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Jesús, tu amigo y Señor

Jesús, tu amigo y Señor
Déjate fascinar por el Dios-hombre que muertra la dulzura de su Padre

CAPÍTULO LX. PRESO ¿POR QUÉ?. Del 07 de Marzo al 13 de Marzo de 2010

¿Alguna vez has estado preso? ¿Te has preguntado qué sucede dentro del alma de un recluso, de un preso? ¡Es dura la expresión estar privado de libertad!

Esa fue mi condición cuando terminé de orar en el huerto de Getsemaní porque me apresaron y pregunté ¿por qué? ¿Cuáles eran los motivos de estos hombres para apresarme?

Mi identificación con los presos tiene sentido en lo absurdo del mundo: la humanidad genera la violencia e impulsa a la injusticia y muchos, intentan salvarse este absurdo luchando desde la misma violencia para equilibrar fuerzas que en realidad no cederán. En mi caso, la lucha ha sido desde los valores de mi Padre contra el “status aplastador” y compruebo que he conseguido un mayor ensañamiento contra mi y lo que Dios Padre representa para el mundo.

Te invito a que leas ésto que reflexiono. Quiero que te ubiques también en esta situación. De hecho conseguirás que el ansia de poder y de maldad destruyen todo intento de rehacer un mundo desde los cimientos divinos.

Esto sucedió inmediatamente terminé de orar. Estaba aún hablando cuando se presentó Judas, uno de los Doce. Se aclararon aquellas preguntas que tenían todos acerca de Judas y dónde estaba. Lo acompañaba un buen grupo de gente con espadas y palos, enviados por los jefes de los sacerdotes, los maestros de la Ley y los jefes judíos.

Mateo enfureció en ese momento y gritó a Judas: “Ven acá Judas. ¿Qué haces? ¿Por qué estás al lado de esa gente y de esos guardias de Herodes? ¿Qué está pasando Judas?” Éste no pareció oírle y siguió su camino en dirección a mi persona. Sudaba notablemente y esto se apreciaba claramente a la luz de la luna. Los discípulos que estaban un poco alejados de mi, hicieron semi-círculo detrás de mi, esperando la siguiente reacción por parte de dicho grupo de gente.

Judas les gritó: “apártense de aquí que el problema no es con ustedes. Jeshua tiene que ser apresado porque ya ha causado muchos problemas”. “¿Problemas? ¿Qué problemas Judas? Le preguntó Juan. ¿Estás loco? ¿Te has vuelto loco? ¿Poner al maestro preso? Y sobre todo ¿Tú? Supongo que te habrás convertido en juez y en verdugo en este mismo momento. ¡Vuelve en ti Judas! ¡Reacciona!

“Cállate mocoso”, respondió Judas. “ ¿Creías que este maestrucho iba a ser el salvador de nuestras vidas y que con él se instauraría el Reino? ¡Basura! ¡Ya basta de tanta farsa! ¡Estoy cansado de tantos milagros! Lo único que han hecho es perpetuar de nuevo a los pobres y ha ocasionado falsas expectativas en la gente al tratar de calmar el hambre con sus multiplicaciones de pan… cuando él muera, nuestro pueblo volverá a la misma miseria.

Estos gritos que salían de Judas dejaron en silencio a todos los que hasta ese momento eran sus amigos. Eran gritos desgarradores, producto de una frustración personal, basada en una fe ilusa. Judas ya había planificado todo: Él, convertido en traidor, les había dado a esa gente, esta señal: "Al que yo dé un beso, ¡ése es!; deténganlo y llévenlo bien custodiado."

Antes de que Judas hiciera su “papel” definitivo, la turba de gente me rodeó y me preguntaron: “ ¿Eres Jeshua de Nazareth?” . Les dije: “Sí, soy yo”. Ellos retrocedieron como quien oye una voz potente que inspiraba miedo. Volvieron a la carga y algunos sacerdotes allí presentes me volvieron a preguntar: “ ¿Eres realmente Jeshua de Nazareth” y una vez más les contesté: “Sí, ustedes lo han dicho. Yo soy”. Volvieron a retroceder porque a pesar de que estaban resueltos a ejecutar la orden de aprensión, no se atrevían del todo y no había ninguno que hiciera el primer gesto de sujetarme.

Judas, se acercó mucho más a mi y, obviando las reacciones de los discípulos, me dijo: "¡Rabbí!" Y me besó.

El traidor, era más bajo que yo y tuvo que alzarse en puntillas para poder besarme. Yo dejé que lo hiciera. Había sido un acto duro, descarado, porque el beso es señal de amor y entrega, pero en Judas todo acto de amor se convirtió en lo más amargo de su persona y muestra de toda la convulsión que había en su interior, quiero decir que no sabía distinguir entre amor y odio, entre adhesión y traición.

