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Jesús, tu amigo y Señor

Jesús, tu amigo y Señor
Déjate fascinar por el Dios-hombre que muertra la dulzura de su Padre

CAPÍTULO LXVI. ALGO MÁS QUE PAN Y PESCADO. Del 18 de Abril al 24 de Abril de 2010

En todas las culturas, la comida es un elemento de acogida, de festejo, de encuentro. Es un elemento de agasajo del anfitrión con los invitados; aquél se esmera por hacer platos tan gustosos que de seguro, se irán con buena impresión a sus casas, gozosos de recordar posteriormente ese encuentro formidable.

Pero más allá de ello, las comidas tienen el ingrediente cultural, es decir, representa algo típico que es reconocido como gustoso. En mi caso, aquella cena especial que quise preparar para mis discípulos poseía ese encanto que quedó impreso en un pedazo de pan y una copa de vino. Junto a ello, el gesto de repartir y compartir; el acto de beber de una sola copa, pero a la vez sentirse unidos como los granos de trigo, como las uvas en el lagar.

Lo que te contaré, es parte de esto. Quisiera a la vez, que recuperaras este gesto no solo como un símbolo que te he transmitido, sino como ese signo a mantener y que te recuerda la unión en mi amor y corazón.

¡Un favor más! Trata de identificarte con alguno de los personajes o métete en la escena y verás que a ti también se te ha dado este regalo de mis manos.

Después de aquel encuentro en Emaús, y luego con mis discípulos todos juntos, nuevamente me aparecí en la orilla del lago de Tiberíades.

Sucedió de la siguiente forma: Estaban reunidos Simón Pedro, Tomás el Mellizo, Natanael, de Caná de Galilea, los hijos del Zebedeo y otros dos discípulos. Al parecer, todo había quedado en el pasado. A pesar de los pocos días, aquella marea de hechos que sucedieron, formaba una especie de pesadilla en ellos y como siempre, estaban en el lago, retomando sus tareas habituales de pesca: Compartían la vida y la unión que les había quedado del discipulado. En ellos, todo tomaba de nuevo su rumbo y el miedo a mantener aquella experiencia conmigo, hacía que todo quedara en el pasado.

Simón Pedro en esta ocasión era el protagonista. Pedro les dijo al resto: "Voy a pescar. Aquí en la orilla no hago nada y necesito estar activo para olvidar cosas y poderme ganar la vida." Le contestaron los otros: " ¿Qué haremos nosotros también aquí sentados hablando? Vamos también nosotros contigo."

Era ya de tarde cuando Pedro decidió ir a pescar: Las siete de la tarde cuando el sol empezaba a declinar. Se dirigió a la orilla y allí estaba la barca limpia y con las redes dentro de ella. Pedro colocó unos cuantos palos en la arena y esto le sirvió para poder deslizar la barca hacia el agua. De igual forma hizo el resto con otra barca y entre ambas, se fueron aguas adentro del lago.

Salieron, pues, y se mantuvieron allá hasta cerca de la media noche. Salvo la brisa, todo estaba en calma, pero no se presentía movimientos de cardúmenes o peces que fueran en grupos para ser pescados. Ellos sabían de peces y sus movimientos; estaban acostumbrados a sentir debajo de las barcas el paso de las especies y a pesar de ellos, de vez en cuando algunos peces parecían avisarles al saltar por los aires cerca del lugar donde estaban. Pero aquella noche, nada. Aquella noche no pescaron nada.

Permanecieron en las barcas y allí decidieron unir las dos para comer lo que habían llevado: pescado ahumado y trozos de pan; unas buenas botellas de vino y unos trozos de queso. Encendieron unas lámparas y conversaban cosas: de todo y de nada; de mi muerte, de sus vidas y su futuro; de las ilusiones, de sus familias. Pedro mostraba su furia consigo mismo porque se sentía traidor al igual que Judas. Lo decía una y otra vez. Todos lo callaban y trataban de justificar su cobardía porque eran muchos y además, porque quizá el salvar sus pellejos podía ser una buena señal de que no estaban locos por aceptar esa empresa que yo les ofrecía.

Como a las doce y media de la noche, después de pescar nada, gastaron media hora más para volver y al meter las barcas a unos cuantos metros de la orilla, se preocuparon de tender las redes hasta que, al amanecer, pudieran darles mejor cuidado; sin embargo, quedaron conversando en la playa sobre otros temas, como lo hacían en otros tiempos.

