y repisas de la sala. En las esquinas, pequeños envases para quemar sándalo y otras especies para perfumar el salón. Allí nos encontrábamos. Esta era la sala que mi amigo reservó con mucho cariño para el que, él y todos sus amigos, llamaban el rabbí.

Al atardecer de aquel jueves en que Jerusalén bullía de gente, puesto que eran las fiestas de Pascua, nosotros ya llevábamos unos momentos intensos con la gente. Habíamos recorrido los pueblos cercanos, los suburbios hablando de mi Padre y curando enfermos y también corazones. Cuantos venía de paso para la gran capital, se sentían reconfortados al oir tantas esperanzas y tantas bienaventuranzas. La gente veía a un Dios distinto, no castigador; cercano a la propia realidad de lo que vivía y de seguro, subirían una vez más para recordar las grandes hazañas de mi Padre hace muchos años en Egipto.

Nosotros aquél día, habíamos subido y luego de asearnos, ya nos encontrábamos en la gran sala. Los discípulos se impresionaron de esta cena y esperaron que yo ocupara la presidencia que en pocas palabras quería decir, ocupar el centro y como de forma matemática, reagruparon en igual número a ambos lados. Juan cerca del lado izquierdo, acompañado de Santiago y Judas por el lado derecho y muy a su lado, Pedro y Bartolomé; los demás, se repartieron según era su afinidad.

Comenzamos la cena de manera informal. De hecho y como siempre, hablábamos de las cosas que vivía la gente, de los acontecimientos socio – políticos de este tiempo, de la gran cantidad de gente que estaban animada de celebrar la Pascua, pero de la tirantez política y las revueltas que se han sucedido por las palabras mías en la ciudad. Muchos la han creído una afrenta a los sacerdotes y al Rey, pero otros tanto, esperanzados por la venida de un Mesías. Una vez más tengo que decir que mi tristeza en el fondo era constatar que necesitaban alguien milagrero. Muchos respondían con una auténtica conversión de corazón pero otros tantos sanaban para mantener la misma actitud en la vida y perpetuar pecados día tras día.

Al aviso de mi persona, los sirvientes de la casa, fueron trayendo una vez más paños a poncheras para la limpieza. Tardaba un buen tiempo por la cantidad de gente que éramos. Cumplimos el rito.

Luego, fuimos entrando en tono de oración. Todas las cosas conversadas se hicieron material para que yo dirigiera alabanzas espontáneas, intercaladas por recitaciones de salmos y cantos. Buen tiempo empleamos rememorando cosas que sucedieron en otros tiempos y en donde la mano de mi Padre estaba presente. Cada momento de la realidad era consecuencia del mal o bien humano en el que Dios había sido callado o aceptado para actuar. Expliqué seriamente el sentido del poder de mi Padre Yahvé y su grandeza en tantas miserias. En concreto, les hice ver la presencia de Yahvé donde muchos pensaban que él estaba ausente.

Poco a poco, según los ritos, nos fuimos internando en la cena. Ya sabes de lo sucedido en ella en cuanto a la figura de Judas.

Obviando el tema de Judas, solo diré ésto: en esta cena, tuve que calmar los ánimos de todos. Ya Judas se había ido y era inevitable, porque este plan de traición ya estaba en marcha desde hace unas cuantas semanas, así que pasara lo que pasara, los animé a seguir adelante en este compartir de la vida, en esta cena de la amistad.

Durante la comida hice gestos que estaban fuera de una auténtica cena pascual, al estilo que se celebraba desde antiguo. La pregunta de por qué se celebra esto cada año – hecha por el menor de la casa – fue tornada por mi, con los recuerdos de las palabras, las enseñanzas de lo vivido. Ya era hora y urgía que claramente se esforzaran en comprender lo que durante tres años habían oído y ellos mismos habían constatado. Necesitaba; pedía de ellos un esfuerzo para que vieran con claridad la acción de Dios en todo esto. Fue un primer discurso, largo, cargado de mucha emotividad.