Apenas se retiró a una buena distancia Judas, ellos entonces me tomaron preso. Fue duro ese momento para mi: me empujaron y golpearon la cabeza no sé con qué. Quedé un poco aturdido. Me giraron bruscamente que casi pierdo el equilibrio solo para atar mis manos. Me llevaron arrestado y a empujones. En ese momento y en fracciones de segundos, Pedro sacó la espada e hirió a Malco, el servidor del Sumo Sacerdote, cortándole una oreja.

Si bien no me asusté cuando me golpearon y me ataron las muñecas fuertemente, sí sentí miedo por Pedro. Pensé que lo matarían pero lo salvó el hecho de que todos estaban enfocados en mi. ¡No se realmente de dónde sacó Pedro esa arma! Se cruzó en mi mente el reproche de qué era lo que había construido en ellos y qué tipo de gente había escogido: ¿Era gente violenta preparada para la violencia?. Allí me entristecí, porque lo más claro en la mente era que Judas había sido el más consecuente con su forma de pensar, mientras que los otros habían postergado su violencia y sus inconformidades ante el poder.

Ante los gritos de Malco tocándose la cabeza, en el lugar donde había perdido la oreja – la derecha -, pedí a la gente que me soltara para poder sanarlo. Uno de ellos, nervioso, intentó desatarme pero no pudo y tomó un puñal para cortar las cuerdas. Al hacerlo, se dio cuenta que había sido maltratado y sangraba. Me acerqué a Malco, recogí la oreja mientras él veía con horror cómo estaba ensangrentada, al igual que su cabeza y, llevándola a su sitio, oré a mi Padre pidiendo sanación. Él inclinó su cabeza hacia mi mano, ladeándola y disminuyeron sus gritos de dolor. A la vez, con la mano derecha me sujetó la muñeca de mi mano izquierda, provocándome dolor. Fue como una transmisión de dolores en el que yo asumía el suyo. Me fue levantando hasta erguirnos totalmente y suavemente esta vez, me sujetó la muñeca de la mano derecha. Me besó las manos.

Alguien me empujó y de nuevo sentí cómo esta vez, eran cadenas las que me sujetaban. Además, alguien hizo un lazo y lo llevó a mi cuello para dominar más aún mis movimientos.

Antes de llevarme a la fuerza, dije a la gente: "A lo mejor buscaban a un ladrón y por eso han salido a detenerme con espadas y palos.” Ellos se vieron unos a otros pero, precisamente porque solo ejecutaban órdenes, no sabían qué responder. La respuesta simplemente fue una bofetada que me sacó un hilo de sangre de la boca. Aún así les volví a preguntar: “¿Por qué no me detuvieron cuando día tras día estaba entre ustedes enseñando en el Templo? Pero tiene que cumplirse las Escrituras."

Alguno de ellos, en voz ronca para no ser conocido me contestó: “eres un títere del pueblo. Tú trabajo ha llegado a su final. Has curado y has levantado muchas esperanzas entre el pueblo pero nada cambiará. Todo aquel que se piensa Mesías, debe morir en bien del pueblo. Tu gloria será que te ejecuten en poco tiempo y se acabe esta bella historia de compasión”. Otro empujón hizo que avanzáramos en dirección a la ciudad.

En ese transcurso, todos los que estaban conmigo me abandonaron y huyeron. Nada más cierto que las Escrituras. Me han herido y se han dispersado mis ovejas. Han huido porque es mucho el compromiso de cargar este miedo que también llevo dentro de mis huesos. El último en partir fue Juan. Estaba envuelto sólo en una sábana, y ya sabes por qué ¿verdad? Para el momento en que me apresaron, ellos estaban durmiendo. Intentaron ponerlo preso, pero él, soltando la sábana, huyó.

Después de un duró caminar que se hizo interminable, me llevaron ante el Sumo Sacerdote. Todos se reunieron allí. Parece que esa noche, la ciudad no dormía y estaba paralizada por esto que habían hecho contra mi.

Allí, estaban los jefes de los sacerdotes, las autoridades judías y los maestros de la Ley: ¡El poder religioso en pleno! Sentí que mi boca estaba abultada y tomé conciencia del golpe recibido allá en el monte. Aún me dolía en la comisura derecha de la boca.

¡El sumo sacerdote! Era interesante saber que nuestro pueblo, a pesar de ser teocrático desde su fundación, bien pronto fue encasillado en esa estructura sacerdotal que “encerraba” al mismo Dios en normas, leyes y estatutos y al tenerlo controlado, también se controlaba al pueblo. Inmediatamente me acuerdo de la tribu de Leví destinada para el servicio del templo y las cosas de Dios; ahora todo se volvió en servicio de ellos y Dios debía servirle para sus propósitos. Así que con este primer poder topé. Seguía sin saber por qué me habían apresado aunque soy consciente de que en todo tiempo he tocado sus intereses vitales.

