¿Quieres otra historia en Jerusalén? Te contaré una hermosa, cargada de gran enseñanza porque muchos piensan que de mucho hablar y de mucho saber se aprende, pero hay una sabiduría escondida en los corazones de los pequeños, de los pobres, de los que a simple vista no tienen nada pero en realidad tienen mucho.
Creo que ya te lo he contado en otra oportunidad. En mis correrías por los pueblos, he descubierto a mi Padre, el verdadero, el que se mostró a Moisés en la zarza; el que habló en el silencio de la noche a Samuel; el que guió a los jóvenes en el destierro de Babilonia, aquél que se mostró Padre y esposo al profeta Oseas. Es un Dios sencillo, cercano, muy humano que acompaña los pasos de todos los pobres. Ellos, los ancianos e inclusive los niños, muestran lo más genuino de la buena noticia de Yahvé y todo ésto contrasta mucho con lo que han querido hacer los sacerdotes del templo, los fariseos y los publicanos.
Pues te cuento lo siguiente: Me estaba paseando por el templo y llegué al lugar donde estaban colocadas las alcancías. Habían muchas, puesto que muchos eran los peregrinos y mucho el espacio para colocarlas. Podía ver cómo la gente echaba dinero para el tesoro. Desde antiguo la gente tenía conciencia de la necesidad de dar para el templo, para el sustento de los sacerdotes que son herederos de aquél servicio de Leví. Esa fue su heredad en la repartición de la tierra prometida. Mucho de ese dinero, era producto de los diezmos. Los pobres no podían dar en cantidades, como aquellos que tenían más, sea en oro o productos de la tierra o ganado.
Independientemente de lo que sucediera o no con ese dinero, la intención de la gente que llegaba al templo era lo que contaba. Las intenciones del corazón es el reducto en el cual mi Padre ve lo bello que depositó en cada hombre. Cada vez que alguien se acerca a este recinto, no solo los pasos que lo trajeron aquí cuenta, sino que el deseo de encontrarse en el silencio y la oración llevan hasta el lugar donde Dios se hace hombre y el hombre “sube” a la altura de Yahvé.
Pues todo era amplio y limpio. Sacerdotes de edad madura recorrían los pasillos y entre oración y oración, “echaban un ojo” a todos aquellos que se paseaban por los distintos recintos. Pasaban muchos ricos que daban mucho, pero también se acercó una viuda pobre y echó dos moneditas de muy poco valor.
¡Qué contraste entre ricos y pobres! No solo en lo exterior sino en lo interior. Las actitudes son bastantes distintas y de arrogancias en los primeros. La costumbre de tenerlo todo a la mano, hacen sentir a los otros como “pata en el suelo”, dependientes de ellos y con la necesidad de dominio y de última palabra, sin contar con que hay otras palabras que pueden ser últimas y útiles.
En el caso de los pobres y más, de los ancianos, la actitud fundamental es la de
Quienes son pobres y los ancianos, han vivido en carne propia el abandono a Yahvé, mi Padre y a
Hay una tercera peculiaridad de los pobres y ancianos: no existe apego. Quienes han sido pobres, saben que de un mismo plato comen dos o tres o pueden usar los bienes tantas veces en beneficio de varios, que de seguro saben que estos se multiplicarán para satisfacer verdaderas necesidades y no los gustos. Da lo mismo tener o no tener porque ya habrá más adelante. Esta es la actitud de una madre que no tiene mucho para dar de comer a sus hijos y espera que ellos lo hagan para comerse las sobras que dejan en los platos, si la hubiere.
Pues te digo que he visto a estos ricos, pero me he fijado más en esa anciana pobre. Entonces llamé a los discípulos y les dije sin temor a fallar: "Yo les aseguro que esta viuda pobre ha dado más que todos los otros. Pues todos han echado de lo que les sobraba, pero ella ha dado desde su pobreza; no tenía más, y dio todos sus recursos"
Dos de los hombres ricos que estaban cerca oyeron lo que yo había dicho y se molestaron y avanzaron hacia mi con intenciones de replicar a lo que yo había dicho pero fueron atajados por varios sacerdotes que estaban cerca. Las palabras en el murmullo fueron: “Déjenlo tranquilo. Es Jeshua de Nazaret. Es un simple hijo de carpintero que gusta ser de revulsivo de conciencia. Ya tendrá su pago por todos los daños que hace y por sus palabras perversas queriendo subvertir el orden”. En contraste con eso, la anciana se me acercó, abriéndose camino entre la gente y me besó la mano y me dijo: “No te desanimes hijo que estás llamado a cambiar la historia y los corazones de mucha gente que necesita palabras de aliento”. ¡Que Yahvé te bendiga siempre. Shalom!
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