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Jesús, tu amigo y Señor

Jesús, tu amigo y Señor
Déjate fascinar por el Dios-hombre que muertra la dulzura de su Padre

CAPÍTULO LVI. UNA UNCIÓN SINGULAR. Del 07 de Febrero al 13 de Febrero de 2010

¿Qué tal los amigos? ¿Qué piensas de la amistad? Creo que estarás de acuerdo conmigo en que la amistad es un precioso regalo que hay que conservar porque descubres en la otra persona, una afinidad de sentimientos, te identificas con gustos, compartes momentos especiales y sobre todo, puedes ejercer confianza profunda en el otro. Aún, en los peores momentos, sabes que te harán crecer y si sabes valorar la misma amistad, nunca perderás a ese que consideras amigo porque hay algo que hará valorar más a la persona, que a los mismos fallos. Esa es la amistad que perdura en el tiempo.

Sobre ésto también te puedo contar. Una familia muy especial para mi, entre tantos amigos que tuve y con los cuales disfruté. ¡Verás que te contaré!. Forma parte de mi ser.

Muy cerca de Jerusalén, un poco al norte, hay una ciudad, más bien un pueblo que se llama Betania. Está como a seiscientos metros de altura sobre el nivel del mar. Aunque, como en todos lados, hace calor, Betania guarda una frescura por la cantidad de árboles que han sido mantenidos con vida por los habitantes. Es uno de sus valores naturales el ver una cantidad de cipreses sembrados, bastante altos, que resisten la sequía. Sus habitantes comparten el agua y mantienen inclusive grandes cisternas para esta tarea. Además de ello, cada casa posee jardines bien cuidados, algunos grandes y otros pequeños pero dan un bello toque de verdor en todo este entramado de sequedad como es la tierra de Israel.

Allí en Betania tengo amigos muy especiales: Marta, María y Lázaro, hermanos de una buena familia. Los conocía y compartíamos desde pequeños porque mi madre era muy cercana a sus padres. Ya ellos tres, luego perdieron a sus padres y quedaron viviendo en ese caserón hermoso, en el cual yo disfrutaba y me sentía parte de ellos.

Lázaro es mi amigo especial. Años llevábamos en amistad. Él era un poco más joven que yo, como cuatro años, pero compartíamos mucho. Era una amistad especial, quizá extraña porque aunque estaba muy cerca de mi, nunca quiso hacer sus correrías conmigo ni con el grupo de discípulos. Cada vez que podía, me venía para acá a encontrar el descanso y la acogida que solo ellos me dispensaban y me amaban como un hermano más. Me recordaba a mis amigos de la infancia pero ya se veía en él una enfermedad que en los últimos meses, le atacó los huesos hasta dejarlo casi seco en las carnes.

María era la dulce niña de la familia. Era la mimada en todo y quizá no solo era la dulzona de carácter, sino la que vivía en un mundo ideal en el que la maldad ni el pensar mal de los otros estaba presente. Tenía muchos pretendientes y durante un tiempo, ella se aferró a mi en el amor carnal pero comprendía perfectamente que en mi no estaba su pareja. ¡Eso sí! Me amaba con un amor entrañable, más que Marta y a pesar de todo, se lamentaba mucho de sus penas y pensaba cómo agradar a mi Padre Yahvé en oración y piedad. Es por eso que muchos le llamaban santurrona cuando salía al mercado con Marta.

Marta y María eran bellas en cuanto a rostro y cuerpo pero habían dedicado sus vidas a sus padres porque, al pasar los 40 años, una extraña enfermedad pulmonar empezó a atacar a su padre y aunque tenía una vida activa, fue mermando poco a poco hasta acabar sus días hace pocos años. Llegó felizmente hasta los sesenta.

Su madre, llamada igualmente Marta, era fuerte de carácter. Su hija lo heredó y la hizo muy independiente, además de ser la mayor y tener que lidiar con todo. Marta, la madre, cuidó mucho de su esposo pero en esa atención, se fue desgastando poco a poco hasta quedar enferma de la columna y dos años después de muerto su esposo, ella también descansó, muy bien atendida por sus hijos. Recuerdo que los papás un día me llamaron aparte y después de abrazarme, me pidieron el favor especial de no intervenir en sus vidas. Ciertamente les dolía todo aquello de las enfermedades y el partir de este mundo, pero aunque significara mucho bien, me pidieron que no obrara milagros en ellos ni en sus hijos. Quería más bien aceptar la voluntad de Yahvé porque confiaban plenamente en su justicia y su bondad y sabían muy bien que no los abandonarían.

Volviendo la mirada atrás en el tiempo, me recuerdo de las palabras de Marta hija, ante la muerte de Lázaro: “Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano”. Fueron palabras duras para mi. En cierto modo me sentía culpable de esa enfermedad de mi amigo y que yo constataba con el paso del tiempo. Era doloroso verlo “secarse” y palpar solo de su cuerpo, los huesos bien delineados y adheridos a su piel. Allí ella no comprendió la promesa que hice a sus padres, porque nunca se los dije y allí no comprendí ni respeté yo el deseo de ellos de no hacer nada por sus hijos y es por eso, te confieso, que decidí intervenir a favor de Lázaro y resucitarlo.