Pedro me había seguido de lejos hasta el patio interior del Sumo Sacerdote, y se sentó con los policías del Templo, para calentarse al fuego. Se le veía muy preocupado y nervioso. Representa a la humanidad cobarde que se envalentona ante los problemas pero en realidad no sabe cómo manejarlos y sucumbe rápidamente ante las propias decisiones que hay que tomar y todo precisamente porque las cuentas dan más pérdidas que ganancias.

Esos jefes de los sacerdotes y todo el Consejo Supremo buscaban algún testimonio que permitiera condenarme a muerte, pero no lo encontraban. ¿Cuál y cómo debía ser ese testimonio si el mismo Judas me acusaba de ser un simple milagrero y multiplicador de panes? En su forma de pensar ¡Ni para eso servía!; Varios se presentaron con falsas acusaciones contra mi, pero no estaban de acuerdo ni ellos mismos en lo que decían.

De igual forma me volvió a venir a la mente el libro de Daniel en sus acusaciones contra Susana; acusaciones contradictorias que pretendían dañar al justo hasta que la verdad se tornó contra ellos. Algunos lanzaron esta acusación contra mi:

"Nosotros le hemos oído decir: Yo destruiré este Templo hecho por la mano del hombre, y en tres días construiré otro no hecho por hombres." Pero tampoco con estos testimonios estaban de acuerdo y precisamente porque mis palabras no iban en ese sentido ni fueron las que yo pronuncié. Entonces el Sumo Sacerdote se levantó, pasó delante de mi y me preguntó: "¿No tienes nada que responder? ¿Qué es este asunto de que te acusan?" Pero yo guardaba silencio y no contestaba. No eran acusaciones consistentes y además, para qué responder a algo que en realidad no era motivo de acusación.

A continuación, el motivo de la acusación tomó otro motivo y fundamento porque golpeaba a algo que es fundamental en la fe judía y que hasta ese momento no se comprendía. De nuevo el Sumo Sacerdote me preguntó: "¿Eres tú el Mesías, el Hijo de Dios Bendito?". Y respondí: "Yo soy, y un día verán al Hijo del Hombre sentado a la derecha de Dios Todopoderoso, viniendo en medio de las nubes del cielo."

El Sumo Sacerdote rasgó sus vestiduras horrorizado y gritando dijo: ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Han oido las blasfemias. Se ha declarado Hijo de Dios y además Mesías ¿Qué les parece? Todos juzgaron que era reo de muerte.

Declararse Hijo de Dios en este mundo era ir en dos direcciones: en primer lugar, destruir la concepción monoteísta del pueblo y la misma manifestación de Dios como uno y en segundo lugar, tratar de dividir la sustancia de mi Padre en dos, no sabiendo a la final, en cuál de los dos se puede encontrar la misma divinidad y lo peor de todos, para ellos se planteaba la competencia de la creación y del mismo hombre desde un Dios dividido y con necesidad de ambos para ejercer el poder generador. ¡Mentes embotadas que degeneran todo y son dueños de todo lo inteligible sin saber que el mismo Padre es generador, origen y fin de todo pensamiento! En mis pensamientos dirigí palabras a mi Padre Yahvé para perdonar lo que desde siempre él ha intentado mostrar al hombre y ellos no han entendido: ¡Eres Padre y lo serás! ¡Eres Padre y creador! ¡Gracias Padre por estar en mi y yo en ti!...estando en este tono de oración y silencio, recibí otra bofetada acompañada de una palabra: “!blasfemo!”. Y de la misma comisura derecha de mi boca volvió a brotar otro hilo de sangre que después me hizo escupir más sangre. Alcé los ojos para mirar al hombre que me había golpeado. Le sonreí mientras mis labios me temblaban.

Algunos se pusieron a escupirme, me cubrían la cara y me daban bofetadas, mientras me decían: ¿adivina quién te ha pegado? y los criados le recibieron a golpes.

Mientras los golpes caían sobre mi, cerré los ojos para silenciar los sonidos de los mismo en mi cuerpo. Mis pensamientos se dirigían en ese momento a mi Padre:

“¡Callar Padre! Ahora el mundo estaba totalmente invertido. Ahora la humanidad castigaba a Dios y no le permitía expresar su verdad. Ahora la verdad debía ser callada porque ya había sido expresada anteriormente y aunque estuviera mal comprendida, no necesitaba de otro intérprete para aclararla. Pero… ¡si tan solo te hubieran oído claramente desde el principio, Padre! No hubiera tan injusticia y el desorden no habría entrado en el mundo como pecado.

¡Perdona Padre desde lo hondo de la miseria del mundo a los que han tomado el poder por la fuerza; a aquellos que siendo tus servidores se hacen dueños y señores de la verdad; perdona a aquellos que no soportan un mundo de alegría, de solidaridad, de verdad, de comprensión. Perdona a aquellos que mueren diariamente de forma inocente porque otros pronuncian sentencias que suenan a verdad cuando en el fondo están podridas de corrupción verbal y mental”.

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