Llegado el momento, que esperaba y era especial para mi. Me centré en el pan. Tomé el pan, y después de pronunciar la bendición, lo partí y se lo di a cada uno en sus manos, diciendo: "Tomen, esto es mi cuerpo."

Es cierto que estas palabras provocaron un choque en cada uno de ellos. ¿su cuerpo? Preguntaban, ¿cómo es eso? Darnos de comer su cuerpo no es fácil de entenderlo. Antes de que siguieran preguntándose cosas, les hablé de la importancia del pan como un elemento que une: en el primer caso, son semillas de trigo llevadas al molino, a la piedra, para que formen una harina. Cuando llega a ese estado, las semillas se han confundido de tal forma que solo son comprendidas como una unión para formar una hogaza de pan. Es pan que da fuerzas, sostén de vida; es alimento en el segundo caso, que une a los miembros de cada familia. De las manos de la cabeza de la familia parte cada pedazo de pan y es señal de que todos participan del esfuerzo y del trabajo y a la vez, es el motivo más palpable para agradecer al buen Dios de la vida por todos los beneficios que el dispensa a todo hombre, bueno o malo.

“Ustedes no entienden este lenguaje por parecer confuso pero mi Padre los ha unido en torno a mi. Ustedes son como granos de una espiga preñada por su luz para dar buenos frutos. Mi cuerpo lo ofrezco para que se mantengan en unidad y sobre todo porque a través de mi han comprendido la voluntad de mi Padre Yahvé. Es mi cuerpo ofrecido como alimento, como ofrenda a él y desde él para que el mundo tenga vida.

Comprendo que para ustedes sea difícil digerir estas palabras pero esto es oferta, no imposición. Quien comprenda mis palabras, se verá de tal forma unido a mi, que su propia vida tenderá a ser también ofrenda para los hermanos.” Los invité a comer de mi pan que, previamente ya se los había repartido. Algunos se sintieron contrariados pero decidieron aceptar el pan y comerlo.

Tomé luego una copa, y después de dar gracias, se la entregué, y todos bebieron de ella. Y les dije: "Esto es mi sangre, la sangre de la Alianza, que será derramada por una muchedumbre.

Esta vez, a nivel teórico, comprendieron la ligación entre el pan como cuerpo y el vino como sangre.

Juan me miró horrorizado porque asumió muy literalmente las palabras y al ver dentro de la copa, sintió un estremecimiento fuerte, un presentimiento muy grande, cercano. Se le aguaron los ojos porque perdía a su maestro y amigo. Juan, joven pero con gran sentido de observación de todo lo que decía y hacía, no se le escapó lo que estaba delante en las próximas horas, pero cayó y calló en profundo silencio.

“Es mi sangre. Para eso he venido, para dar la vida por todos. Así como el grano de trigo que no muere, no puede dar vida y frutos, así la sangre que es vida en el cuerpo, no se puede quedar represada si no se ofrece para que muchos sean liberados de sus propias cargas”.

Mateo me dice: “Jeshua escucha lo que te digo. ¿Hay otra forma de celebrar esta pascua sin que por ello sea la tuya? Hablas de una forma oscura y tenebrosa. No te entendemos pero si esto es una despedida para ti, por favor, dinos qué ha de pasar.” Le respondí simplemente con otras palabras que de igual forma lo dejaron desconcertado: “En verdad les digo que no volveré a probar el zumo de cepas hasta el día en que lo beba nuevo en el Reino de Dios." De allí dedujeron que algo se desencadenaría pronto y para eso, ellos no estaban preparados. A partir de allí, si la salida de Judas les hizo guardar silencio, éste se hizo más profundo que hasta llenó el ambiente de la sala de una tristeza cada vez más creciente.

Para distraerlos, los hice cantar los salmos e himnos propios de la pascua judía y en cierto modo logré alegrarles el corazón y por un buen momento olvidaron esas palabras y su sentido significado.

Después de cantar estos himnos, fuimos saliendo como un grupo bien unido para dirigirnos al monte de los Olivos.

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