Pues bien, esto sucedió seis días antes de la Pascua de aquél año. Llegué a Betania, a su casa. Allí estaba Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. A pesar de su debilidad, me recibió con gran alegría y detrás de él, llegaron Marta y María corriendo para darme fuertes abrazos y besos. Eran las tres de la tarde cuando llegué allá. Tenían todo preparado. Por mi se desvivían y hacían las cosas con mayor esmero y en cuanto a los discípulos, ya se movían de igual forma para atenderlos lo mejor posible. Lázaro los conocía y siempre decía: “los amigos de mi especial amigo”.

Nos prepararon allí una cena. Marta servía y estaba pendiente de todo y Lázaro era uno de los que estaba conmigo a la mesa. Era el dueño de la casa y el anfitrión de lujo aunque su aspecto no era muy bueno. Mientras estaban comiendo, entró una mujer, que ya todos la conocen: era María, la hermana de Lázaro. Entró con un frasco precioso como de mármol, lleno de una libra de perfume de nardo puro, muy caro; quebró el cuello del frasco y derramó el perfume sobre mis pies y me los secó con sus cabellos. La casa se impregnó del olor del perfume.

Pero no solo sucedió eso. Junto con el perfume, que ya era bastante, empezó a llorar y murmura palabras que sonaban así como: “!Oh Jeshua, Señor!, amigo, hermano. Gracias por dejarme hacer esto. No sabes cuántas veces deseaba hacer ésto porque son tantas mis faltas y mis pecados. Jeshua… me siento alejada de Yahvé; siento que mi vida no responde a su voluntad. Mis pasos se pierden en la incertidumbre porque muchas veces no le encuentro sentido a lo que hago. Me siento tan mal Señor. Siento cómo Yahvé me absorbe en la soledad pero siento que eso no es todo; siento muchas veces que mi hermana me interpela y es verdad, pero más me ata estar a mi Señor. Ayúdame Jeshua, no te apartes de mi, sostenme en el caminar, ilumina mi camino y enséñame a afrontar la vida con rudeza”.

Algunos de los que estaban allí se indignaron porque no era el momento para hacer estas cosas. Parece que hubiera momentos para hacer tal o cual cosa. ¿Por qué, me pregunto yo, muchos divorcian la vida de Dios? ¡No entiendo! ¿Hay momentos así? Pero peor fue la actitud de Judas. En el menor silencio que hubo dijo con tono irónico: "¿Cómo puede derrochar este perfume de esta forma? Se podría haber vendido en más de trescientas monedas de plata para ayudar a los pobres". Lo miré de forma tan severa que ciertamente sintió con dolor dicha mirada. Aunque no estuviera consciente, había pronunciado palabras inconvenientes porque se convirtió en juez y verdugo de alguien sin reparar en sus sentimientos.

Judas no decía ésto porque le preocuparan los pobres, sino porque era ladrón y como tenía la bolsa, se llevaba lo que echaban en ella. Por estas palabras, muchos más estaban enojados contra ella.

Al instante y ante las murmuraciones dije: "Déjenla tranquila y en especial tú, Judas. ¿Por qué la molestan? Lo que ha hecho conmigo es una obra buena. Siempre tienen a los pobres con ustedes y en cualquier momento podrán ayudarlos, pero a mí no me tendrán siempre. Esta mujer ha hecho lo que tenía que hacer, pues de antemano ha ungido mi cuerpo para la sepultura. En verdad les digo: dondequiera que se proclame el Evangelio, en todo el mundo, se contará también su gesto y será su gloria."

Además les tengo que decir algo: cuando alguno de ustedes siente que los problemas los ahogan ¿recurren a mi Padre o más bien callan sus conciencias justificando sus acciones? Si hacen lo segundo, se manipulan ustedes mismo y racionalizan dichos problemas porque no encuentran en Dios su sentido pero a la largo, de tanto justificar sus conductas, se vuelven sin sentimientos y se convierten en enemigo de todos aquellos que encuentran en Dios su fuerza. Ella me ha encontrado a mi como un amigo en quien desahogar su alma porque lo soy, lo he sido y lo seré; ella sabe en quien desahogar sus problemas y sabe que aunque yo no le formule ni una palabra, encuentra respuestas saludables que la ponen en disposición de sobrellevar con claridad lo que le enfrenta la vida.

Quien se desahoga, amigos, no maquina planes perversos sino que se hace transparente como las lágrimas. Quien habla, hace que su corazón descargue el malestar que lo comprime y no deja que se amargue y desemboque sus odios a los demás; quien habla y llora, simplemente encuentra luz al final del camino y le da fuerza para que cada día se vea con mayor resplandor.

Muchos quedaron callados, mientras María se erguía un poco más para apoyar su cabeza en mis muslos, mientras se arreglaba sus cabellos que aún destilaban perfume. Lázaro se había enojado y en un movimiento de cabeza y de ojos, invitó a todos a salir de la casa para dejarnos en paz. No tenía sino la voz muy débil pero logró que su orden fuera ejecutada.

Demás está decir que un gran número de judíos supieron que yo estaba aquí y por eso habían venido, no sólo por mi, sino también por ver a Lázaro, a quien yo había resucitado de entre los muertos.

Entre el clero prepotente, los sumos sacerdotes decidieron dar muerte también a Lázaro Por causa de él, muchos judíos se les iban de su lado y creían más en mis palabras y en la misericordia de mi Padre Yahvé.

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