Llegada las seis de la mañana, al amanecer, me acerqué a ellos en la orilla, pero no sabían que era yo. Les dije: "Muchachos, ¿tienen algo que comer?" Me contestaron: "Nada." Y Juan me dijo algo más: “ ¿Cómo es posible que tan de mañana un pescador no cargue su comida y deambule así por la playa?”. No contesté a eso.

Les propuse: "Vamos a pescar de nuevo. Rueden las barcas hacia el agua y metan las redes.” Me miraron extrañados por saber quién era yo. Me dijeron que estaban cansados y que habían intentado en la noche y no habían pescado nada. Les dije que confiaran en mi y que me llevaran al sitio del lago donde había peces. A pesar de que no me conocían, hicieron lo que les dije y estando ya en el lago, me dirigí a ellos: “Echen la red a la derecha y encontrarán pesca." Echaron la red, y no tenían fuerzas para recogerla por la gran cantidad de peces. Tan asombrados estaban que me preguntaron: “¿Cómo sabías dónde estaban los peces? ¿Acaso tienes tu barca por aquí cerca o eres uno de esos encantadores de peces para haberlos llamado?” No respondí a eso.

Juan me conocía bien, pero aún no lograba distinguir algo en mi que me delatara del todo pero esta vez, por mis silencios me reconoció. Dijo a Simón Pedro: "Es el Señor." Apenas Pedro oyó decir que era “el Señor”, se puso la ropa como pudo, pues estaba desnudo; meneó de tal forma la barca que casi la voltea y se echó al agua. Esta era la condición natural de Pedro, es decir, era muy campechano en sus actos. No temía hacer tal o cual cosa cuando estaba con sus hermanos o con el resto de los discípulos; cualquiera diría que tenía sus locuras frente a todos pero no le importaba; en cierto modo presumía de su cuerpo y de sus fuerzas y en este caso, demostraba toda su destreza halando las redes para cargar los peces, no importa en la condición que estuviera.

“Perdona Señor por el estado en que me encuentro; ya me conoces.” Me dirigió Pedro esas palabras; “No te preocupes Pedro”, le dije. “La desnudez es nuestra condición y ojalá nos mostráramos así cuando expresamos nuestros sentimientos delante de los demás y nos solo esos kilos de grasas que tienes en la panza”. Esto sirvió para hacer menos incómodo el momento y para lograr arrancar risas de los discípulos que para ese momento estaban tensos.

El otro grupo llegó con la barca -de hecho, no estaban lejos, a unos cien metros de la orilla; arrastraban la red llena de peces. Cuando llegaron, les dije: "Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar." Simón Pedro me expresó que él los traería; subió a la barca junto con el resto y sacaron la red llena con ciento cincuenta y tres pescados grandes. Y, a pesar de que hubiese tantos, no se rompió la red.

El trabajo en la orilla fue espectacular porque las redes hervían de peces grandes y sacarlos, era recibir coletazos y pincharse las manos con las aletas, pero ya las manos de estos hombres estaban encallecidas. Tardaron unos cuantos minutos para terminar todo el trabajo.

En la orilla además, encontraron fuego encendido; pescado sobre las brasas y pan. Era casi la repetición del menú que tuvieron en la cena. Entonces les dije: "Vengan a desayunar". Ninguno de los discípulos se atrevió a preguntarme quién era pues ya estaba claro lo de mi persona. Se reunieron en torno a las brasas y en silencio, recordaron otros tiempos cuando hacíamos esto en las noches o precisamente en los desayunos junto al lago, como ahora. Era un momento muy común en nosotros el compartir la comida.

En este momento también ellos quedaron impregnados de mis gestos: me acerqué, tomé el pan y se los repartí como en otros tiempos. Lo mismo hice con los pescados al sacarlos de las brasas; los fui troceando y repartí a cada uno, una buena ración. Esta fue la tercera vez que me manifesté a los discípulos después de resucitar de entre los muertos.

Este y los otros momentos han sido especiales. Fíjate en la importancia de los detalles, de los gestos, de la cercanía, del compartir. En ellos y en pocos días, se habían ido apagando las vivencias, pero fueron recuperadas por lo que ahora ellos comparten en este desayuno. No es gran cosa pero tanto el pan como el pescado son gestos de fraternidad, de unión. Se reconocen al partir el pan entre ellos y conmigo, pero de nuevo reviven el ideal de mesa común, signo de gratuidad y abundancia para todos; llamada a abrirse a un mundo que solo sabe de egoísmo y rencor.

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